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Archivo para la categoría ‘Periodismo’

El periodista Simón Bolívar

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Los artículos deben ser cortos, picantes, agradables y fuertes. Bolívar.

Conforme avanza uno en la lectura del libro El perio­dismo en la vida pública del Libertador, de Antonio Cacua Prada –la nueva publicación de la Universidad Central y el Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericanos y del Caribe– se convence, cada vez más, de la capacidad periodística de Bolívar. ¡Qué acertado el epígrafe que encabeza esta nota para tomarlo como norma rectora de los periodistas!

Comentaba yo, después del acto académico de lanzamien­to de la obra en la Casa Bolivariana, que la brevedad y el brillo de la ceremonia le habían hecho honor a la exigencia que el Padre de la Patria imponía para las gace­tas de su época. De continuo se dolía él de los errores de redacción, descuidos tipográficos y mala titulación de las noticias que hallaba en las publicaciones oficia­les, y señalaba a sus colaboradores reglas rigurosas pa­ra que los medios de comunicación no sólo informaran sino además hermosearan el pensamiento.

En una misiva expresa así su contrariedad: «Remito a usted El Centinela, que está indignamente redactado, pa­ra que usted mismo lo corrija, y lo mande de nuevo a reimprimir, a fin de que corra de un modo decente y correcto». Quien así hablaba poseía, como es obvio, claros conceptos sobre la técnica de redactar y presentar un periódico. Tenía sangre de periodista. Lector incansable de libros y periódicos, que además se educaba todos los días en la disciplina de elaborar la vibrante correspondencia con que enriqueció la historia y la literatura, tenía autori­dad para aconsejar y ser drástico.

Sabía muy bien que la prensa era la mejor arma ideo­lógica, y ésta le ayudó a ganar sus batallas. Considera­ba la imprenta como parte de su equipo bélico, para editar, al pie de los cañones, boletines y proclamas, y se desesperaba cuando no podía llevarla consigo o cuando ésta le llegaba rezagada. El 1º. de septiembre de 1817 le escribía a don Fernando Peñalver: «Sobre todo mándeme usted de un modo u otro la imprenta que es tan útil como los pertrechos». Y como era un humanista en el amplio sen­tido de la palabra –atributo que no es frecuente en los gobernantes–, una vez le comentó al general Santan­der que «no hay cosa tan divertida como la poesía para cantar desgracias y hacerlas amar con el encanto de las sirenas».

Lo mismo que dominaba el arte de la comunicación, era defensor irreductible de la libertad de imprenta. La opinión pública le merecía el mayor respeto, y aunque susceptible en sumo grado a los ataques que recibía en la prensa, nunca coartó el libre derecho de disentir. Por el contrario, aprovechaba las censuras para mejorar sus actos de gobierno. La Constitución de Angosturas, ins­pirada por él, contiene firmes preceptos sobre la liber­tad de expresión, y éstos se fueron trasladando, como ba­se fundamental de la democracia, a otras constituciones y a otros tiempos.

*

Bolívar, por otra parte, era temible polemista. Maes­tro de la ironía, su palabra resultaba demoledora. Con frases incisivas destruía a sus enemigos. Sabía manejar el fino humor y la sutil estocada mortal de la inteli­gencia. «Para la sátira más cruel –dijo– se necesita no­bleza y propiedad, como para el elogio más subido».

Cacua Prada ha propuesto a la Universidad Central –y sin duda la idea será acogida por el rector del claustro, Jorge Enrique Molina Mariño– el otorgamiento al Libertador del doctorado honoris causa en periodismo, lo mismo que la Universidad San Marcos de Lima le concedió, el 3 de junio de 1826, el doctorado en Derecho, uno de los títulos que más agradeció el Genio de América. Fue, en ambos casos, un autodidacta ejemplar, mérito que ha dejado de reconocerse en los tiempos actua­les. El genio de Bolívar, que le ganó batallas a la tira­nía y a la ignorancia, debe ayudarnos a vencer el con­formismo y la mediocridad.

El Espectador, Bogotá, 31-V-1989.

 

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Periódico Meñique

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Editado en Medellín por Herbert  Jiménez Gallo, este periódico es, como su nombre lo indica, una miniatura. Su propietario se ufana anunciándolo como el periódico más pequeño de Colombia y ha logrado, con increíble tenacidad, sostenerlo por espacio de 20 años. Consta de 16 páginas y de las secciones necesa­rias para albergar la «cultura del mundo», otro eslogan de esta simpá­tica publicación que saca 3.000 ejemplares mensuales y representa auténtica curiosidad periodística. Las medidas de la gaceta le dan ho­nor al título: 11,5 por 16,5 centíme­tros.

Como supongo que muchos lectores estarán interesados en conocer la extraña criatura que le hace ganar un aplauso a su progenitor, esta es la dirección en Medellín: apartado 12.645, teléfono 236-5314.­

El Espectador, Bogotá, 12-V-1987.

* * *

Misiva:

Algunos lectores de El Espectador y de mi diminuto Meñique empezaron, muy temprano, a llamarme telefónicamente para enterarme del excelente artículo suyo, aparecido en la sección singular e inconfundible de Salpicón. Con esto, una vez más, usted pone en alto el amplio sentido de la amistad y comprensión intelectuales, que me hace sentir glorificado, recordado y agradecido infinitamente.

De verdad le digo, dilecto escritor, que no esperaba tan grande y sorpresivo honor. A lo largo de los años, desde que nos conocimos en Armenia, la bella capital del Quindío, su esclarecida amistad me estimula, me hace sentir apreciado en el ancho y largo panorama de la república. Lo que usted ha escrito sobre la significación del estilo literario de Meñique me compromete a manifestarle mi profundo sentimiento. Herbert Jiménez Gallo, Medellín.

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Mil artículos

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

He llegado, silenciosamente, a la cumbre lejana que un día me señalé: mil artículos de prensa. ¿Cuándo los es­cribí?, es la pregunta que hoy me formulo, asombrado, después de repasar en viejos archivos, uno por uno, los mil peldaños que me llevaron a esta meta conquistada.

Proclamar la victoria, como lo hago para mi íntimo so­laz y la satisfacción de los míos, acaso para algunos parezca acto presuntuoso. No lo es, sin embargo, si sólo pretendo que a través de la ajena experiencia aprendan los noveles escritores la lección de llegar lejos.

Apropiándome de un concepto del poeta Germán Pardo García, celebro la ocasión “con humildad y al mismo tiem­po con soberbia”, porque un escritor sin soberbia «es co­mo un águila sin alas». Y agrego, para que se me absuel­va por lo que puede parecer pedante, que el ejercicio de escribir, que se ejecuta con sangre del espíritu, es escuela de abnegación y tormento. Sobre todo hoy, cuando el escritor vive de capa caída en medio de una sociedad que no sabe apreciarlo y que por el contrario lo ignora y lo maltrata, perseverar en las letras es acción heroica. Ser escritor significa un duro destino.

Por eso, cuando se acumulan mil escritos, elaborados a lo largo de 18 años de intensas vigilias, se siente regocijo. Es la recompensa de las pacientes horas de estudio y creación. Para quienes se inician en el reto de las cimas, ojalá esta jornada represente un incentivo para no detenerse.

Si la carrera del escritor se hace a pulso como la mía, sin padrinos ni ventajas de ninguna especie, mayor es la conquista. Todo comenzó al destacar El Espectador, dentro de un concurso de cuento realizado en 1971, mi primer trabajo narrativo. Cuando días después me expre­saba don José Salgar, ante una crónica que me había re­sultado bien condimentada, que «ese estilo de lecturas es el que quisiéramos siempre ofrecer en nuestras pági­nas», el ansia de escribir era ya irrenunciable.

Conforme me esmeraba para que cada página saliera pulida dentro de los rigores que impone la disciplina de los Cano, requisito sin el que es imposible aspi­rar a ser columnista de su diario, advertía que mis trabajos avanzaban más. Cualquier día, tras ser pro­bado en distintos terrenos –primero en el Magazín Do­minical, luego en Cabildo Abierto, más tarde en Tribuna de Opinión–, una de mis notas apareció, para sorpresa y susto míos, al lado de los editorialistas de ca­rrera. Y ahí he permanecido, con ánimo persistente. Es­cribir es renovarse todos los días.

A don Guillermo Cano, que con desconcertante genero­sidad me había abierto las puertas del periódico, vine a conocerlo años más tarde. Mientras tanto, los eternos envidiosos que siempre existirán en el periodismo y en las letras, me inventaban en Armenia, donde enton­ces residía, palancas que no poseía; y que tampoco ne­gué, para que más sufrieran. Cuando me entrevisté con el director del periódico, con pena por semejante tar­danza, él desoyó mis disculpas y me dijo que desde años atrás era yo huésped de su casa. Y es que los Cano sa­ben distinguir a distancia la vocación del periodista.

*

Y así, paso a paso, se ha caminado largo trayecto desde aquel incierto comienzo de 1971. Recorrer hoy mil artículos es como cantar mil victorias. En cada uno de ellos se han dejado jirones del alma. Estos escritos –la mayoría publicados en El Espectador– dan categoría y obligan a seguir la marcha.

El autor, si la vida le concede licencia, realizará otro recorrido. Apenas va a mitad de camino. Ya se ha tra­zado otra meta. De aquí en adelante, dentro de la nueva jornada de mayor madurez, no cumplirá años sino artículos. El homenaje de esta travesía es ante todo para don Guillermo Cano, el gran maestro desaparecido, que creyó en el oscuro principiante de provincia y le sembró la honda semilla del esfuerzo y la tenacidad.

El Espectador, Bogotá, 16-II-1989.

 

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Mi Thesaurus 1988

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Mike Forero Nougués nos ofrece, en las postrimerías del año, una colección de frases tomadas de escritores de la prensa nacional. Son ellas un termómetro del acontecer colombiano a lo largo del año. Definidoras al­gunas de hechos especiales; otras, joyas del ingenio o la filosofía. Salpicón también revolvió sus archivos y repasó su año periodístico. Y no lo hizo por vanidad sino por ejercicio mental, como homenaje a sus lectores, para quienes augura mejores días en 1989.

He aquí su propio Thesaurus (siguiendo el buen ejemplo de Mike):

* La tarjeta de Navidad más visible es la que no me llega. La que esperaba pero no fue puesta al correo. Año por año alguien se cuelga en la amistad.

* Una de las reglas del éxito es perseverar. La vida no se concibe sin resistencia. El  triunfo lleva implí­cito el esfuerzo.

* ¿Quién adelantará una real campaña contra el abuso del pito? El mal genio de los bogotanos tiene salida im­pulsiva por este diabólico instrumento que está acabando con los nervios y el sosiego ciudadano. Bogotá es ciudad de sordos y neurasténicos.

* El escritor de días de fiesta difícilmente logrará consolidar una obra y por eso en Colombia, con contadas excepciones, son pocos los que se realizan.

* Lo que estamos presenciando todos los días en nues­tro país, ahora que la guerra ha arreciado, es, ni más ni menos, la radiografía de la fiera. No pasa día sin que los periódicos amanezcan con olor a muerto.

* Germán Pardo García, el poeta del cosmos, que ya es patrimonio de la humanidad, sabe que su palabra no con­cluye en un poema ni en un libro, en una nota de premonición ni de despedida, porque él escribió para todos los tiempos.

* Arenas Betancourt pregona la necesidad de un líder, de un líder capaz de empujarnos hacia nuestro verdadero destino de pueblo civilizado, que perdimos hace mucho tiempo. La ausencia de ese líder es la que nos mantiene en nebulosas.

* Ambos partidos poseen profundas fórmulas de conteni­do social, que no se aplican dentro de esta reyerta eter­na y hasta patológica en que los colombianos se disputan un milímetro de superioridad y se olvidan de la suerte general de la patria.

* Yo no sé si es ilegal la profesión de los Chepitos. De lo que sí estoy seguro es de que no se acabarán por más que se les persiga y enchiquere. Mientras haya deu­dores resbalosos como las culebras, habrá Chepitos.

* El alcalde se acuerda de su ofrecimiento electoral de detener las alzas. Y la gente protesta por las tari­fas crecientes en agua, luz y teléfono… El alcalde se rasca la cabeza.

* No puede ser deseable la igualdad de los sexos por­que con ella no habría placeres ni prolongación de la raza. Por consiguiente, no debe ser bandera femenina. Con igualdad de sexos, algo muy aburrido, la primera per­dedora sería la mujer.

* A la Virgen, de tanto engalanarla de joyas, ya no la dejan respirar. Los símbolos de la fe viven rutilantes de pedrerías y espejismos. Entre tanto, legiones de me­nesterosos mueren de hambre, con el bolsillo vacío.

* ¿Por qué se matan los colombianos? Es otra pregunta sin respuesta. Lo único cierto es que nos correspondió vivir en una sociedad de odios.

* Me duele que la pobre y deslumbrante mujer (ambas cosas unidas son posibles en el hechizo femenino) carez­ca de casa. Cuando no se tiene techo, tampoco se tiene lecho. Tal vez doña Inés de Hinojosa, que tanto lo dis­frutó, se lo llevó para la otra vida.

* Pasará la hora de terror y un día, ya victoriosos de la insania, tendremos que hacer el inventario de los héroes para reconocer que fueron ellos los que nos de­volvieron esta patria grande que ahora gime entre sollozos.

* Otto Morales Benítez, uno de los pioneros de la cul­tura nacional, resalta las virtudes de quien, infatiga­ble en su actividad literaria y en su dedicación a Co­lombia, da ejemplo de patriotismo y de escritor insigne.

* Dice Horacio Gómez Aristizábal que “la verdad profun­da es que si Colombia es en lo político un país unitario, en la realidad es una definida federación de repúblicas».

* Otro hecho ponderable de la Universidad Central: la edición de Crepúsculo, libro poético de Laura Victoria, con el que nuestra esclarecida lírica, ausente del país desde hace 48 años, regresará a su patria en los comien­zos de 1989.

El Espectador, Bogotá, 4-I-1989.

* * *

Comentarios:

Felicítolo por el resumen de sus profundas frases en Thesaurus 1988. Jorge Marel, Sincelejo.

Me complace registrar el retorno a la Patria de la insigne escritora Laura Victoria, después de 48 años de ausencia. He leído con atención su entrevista a Pardo García, en la revista de la Universidad Central. ¡Excelente! Yo también preparo una parte de las larguísimas conversaciones que sostuve con él, en muchos encuentros, durante un mes que permanecí en Ciudad de México. Lamento no haberle visto a usted allí. Usted salía y yo llegaba. Me interesó mucho explorar las relaciones del poeta con la ciencia y sobre todo con la física. Conserva espléndida memoria, rodeado de soledad y sin libros a la mano. Su mundo es en verdad extraño y un tanto insó­lito. Carlos Enrique Ruiz, Revista Manizales.

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Reglas de periodismo

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La prensa es el eco de la sociedad. Por eso, todo te­ma cabe en un periódico. El misterio consiste en el tra­tamiento de las ideas. Hay cronistas tan hábiles –como lo fueron Luis Tejada, Jaime Barrera Parra, José Umaña Bernal, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero, Calibán o Klim, para citar algunos de los maestros de la crónica periodística–, que de los asuntos más comu­nes elaboraban verdaderas piezas literarias.

El periodista debe tener siempre en cuenta que es un escritor. Azorín consideraba el periodismo como el pri­mer género literario, «porque le permitía entrar diaria­mente en inmediata comunicación con los lectores». No en todo periodista existe un escritor. El periodista olvi­da a veces que debe huir de lo accidental y lo efímero para producir textos trascendentes. Tratando lo actual, algo tan fugaz como las horas que envuelven el diario acontecer de la vida, se pueden armar obras duraderas.

Fue lo que hizo Luis Tejada, en forma magistral, con sus Gotas de tinta. El periodista experto no se con­forma con relatar hechos insulsos, con tocar noticias que mueren al día siguiente, a la hora siguiente, sino que aprisiona el instante, lo detiene y lo plasma como eslabón social o cultural. Si en Tejada no hubiera exis­tido un gran escritor, temas tan simples como el del pe­rro sin cola, la mal vestida, la biografía de la corba­ta, los cordones, las meditaciones ante una butaca (asom­brosos ejercicios de sicología), hubieran sucumbido por inercia y no serían hoy modelos de penetración y arte periodísticos.

Cuando ya todo ha sido presentado infinidad de veces por los escritores de todos los tiempos, cualquier asunto es trivial. Pero no existe ningún campo de la in­teligencia desgastado. Todo depende de la manera como se trabaje. «El escritor original no es el que no imi­ta a nadie, sino aquel a quien nadie puede imitar», ma­nifiesta Chateaubriand. Valéry fue escritor profun­do, no por las cuestiones elementales que abordaba si­no por la profundidad que les imprimió. «Sin poesía no hay escritor posible», sostiene José Umaña Bernal.

Si de la noticia cotidiana se hace algo novedoso, resulta la deseable categoría que se deja perder cuan­do no hay profesionalismo. Claridad, color, precisión, ritmo, amenidad, fluidez, son componentes para conseguir lo que se llama la magia del estilo.

Siendo los lectores las personas más importantes del periódico, si la comunicación con ellos no se hu­maniza y se vuelve amable, los lazos con el público están rotos. Cualquier materia llama la atención de los lectores. En el periódico se recrea la humanidad, y ésta responde siempre a las ansiedades y las emociones, las alegrías y las tristezas, los misticis­mos y las frivolidades. Para todo hay público. Pero si en la noticia no se halla incorporado el hombre, el pe­riodista estará perdiendo el tiempo.

El estilo ameno, lo mismo en la nota editorial que en la página de pasatiempos, es el nervio mayor que maneja la vida del periódico. En la sencillez se apo­ya el arte. Por eso, los estilos afectados, los pompo­sos, los doctorales, los fogosos, que suelen hallarse en los diarios, no son de buen recibo entre el público. Una vez se quejaba Azorín: «¡Cuántos escritores, pro­fundos, cultos, eruditos, escriben en los periódicos! ¡Y qué pocos periodistas!».

El buen periodista debe suscitar polémicas por sus ideas, pero no prestarse para la polémica personal. No es aconsejable responder críticas ni ataques, que por lo general se formulan con pasión o con ánimo de notoriedad, si esto conduce a estériles enfrentamientos que colocan a los lectores de víctimas. El público es el me­jor juez.

No existen fórmulas precisas para escribir bien. El estilo no se gradúa en universidades. El escritor nace pero también se hace. La autocrítica, la disciplina de corregirse todos los días, la lectura constante, la se­renidad del juicio, el buen manejo del idioma, las ideas claras, la ética, son reglas de oro para ganarle la par­tida a la mediocridad. El periodista es algo más que un emborronador de cuartillas. Su mayor compromiso es el de ser testigo del tiempo.

El Espectador, Bogotá, 28-X-1988.
Revista Manizales, Enero de 1989.

 

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