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El ocaso del caudillo

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Alguien afirmaba en estos días, con tono más triunfalista que realista, que “habrá Castro para rato”. Con esta expresión quería dar a entender que la salud del caudillo, bastante deteriorada después de la operación quirúrgica a que fue sometido, se restablecería en poco tiempo y él reasumiría el mando con la misma capacidad de que ha hecho gala durante su permanencia en el poder.

Sin embargo, lo que salta a la vista es la decrepitud inexorable de un estado físico que ya no da más. De aquel Castro que el mundo conoció lleno de vitalidad y que se daba el lujo de pronunciar discursos kilométricos sin ningún signo de cansancio, queda muy poco. Las escasas fotografías que llegan a la prensa durante el período de convalecencia, que deben entenderse como las poses que más lo favorecen –a él y a su régimen–, muestran a un hombre macilento, con mirada opaca y expresión mustia.

Este aspecto decadente contrasta con el del bizarro guerrillero que en 1959 salió victorioso de la Sierra Maestra y aplastó la dictadura de Batista, para luego asumir la jefatura de las fuerzas armadas y más tarde la del gobierno. Su triunfo fue vitoreado por los sistemas democráticos. Pero a esa dictadura siguió una más larga y obstinada, de medio siglo hasta el día de hoy, que acarreó graves perturbaciones en el campo de las libertades. La adhesión de Castro a la doctrina socialista ocasionó el bloqueo económico de Estados Unidos sobre la isla, aguda crisis que ha causado desesperación y miseria para el pueblo cubano, y mantiene en el destierro a miles de personas enemigas del régimen.

Castro, el hombre férreo que parecía eterno, camina hoy paso a paso hacia su final, y esto es inocultable. No solo hacia el final de su mandato, sino al de su propia vida. Su caso es similar al ocurrido en otros países, cuando por motivos de conveniencia de un gobierno se ha buscado prolongar la esperanza sobre la salud del personaje difundiendo imágenes aparentes. Esto puede suceder en las dictaduras, mas no en las democracias.

Con motivo de los ochenta años de vida del mandatario cubano, su homólogo de Venezuela, que participa de sus políticas, fue hasta el lecho del enfermo a congratularlo y de paso a tomarse una foto con él –que le diera la vuelta al mundo– como señal de supervivencia del caudillo. Allí apareció el líder con rostro demacrado y claros vestigios de deterioro general. Ni siquiera el atuendo deportivo que lucía pudo transmitir el aspecto saludable que se buscaba. El sigilo que ha girado en torno a su enfermedad no ha hecho otra cosa que incrementar rumores funestos.

Esa foto indicó que Castro no había muerto, como se especulaba, pero no consiguió demostrar que estuviera muy vivo. De todos modos, su resistencia física, en lucha aguerrida y sin tregua contra los grandes enemigos que se han opuesto y se oponen a su régimen totalitario, ha sido colosal. El solo hecho de mantenerse durante medio siglo desafiando el poder avasallante de Estados Unidos y de lograr, con todo, un fuerte liderazgo en América, con resonancia en el mundo, lo señala como uno de los líderes más trascendentes y recios de la historia universal. Por eso, su imagen histórica será siempre controvertida.

Su gobierno y su personalidad están rodeados por el mito. La verdad y la mentira, el chisme y la ficción, la tiranía y los logros sociales en algunos frentes (como el de la sanidad y el de la educación), han sido elementos entrecruzados de su gobierno. Su propia vida privada está rodeada de misterio, sobre todo en el campo de las mujeres, y hasta ahora comienza a verse la claridad. Con el tiempo se conocerá otro enigma: el de su fortuna personal, aspecto inescrutable que ha causado curiosidad general y que se ha mantenido entre bambalinas.

Uno de sus críticos más implacables, el prestigioso escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner, sostiene la tesis de que el castrismo morirá con Castro. Y aduce argumentos como los siguientes: el haber aplastado con su enorme peso todas las instituciones del país; la desmoralización de la clase dirigente, que busca en secreto cambios profundos; el fracaso de las medidas económicas, que mantienen al pueblo hundido en la miseria; la presencia de una oposición democrática dentro y fuera de Cuba, que persigue la transición pacífica hacia la libertad; el propósito de Estados Unidos de contribuir a la instauración de un gobierno democrático y al  fortalecimiento de la economía.

Cualquier cambio en el rumbo de Cuba depende hoy de la salud de Castro. Si él no regresa al poder por decadencia física o debido a su deceso, no parece que la fórmula ideal para remplazarlo sea su hermano Raúl. En él no se reconocen capacidad de estadista, imagen ni fuerza suficiente para administrar un país en bancarrota y a la deriva, cuyo grado de postración ha llegado a límites angustiosos.

Al ocurrir el ocaso del caudillo, grandes interrogantes se ciernen sobre el futuro de la isla. Por supuesto, los pueblos libres miran con esperanza el regreso de Cuba a la libertad. Frente a ese horizonte nebuloso, nada tan deseable para la democracia como que sea la sensatez la que determine los caminos correctos.

El Espectador, Bogotá, 2 de octubre de 2006.

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Alberto Lleras: conciencia moral del siglo XX

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Entre las grandes calidades que marcaron la personalidad del presidente Alberto Lleras Camargo, la más sobresaliente es, sin duda, su moral acendrada. Esa brújula dirigió todos sus actos, tanto en la actividad pública como en su vida privada.  En la política, caracterizado por la ecuanimidad, la serenidad y la disposición al diálogo, fue respetuoso con los rivales del partido contrario, y dentro de su propia colectividad guardó absoluta compostura con quienes no compartían sus ideas.

Esto no se oponía a que fuera vehemente en la defensa de sus principios. Su opinión, en cincuenta años del siglo pasado –hasta que él mismo quiso marginarse de la política, argumentando quebrantos de salud en sus últimos tiempos–, pesaba en la nación como la de un certero orientador de la democracia. Resulta imposible concebir el desarrollo social y político de Colombia durante el siglo XX sin incluir a Lleras Camargo entre sus líderes más probos y decisivos.

Como político y gobernante, tuvo actuaciones grandiosas que lo engrandecen ante la historia. Con la tranquilidad y la firmeza de su voz, en julio de 1944, como Ministro de Gobierno, aplasta el movimiento sedicioso que había puesto preso al presidente López Pumarejo en la ciudad de Pasto. Como Primer Designado, en 1945, entra a ocupar la Presidencia por renuncia de López, y al año siguiente, dividido su partido entre Gaitán y Gabriel Turbay, sale victorioso el candidato conservador, Mariano Ospina Pérez.

En momentos de agudo enfrentamiento partidista como el que se vivía entonces, muchos de sus copartidarios le aconsejan que no entregue el poder. Pero él, obrando con el pundonor y el sentido republicano que lo distinguen, cumple con dignidad y gallardía el mandato de las urnas. Para él, la moral política estaba por encima de mezquinas apetencias que destrozaban la armonía entre los dos partidos.

Cuando se siente la peor época de terror y represalia implantada por el gobierno militar de Rojas Pinilla, renuncia a la rectoría de la Universidad de los Andes para dirigir un movimiento que active las fuerzas vivas de la nacionalidad y retorne al país a la democracia. Busca en España al presidente derrocado, Laureano Gómez, que es al propio tiempo la persona más importante del partido conservador –y de quien lo separan hondas ideologías–, y suscribe con él los pactos de Benidorm (24 de julio de 1956) y de Sitges (20 de julio de 1957), que ocasionan el desplome de la dictadura y originan el Frente Nacional.

La alternación en el poder de los dos partidos tradicionales por espacio de 16 años, si bien es criticada con el paso de los días como un sistema perjudicial para el ejercicio de la oposición, representa en el momento un mecanismo eficaz para restablecer el orden quebrantado y propiciar la convivencia de los colombianos. Es el jefe conservador quien señala el nombre de Lleras para iniciar ese período histórico, y el país acoge con entusiasmo esa proclamación. Ante Laureano Gómez, presidente del Congreso, Lleras se posesiona como primer presidente del Frente Nacional, el 7 de agosto de 1958.

Su Gobierno se caracteriza por la pulcritud, la concordia partidista, el respeto a la constitución y el progreso social. Debe enfrentarse, sin embargo, a serios problemas de orden público, y en su propio partido,  a la fuerte oposición de López Michelsen, que se declara en disidencia contra el Frente Nacional. Lleras instituye un mandato equilibrado, reflexivo y firme, que se nutre de la legalidad, el decoro y el espíritu republicano, ejes primordiales que siempre han gobernado su desempeño público. Al término de su administración, la nación entera lo aplaude.

No se sabe qué admirar más en Alberto Lleras Camargo: si al estadista o al hombre de letras. En este último campo, autor de memorables escritos que van quedando registrados en periódicos y revistas, y de magistrales discursos que fijan el derrotero de sucesos destacados, su pluma pasa a la historia como forjadora de páginas de la mejor estirpe literaria.

Este 3 de julio, al celebrarse los cien años de su natalicio, Colombia rinde cálido tributo de admiración a uno de los mayores protagonistas del siglo XX, cuya vida inmaculada debe imitarse por políticos y ciudadanos del común, y cuyo acervo intelectual sirve de paradigma para un país que se ha olvidado de la disciplina de pensar.

El Espectador, Bogotá, 4 de julio de 2006.

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El año de Alberto Lleras

martes, 20 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con motivo del centenario del presidente Alberto Lleras Camargo, que se cumple el 3 de julio, Villegas Editores publicará, con prólogo de Otto Morales Benítez, una antología compuesta por cinco volúmenes, con el siguiente título: Alberto Lleras, 100 años: presencia cultural, política e internacional de la democracia colombiana.

El día del aniversario, la Academia Colombiana de Historia exaltará en sesión solemne la memoria del estadista y presentará el libro Sendero histórico y humanístico de Alberto Lleras, de la autoría de Morales Benítez.  Por su parte, el Club de Abogados editará el libro Sentido democrático de lo jurídico, en el que se analizan diversos asuntos relacionados con el Derecho, ocurridos en el gobierno de Lleras. Estos son tres proyectos en marcha (y aparecerán otros), con que se busca engrandecer el suceso que se aproxima.

Morales Benítez, uno de los colombianos que estuvieron más cerca del personaje, tanto en lo político como en lo intelectual, sugiere que el gobierno decrete este año como el “año de Lleras”, para realzar el significado histórico del gran colombiano en las diversas facetas de que es tan rica su existencia: en la democracia, en el ejercicio del poder, en el manejo de la palabra, en el empleo de la inteligencia.

Pocos compatriotas registran el cúmulo de realizaciones alcanzadas por Lleras en más de 50 años de ejercicio político durante el siglo pasado. Morales Benítez fue dos veces ministro en la segunda administración de Lleras (del Trabajo y de Agricultura), y además secretario suyo cuando el caudillo asumió, casi en la clandestinidad (tras renunciar a la rectoría de la Universidad de los Andes), la jefatura del movimiento que derrocó al general Rojas Pinilla.

La austeridad y la modestia fueron virtudes sobresalientes que enmarcaron la vida de Lleras, tanto en el desempeño público como en su vida privada. Bajo esa norma severa, huía de toda pompa que significara la relevancia de su nombre. En el campo editorial, no fueron muchos los libros que publicó, y siempre fue esquivo a esa vanidad. Pero sus ensayos, columnas de prensa, conferencias y discursos, regidos todos por su estilo magistral, darían lugar a la formación de varios volúmenes que entidades y amigos se encargarían de editar.

En 1987, con el auspicio de la Federación Nacional de Cafeteros y la Flota Mercante Grancolombiana, fueron publicados dentro de la Biblioteca de la Presidencia de la República, en el gobierno de Virgilio Barco, cinco volúmenes de lujo que abarcan buena parte de sus escritos, bajo el título Obras selectas de Alberto Lleras. Y se recogió su propia voz en tres casetes grabados por la emisora HJCK, en los que quedan registrados, en discursos estelares, capítulos memorables de nuestro discurrir histórico.

Dentro de esta serie bibliográfica quedó incluido el primer tomo de sus memorias, titulado Mi gente, que había visto la luz una década atrás. Muy lamentable resulta que el historiador no hubiera continuado con esta obra de vasto alcance, como él se lo propuso en su planeación –y lo cumplió de manera formidable en el libro inicial, dedicado al recuerdo de sus raíces familiares–, y que tuvo que interrumpir por la decadencia de su salud en los años posteriores.

En 1992, con el patrocinio de la Universidad de Antioquia y de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín y con prólogo de Otto Morales Benítez, se editaron dos tomos con el título de El periodista Alberto Lleras, en los que se rescata una muestra significativa de su sus notas de prensa. Una vez proclamó el periodista Lleras: “Soy un laborioso trabajador de este oficio, bueno o malo, pero auténtico”.

Otra selección de su refinada prosa –una de las más castizas y galanas que se hayan dado en el país, a la vez que sobria y concisa– la realizó la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana, dirigida por Eduardo Caballero Calderón, en el libro Sus mejores páginas, escogidas por Alberto Zalamea. En fin, la obra del escritor es un lujo para muchas bibliotecas particulares. (Yo me enorgullezco de poseer los títulos antes mencionados).

Hoy cobra vigencia la figura del patriota intachable en este año que, por supuesto, debe dedicarse a revivir su memoria. Ya tendré ocasión de volver sobre la personalidad del ilustre colombiano en los campos de la política y las letras.

El centenario de su nacimiento debe llevarnos a reflexionar sobre la democracia y la cultura contemporáneas, que a veces andan de capa caída. Al asumir Lleras la primera presidencia del Frente Nacional, en 1958, la poetisa Laura Victoria le expresaba desde Méjico: “Alberto: ahí tienes la Patria, / te la entregamos toda / con sus enormes cicatrices, / su mansedumbre de relámpagos / y la moneda de sus lágrimas”.   

El Espectador, 18 de marzo de 2006.

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Comentario:

¡100 años! Cómo pasa la vida. Lo conocí muy joven, empezando su carrera política, y lo admiré siempre, hasta el final de su meritoria existencia. Fue un político recto, desinteresado, animado por el solo deseo de servir a su Patria. ¡Y cómo lo hizo de bien! Te felicito, pues, por esta página en su honor y en honor de Otto, ese otro colombiano excepcional por su inteligencia, su erudición y su trabajo en pro de la cultura. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

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Semblanza de Eduardo Santos

martes, 20 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar*

El historiador boyacense Gustavo Mateus Cortés, gran promotor de la cultura regional, publica un detenido estudio sobre las raíces familiares y el entorno afectivo del presidente Eduardo Santos. El linaje Santos, del que hace parte la heroína y mártir de la Independencia Antonia Santos (y en línea más lejana, el autor de la biografía), tiene sus orígenes en el departamento de Santander y se vincula a Boyacá en el siglo XVII.

Francisco Santos Galvis, padre de Eduardo, ocupó en Santander importante posición política y social a finales del siglo XIX, y en el año 1879 se casa con la dama tunjana Leopoldina Montejo Camero, quien por su simpatía, distinción y acendradas virtudes se hace célebre con el apelativo cariñoso de “Polita”. En 1888 nace en Tunja el futuro presidente de Colombia, y luego la familia se traslada a Bogotá.

La niñez de Eduardo Santos transcurre en el barrio de La Candelaria. Se gradúa de bachiller en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y en la Universidad Nacional obtiene el título de abogado. Después viaja a París, donde adelanta estudios de literatura y sociología. En Tunja, lugar de su nacimiento, sólo había residido los dos primeros meses de su vida. Esto determina que a lo largo del tiempo no se le conozca como tunjano sino como bogotano.

No figuraba, por supuesto, en la galería de presidentes boyacenses, aunque notables escritores como Germán Arciniegas y Juan Lozano y Lozano sabían que era nativo de aquella región. Así lo habían revelado en algunas ocasiones, pero sin mayor resonancia ante el público. En el año 2000, Mateus Cortés daba en Repertorio Boyacense, órgano oficial de la Academia Boyacense de Historia, un avance sobre este descubrimiento.

Con tal hallazgo, Boyacá pasa a tener 14 presidentes, en lugar de los 13 en que estaba detenida la cuenta desde el mandato del general Rojas Pinilla. Al cabo de los años y de paciente búsqueda, que parece tener artes de magia, la partida de bautizo fue localizada en los libros parroquiales de la catedral de Tunja, con enorme dificultad, ya que en el índice no aparecían los apellidos del bautizado, sino sus dos nombres de pila: “Eduardo Fructuoso”.

En 1913, Santos adquiere El Tiempo de manos de Aquilino Villegas, su futuro cuñado. Cuatro años después contrae matrimonio con Lorencita Villegas, con quien tiene a su única hija, Clarita, muerta en 1926 de manera trágica, pena de la que nunca logran recuperarse sus padres. Con la compra del periódico, se inicia la vida pública de Santos. Este medio se convierte en su gran enlace ante la sociedad y le permite ganar mucha imagen en el país.

Su itinerario político no conoce eclipses. Es concejal, diputado, parlamentario, gobernador de Santander, presidente del Congreso, diplomático, director de su partido, primer designado. Y en 1938, Presidente de la República. En el campo de la diplomacia, se recuerda su brillante actuación en la Sociedad de Naciones en Ginebra en torno al conflicto de Leticia. Y en el campo académico, su larga vinculación a la Academia Colombiana de Historia, de la que fue cuatro veces presidente.

Los despojos de su padre, Francisco Santos Galvis, quien en 1900, a la edad de 51 años, se suicida por causa de una enfermedad incurable, reposaban en el cementerio laico de Curití (Santander). Su hijo, al llegar a la Presidencia 38 años después, los hace trasladar a Bogotá. El biógrafo incluye en su trabajo la dramática carta que don Francisco escribió a una hermana suya el día anterior de la fatal determinación: “Cuando al corazón se le presentan grandes torturas ofrécese hermosa ocasión para viajar hacia lo desconocido, y mañana a las seis de la tarde estaré dormido a la sombra de mi árbol favorito”. En la plaza de Curití fue levantado un busto suyo como tributo de la población.

Los últimos años de Eduardo Santos, alejado de pompas y vanidades, los pasa  en medio de silencio y reflexión, entre la academia y la biblioteca. Ayuda en secreto a personas vergonzantes y sigue patrocinando las obras sociales de su esposa, muerta en 1962. Es un mecenas discreto de escritores y poetas. Hace poco vino a saberse que a Gabriela Mistral, perseguida por un gobernante de su país, le prestó valioso apoyo en medio de las angustias económicas que entonces agobiaban a la poetisa.

El autor de la semblanza enfoca su mirada hacia otros miembros prestantes de la familia. Entre ellos, Enrique Santos Montejo –el famoso Calibán–, hermano de Eduardo. En 1909, Calibán funda La Linterna en la ciudad de Tunja y allí ejerce un brillante periodismo de combate, que le trae varias excomuniones en aquella época inquisitorial de ingrata recordación. Luego, su hermano se lo lleva para El Tiempo, donde será su mano derecha  y  escribirá la columna más leída de la prensa: La daza de las horas.

Del exgobernador de Boyacá Carlos Eduardo Vargas Rubiano es la siguiente frase ingeniosa: “Con la ida de Calibán, se apagó La Linterna, pero se encendió El Tiempo”. Un hijo del segundo matrimonio de Calibán, Enrique Santos Molano (en esta dinastía abundan los Enriques), sigue las huellas de su padre y es hoy destacado periodista e historiador, autor de varios libros de renombre.

Eduardo Santos, el tunjano ilustre –y bogotano por adopción–, murió hace tres décadas, en marzo de 1974. Se trata, sin duda, de una de las figuras políticas más importantes del siglo pasado.

El Espectador, Bogotá, 14 de diciembre de 2005.

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Aclaración:

No sé si los errores son suyos o del citado Mateus Cortés, pero Eduardo Santos recibió su grado de la Universidad Republicana y su cuñado era Alfonso Villegas Restrepo y no Aquilino. Luis Enrique Nieto.

Es mío el error de decir que el cuñado de Eduardo Santos era Aquilino Villegas, en lugar de Alfonso Villegas. En cuanto a sus estudios en la Universidad Nacional, dicha información la tomé del libro de Mateus Cortés. Así figura, además, en otras fuentes que he consultado. Puede deducirse que el dato equivocado se ha reproducido en diversos textos. Gustavo Páez Escobar.

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En deuda con Ignacio Chaves

martes, 20 de julio de 2010 Comments off

Gustavo Páez Escobar*

Extensa y fructífera labor cumplió Ignacio Chaves Cuevas en el Instituto Caro y Cuervo. Ha sido uno de los grandes líderes de la entidad en sus 63 años de vida. En ese cargo lo precedieron el padre Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero (y Fernando Antonio Martínez, director encargado), todos los cuales contribuyeron en forma brillante al desarrollo del Instituto como pilar sustantivo de la lengua española en el mundo hispano.

Al Caro y Cuervo se le considera el organismo más avanzado en el estudio, difusión y  salvaguardia del idioma español. Taller acrisolado de las disciplinas del bien decir. En la administración de Chaves Cuevas, que se extendió por 19 años –desde 1986 hasta febrero del 2005–, se lograron resultados de suma importancia, como la culminación del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, programa trascendental iniciado por Rufino José Cuervo y que representa el mayor aporte al idioma, en cuya ejecución se emplearon 123 años.

En 1994 fue presentada la obra ante la Unesco, en París, como homenaje a don Rufino (cuyos restos reposan en París), con motivo de los 150 años de su natalicio,  y al año siguiente se realizó acto similar ante los reyes de España, con asistencia del director de la Real Academia Española y de otras autoridades del idioma.

En 1999, Chaves Cuevas recibió a nombre del Instituto el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades, uno de los galardones más preciados por los hispanistas. En el acta del jurado se dejó constancia de que este reconocimiento obedecía a “la dilatada trayectoria de esta institución, que a lo largo de medio siglo ha desarrollado una extraordinaria labor dirigida al conocimiento, estudio y difusión del idioma español”.

En 2001 le fue otorgado, por el Ministerio Español de Asuntos Exteriores y la Casa de América, el Premio Bartolomé de las Casas por el trabajo realizado en el campo de la lingüística indígena, y en el 2002, el Premio Elio Antonio de Nebrija, otorgado por la Universidad de Salamanca. Esta presea se había conferido a personas particulares para premiar el estudio y difusión de la lengua y cultura españolas, y por primera vez recaía en una entidad abanderada del castellano.

En el terreno colombiano y en diferentes épocas, Chaves Cuevas fue distinguido con la Condecoración Simón Bolívar del Ministerio de Educación Nacional, con la Orden Antonio Nariño del Círculo de Periodistas de Bogotá y con la Orden Andrés Bello, entre otras menciones connotadas. Su entrega a la causa de la cultura nacional tuvo siempre un propósito relevante dentro de su formación académica y su espíritu patriótico.

Fuera del Caro y Cuervo, se desempeñó como secretario perpetuo de la Academia Colombiana de la Lengua, decano del Seminario Andrés Bello, secretario del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica y de la Facultad de Economía de la Universidad La Gran Colombia, miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro de la junta directiva de la Fundación Santillana para Iberoamérica, miembro de la Casa de Poesía Silva y presidente del Consejo Superior de la Universidad Central.

En la Universidad de los Andes cursó la carrera de Filosofía y Letras. Adelantó estudios de especialización en Florencia (Italia); en Madrid, en la Universidad Complutense, y en Aix-en-Provence (Francia), en el Instituto de Estudios del Tercer Mundo. Su hoja de vida y su desempeño profesional, siempre sirviéndole a la cultura, fueron sobresalientes y esto lo hizo merecedor del beneplácito con que tanto las instituciones como las personas reconocieron sus altas ejecutorias.

Sin embargo –y esto resulta inexplicable–, la actual ministra de Educación, María Consuelo Araújo, entidad de la que depende el Instituto, determinó prescindir de sus servicios a comienzos de este año (“me insinuaron que renunciara”, dijo Chaves Cuevas a la prensa), ante una investigación administrativa que ella había ordenado para dilucidar algunos asuntos de la entidad.

Ese fue el trato injusto e indigno que se dio a un eficiente y desvelado servidor de la cultura, por la simple presunción de culpa en situaciones internas del organismo, las que han debido establecerse con plena evidencia antes de tomar una medida fuera de tono. Pero no: la intención era la de salir del funcionario, dentro de un “plan de renovación en esta y otras entidades públicas”, como lo expresó la ministra a un medio de comunicación.

Por aquellos días (23-II-2005), Daniel Samper Pizano hacía la siguiente anotación en su columna Cambalache de El Tiempo: “Después de prolongada y notable labor en el Instituto Caro y Cuervo, que le valió a esta obra el Premio Príncipe de Asturias, se retira de la dirección Ignacio Chaves. O lo retiran. Pero en vez de sacarlo por la puerta de adelante, como correspondería, lo expulsan por la de atrás… No podrán borrar, sin embargo, el Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana”.

Ignacio Chaves quedó anonadado ante dicha conducta oficial, y su alma, hundida en la tribulación. De esa pena no logró reponerse hasta el día de su muerte, que acaba de ocurrir en viaje de descanso por Argentina. Cuando hace ocho meses le pidieron la renuncia, manifestó que pensaba retirarse en octubre.

Hoy, ante la noticia luctuosa, la cultura nacional está de luto. Además, en deuda con quien le prestó servicios invaluables, por desgracia ignorados a la postre por una funcionaria con ánimo de “renovación” administrativa, que buscó el cambio generacional y se olvidó de toda una trayectoria de méritos.

El Espectador, Bogotá, 22 de noviembre de 2005.

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Comentarios:

No me cabe duda que hay ciertos golpes que afectan el corazón y uno de ellos es un despido injusto. La autoestima queda afectada; la frustración, la autoculpa son un cuadro negro de tribulación. Ignacio hizo una espléndida labor que alguna vez le será reconocida como se debe. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

La historia triste es que a Ignacio lo sacaron por la puerta trasera, cuando había maneras más comedidas y justas de presionarlo para un retiro digno de la gran labor que realizó. Daniel Samper Pizano, Madrid (España).

Es muy triste que una vida y una obra tan meritorias hubieran recibido un trato tan peyorativo por parte de la ministra. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

La muerte de Ignacio Chaves es un dolor para esta pobre patria en poder de gente sin sentido. ¡Qué pesar tan grande sentí y siento ahora al leer tu página, excelente y merecidísima! Se nos van los grandes adalides de la cultura e importa más el grito de Shakira. En fin, Gustavo, sigamos adelante y esperemos un futuro mejor, dentro de unos 300 años… Y cuídate tú, otro trabajador incansable de la cultura. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

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