Archivo

Archivo para la categoría ‘Instituciones’

Carta a un sacerdote

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde Montería escribe a este periódico, en términos que denotan delirio o fanatismo, un vehemente sacerdote que me lanza a las tinieblas exteriores por haberme atrevido a criticar el celibato eclesiástico. Y me tilda como “escritor rebosante de espíritu anticatólico”.

Al presbítero le aclaro que no sólo soy católico, sino católico practicante. Pero no fanático. Admiro a Cristo como el líder más grande de la humanidad, y me aparto de los excesos religiosos. La pasión religiosa es tan funesta como la pasión política. La Iglesia del símbolo –como la llamo en uno de mis libros– es la que se echa de menos en este mundo actual tan carente de fe y tan urgido de esperanza.

Agrega mi censor, al calificarme de visionario, difamador y sicario moral, que no debo meterme en terrenos que no me competen. ¡Por Cristo! No alcanzo a entender la iracundia del presbítero y menos sus palabras injuriosas, que desentonan en su misión pastoral. La Iglesia fundada por Cristo y seguida por sencillos pescadores no vociferaba sino que enseñaba el bien con humildad. Siendo una religión de participación, a los fieles nos corresponde opinar, incluso sobre temas tan espinosos como el del celibato.

La propia Iglesia es consciente de la necesidad de cambiar algunas actitudes anacrónicas. Es cierto que ha evolucionado en muchos aspectos, antes por completo vedados, como el de permitir a las mujeres tocar los vasos sagrados para repartir la comunión. Se pasó del latín, una lengua muerta que sonaba misteriosa, a los idiomas vernáculos. Al facilitar la comunicación humana, algo básico en cualquier sociedad, se establecen lazos comunes para la hermandad que tanto se predica. Con torres de Babel es imposible la comprensión en medio de un mundo tan caótico como el actual.

La Iglesia debe llevar a cabo reformas profundas para interpretar las realidades contemporáneas. Los aires renovadores del Concilio Vaticano II se dejaron adormecer. Falta un verdadero revolucionario en el seno de la institución, y él alcanzó a vislumbrarse en la figura de un ilustre papa moderno, dotado de gran sentido social, cuya muerte súbita frustró muchas esperanzas.

Cristo ha sido el mayor revolucionario de la historia, y gracias a él se mantiene incólume su doctrina. Con criterios miopes, ingenuos o farisaicos se detiene la civilización y se causan perjuicios a la humanidad. Primero que todo hay que traducir la esencia del hombre, la criatura a quien Dios formó de barro y de soplos divinos en medio de las tempestades.

A pesar del sacerdote Gumersindo Domínguez, mi corresponsal de Montería, debe revisarse la disciplina actual del celibato eclesiástico. Ya se han dado algunos pasos. Tratándose de una legislación humana, no divina, implantada por el papa Gregorio VII (1073-1085), y más tarde ratificada por el Concilio de Letrán (1123), puede modificarse como toda norma de carácter canónico no sujeta a ningún dogma.

Lo ideal sería el celibato opcional. El duro renunciamiento, que atenta contra la ley natural, provoca grandes crisis espirituales. La soledad afectiva desquicia la personalidad. Matrimonio y sexo es actividad bendita por Dios.

El sacerdote casado sería modelo para la sociedad, estaría mejor capacitado para entender los problemas conyugales y dar consejos, y por otra parte se alejaría de las murmuraciones y las ocasiones de pecado a que hoy lo expone la prohibición. Los religiosos de los tiempos primitivos, por lo menos durante los primeros 400 años del cristianismo, llevaban vida marital. San Pedro, el primer apóstol y el primer Papa, era casado. San Pablo, en la epístola a los corintios, les habla así (incluyendo a sacerdotes y monjas): “Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una su propio marido”.

Las ideas y las costumbres, lo mismo que la noción de pecado, se modifican con la evolución de los tiempos. Tal vez ni el cura de marras, tan celoso de sus reglas y tan resistente al cambio, ni este escritor mundano que trata de interpretar los fenómenos sociales y religiosos, veremos la transformación.

Pero ocurrirá, padre Gumersindo. (Esta carta abierta la hago extensiva a monseñor Gustavo Ángel Ramírez, vicario apostólico de Mitú, cuya misiva sobre el mismo tema –aparecida en El Espectador del 4 de febrero– la he leído con el mismo interés y el mismo respeto que la del sacerdote de Montería).

El Espectador, Bogotá, 18 de febrero de 1993.

Categories: Instituciones Tags:

El sacerdote casado

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Al confesarse en un programa de televisión como padre de un niño, un valiente sacerdote colombiano que cumple digna labor pastoral admirada por sus feligreses, pone sobre el tapete el controvertido tema del celibato católico. Desafiando la censura de la Iglesia, el clérigo prefirió desahogar su conciencia y mostrarse ante el público como padre responsable.

Es el compromiso que rehúye la mayoría de la gente, sobre todo cuando la criatura engendrada llega por caminos no lícitos. Es posible que a este sacerdote, por infringir la prohibición eclesiástica y defender su amor con una mujer, le toque abandonar los hábitos.

Crece en el mundo la inconformidad por esta postura de la Iglesia Católica, que no la siguen otras religiones. El tema de los sacerdotes que tienen relaciones sexuales y se convierten en padres clandestinos, cuando no se deshacen de la criatura por los caminos tortuosos del aborto, es más común de lo que se piensa.

La actitud ortodoxa que impone la castidad, y que va contra la ley natural, origina serios conflictos de conciencia, perturbaciones síquicas y escándalos sociales. Esto determina la disminución de vocaciones, y en otros casos la deserción de muchos eclesiásticos, hombres y mujeres.

Repaso, a propósito de este hecho que ha causado revuelo, un excelente texto: El sacerdote casado (Editorial Cosmos, Medellín, 1987). Su autor es el colombiano Vicente Jiménez, residente en los Estados Unidos, doctor en Filosofía y Letras de La Universidad de Missouri, sociólogo y sicólogo, quien por largos años ha sido profesor en varias universidades estadounidenses. Además ha sido consejero de sacerdotes y monjas y ha desempeñado cátedras de moral y ética.

Veamos algunos de sus interesantes planteamientos:

“El celibato ha estado causando tragedias, traumatismos y frustraciones en los establecimientos de la Iglesia. Esta ley, además de anticristiana, es antinatural, y nada hay más acorde con las leyes de la naturaleza que la doctrina de Jesucristo. El hecho de ser sacerdote no excluye el desarrollo y funcionamiento de las leyes de la psique  y el sexo. ¿Será gloria para la Iglesia ver en los consultorios médicos damas llevando en sus manos a niños que tuvieron por padres a sacerdotes conocidos en la región? ¿Será gloria para la Iglesia ver en las clínicas y en los hospitales centenares de monjas y sacerdotes operados a causa de problemas psicopáticos relacionados con su abstinencia sexual?

“Los apóstoles casados no abandonaron a sus esposas aun cuando, de hecho, habían dejado atrás todo lo que tenían para seguir a Jesús. San Pablo recomienda que los obispos y los diáconos sean esposos de una sola mujer. Es tan digno el ministro de Dios que consagra en el altar la hostia del sacrificio, como el casado que cumple en el lecho nupcial los actos matrimoniales según las reglas establecidas por Dios. El consenso general de los médicos es que la principal causa del neurotismo hipocondríaco de los sacerdotes es la práctica del celibato.

“La Iglesia Católica tiene pleno derecho a legislar, pero nosotros creemos que no hay legislación en el mundo que no pueda ser cambiada haciendo los ajustes que los tiempos, las edades y las circunstancias requieren”.

El Espectador, Bogotá, 26 de diciembre de 1992.

* * * * *

Comentarios:

Dos palabras para saludarlos y, al mismo tiempo, manifestarles el profundo desagrado que sentí al leer el artículo El cura casado (sic), escrito por el señor Gustavo Páez Escobar. Me da la impresión de un escritor rebosante de espíritu anticatólico. Parece desconocer el brillo de las resplandecientes páginas de la historia de la Iglesia que, por sí solas, cantan la grandeza del celibato sacerdotal y religioso en el mundo.

Soy consciente, y admito que hay casos lamentables en la Iglesia de Cristo, compuesta del barro de los humanos. Pero sacar de ahí las consecuencias que él pretende sacar; generalizar como él generaliza; dar una impresión tan desagradable y desobligante como la que él pretende con el turbio fin de afirmar y desacreditar a la misma Iglesia, creo, señores directores, que ese solo propósito constituye un grande y gravísimo error.

Ese error es grande por tomar posición en terreno que no le compete. Falta a la sana lógica por universalizar casos particulares. El autor parece un visionario, que, en sus lucubraciones mentales, sueña con clínicas llenas de almas consagradas. Trata de ensalzar el mal ejemplo de un sacerdote a quien, más que una falsa alabanza, le aprovecharía la enseñanza del apóstol San Pablo, cuando afirma: “Se vanagloria de lo que debiera avergonzarse”. Cómo les cae de bien hacer virtud al mismo pecado.

Es también un error enorme y gravísimo por la difamación y calumnia que ese escritor encierra. Con esas ideas se extiende el escándalo farisaico, que sienta tanto mal en el hombre y del cual Cristo afirma: “¡Ay del escandaloso!”. Realmente, cuando el comunicador olvida el octavo mandamiento de la ley de Dios, tal vez sin darse cuenta, se convierte en un sicario moral de la República. Padre Gumersindo Domínguez, parroquia de San Pablo Apóstol, Montería. (Carta a El Espectador, 29 de enero de 1993).

* * *

A propósito de un artículo (El sacerdote casado) de Gustavo Páez Escobar, se me ocurre que es muy cristiana la comprensión con el sacerdote que salió por la televisión haciéndose cargo de un hijo que tuvo al margen de su compromiso sacerdotal celibatorio. Este desvío, esta caída sexual del sacerdote no puede escandalizarnos y más bien nos pone en guardia a otros que hemos hecho igual compromiso. Todos nacemos inclinados al mal.

En cuanto a la responsabilidad asumida por parte del sacerdote, nada más plausible. Pero una cosa es la comprensión a quien falla y otra la justificación de un desliz. Cuando el articulista dice que la castidad va contra la ley natural, nos pone en aprietos a todos los que hemos optado por el sacerdocio celibatorio.

Es posible que el señor Páez Escobar haya leído el Evangelio donde Cristo dice que algunos se hacen célibes por el reino de los cielos (Mat. 19.12). No le quedará duda de que el Señor Jesús aspiraba a tener el celibato en su Iglesia como un signo del reino de Dios. El que es católico no se atrevería a decir que Cristo es un neurótico porque no se casó, que San Pablo era un desequilibrado porque no se casó.

¿Y qué decir de los santos celibatorios, sacerdotes, religiosos y laicos, que a través de los tiempos han dejado una huella imborrable de bien y de bondad? No diría que son hipócritas y neurópatas. A los periodistas no se les puede pedir que dominen los temas religiosos porque su especialidad no es la teología, pero les viene bien un conocimiento amplio de la historia”. Gustavo Ángel Ramírez, vicario apostólico de Mitú. (Carta a El Espectador, 4 de febrero de 1993.

* * *

No puedo aprobar los términos injuriosos de la carta del padre Gumersindo. Insisto en que el renunciamiento celibatorio no atenta contra la ley natural y lo mejor será que le cite nuevamente el texto de San Mateo 19, 11-12. Además sigo creyendo que Cristo fue el mejor consejero matrimonial. El psicólogo famoso Gordon Allport dice en su libro Personalidad que es más apto e imparcial en asuntos afectivos y sexuales quien no está comprometido con ellos. Gustavo Ángel Ramírez, Vicario apostólico de Mitú. (Carta al columnista, 9 de marzo de 1993).

* * *

La iglesia de Corinto envió al apóstol una carta con una serie de consultas de difícil solución. Lo primero que Pablo resuelve es que el celibato debe ser voluntario y no impuesto: “Pero si no tiene don de continencia, pues mejor es casarse que estarse quemando”.

Ahora mismo, en Colombia, católicos a quienes su iglesia no les dará anulación obtendrán un divorcio judicial; y, en el caso del divorcio civil, les serán negados los sacramentos. Ellos tienen derecho a rehacer sus vidas dentro del Evangelio, así como clérigos católicos amancebados a causa del celibato vieron solucionada su situación al hacerse pastores protestantes durante la Reforma.

Lógicamente, un católico comprometido con su Iglesia entenderá que su matrimonio es indisoluble, pero la tesis romana de la indisolubilidad no tendrá valor en la conciencia de quien voluntariamente y a sabiendas de lo que hace, se traslade a otra iglesia cristiana. Una vez legalizada su situación, esas personas quedarán cobijadas por la enseñanza matrimonial en su nueva congregación. Pastor Darío Silva, en su escrito Apertura religiosa – divorcio y nuevas nupcias, Lecturas Dominicales, El Tiempo, 8 de enero de 1998.

* * *

El mismo tema se trata en los artículos Carta a un sacerdote El candente terreno del celibato. GPE.

* * *

Carta abierta al papa Francisco, del sacerdote jesuita Alfonso Llano Escobar (El Tiempo, 5-VII-2016):

Usted, querido papa Francisco, sabe muy bien que Jesús no impuso a sus apóstoles y discípulos el yugo del celibato. Usted bien sabe que durante los primeros diez siglos los sacerdotes católicos se casaban. Solo el año 1074, el papa Gregorio VII, dados los abusos y los escándalos de algunos sacerdotes, ordenó volver a la práctica del celibato, y que el papa Calixto II en el Concilio de Letrán, 1123, decretó el celibato obligatorio para los sacerdotes católicos romanos. Sin olvidar que el clero ortodoxo, los luteranos alemanes y los cristianos anglicanos practican el mismo sacerdocio, compatible con el matrimonio cristiano.

Padre Francisco: tenga bien presente: si usted no lo hace, no lo hará ningún otro papa, según lo previsible, en el siglo XXI. Su carisma es la misericordia, que ha manifestado con todos los que sufren dentro de la Iglesia católica. Si los cristianos ortodoxos, si los luteranos alemanes, si los cristianos anglicanos ejercen el sacerdocio compatible con el matrimonio, ¿por qué, pregunto, los sacerdotes católicos no pueden?

* * *

Categories: Instituciones Tags:

La agonía del Caro y Cuervo

viernes, 19 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde el retiro hace cuatro años de Ignacio Chaves Cuevas de la dirección del Instituto Caro y Cuervo, por injusta determinación de la ministra María Consuelo Araújo, la entidad entró en barrena.

A ella habría que cobrarle el daño inmenso que le causó a uno de los entes culturales más sólidos y aprestigiados del país, cuyo renombre alcanzó eco internacional y cuya labor se tradujo en hechos de imponderable significado. El más sobresaliente de ellos fue la culminación del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, obra que en 1999 le hizo ganar el Premio Príncipe de Asturias, con la anotación de que se trataba de “una investigación sin antecedentes sobre el régimen y el uso de la lengua castellana”.

En el 2001 obtuvo el Premio Bartolomé de las Casas, otorgado por el Ministerio Español de Asuntos Exteriores y la Casa de América, y en el 2002, el Premio Elio Antonio de Nebrija, concedido por la Universidad de Salamanca. Tres años después, la ministra, que ignoró la serie de realizaciones cumplidas por el diligente y erudito director durante sus 19 años de administración, le pidió la renuncia.

¿Qué razón existía para semejante actitud? Ninguna de peso. Uno de los argumentos expuestos por la funcionaria fue su propósito de adelantar un plan de renovación en esta y otras entidades bajo su cargo. La ministra había ordenado una investigación administrativa para determinar presuntas fallas de organización de la entidad, las que han debido evaluarse como graves, de ser el caso, para prescindir de los servicios de este funcionario eminente.

Pero valía más el afán burocrático, una alimaña que carcome la administración pública, que el sano criterio de corregir problemas internos, si en verdad existían, y propiciar la marcha eficaz de un organismo cultural que debe manejarse con reglas especiales. Esto de invocar, en el caso de Ignacio Chaves, su inexperiencia en la administración de empresas, fue pretexto fútil de la ministra. Bien lo precisó por aquellos días el doctor López Michelsen: “¡Como si el rescate del castellano, o la asesoría en materia de consultas universales, fuera algo semejante a la venta y distribución de coca-cola!”.

De todas maneras, el ilustre director fue sacrificado por una ministra fugaz, atrapada por la publicidad y sugestionada por el ánimo de “renovar”, que así desquició una institución respetable. Este proceder injusto ocasionaría meses después la muerte de Ignacio Chaves, víctima de profunda depresión, en viaje por Argentina.

En su reemplazo fue nombrado el filólogo Hernando Cabarcas, experto en asuntos del idioma pero carente de visión y de mayor experiencia para manejar un organismo de tan compleja estructura. Su estadía en el cargo fue muy breve: 18 meses. Señaló algunas fallas estructurales, derivadas sin duda de una entidad en desorbitado crecimiento, y adoptó medidas improcedentes, como ciertos recortes drásticos en gastos ordinarios, la suspensión de la imprenta y el cierre del Seminario Andrés Bello, una de las dependencias emblemáticas de la institución.

El nombramiento siguiente fue el de la directora actual, Genoveva Iriarte, con buena preparación académica y cierta visión sobre el instituto como profesora que fue de lingüística y semántica. Ella lucha por sacar adelante su delicada misión, luego de dos años en el cargo. Tiempo efímero frente a las extensas administraciones de los cuatro primeros directores –Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero e Ignacio Chaves Cuevas–, que cumplieron, en total, una trayectoria de 63 años. (El Caro y Cuervo tiene 67 años de vida). Aquí habría que decir que la experiencia hace maestros, si bien la ministra Araújo se encargó de contradecir la sabia regla, aplicando su propio criterio equivocado, que puso al garete una empresa meritoria.

Algunos enfoques fiscales tienen en aprietos la marcha de la entidad. Se dice que los libros en bodega representan un elevado pasivo, que debe reducirse mediante un “estudio de mercados”. Esta mira determina un criterio mercantil según el cual la institución debe ser rentable. Esta no fue la finalidad que le impuso la ley 5ª de 1942 –sancionada por el presidente López Pumarejo–, al crearla como casa de cultura, sin ánimo de lucro, dirigida a la investigación científica y la preservación y difusión del idioma.

Uno de los grandes logros del Caro y Cuervo reside en la publicación de obras científicas o literarias que se convirtieron en mensajeras de Colombia, aquí y en el exterior, ante embajadas, bibliotecas, casas culturales, universidades… La proliferación de libros en épocas anteriores a la actual –algo desordenada, por desgracia– llevaba implícito ese cometido: hacer cultura. Ahora bien: debe existir, claro está, una cantidad de libros para la venta, sin descuidar la razonable circulación gratuita como medio cultural que debe fomentar el Estado.

Hoy el instituto está estancado. La producción está detenida. Series famosas, como La Granada Entreabierta, no han vuelto a circular. El Gobierno no solo le restringe los gastos, sino que tiene en angustias a viejos servidores que trabajaron con pulcritud, empeño y eficiencia por las letras y el talento colombianos. La nómina no resiste más recortes. Con el anuncio de la reestructuración, que quedó incrustado en la vida del instituto desde la época de la ministra de marras, el cuentagotas financiero deja apenas circular unos pesos escasos.

Hay que salvar al Instituto Caro y Cuervo de la situación de inercia a que ha llegado. Ojalá se entienda, para bien de la cultura colombiana, que merece otra suerte.

El Espectador, Bogotá, 8 de mayo de 2009.
Eje 21, Manizales, 8 de mayo de 2009.

* * *

Comentarios:

Como miembro del instituto mencionado, quiero referirme al artículo de Gustavo Páez Escobar, escrito que agradezco, al igual que muchos de mis colegas, pues muestra su sana preocupación por el presente y el futuro de la única entidad colombiana que se ha dedicado a la investigación de las lenguas del país, de la literatura y de nuestra historia cultural desde hace ya 66 años. Sí. Nosotros también estamos preocupados porque nuestro instituto presenta un desvanecimiento paulatino en su producción intelectual como consecuencia de las últimas administraciones que no han sabido dirigirlo (…) Podemos discernir y no faltamos a la verdad al firmar que estamos muy lejos de la actividad intelectual que conocimos, y muy lejos de la coherencia de las ya lejanas administraciones que mostraron al mundo que en Colombia también se puede hacer ciencia (…) María Stella González de Pérez, Bogotá.

La sociedad debe unirse para exigir al Estado y a este Gobierno respeto y atención a la cultura y a esta magnífica obra que es el Instituto Caro y Cuervo. He aprendido y me he informado muchísimo con este escrito. Víctor Entrena.

El Instituto Caro y Cuervo no escapa al sistemático menosprecio que el actual régimen prodiga a la educación de los colombianos. Johannes.

Muy acertado tu artículo. Ojalá tenga el eco para que sea una advertencia a tiempo y no un réquiem con inmenso lamento para el país. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Colombia, que era un país de políticos cultos, dejó de serlo hace mucho tiempo. Yo creo que el último de esos políticos cultos fue Belisario Betancur, hace 30 años, y de los primeros el propio Miguel Antonio Caro y su mentor, el poeta cartagenero Rafael Núñez. Cualquier estudiante de filología o lingüística española, y desde luego de literatura española, sabe quién fue Rufino José Cuervo. Entonces, como una institución culta y emblemática, como el Caro y Cuervo, no puede estar a merced de ministros de cultura tan incultos, es necesario que sea autónomo (…) A los colombianos de ahora les ha pasado un poco lo que a los griegos modernos: tuvieron antepasados muy inteligentes, pero en nuestros días la gente sólo quiere divertirse, y piensan que todo puede asimilarse a la producción de zapatos. En fin, hay muchos colombianos en distintos lados que no querrán que el Caro y Cuervo se desplome. Creo que personas como el columnista Gustavo Páez, que ha tratado el tema, pueden coordinar una campaña, como de hecho va, para la defensa del Caro y Cuervo. Fernando Vallejo podría decir algo, tal vez Gabo, Eduardo García Aguilar, mucha gente. Y si desde México se puede hacer algo, coordinar con la gente de acá, pues estamos a sus órdenes. Salomón Cuenca, Ciudad de México.

Sobre la anterior carta, publicada en las páginas El Espectador, dice lo siguiente la funcionaria del Instituto atrás mencionada:

Tiene toda la razón su corresponsal, excepto por García Márquez, pues hace parte de la Junta Directiva del Instituto Caro y Cuervo, pero no parece que le interese mucho la suerte de nuestra entidad. Es más, de acuerdo con algunas personas cercanas a esa Junta, él ha delegado en Belisario Betancur su voto y representatividad. Vive fuera del país y su membresía sólo está en el papel. Sería muy interesante que alguien le preguntara a García Márquez qué opinión le merece el estado actual del Instituto. María Stella González de Pérez, Bogotá.

Quiero decirle que le estoy muy, muy agradecida. En realidad nadie defiende en público la labor de Ignacio. Los directores posteriores (tanto Cabarcas como Genoveva) parecen no entender que los resultados no se pueden medir a través de instrumentos inexistentes en su época. Hablan de “planes de acción”, de “indicadores de logros”, de “operatividad”, de “títulos”, etc., y se olvidan de la impresionante labor de sus predecesores que hacían lo mismo y mucho más con “otras etiquetas”. Infortunadamente hay mucha mentira y quizás otras razones que algún día saldrán a la luz. Por ahora lo único cierto es lo que usted acertadamente describe. El Instituto agoniza, porque no han pensado en objetivos actuales y realizables, en necesidades con prospectiva. Ignacio logró terminar lo que se propuso y prometió el día de su posesión. Agotó las ediciones previstas del señor Caro y terminó el Diccionario de Rufino José Cuervo. Las demás ideas las sepultaron para hablar de tonterías. Elisa Krausova (viuda de Ignacio Chaves), Bogotá.

Categories: General, Instituciones Tags:

Fundación Alejandro Ángel Escobar

martes, 29 de junio de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Si don Alejandro Ángel Escobar viviera en la época actual, estaría orgulloso de ver realizada, e incluso superada, su voluntad testamentaria expresada en abril de 1949, en virtud de la cual dejó la cuarta parte de su fortuna para incentivar la investigación científica y premiar la ejecución de obras insignes de solidaridad humana.

Fallecido en 1953 –poco tiempo después de ocupar el Ministerio de Agricultura y Ganadería en el gobierno de Laureano Gómez–, la Fundación comenzó dos años después a entregar premios anuales a los más notables investigadores científicos del país y a instituciones o personas particulares que se hubieran destacado por sus realizaciones sociales. En este medio siglo, la entidad ha hecho presencia en gran parte de la actividad nacional consagrada al beneficio de la ciencia y del hombre, y por ese medio ha contribuido en forma sustantiva al progreso de Colombia.

No puede concebirse el desarrollo de un país si se descuida la disciplina del estudio y del descubrimiento y se dejan de lado los desafíos, cada vez más agudos, que presenta este mundo en permanente evolución, que por eso mismo obliga a la búsqueda de superiores técnicas y de más avanzados procesos científicos.

Esta labor motivadora de la Fundación se ha extendido a toda clase de funciones, y con mayor razón a campos esenciales como la medicina, la salud, la agricultura, la ganadería, las ciencias exactas, físicas y naturales, el medio ambiente, las ciencias sociales y humanas.

Siempre, al conceder los premios, ha primado el criterio de la excelencia fijado por el fundador, y mantenido con celo por los sucesores y los jurados, obedeciendo la consigna dispuesta por don Alejandro en su testamento: “No es mi deseo que se premie al menos malo, sino al muy bueno”. Bajo dicha pauta, algunos premios han sido declarados desiertos al no hallarse méritos suficientes para otorgarlos. Esta circunstancia induce, por supuesto, a que se mejore la calidad con aportes de evidente provecho público.

Don Alejandro Ángel Escobar aprendió de su padre, don Alejandro Ángel Londoño –natural de Sonsón y dueño de inmensa riqueza formada con esfuerzo y visión–, las reglas del trabajo laborioso y honrado como base del progreso y del servicio a la comunidad. Para hacer a su hijo ciudadano de bien le inculcó en el hogar los principios morales y éticos y le brindó sólida formación en el exterior, la que fue complementada con los estudios de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Pontificia Bolivariana y en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.

Al incorporarse a los negocios de su padre, el heredero no entró por la puerta grande, como suele ocurrir, sino que inició el aprendizaje empresarial desde la base, a partir del puesto de mensajero. Tuvo que ganarse los ascensos para llegar a ser ejecutivo eficiente.

Como Ministro, se enfrentó a la fiebre aftosa que atacaba al país, y dedicó sus energías a la reorganización del Ministerio de Agricultura y Ganadería. Adquirió los terrenos para el centro de investigación agrícola de Tibaitatá y dio los primeros pasos para la creación de la Federación Nacional de Ganaderos.

Antes de suscribir el testamento, había estudiado la labor cumplida en Latinoamérica por la Fundación Rockefeller, e investigado en Suecia el reglamento de la Fundación Nóbel. Sus miras eran altas. Presintiendo su muerte prematura –que ocurriría a los 50 años de edad–, se acordó de su patria. ¡Qué mejor manera de expresar su amor a Colombia que la de traspasar parte de su fortuna para crear un fondo de utilidad social! Ojalá muchos ricos tuvieran ese mismo proceder.

Su esposa, doña María Restrepo de Ángel, fue la encargada de crear la Fundación y permaneció al frente de ella, con lujo de competencia, por espacio de 35 años. A su muerte, en 1990, la remplazó la directora actual, abogada Camila Botero Restrepo, que venía trabajando al lado de doña María desde veinte años atrás. A ella le ha correspondido encauzar la entidad dentro de los tiempos modernos, fijándole nuevos rumbos y ampliando la cobertura de sus programas, con estupendos resultados.

La continuidad, seriedad y eficiencia en el servicio han hecho posible que la Fundación Alejandro Ángel Escobar cumpla a cabalidad los objetivos para los que fue proyectada. No siempre los tiempos han sido de bonanza, como podría creerse: también han tenido que sortearse momentos duros, como ocurre con todo organismo  regido por las cifras, de los que se ha salido adelante gracias a la eficaz acción administrativa y al concurso de una excelente Junta Directiva.

Para conmemorar su cincuentenario de vida, la Fundación recoge sus memorias en un precioso libro de 738 páginas, de 17 x 23 y 1/2 cms, obra que fue dirigida por el doctor Clemente Forero Pineda, persona muy vinculada a la entidad, y que fue impresa por la Editorial Códice, que viene dando muestras de una calidad insuperable en el mercado bibliográfico del país.

El libro muestra los principales hechos registrados en la vida institucional y destaca una serie de ensayos de gran altura conceptual y literaria, cuyos autores analizan diversos aspectos relacionados con la ciencia y con otros asuntos movidos por los concursos anuales. En la confección de este trabajo digno de encomio, que como es obvio demandó un esfuerzo gigante, la directora reconoce la colaboración prestada por abnegados servidores de la empresa, entre ellos, por Sonia Cárdenas Salazar, a quien denomina “memoria viviente de la Fundación”. Sonia fue secretaria del doctor Carlos Lleras Restrepo, lo que representa nota relevante en su vida laboral.

Si don Alejandro viviera, se emocionaría con este libro de memorias impreso con el criterio de excelencia que él le hubiera estampado, y que recomendó como signo distintivo para todos los actos de su obra magna.

El Espectador, Bogotá, 7 de mayo de 2008.

Categories: Instituciones Tags:

El general en su gloria

martes, 27 de octubre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La última vez que me vi con el general Antonio Medina Escobar fue en unos funerales de familia. A su habitual distinción se sumaban el regio atuendo y el airoso sombrero a la usanza de los viejos tiempos de la aristocracia inglesa. Mi esposa, tan admiradora de la elegancia, le dijo que su porte mostraba al perfecto dandy, y yo halagué su bizarría comparándolo con un lord de otoñales arreos.

Sonriente, nos dijo que venía vestido como para un encuentro real con nuestra parienta la muerta. Dos meses más tarde, ante el repentino deceso de Antonio, y con aquella imagen grabada en el recuerdo, se me ocurre pensar que con ese talante caballeroso, distintivo de su exquisita personalidad, penetró ufano en la morada eterna.

Su retiro del Ejército se produjo en 1980, luego de brillante hoja de servicios cumplida por espacio de treinta años y engrandecida con alta eficiencia, claras dotes intelectuales y acendrados principios éticos y morales. El general Jaime Valderrama Gil, compañero suyo de arma, lo recordó en la oración fúnebre como el muchacho entusiasta que en enero de 1949 ingresaba a la Escuela Militar de Cadetes con su maleta de ideales juveniles y el alma abierta a los rigores y las conquistas del destino castrense. Su inteligencia y dedicación al estudio y el trabajo lo llevarían a ocupar el primer puesto de su promoción.

En vista de su ejemplar desempeño, fue escogido para adelantar la carrera de ingeniero químico en la Academia Militar de Chile, de donde volvió con honores para ocupar destacadas posiciones en la rama logística del Ejército. Allí brindó su concurso decisivo en la reorganización de la Industria Militar, cuya gerencia ocupó con lujo de competencia.

Otras posiciones por donde pasó fueron las de director de adquisiciones, intendente general del Ejército, profesor e instructor en especialidades propias de su carrera. Con “Paso de vencedores”, el lema de infantería, logró todas sus victorias. Incluso la del matrimonio, acontecimiento memorable sobre el que es oportuno hacer un gracioso comentario.

Debido a su corta edad de 22 años, cuando se fue a estudiar a Chile, y temeroso de que sus superiores no le autorizaran el matrimonio con su novia Teresa Obregón, que podría considerarse precipitado, resolvió casarse en secreto, infringiendo los reglamentos. Para proteger la confidencia, dejó a su amada en Bogotá y mantuvo muy bien guardado el sigilo. Pero un año después, incapaz de resistir la cruel separación, decidió contar la verdad y así entró a ejercer sus legítimos derechos. Esa sólida unión cumplió 48 venturosos años de armonía y felicidad. Un triunfo rotundo del amor.

Como catedrático en institutos militares y universitarios ganó renombre por su formación didáctica y su poder para transmitir conocimientos. Era un militar humanista que no se conformaba con el solo ejercicio de la milicia, sino que nutría el alma con disciplinas académicas y lecturas selectas. Siguió las enseñanzas de don Quijote, quien una vez manifestó que “las armas requieren espíritu como las letras”, y éstas “deben poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo”.

Regido por las normas inalterables de honestidad y pulcritud que siempre había practicado, solía repetir con orgullo que era un general pobre que había huido del enriquecimiento fácil y la conducta indigna, para buscar el decoro de la vida y la supremacía de los principios. Ahí residía la fuerza de su carácter.

Ya retirado del Ejército, era observador atento y crítico agudo del acontecer nacional. Sufría con los infortunios de la patria. Su hermano, el sacerdote Jorge Medina Escobar, nuestro familiar apóstol de las virtudes cristianas, recuerda una de las frases cáusticas que más pronunciaba el general en su fallida esperanza de recuperar los valores perdidos: “En Colombia reina la mentira. Todo el mundo miente, todo el mundo engaña”.

Con estos perfiles queda pintada la recia personalidad de Antonio Medina Escobar, hombre probo y patriota integérrimo, cuya honestidad debe servir de modelo social en estos momentos de descomposición. En el Ejército hizo famoso el apelativo de “Pipo”, como sinónimo de inteligente.

Mientras en la Escuela Militar de Cadetes la cureña transportaba sus despojos mortales, en medio de los honores que le tributaban los altos mandos militares y los generales retirados, yo recordaba su fina estampa de gentleman. Los griegos le daban gran importancia al aspecto externo, como un reflejo del alma, y no me cabe duda de que Antonio supo combinar la elegancia física con la gallardía del espíritu.

El Espectador, Bogotá, 12 de septiembre de 2002.