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Las tristezas de Bolívar

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Todo el revés que puede tener un hombre lo sufrió Bolívar. Fue primero el joven romántico que enviuda a muy corta edad. Amaría después a muchas mujeres, pero aquel primer impacto dejaría en su alma huellas implacables. Y nunca volvería a casarse.

Llega a las cumbres más altas de la fama rodeado de honores y personajes, pero de allí desciende en medio de abandonos, traiciones y frustraciones. Tormentos físicos y sobre todo morales lo agobian a su regreso de la gloria. Ha sido traicionado, al verlo enfermo y sin poder, por quienes consideraba sus más leales seguidores.

El 8 de mayo de 1830 sale de Bogotá. Ya nunca regresará al escenario de tantos episodios memorables. Sus fuerzas se han debilitado hasta el extremo de tener que renunciar al poder. El héroe está opaco y todos quieren ignorarlo. Solo algunos de sus más cercanos amigos lo acompañan hasta Facatativá. Va montado en su mula, triste y cabizbajo. La gloria se ha desmoronado. Más tarde le escribe a Manuelita pidiéndole mucho juicio. Es lo único que le queda. Ella nunca lo ha traicionado, y por él sufrirá los mayores oprobios y hasta la misma muerte en una playa desolada. Es la playa del olvido humano.

El Genio, ante quien los enemigos se habían rendido bajo su espada invencible, ahora está sumido en hondas tribulaciones. También se ha evaporado su fortuna. Y teme que el general Páez, que manda en Venezuela, confisque las minas de su familia. El Libertador había sido generoso en el reparto de sus bienes, porque nunca creyó que el honor estuviera en la opulencia.

Ahora no tiene nada. La Quinta, su última propiedad, la ha obsequiado a su amigo don José Ignacio París. Solo le quedan la vajilla de plata y unas alhajas, que vende por diecisiete mil pesos. ¿Cómo hacer para volver a los salones aristocráticos de Europa, adonde piensa regresar, si ya no posee capital? La gloria no es suficiente para procurarse la digna subsistencia.

Desde Guaduas escribe desgarradora carta a don Gabriel Camacho. Su alma sangra y ya le quedan muy pocas personas en quienes pueda confiar. Le cuenta que no será fácil sostenerse en Europa con los diecisiete mil  pesos que le ha producido la venta de la vajilla y las alhajas. Sus arcas están liquidadas. Y su alma, destrozada.

“No necesito de nada, o necesito de muy poco… El honor de mi país y de mi carácter me obligan a presentarme con decoro…” Tal el doloroso dilema que lo tortura a última hora, consciente de que debe abandonar el territorio que ha libertado, y de donde lo arrojan sus ingratos compatriotas. El Congreso de Venezuela, su tierra natal, ha declarado que no desea tener relaciones con Colombia mientras Bolívar continúe en este país.

El 1° de julio recibe una de las noticias más amargas de su vida: han asesinado a Sucre, a quien tenía previsto como su sucesor. Durante dos días, Bolívar no cesa de llorar como un niño. Nunca se ha sentido tan abandonado, tan desposeído, tan reducido a la nada. Las patrias redimidas lo dejan solo y no quieren saber de él.

Colombia le había decretado una pensión. Con ella piensa subsistir, pero teme que más adelante, conocedor como es de las envidias y las retaliaciones, le sea suprimida. Bolívar dio las gracias por esa merced, y ahora, mientras a lomo de mula emprende el camino del destierro, recuerda sus glorias, sus mujeres, sus epopeyas. Más tarde lo ven pasar por el río humildes moradores de las poblaciones ribereñas, quienes se niegan a creer que ese ser demacrado y con apariencia cadavérica sea el Libertador. Nunca el héroe se ha sentido más solo y más disminuido.

El 6 de diciembre llega a Santa Marta. Está deshidratado, muy flaco, ansioso, extenuado. En el examen inicial que le practica el médico Próspero Reverend, encuentra enfermedades múltiples y opina que tiene los pulmones destruidos. El 10 de diciembre dicta su última proclama de despedida para los colombianos:

“No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales”.

Han pasado 180 años desde aquella proclama, y la situación de los países por él liberados no puede ser más desastrosa. Su ánimo de unión ha quedado pisoteado por rivalidades, ambiciones y viles pasiones. Hoy se escuchan hasta gritos de guerra entre gobiernos de la misma esencia bolivariana.

Bolívar había libertado cinco naciones. Había conocido todos los honores y todas las lisonjas del mundo. Había estado rodeado de brillantes figuras políticas, intelectuales y mundanas. Conocía las mujeres más hermosas de todos los sitios. Solo le faltaba conocer los abismos de la ingratitud y la soledad. Le faltaba conocer los horrores de la miseria. Ni siquiera tiene camisa limpia.

Cuando muere el 17 de diciembre, el general Montilla se quita su propia camisa y con ella cubre la desnudez del Libertador. El séquito que acompaña su última hora es muy escaso. Ninguna mujer está presente. Parecen un sueño que se evaporó. Solo Manuelita lo llora en la distancia.

El Espectador, Bogotá, 28 de julio de 2010.
Noti20 del Quindío, Armenia, 29 de julio de 2020.
Eje 21, Manizales, 30 de julio de 2010.
La Crónica del Quindío, 31 de julio de 2010.

* * *

Comentarios:

Qué bien conocía Bolívar el perverso carácter de sus compatriotas. La historia lo ha corroborado. Y los ríos de sangre continúan. Quizás el estudio humano de Bolívar podría iluminar un poco a las nuevas generaciones inconformes con estos dos siglos de miseria, ignominia y violencia mortal. ¿Sabe de alguna hipótesis acerca de por qué Manuelita no lo acompañó en su último viaje? Jorge A. Porras. Bogotá. Respuesta: En 1830 el Libertador estaba muy enfermo y sin dinero, y ante todo pensaba establecerse en Europa, quizás para llevar más tarde a Manuelita.  GPE

La última parte de su columna en el momento de la muerte de Bolívar, cuando el general Montilla se despoja de su camisa y se la pasa al harapiento Bolívar, es muy deprimente. ¿Cómo le ocurre esto a una persona como Bolívar, después de haber hecho lo que dejó para siempre en la historia política de estos países? No sabía que, además de su caballo Palomo, también tuvo preferencias por las mulas. ¿Cuáles fueron sus nombres? Hugo Silva Segura, Medellín. Respuesta: Ignoro si las mulas que montó Bolívar en excepcionales circunstancias tuvieron nombre. Creo que no. Esta figura de la mula en su último recorrido es muy hermosa, por simbolizar el descenso de la gloria a un estado de absoluta pobreza y de abandono de sus amigos.  GPE

Al leer estas  tristezas del gran Bolívar, me asalta la frase: «Vanidad de vanidades y solo vanidad». ¿Aprenderemos a detectar qué es la vida? ¿Triunfos, éxito, gloria? Y eso… ¿qué es?  Algún profundo sentido se esconde detrás de las apariencias. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Ese final conmovedor de Simón Bolívar ahora se ve mucho más impactante, dados los últimos comportamientos demenciales de su «encarnación» venezolana. Creo que ese acto demencial de Chávez bien  merece repudio; profanó la tumba de su hombre más admirado, en un frío acto de necrofilia propagandística. Elías Mejía, Calarcá.

Hermosa y muy bien escrita columna. Juan Carlos Torres Cuéllar, Bogotá.

Ese genio triste, como un sol declinante, que hubo de morir con camisa prestada, después de haber gastado su cuantiosa fortuna en la empresa de la independencia de unos pueblos ingratos y mezquinos, nos recuerda a Don Quijote, revertido en el mísero hidalgo, sin otros horizontes que las muy polvorientas llanuras desoladas de La Mancha. Sobrecogedor espectáculo este de la «locura de la gloria», devenida en cordura, del esplendor del sol, oscurecido por la mano sin alma de un sino vengativo que castiga implacable los gestos de grandeza. José Trino Campos, Bogotá.

Comparto con el cronista el cariño por Bolívar. Algunos lo llaman el primer guerrillero, otros un contestatario… pero para los que estudiamos Historia Patria es un prócer. Como prócer lo estudié y lo admiré. La admiración hacia quien se atrevió a conquistar cinco naciones, que fue presidente de Colombia y de la Gran Colombia, la cambió por tristeza el libro El general en su laberinto, donde se habla de un hombre pobre, triste, exiliado,  enfermo, traicionado y sobre todo olvidado.  Ahora, con el Bicentenario de la Independencia, no creo que se le haya brindado el tributo que merece. Más bien su legado fue estropeado por alguien sin escrúpulos e indeseable, como el loco Chávez, que profanó su tumba. Martha Cecilia Escobar, Nueva Jersey.

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Mi Bolívar andariego

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 227 años nace un niño común y corriente que sin embargo sería un genio. Nadie pensaría que en aquella frágil figura se esconde el caudillo de la emancipación americana.

Ni que en ese rostro indefinible, entre ángel y demonio, o sea, el mismo rostro de la humanidad entera, llega el donjuán irresistible que protagonizaría, al lado de las mujeres más bellas y más sensuales de la época, los mejores capítulos de la pasión romántica. Una de las condiciones del genio es parecerse a todos y sin embargo ser diferente de todos.

Los astros lo encarnan bajo un signo de fuego y le asignan la misma irradiación zodiacal de un Napoleón, por ejemplo, líder como él con tendencia al dominio sobre los demás y una actividad prodigiosa. Los nacidos en Leo son personas brillantes por naturaleza, ardientes y enamorados, sin vocación para los puestos subalternos y, por el contrario, con grandes ansias de poder. Pero son respetuosos de los valores estables, aunque se rebelan contra el orden vigente siempre que encuentran mejores sistemas de superación.

Estos ingredientes marcan en Bolívar su fiebre no tanto de predominio como de rectificación. Es un ser nervioso, inquieto, en constante movimiento. No ha nacido para el reposo, y sus propios padres no advierten que se mueve más de la cuenta en su cuna elemental. Desde entonces, ya Bolívar es hombre de acción.

Tal vez esto explica su espíritu andariego. No puede resignarse a un sitio estático, porque la quietud le produce descontrol y lo obliga a caminar, a agitarse, a rebelarse. Pero no es un enfermo de nervios, como tantos, sino un nervioso buscador de soluciones. Como no se conforma con la mediocridad, que también lo son la molicie y el ocio improductivo, siempre se encuentra en inquietud creadora. Que lo digan sus amantes voluptuosas y lo nieguen, si pueden, sus adversarios desorientados.

Con ese vigor libera cinco naciones y no deja dormir a los ejércitos españoles. Les sale adelante y los incita a estar despiertos, a mirar más lejos, a pensar mejor. Cruza montañas, ríos, naciones, como un águila impoluta entre vientos huracanados. Pichincha, Junín, Carabobo, Bárbula, Boyacá… por todas partes vaga su espíritu indomable. De país a país, de océano a océano, de continente a continente, recorre el mundo con su equipaje de viandante visionario y su aventura irreductible de descubrimiento y redención.

Mientras otros vagan, él planea. Mientras duermen, él seduce. Tiene tiempo, en pleno fragor de los combates, para escribir las cartas más románticas y combinar las estrategias más valerosas. Penetra en las alcobas ardientes donde el beso y el delirio le estremecen el alma inconmensurable, y con ese fuego hace bramar los Chimborazos y germinar las patrias de los oprimidos. Pone a Dios de testigo de su ímpetu de libertad, que no le da tregua para luchar la causa del hombre, y a la mujer la hace moderadora de sus emociones y la nombra su diosa guerrera.

Sus mejores pensamientos, sus consignas patrióticas, sus códigos sobre el honor y la emancipación de los hombres y los pueblos los escribe al rescoldo de las batallas y lo mismo en la cumbre victoriosa que en el abismo agobiante. “Es el tipo de hombre de acción que yo necesito para curarme de mi cansancio ideológico”, exclama día, de tanto husmear sus huellas, el filósofo Fernando González.

Este Bolívar de la pupila vigilante y el alma ansiosa, que no tiene lugar fijo ni amante única, que se mueve por radiaciones cósmicas y mantiene confundidos a los historiadores y a los siquiatras, es el nervio que necesitamos para romper nuestra pereza y rebelarnos contra la decrepitud de doscientos años de resignación. Bolívar: acción, llama, combate, estrategia.

Es el Bolívar que a mí me gusta. Me apasiona el héroe andariego, el trotamundos, el inconforme, el rabiosamente independiente, el mal humorado por el bien colectivo, el que fue capaz de desatar odios y amores con su genio fulgurante y su espada invencible. Este hombre de carne y fuego, de pasión y cerebro, de cruz y espada, que conoció los mayores esplendores de la gloria y los límites atroces de la ingratitud y la adversidad, es el genio que brota como un destello para luego morir como un relámpago.

Si los genios se dieran a montones no tendrían sentido. Por eso se requieren seres excepcionales como Cristo y Bolívar, y como ellos, luminosos y magnéticos para redimir a la humanidad.

Es preciso encontrar a Bolívar, por más andariego que sea y por más etéreo que parezca. Por eso está en todas partes. El mundo reclama hombres activos, hombres energéticos. La inmovilidad solo produce pequeñez, y los gigantes la rechazan.

El Espectador, Bogotá, 16-VII-2010.
Noti 20 del Quindío, Armenia, 18-VII-2010.
Eje 21, Manizales, 18-VII-2010 y 4-VII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-VII-2010.
Mirador del Suroeste, # 36, Medellín.

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Comentarios:

Ese Bolívar, real o engrandecido por la ficción o el deseo de tener héroes, ese Bolívar, ante todo humano como lo recreas, genera a mi alma optimismo y alegría de vivir. En estos días, me deleité con el libro de Pamela Murray “Por Bolívar y la gloria – La asombrosa vida de Manuela Sáenz” (Editorial Norma, 2010). Lo devoré con la devoción que sentía de niña con los relatos del Libertador y la maravillosa historia que en mis años universitarios escuché de ella al doctor Miramón. Una Manuela vital, hermosa y curvilínea como le gustaba a la sensualidad del Libertador. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Con el estilo sobrio y transparente que le es característico, ha logrado usted, tal vez sin proponérselo, forjar uno de los mejores poemas en prosa llana, limpia y castiza, que se hayan escrito acerca de ese ser multifacético, amador apasionado, romántico -si los hubo-, quijotesco «desfacedor de agravios», mesiánico y visionario creador de naciones, poeta a la manera de  los grandes que han sido, y pensador de inmensos pensamientos, que fue el Libertador Simón Bolívar. José Trino Campos, Bogotá.

Preciosa narración acerca de Bolívar, que más que narración es una caleidoscópica radiografía del hombre, del héroe y del amante. Silvio Vásquez  Guzmán. Bogotá.

Tengo mis dudas con respecto a Bolívar, no se te olvide que él entregó a Miranda a los españoles y no fue muy amable con Andrés Bello porque hay cartas en donde Bello le pide ayuda cuando estaba en la olla en Londres y Bolívar se hace el de la oreja mocha. Alister Ramírez Márquez, Manhattan.

Traemos a Pertinentes un trabajo del colega colombiano Gustavo Páez Escobar, que publica en el diario El Espectador del vecino país. Sé que a los lectores les agradará conocer el trabajo de este escritor, pues a nuestro modo de apreciar las cosas, es diáfano al soltar con desenfado su descripción del héroe americano. Pedro Estacio, director de Pertinentes, Caracas, 27-VIII-2010.

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Bolívar en Soatá

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Siete veces pasó Bolívar por Soatá, unas por breves horas y otras con estadía mayor. El general O’Leary, en viaje de 1827, pintó a Soatá como “una villa aseada y bonita, compuesta de varias casas de teja que encierran una plaza amplia y buenas calles”.

El  Libertador se quedó en una casona colonial del costado norte de la plaza, vecina de la residencia de mis abuelos. La imagen de Bolívar está exaltada en aquella mansión –convertida por él en palacio ambulante de gobierno–, pero el verdadero recuerdo del héroe quedó grabado para siempre en la memoria de la población.

El origen de la casona donde moró Bolívar es bien antiguo: el terreno lo compró en 1808 el párroco de entonces, José Eusebio Camacho, y la construcción concluyó en 1814. Fue primero casa cural y después cuartel en las guerras de la Independencia. Se aproxima a los 200 años de existencia, cifra de respeto en la vida de los inmuebles –e impensable para los mortales–, aunque inferior a la edad mucho más longeva de la casa de mis abuelos, que cumple 252 años.

La primera visita tuvo lugar en octubre de 1814 y correspondió al primer viaje que Bolívar realizó desde Venezuela al interior de nuestro país. Tenía 31 años. Trece años atrás había enviudado, sin cumplir aún los 19 años, y ese hecho lo empujó a ser héroe: “Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no volver a casarme. Si no hubiera enviudado, no sería el general Bolívar, ni el Libertador. La muerte de mi mujer me puso muy temprano en el camino de la política”.

En 1814 ya había cumplido resonantes acciones políticas en su tierra nativa. Era figura de prestigio que incursionaba con éxito en los destinos de su patria y quien se señalabga como una esperanza para acaudillar grandes causas por la libertad. Durante sus años de estudio en España lo picó el germen de la política, y en Europa se sintió seducido por las ideas de Voltaire y las epopeyas de Napoleón. En Roma juró dedicar su vida a redimir su pueblo de la esclavitud española, y en Londres pidió ayuda para proteger su patria contra la invasión extranjera.

En octubre de 1813 –un año antes de su viaje a Soatá– entró jubiloso a Caracas, donde fue proclamado Libertador. Con esos arreos llegó a Soatá, un oasis de hospitalidad en medio de aquellas latitudes abruptas. Debido a su posición estratégica, Soatá era un cruce de caminos entre el Nuevo Reino y Venezuela. Tierras tranquilas y serenas donde todo caminaba con lentitud y modorra, y rodeadas de despeñaderos bruñidos de sol.

A Bolívar se le recuerda el día de su aparición en la primera calle del pueblo, cansado y sudoroso tras fatigante jornada a caballo. Apuesto, recorrió las calles llenas de vecinos entusiastas que le daban la bienvenida. En la plaza se apeó de brioso corcel y se encontró con el país, ya que llegaba no solo a Soatá sino a toda Colombia. A mi pueblo le correspondió el privilegio de ser la antesala de las gestas libertadoras. Desde entonces la tierra soatense quedó impregnada de gloria. El sentido de patria y libertad que la poetisa Laura Victoria irradia en su vida y en su obra se origina en su patria chica.

En octubre de 1821, vencedor en Carabobo y en camino hacia el sur de Colombia, el Libertador pasó de nuevo por Soatá. El 25 de marzo de 1828, por última vez. De allí se dirigió a Bucaramanga a observar el desarrollo de la Convención de Ocaña, uno de los episodios más amargos de su vida. Derrotado en la Convención, los partidos políticos comenzaron a alinearse en cabezas de Bolívar y Santander.

Lo sucedido a partir de ese momento no podía ser sino el reflejo de la atmósfera encarnizada que causó el derrumbe de la Gran Colombia. El héroe caía abatido por la insensatez. Había roto las cadenas de la opresión y ahora era víctima de la ingratitud humana. Dos años después marchaba hacia las playas de la muerte.

A Soatá, por cruel ironía, le correspondió presenciar dos sucesos memorables y antagónicos de la vida del Libertador: primero, su camino a la gloria, en 1814; luego, su marcha al ocaso, en 1827. Trece años de distancia marcaron el ascenso al poder y el descenso a las sombras. Si retrocedemos en las páginas de la Historia, hallaremos dos hechos similares, demostrativos de que la vida está siempre marcada por el éxito y el fracaso: primero, el triunfo de los conquistadores al derrocar al cacique Soatá; luego, la derrota de estos bajo el genio militar de Bolívar.

Y todo sucedió en un cruce de caminos…

El Espectador, Bogotá, 21 de mayo de 2010.
Eje 21, Manizales, 22 de mayo de 2010.

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Comentarios:

No sabía que al honor de ser Soatá cuna de escritores ilustres se añadiera otro tan honroso: haber sido punto de estadía de nuestro Libertador cuando triunfa y se convierte en héroe inolvidable y luego cuando declina su fuerza vital y nos abandona. Me complace mucho este conocimiento histórico. José Antonio Vergel Alarcón, Ibagué.

Me ha impactado tu relato, por cuanto mi tío Miguel Feres (q.e.p.d)  regaló alguna vez un reverbero de aluminio en el que nuestras bisabuelas le habían calentado el café a Bolívar cuando llegó a Soatá a la casa de las Mesa. Dicho reverbero está ahora en París en manos de un amigo francés.  Marta Nalús Feres, Bogotá.

Para los soatenses es un orgullo leer un artículo sobre nuestro querido municipio y tan detallado sobre la historia.  Juan Rubier Ayala Mejía, Bogotá.

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Laureano Gómez, monstruo de la moral

martes, 5 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace cuatro décadas, el 13 de julio de 1965, falleció en Bogotá, a los 76 años de edad, Laureano Gómez, el líder conservador más destacado del siglo XX. Sobre él escribió Hugo Velasco Arizabaleta en 1950 –una de las épocas más agitadas de la política colombiana– el libro Biografía de una tempestad, título que refleja el temperamento del caudillo. A raíz de su tempestuosa vida pública y sus encendidas arengas parlamentarias, que alternaba con fulgurantes escritos periodísticos, fueron varios los apelativos que le endilgaron a Laureano Gómez: monstruo, máquina infernal, relámpago, basilisco, águila, tempestad…

Estremecedor en la tribuna, su voz vibraba en el país con ímpetu arrollador, y tanto los gobiernos liberales como los conservadores, que lo temían y lo respetaban, y asimismo lo odiaban o lo amaban, sabían que era el implacable catón que denunciaba la deshonestidad pública y condenaba con furor a los transgresores, en cualquier sitio donde se hallaran.

Recuérdese la censura proferida contra el presidente Marco Fidel Suárez, su copartidario, por haber vendido a un banco extranjero sus sueldos y gastos de representación, para atender los costos de traslado del cadáver de su hijo, fallecido en un accidente en Estados Unidos. Esta venta fue calificada por Gómez como una indignidad, y fue uno de los motivos que llevaron al Presidente a renunciar al poder, dominado por profundo abatimiento. A la muerte de Suárez, su crítico severo, cicatrizado ya aquel episodio, escribió bellísima página donde exalta las grandes cualidades del patriarca.

La mejor expresión que se ha expresado sobre Gómez la dio Guillermo Valencia: “Formidable este Laureano Gómez. Como una racha huracanada, firme, impasible y sonoro como un yunque propio para forjar los más finos montantes, las mejores corazas, las más audaces quillas. El hombre tempestad, a quien sólo se puede amar u odiar. Que deslumbra y hiere como el rayo y con el trueno de su voz hincha y colma las sordas oquedades del abismo y del pecado”.

Nunca conoció la claudicación y vivió siempre convencido de sus principios, aun en medio de los peores riesgos y de las graves equivocaciones en que a veces incurrió. Es común equivocarse en la política y en el trato con los hombres. Lo que él no admitía era que se pudiera resbalar en la moral.

En épocas adversas, cuando el poder se alejaba de sus manos y los amigos lo abandonaban, que no fueron pocas, más se robustecía su voluntad y crecía su fibra espartana. Jamás transigió en materia doctrinaria, porque el pensamiento estaba por encima de mezquinas circunstancias. Prefirió la cárcel, el oprobio y la pobreza, e incluso el destierro cuando lo derrocó la dictadura militar, al desdoro de la dignidad.

Formado con los jesuitas, de ellos aprendió la solvencia intelectual. Frente al clero y la religión mantuvo distancia en algunos momentos cruciales, pero acataba la divinidad y solía repetir que “el hombre es una brizna en la mano de Dios”. Lector impenitente de los clásicos, incursionó en los rigurosos caminos de la dialéctica, de donde extrajo la erudición y el bello estilo que forjaron al maestro de la elocuencia y del lenguaje castizo.

En la Revista Colombiana y los periódicos El Siglo y La Unidad, fundados por él, explayó la mente y escribió páginas memorables. Allí hizo célebres varios seudónimos: Jacinto Ventura, Cornelio Nepote, Eleuterio de Castro, Juan de Timoneda, Gonzalo González de la Gonzalera. Ocupó las más altas dignidades de la República y de su partido y en todas desplegó posiciones radicales, que a unos fascinaban y a otros exasperaban. Los campos más acordes con su carácter demoledor eran el parlamento y el periodismo, desde donde vigilaba al país con ojo de águila. Era hombre diverso y desconcertante.

Hoy, tanto tiempo después de aquellas épocas turbulentas, todavía quedan rezagos de la pasión sectaria que no ha dejado purificar la conciencia nacional de viejos resquemores. Los adversarios no podían ver al caudillo avasallante, al periodista fiscalizador, al tribuno grandilocuente, al estadista intelectual y probo. Ni admitir que era el orador más brillante que ha tenido el parlamento colombiano, dotado de vasta formación humanística y admirado en los países latinoamericanos.

En aquellas calendas, Colombia vivía una terrible época de rivalidad política, con muertos diarios a lo largo y ancho de la nación, que hoy ensombrecen las páginas de aquel pasado fratricida. De esa ferocidad no se libró ninguna de las dos colectividades. Quienes sin mucho análisis de la historia sólo han visto en el líder conservador un terror de la lucha partidista, y acaso interpretan el mote de El Monstruo como equivalente a hombre cruel, deberían considerar que la denominación va más allá, bajo esta acepción del diccionario: “persona de extraordinarias cualidades para desempeñar una actividad determinada”.

Tanta era la garra de Laureano Gómez para la lucha y tanta su jerarquía nacional, que en momentos aciagos para la democracia, cuando el país se derrumbaba en 1957 entre los peores actos de la dictadura, pactó con Alberto Lleras Camargo los acuerdos que terminaron con el régimen militar y crearon el Frente Nacional.

Monstruo de la moral: quizá sea la nota precisa que puede dársele a Laureano Gómez. Todos sus actos estaban subordinados a la cátedra de la pulcritud y la honradez en la vida pública, norma que no se cansó de sostener con denuedo. Su lucha fue infatigable e inclemente, porque la moral no podía tener esguinces. No puede tenerlos, a pesar de la disolución social de la época actual.

Cuánta falta le hace hoy Laureano Gómez al país. Si él viviera, la corrupción chocaría contra una roca. Colombia sería otra.

El Nuevo Siglo, Bogotá, 31 de julio de 2005.

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Comentarios:

Soy tu lector impenitente. Divulgaré entre mis alumnos, desde mi orilla liberal, el conocimiento del “monstruo”. Utilizaré para ello tu columna, si así me lo autorizas. Olympo Morales Benítez, Bogotá.

Siquiera me hiciste caer en la cuenta de que Laureano Gómez ya hace 40 años que murió. Creo que ya podemos irle perdiendo el miedo. En cuanto a los seudónimos del caudillo conservador, creo que te faltó Fray Jerónimo, con el que se autoentrevistaba en El Siglo. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Leí sus escritos sobre Laureano Gómez y Marco Fidel Suárez. Magnífica labor desarrolla usted, al igual que muchos otros, no muchos, compatriotas, tratando de rescatar la verdadera historia de Colombia. Ojalá todos los colombianos pudiéramos, más temprano que tarde, llegar a conocerla. Alberto Segura Rojas, Lima (Perú).

Nunca miré con simpatía a Laureano Gómez, porque me parecía un sectario y por lo que le hizo a Marco Fidel Suárez. Pero leyendo tu artículo sobre él pude apreciar una serie de facetas desconocidas para mí y mi concepto varió mientras te leía. ¡Trascendencia de la palabra, que puede edificar o destruir, arrancar o sembrar! Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

Fidel Castro, en prisión

domingo, 25 de julio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Entre los documentos que me suministró Laura Victoria para elaborar su biografía, encontré uno que me produjo especial atención y es el reportaje concedido por ella a Excelsior, de Méjico, el 22 de abril de 1985, donde narra el encuentro casual que tuvo con Fidel Castro poco tiempo antes de triunfar la revolución cubana.

La poetisa, redactora en aquellos días de un diario capitalino, era llamada por el director de la cárcel de Miguel Shultz cuando algún colombiano requería ayuda. El centro de reclusión funcionaba en vieja casa colonial, y en cuarto del primer piso estaba enferma la colombiana a quien Laura Victoria fue a visitar aquella vez. Más que necesitarla para su propio beneficio, la presa le informó que un grupo de cubanos, con quienes había entablado momentánea amistad, y que estaban próximos a ser expulsados del país, querían hablar con ella. Entre los detenidos se encontraban Fidel, su hermano Raúl, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos.

Fidel, a quien Laura Victoria conoció aquel día (“muy joven y muy guapo”, como lo describe), se paseaba nervioso por el patio, a la espera de hablar con la colombiana. Al saludarse, ella le manifestó que, aunque nunca lo había visto en persona, ya lo conocía por charlas con Alberto Bayo, militar español que daba instrucción a los guerrilleros cubanos, y con quien se vería horas más tarde en la casa del pintor Luis Marín Busquets.

El súbito descubrimiento se convirtió en puente de aproximación hacia la inesperada periodista colombiana, a quien Fidel le preguntó, todavía dominado por los nervios y tras un instante de titubeo, si podía confiar en ella. Al invitarlo Laura Victoria a que lo hiciera sin ningún temor, al guerrillero se le iluminó el cerebro y le renació la esperanza. Entró al baño y escribió unas líneas veloces para Bayo, considerado su tabla de salvación en la encrucijada en que se hallaba. Y le pidió que recogiera una misiva para Bayo, que encontraría debajo de la almohada de la enferma.

Más tarde el militar recibía el correo secreto, que había logrado traspasar la puerta del penal con la complicidad del ángel caído del cielo para salvar la revolución. Abriendo tamaños ojos ante el hallazgo de su amigo, por más preso que estuviera –y a quien llevaba varios días buscando por todo Méjico–, Bayo predijo con emoción que estaba ganada la guerra.

La historia de Cuba pudo haber cambiado aquel día si la periodista no visita la cárcel de Miguel Shultz. Aquella misiva mínima, que ojalá se hubiera guardado para la historia, permitió a Bayo mover sus influencias para que el grupo insurgente no fuera expulsado a la isla y para que Fidel Castro dejara el presidio para comandar la expedición que cantaría victoria en la Sierra Maestra.

Laura Victoria no volvería a verse con Fidel Castro. En el reportaje de Excelsior aclara que nunca sintió simpatía por la causa comunista y la atraía en cambio el postulado que Fidel encarnaba en ese momento como paladín de la libertad de Cuba. Tras el derrocamiento de Batista en 1959, la poetisa escribió el poema El caudillo, donde expresa:

“Es un hombre sin tiempo; / se gestó en la matriz de las edades / con la sustancia de las lágrimas / y vio la luz en el dolor de Cuba, / junto al sollozo de las olas / y a la batalla de los vientos (…) / Yo lo he visto / con la frente surcada de futuros / y las barbas nocturnas / empapadas de siglos; / lo he mirado delgado como el agua, / señalando jornadas redentoras / en un mapa de incendio”.

Este poema, junto con la acción desarrollada en la cárcel, le hicieron ganar la Orden de Martí, la que le fue entregada en la Embajada de Méjico. Hasta donde sé, este episodio es ignorado en las biografías de Fidel Castro y tiene, por supuesto, honda significación dentro de las incidencias que llevaron a la toma del poder en la isla. Si Bayo, como atrás se dijo, no hubiera ejercido los actos que permitieron la llegada de los rebeldes a Cuba, otra habría sido la suerte de la revolución.

Bajo dicha hipótesis, no es aventurado pensar que Batista habría ajusticiado a los dirigentes rebeldes para fortalecer la dictadura, quién sabe hasta cuándo. Desaparecidos los hermanos Castro, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, la insurrección habría quedado aplastada y el dictador hubiera podido morir en su trono, al igual que Franco, que se apoderó de España por espacio de 36 años, y del propio Castro, que ha hecho lo mismo con Cuba durante casi medio siglo. Período que parece haber llegado a su fin con la grave enfermedad del caudillo.

El Espectador, Bogotá, 14 de agosto de 2006.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 13, diciembre de 2006.
Eje 21, Manizales, 27 de noviembre de 2016 (con motivo de la muerte de Fidel).

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Comentario:

Página histórica que bien merece la pena de ser ampliamente conocida. Me hace pensar en que uno nunca sabe la trascendencia que puedan tener sus actos más espontáneos, como en este caso el comentario de Laura Victoria sobre su relación amistosa con el militar español. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

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