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El hombre clave

martes, 29 de noviembre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El secreto mejor guardado del proceso de paz fue la actuación del empresario quindiano Henry Acosta Patiño, residente en Cali hace largos años. Allí ha tenido brillante desempeño en distintas posiciones, como estas: secretario de Desarrollo Social del departamento del Valle, director ejecutivo de Coomeva, líder cooperativista.

Es economista y magíster en Administración de la universidad del Valle y ha adelantado cursos en diferentes entidades académicas de Colombia y de otros países. Ha sido consultor permanente de la OIT en Turín (Italia) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Es oriundo de Génova (Quindío), donde comenzó a conocer los problemas del campo y la violencia. Nació el mismo año que mataron a Gaitán (1948), hecho que parece adquirir especial relevancia frente al papel que habría de ejercer, seis décadas después, como facilitador de los diálogos entre el gobierno de Santos y las Farc para obtener el acuerdo firmado tras medio siglo de hostilidades.

A la madurez que le conceden sus 68 años de edad, se suman sus virtudes como persona cordial, simpática, prudente y conciliadora. A esto se agregan la sencillez y la generosidad que son características de su carácter, además de sus firmes convicciones por la conquista de la paz, que lo llevaron a proponerle a Santos en el 2010 –como presidente electo– los sistemas para entenderse con las Farc y lograr el fin del conflicto.

Santos le creyó. Había aparecido el consejero perfecto. A partir de ese momento se iniciaron los contactos con el grupo guerrillero, y conforme avanzaba el tiempo, se veían mayores resultados. Henry Acosta se convirtió en el mediador ideal, no solo por la confianza que inspiraba en las dos partes, sino por su tacto, paciencia y sabiduría para conseguir fórmulas factibles de arreglo luego de vencer los innumerables obstáculos que surgían a cada paso.

Mantuvo siempre un nivel bajo, lindante con la humildad. El oficio lo cumplió en absoluta reserva. Estuvo sometido a grandes sacrificios, como la dedicación exclusiva a esa actividad altruista, que implicaba viajar de continuo, en compañía de su esposa Julieta, por trochas y montañas. Dormían en casas campesinas, en cambuches y caletas, y vivían expuestos a enormes peligros.

Para el éxito de su misión contaba con la amistad de ‘Pablo Catatumbo’, otro convencido de la paz, a quien había conocido en 1998. Este hecho fue decisivo para el contacto con las Farc, y luego para los numerosos diálogos que tuvo con la guerrilla en su condición de mensajero del Presidente.

Dice Henry Acosta en su libro El hombre clave, publicado hace poco con el sello editorial de Aguilar, que existieron diferencias notorias en los contactos de Uribe y de Santos con las Farc.

Uribe solo reconoció una vez la existencia del conflicto armado interno de Colombia, mientras que Santos aceptó ese hecho con carácter constitucional. Uribe quería negociar con las Farc la entrega de las armas, pero no el conflicto. En cambio, Santos buscaba los caminos de la reconciliación que llevaran a la dejación de las armas. Dos estilos contrarios. A la postre el que triunfó fue el de Santos mediante la firma del acuerdo final de la paz.

El Espectador, Bogotá, 26-XI-2016.
Eje 21, Manizales, 25-XI-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-XI-2016.

Comentarios

Me parecen muy valiosos los numerosos documentos y patriótico su gesto de apoyo a la paz, con muchas experiencias difíciles y de alto riesgo. César Hoyos Salazar, Armenia.

Desconocía la existencia de Henry Acosta y por supuesto su influencia en favor de la terminación del conflicto. Siempre hay protagonistas ocultos en los procesos importantes. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Qué bien reconocer los esfuerzos meritorios de los nuestros, que sin hacer mucho despliegue de protagonismo sirven a los intereses del país. Eduardo Orozco Jaramillo, Armenia.

Entre las múltiples virtudes de este hombre memorioso, con su libro que es testimonio literario, político y social de transparencia, lealtad, discreción y total amor por su país y por la paz, sin asumir posiciones radicales, destaco también la de ser este quindiano-caleño un corresponsal activo quien, a sus amigos, nos mantiene informados con minuciosidad sobre múltiples aspectos de los actuales procesos de la paz. Cuando se hable del libro y del histórico rol desempeñado por Henry, es insoslayable destacar, además, el arduo trabajo que a la par con Henry desarrolló «Dulcinea», su esposa Julieta López. Desde sus sensatas descripciones y develamientos políticos, los lectores podrán tener otra visión de las Farc-EP, no condicionadas por los medios habituales que tanto daño le hacen a la verdad. Umberto Senegal, Calarcá.

Recetas de mamá Astrid

martes, 9 de agosto de 2016 Comments off

La sazón de este libro

 

 Gustavo Páez Escobar

 

Portada y contraportada-lomo letra despegadaCuando nos casamos, hace 53 años, Astrid no sabía cocinar. A pesar de que la señora Graciela, mi suegra, era experta en la preparación de deliciosos platos, mi adorada esposa no había tenido la ocasión de practicar el arte culinario.

Instalados en nuestro apartamento de recién casados, la primera empleada que tuvimos fue María Santos, una muchachita de 16 años –risueña, pero torpe–, a quien contratamos para pequeños menesteres por recomendación de una parienta de Astrid, a sabiendas de que carecía de formación para manejar la cocina. Por el contrario, era a ella a quien había que enseñarle. Nunca la hemos olvidado.

En tales condiciones, la nueva ama de casa telefoneaba con frecuencia a su amiga Yolanda Morris en solicitud de ayuda para salir de apuros. Astrid comenzó a aprender las recetas que le dictaba su maestra, y al paso de los días se maravillaba de los progresos que obtenía.

Así, fue descubriendo su agrado y aptitud para la elaboración de los alimentos. Los dos éramos amigos de la buena mesa, y por fortuna nunca hemos perdido ese placer. Durante los días del noviazgo hicimos del Chalet Suizo, en el centro de Bogotá, el sitio preferido para nuestras cenas románticas. Y no hemos dejado diluir ese recuerdo.

Allí planeamos el matrimonio bajo los aromas placenteros de la buena cocina  y, sobre todo, bajo el impulso del amor que nos embriagaba el alma.

Hicimos el curso prematrimonial en la parroquia de Santa Teresita, situada a pocas cuadras de donde vivía Astrid (Park Way de la Soledad). Entonces no era obligatorio el curso para casarse, pero la fama que tenía el padre José Miguel Miranda como el mejor orador sagrado de Bogotá nos entusiasmó para asistir a las conferencias.

En el programa figuraban, fuera del párroco, un economista, un sicólogo, un abogado, un médico, una médica (exclusiva para las mujeres, por razones obvias), un ama de casa y un padre de familia, todos versados en el difícil campo de la vida conyugal.

A las novias se les inculcó la importancia de ser mujeres hacendosas, aspecto que exige la esmerada atención de la casa y el acertado manejo de la cocina, por donde pasa la economía hogareña. Sitio que debe volverse fábrica de manjares para darle goce al paladar y hacer grata la existencia.

Seis años después nos trasladamos a Armenia. Desde el inicio matrimonial, Astrid ejercía de tiempo completo, con absoluta dedicación y exquisito gusto por el ornato y el florecimiento del hogar, su labor como gerente ejemplar de la casa. Entre ambos constituimos una sociedad consciente de propiciar la felicidad familiar y buscar horizontes para engrandecer la vida.

Mi laboriosa compañera fue acumulando receta tras receta que recortaba de periódicos y revistas, y otras las aprendía de sus amigas. Cuando el material fue abundante, lo pasó a mano a un cuaderno. Hasta que se volvió idónea en el arte de la cocina. En Armenia hacíamos periódicas y memorables reuniones con nuestras amistades, siempre alrededor de la fragante cocina y bajo el estímulo de los alegres aperitivos.

Quince años después estábamos de regreso en Bogotá. En la parroquia de Cristo Rey se matriculó en clases de alta culinaria que dictaba, para apoyar obras benéficas, una prestigiosa profesora del ramo.

Algún día Gustavo Enrique le dijo a mamá Astrid que deseaba festejar su cumpleaños con una frijolada que quería compartir con un grupo de compañeros de Codensa. ¿Cuántos? No más de doce. Pero resulta que fueron más de veinte. A partir de entonces se hicieron famosas las frijoladas en cada cumpleaños. La última congregó a cincuenta personas.

El día miércoles de cada semana está dedicado a almorzar con los hijos en nuestro apartamento. Es un almuerzo institucional que nos reúne en familia y nos regocija la vida. Ese día prepara Mónica, bajo las indicaciones de Astrid, los mejores platos de la semana, sacados del recetario. El hotel Mamá es sitio inmejorable para el encuentro, el conocimiento y discusión de los problemas, las fórmulas de solución, la propuesta de planes, la unión y la armonía de la familia. Y mantiene las puertas abiertas.

El cuaderno inicial de fórmulas culinarias lo trasladó Astrid a un libro de pasta dura en el que recogió, en 158 páginas, todas sus recetas. Un día me reveló que pensaba dejar una herencia especial a los hijos. Y comenzó a copiarlas a mano, con formidable paciencia e infinito cariño. Pasaba días enteros en la mesa del comedor (elemento esencial de la buena cocina), concentrada en su tarea maternal y feliz con el legado que adelantaba en completo silencio.

Escribió uno por uno, con su entrañable pulso de madre –que solo conocen las madres–, los tres libros de recetas que entregó a los hijos. Libros exclusivos y de edición única. Libros de oro. De paso, quedaba asociada a mi propia vida de escritor. La alianza perfecta. Para comprometerme con su obra, le colaboré con los índices.

En idea genial, los hijos acordaron imprimir las mismas recetas que ella les había transferido –y que representan un mensaje esplendoroso de la sangre y el corazón– en este libro confeccionado por la tecnología moderna. Y obsequiárselo a  mamá Astrid, la chef y la consejera insuperable, este 8 de agosto, cuando da un paso más en su etapa venturosa de la edad dorada.

Así pues, se unen estos homenajes mutuos, entrelazados por un mismo sentimiento: el que corre por las venas de los padres y los hijos, pero que solo es hermoso y valedero cuando el amor perdura como vínculo indisoluble.

Bogotá, agosto de 2016.

Contraportada

Astrid Silva de Páez nació en Bucaramanga, la Ciudad Bonita, bajo el signo de Leo, que simboliza el fuego. Del fuego se derivan la energía, la creatividad, el entusiasmo, la efusividad, la generosidad, el buen corazón. De corta edad se estableció en Socorro, donde sus tíos maternos eran comerciantes destacados. Allí hizo sus estudios primarios. Sus padres se habían separado. Cinco años después volvió a Bucaramanga, donde cursó el bachillerato.

A los dieciséis años iba a ingresar de monja. Pero un sacerdote le hizo ver que ese hecho podría enfermar a su mamá, y por eso desistió de la idea. Por aquellos días, Astrid integraba una asociación de muchachas de la misma edad que cumplían obras sociales en los barrios pobres de la ciudad. La compenetración con la miseria humana movió su alma religiosa.

En Avianca tuvo su primer empleo, y al año siguiente se trasladó a Bogotá. Durante seis años fue secretaria de la presidencia de la General Electric, entidad en la que gozaba de general aprecio (y era pretendida por un gringo enamorado suyo, que ella eludía por no ser su tipo).

Años atrás había buscado ser la esposa de Cristo, y de pronto se le presentó el amor humano. Se casó con el banquero y escritor Gustavo Páez Escobar, y seis años después se radicaron en Armenia, donde él ocuparía la gerencia del Banco Popular durante quince años. De regreso en Bogotá, el matrimonio se dedicó a la educación universitaria de sus hijos (Liliana, Fabiola y Gustavo Enrique). Cumplida la misión, disfrutan hoy de la etapa del reposo bajo el fulgor de la primera nieta, Valeria, una estrella sorpresiva que colma de regocijo a toda la familia.

El hogar ha sido para Astrid la razón de ser de su vida. El cariño por los hijos no tiene límites. Se ha integrado, con absoluta solidaridad y entusiasmo, a la vida literaria de su esposo. Además, posee vena sensible para el arte: ha tomado varios cursos de pintura y le encantan la lectura y la música. Este libro es refulgente símbolo familiar de los valores del amor y del espíritu.

Los Editores

escritor@gustavopaezescobar.com.

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Dos libros con alma quindiana

jueves, 21 de julio de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La escritora, periodista y educadora Gloria Chávez Vásquez, oriunda del Quindío, cumple 46 años de residencia en Estados Unidos. Allí ha publicado la mayoría de sus libros y de sus artículos de prensa. Ahora sale a la luz su novena obra, que lleva por título El libro de Yodín, y se puede adquirir a través de su página web.

En esta novela me ha despertado especial interés, como morador que fui de Armenia durante 15 años, encontrarme con el despegue del pueblo grande que era, hacia la ciudad moderna que llegaría a ser.

La protagonista repasa su familia, su barrio en formación, la vida social del pueblo, y trata de entender lo que le ha tocado vivir. Regresa a su adolescencia, evoca la naciente sensualidad, asiste al colegio de monjas, se acuerda de los muchachos enamorados, y en ese itinerario surgen veleidades, sueños y frustraciones.

Se construyen otras calles, aparecen personajes singulares, crece la familia, soplan nuevos vientos en el contorno. El pueblo comienza a borrarse, al tiempo que emerge la ciudad. Con la mutación y el progreso, con la irrupción del ruido y la alteración del sosiego, aumenta en Maribel “la necesidad de escapar a otra parte”. Palabras textuales que pintan una etapa de la vida de Gloria Chávez.

Novela de introspección, de vuelta al recuerdo, de arraigos y desarraigos, de buceo en la niebla y en la oscuridad, de apertura de otras dimensiones. Y también de identidad con la familia, ya que el libro está dedicado a sus ocho hermanos. En el éxodo de la patria chica anduvo lacerada la vida del inmigrante, que Gloria sufrió durante largo tiempo, hasta lograr la tranquilidad actual. Tranquilidad relativa en medio de la distancia de sus lares perdidos en las brumas del tiempo.

Leído el libro, me queda el sabor de la soledad que se percibe en Maribel. Para mitigar ese estado del alma, ella dialoga con el mago Yodín, espíritu que le susurra consejos al oído y le dicta sabias enseñanzas de vida.

* * *

En el Quindío ha nacido un nuevo escritor: Josué Carrillo, ingeniero geólogo de la Universidad Nacional y doctorado en la Universidad Técnica de Aachen (Alemania). En dicho país vivió durante largos años, y ha vuelto a su tierra nativa, donde en la edad dorada se revela como autor de tres libros de literatura: Memorias de un estudiante desmemoriado (2014), Un cuyabro en Alemania (2015) y Te acordás hermano qué tiempos aquellos y otras crónicas (2016).

Tuve la oportunidad de descubrir en el último de ellos a un prosista de estilo  ameno, ágil y descriptivo, que se solaza con la Armenia de mitad del siglo pasado y pinta a la maravilla sus modas y costumbres, entreveradas con el transcurrir de personajes singulares que marcaron la época.

Entre esos personajes está Vicente Giraldo, gran promotor del civismo y el progreso regionales. Una de sus empresas era Vigig, dedicada a la fabricación de arietes hidráulicos, trapiches y despulpadoras. Otra, la que elaboraba el champú Caspidosán Vigig, para eliminar la caspa, y el jabón Afeitol Vigig, para ablandar la barba. Sobre el primer producto, una propaganda decía: “Si no le cura la caspa, córtese la cabeza”.

En la Tipografía Vigig publicaron sus primeras obras los escritores quindianos. Y se editó Mi Revista, que bien puede considerarse la mejor del país en los años treinta. Yo conocí la colección completa que guardaba, con el mayor celo, mi amigo Mario Álvarez Maya, y escribí, entre agosto y septiembre de 1980, diez crónicas en La Patria de Manizales con el título La Armenia antigua, las que pueden consultarse en mi página web. Hoy casi nadie conoce la existencia de dicha revista.

Otro personaje que se airea en las páginas de Josué Carrillo es Euclides Jaramillo Arango, que nació en Pereira, y más tarde se radicó en Armenia, donde cumplió brillante labor como escritor, dirigente cívico y cafetero. Cuando alguien se mostraba indeciso para emprender un acto, Jaramillo Arango le decía, como empujándolo: “Hágalo, no se quede con la gana de hacerlo, que la vida es un quitadero de ganas”.

Sobre Evelio Quintero Villa, residente en Montenegro, dice que “fue una personalidad inclasificable y fascinante”. Era amante de la música y el arte, la poesía y las flores, y muy apasionado por la colección de guaquería que guardaba en su vivienda.

Desfilan actores de la vida pintoresca, como Repollito, que debía su nombre a su estatura de enana y era invitada de honor a las comparsas y las fiestas populares; o el “Conde del Jazmín”, o “Doctor Cuajada”, personaje entre excéntrico y fantástico, con toques de genialidad y locura; o el “Mocho” Jaramillo, que estacionaba su esbelto caballo frente al café “Destapado”, y la gente acudía a leer los anuncios de propiedad raíz que se anunciaban en el pescuezo, las ancas y los ijares del animal.

Y la “Ñata Tulia”, dueña de un renombrado burdel por cuya puerta penetraban con sigilo los notables de la población. Ella era muy complaciente con los jóvenes, a quienes enseñaba con generosidad las artes amatorias. En su honor, Alberto Gutiérrez Jaramillo, célebre por su chispa repentista y picante, escribió este soneto:

Era la «Ñata Tulia” un monumento / sin pedestal en mi ciudad, rescoldo / de un juego juvenil, vaso sin fondo, / lista al amor para cualquier momento. / Nos explicaba el sexto mandamiento, / y en la 50 levantó su toldo. / ¡Qué teatro era aquel! Mondo y lirondo / nadie la superó en sus movimientos. / De acuerdo al feligrés ella cobraba; / la tarifa no obraba en la premura / pues era Tulia la que más gozaba. / Todo Armenia recuerda su dulzura, / puesto que su portal lo traspasaban / ¡el notario, el alcalde y hasta el cura!

El Espectador, Bogotá, 15-VII-2016.
Eje 21, Manizales, 15-VII-2016.

Comentarios

En el meticuloso y acertado análisis de ambas obras, tanto la de Josué como la mía, ofreces a tus lectores lo mejor de nuestras intenciones. Muchas gracias por hacer las cosas tan bien hechas. Como decimos por aquí: haces la tarea. Y la haces a conciencia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Me parece que se excedió; emplear la palabra escritor, tal vez sea demasiado pretensioso. Sin embargo, no deja de ser muy grato leer sus comentarios; aunque soy modesto, no dejo de recordar el “vanidad de vanidades” que dice el Eclesiastés del rey Salomón, y siento que con las palabras del artículo se ha inflado un poco mi ego. Créame que su opinión es un estímulo y me compromete a mejorar y a superarme en mi nueva ocupación de jubilado. Josué Carrillo, Armenia.

Interesante y provocador el libro del geólogo, no porque trae a recuerdo ese monolito inmarcesible del Quindío que fue, es y deberá ser Euclides Jaramillo Arango, sino porque les deja una huella a esos quindianos de hoy que creen que Vigig no existió poniendo granos de arena para que Armenia fuera lo que es hoy. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Con Josué Carrillo he tenido amistad desde que, siendo yo gerente de Empresas Públicas de Armenia durante el terremoto y la reconstrucción, con Josué ideamos la nueva estación de bombeo para la planta de Regivit y contraté con él los diseños para reforzar en concreto tres de los 21 túneles que traen el agua a Armenia desde la bocatoma, en La Playa (Salento), sobre el río Quindío. (Además de su amena pluma, tiene un verbo cargado de picaresca que resulta definitivamente entretenedor). Extraordinario el soneto del poeta Alberto Gutiérrez, quien fue un hombre excepcional, no sólo por su gran versatilidad para improvisar y su fino humor, sino por su visión como ingeniero. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Aprecio tus enormes cualidades y condiciones de gran ciudadano y admiro al escritor que se llevó para siempre en su corazón al Quindío. Ojalá entre nuestros coterráneos existiera el sentido de pertenencia, la admiración y el amor que siempre ha demostrado en su obra literaria y sus columnas mi siempre apreciado Gustavo Páez Escobar. Jorge Eliécer Orozco Dávila, Armenia.

Respuesta. Muchas gracias, Jorge Eliécer. El Quindío sigue y seguirá vibrando en mi sentimiento. Gustavo Páez Escobar.

La fulgurante Rosa Montero

domingo, 22 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

A la escritora y periodista española Rosa Montero (Madrid, 1951) la conocí por La loca de la casa (Alfaguara, 2003). Es libro alucinante que se mueve entre la novela, el ensayo y la autobiografía y representa un manual para el arte de escribir. Al mismo tiempo que deleita, le enseña al escritor normas valiosas para su oficio.

Leo ahora este nuevo libro suyo, tan fascinante como el anterior: La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013). Como él, es obra que no puede situarse en un género preciso, y de hecho posee los mismos ingredientes que se hallan en el título atrás citado. En este lapso de diez años no son muchos los libros que ha escrito Rosa Montero, y así practica una de las reglas que pregona: que al escritor no le conviene crecer demasiado y debe preocuparse más por la calidad que por la cantidad si aspira a conquistar el favor del lector. Al público no hay que fatigarlo.

Ella gasta entre tres y cuatro años en la redacción de la nueva novela y solo la entrega al público cuando está convencida de que ha sabido emplear todos los recursos de la buena escritura. De lo contrario, vuelve a comenzar. “El buen artista –dice– sólo sabe escribir bien, de la misma manera que el malo sólo es capaz de escribir mal”. De este modo, sigue las reglas de Flaubert, cuya obra trasciende –siglo y medio después de su tiempo– por la brevedad, la concisión, el rigor y la elocuencia de su contenido.

En las 237 páginas de La ridícula idea de no volver a verte, que he leído de un tirón y con absoluto placer, establezco dos factores primordiales de la existencia: el amor y la muerte. Son ellos los que configuran el tránsito del hombre sobre el planeta. El amor concluye en la muerte, es una verdad inexorable. Sin amor no tendría sentido la vida. La propia muerte en un acto de amor.

La escritora describe en prosa tersa e impactante la vida de Marie Curie, laureada dos veces con el Premio Nóbel, en Física y Química, y se siente deslumbrada por la personalidad de esta mujer admirable que, contra múltiples obstáculos, no solo desarrolla los avances de su ciencia, sino que se defiende como mujer en aquel mundo dominado por el predominio machista de sus días.

Marie Curie va de la mano de su marido Pierre Curie. Con él obtiene el Nóbel en Física. La pareja protagoniza un caso excepcional de consagración al estudio, de convivencia ejemplar, de desafío y superación del medio estrecho en que deben cumplir sus investigaciones y subsistir al mismo tiempo. Cuando fallece el esposo, Marie se siente desolada. Su terrible viudez se hunde en la soledad más pavorosa. Más tarde le aparece un amor súbito, un compañero de ruta, y ella vuelve a vivir. Está en su derecho. Pero la rigurosa y mojigata sociedad de la época la condena y la maltrata por ser él hombre casado, en plan de separación.

Un día Rosa Montero descubre el breve y estremecedor diario escrito por Marie Curie en su primer año de viudez. Y se siente sobrecogida. Es un diario movido por el dolor, el desamparo y el recuerdo de su esposo, hechos que la mueven a trabajar la imagen del amor y la muerte, que es la vértebra de su nuevo libro.

También Rosa Montero ha tenido su propia tragedia al perder a su compañero de 21 años de convivencia. Esto le ha truncado la vida, lo mismo que le sucedió a Marie Curie. Son dos casos paralelos que unen a estas mujeres que se encuentran en la distancia del tiempo, y que la española solo menciona en forma incidental, sin darle mayor realce a su propio dolor, pero que de todas maneras establecen un destino común entre ambas. El amor y el dolor –como la muerte– son los compañeros más seguros en el recorrido del hombre sobre la tierra.

El Espectador, Bogotá, 18-X-2013.
Eje 21, Manizales, 18-X-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-X-2013.

* * *

Comentarios:

Carmen Sotomayor, colega española de mi Universidad, ha escrito mucho sobre Rosa Montero. La he leído varias veces a través de El País. A ella he trasladado tu artículo, y sé que le encantará leerlo. Ramiro Lagos, Greensboro (USA).

El libro Historias de mujeres, de Rosa Montero, es bellísimo. Muy concreta tu referencia sobre la escritora, donde destacas sus méritos esenciales. Hay que leer esta nueva obra. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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Cartas de amor

domingo, 22 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Bajo la dirección de los hermanos Alberto y Lucía Donadío –propietaria en Medellín de Sílaba Editores–, se publicó en dicha editorial el libro que lleva por título Me he traído tu alma. Se trata del epistolario amoroso de Alejandro Galvis Galvis con su novia, y luego su esposa, Alicia Ramírez Nava, que ella guardaba en el cofre secreto que por casualidad fue encontrado por sus hijas Hortensia y Silvia durante los días en que la destinataria de las cartas estaba muy enferma (moriría en octubre de 2008, a los 86 años de edad).

Alejandro Galvis fundó en Bucaramanga, en 1919, el periódico Vanguardia Liberal; en 1938 se casó en Méjico con Tita Baroni, y meses después quedó viudo. A su regreso a Bucaramanga luego de desempeñar su misión diplomática, se recogió en su finca Galvisia y desde allí se desplazaba a cumplir su oficio periodístico.

En junio de 1940, a la edad de 49 años, conoció a Alicia Ramírez, linda joven de 19 años que apenas acababa de salir del colegio, y de inmediato se enamoró de ella. Amor a primera vista. “Un corazón apenas entreabierto, como un botón de rosa, una chiquilla sin casi malicia, ni conocimiento de la vida y los hombres (…) un alma blanca”, así la define el pretendiente. El amor se tornó mutuo, y la amada hizo caso omiso de la diferencia de treinta años de edad que había entre ellos.

La mayor intensidad de este amor súbito, cumplido en noviazgo de siete meses, se realizó por cartas entre Bogotá, donde Alejandro Galvis desarrollaba su actividad política en el Senado, y Santander, donde residía su novia. La primera carta que a ella dirigió está fechada el 14 de agosto de 1940. El matrimonio tuvo lugar en Curití, en enero de 1941, y duró cuarenta años en absoluta armonía. Así se vivía el amor de entonces.

Las cartas eran el canal más genuino, más delicado y entrañable para que los enamorados se expresaran sus sentimientos. Hoy la correspondencia afectiva ha desaparecido de las costumbres, y es preciso hacer un réquiem sentido, frente a este recobrado tesoro sentimental, por el idilio tierno y fantástico, inexistente en nuestros días, que nos dejan ver los herederos de Alejandro Galvis en estas cartas íntimas. Una nota gallarda que engalanaba la vida social de hace siete décadas. El amor será siempre el cemento más sólido que une a la humanidad. En el lado opuesto están el odio y la destrucción.

Se trata, cómo no, de una curiosidad doméstica que dejó perder nuestra época deshumanizada. Y retrata muy bien los finos hábitos del ayer, tan contrarios a la frivolidad y la ligereza –por no decir la tosquedad o la rudeza– que suelen mover las relaciones de pareja en la actualidad. Son pocos los epistolarios amorosos editados  en el país. Otro es el de Silvio Villegas con Carlota, recogido en la obra El hada Melusina (Panamericana, 1996). En España está el de Antonio Machado con Guiomar, hoy de difícil consecución, y muy apetecido en el mundo de las letras.

Gracias a la gentileza del escritor y periodista investigativo Alberto Donadío, yerno de los esposos Alejandro Galvis Galvis y Alicia Ramírez Nava (y cuya esposa Silvia Galvis, directora que fue de Vanguardia Liberal, murió hace cuatro años), me he deleitado con esta preciosa edición. Con ella, Sílaba Editores inicia la colección  En voz baja, dedicada a epistolarios, biografías, diarios, memorias, libretas de apuntes y otros textos similares. Maravillosa idea.

Coincide esta columna con la celebración del Día Mundial del Correo, este 9 de octubre. La ocasión no puede ser más propicia para rendir honores a las cartas de antaño representadas en el bello epistolario que da lugar a estas líneas.

El Espectador, Bogotá, 11-X-2013.
Eje 21, Manizales, 11-X-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-X-2013.

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Comentarios:

Es imposible describir la ansiedad que nos despertaba el recibir una carta. Ese lapso mientras buscábamos con qué abrir el sobre, o si tocaba romperlo, hacerlo con mucho cuidado para no ir a dañar el texto. Si la misiva era de la novia, olerla, tocarla, mimarla… Pablo Mejía Arango, Manizales.

Muy acertadas reflexiones sobre el amor de ayer y el de doy, «tan pagano», quiero decir, tan poco espiritualizado y romántico, como los concebimos nosotros los viejos amantes de la poesía en carne de espíritu y en espejos de perfumados donaires. Ramiro Lagos, Greenboro (USA).

Me apasiona el género epistolar. Muy interesante que en medio de tanto silencio se haya publicado esta obra; casi nunca es posible hacerlo, y se pierden en el olvido estas  cartas de amor por el secreto implícito que conllevan. Inés Blanco, Bogotá.

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