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Vírgenes y pecadoras

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Mariasela Álvarez Lebrón, nueva Miss Mundo, hace esta extraña declaración: «Soy virgen y me siento muy orgullosa de serlo. Así permaneceré hasta el día que me case. Quizás no soy la más bella, pero sí la más entera».

Como el concepto de la virginidad está hoy deteriorado por culpa de ellas mismas, Mariasela se ha propuesto revitalizarlo. Y por tratarse de la soberana mundial, su declaración de pureza, insólita en los actuales momentos de desenfrenado sensualismo, suena a un grito de libertad.

Antiguamente la mujer no tenía necesidad de contar que era virgen: todos le creían. Ese era su estado natural. Virgen hasta el matrimonio. El sentido de la casta entrega y de la limpia posesión, con todas las de la ley, hacía ver a la mujer inmaculada.

Hoy le cuesta trabajo que le crean. Los tiempos han cambiado Ella misma se rebeló contra los viejos cánones sociales que, según su airada protesta, la  mantenían esclava. Quiere ser igual al hombre, ocupar sus mismos puestos y tener sus mismos privilegios. Entre ellos, el del amor libre. Busca liberarse rompiendo sus ligaduras ancestrales. Estos experimentos suelen dejarle secuelas, pero ella ya aprendió a borrarlas.

*

Tenemos ministras, embajadoras, presidentas. En Francia una mujer llega por primera vez a la Academia. En la Argentina otra se toma el poder. Si el Papa se descuida, lo destronan. El mundo está movido por líderes (mejor, lideresas, para evitar la ambigüedad) que se pelean las plazas públicas y conquistan posiciones antes exclusi­vas del sexo fuerte. Ellas son ahora las fuertes, y los hombres los débiles

Hoy nuestras bellas mujeres gritan en los parlamentos, mueven in­dustrias y vuelan por el espacio. Se inventaron los alimentos sintéticos para hacerles menos pesada la carga doméstica a los maridos. No hay campo que la mujer no haya explo­rado. Está posesionada de la vida pública y de la vida privada.

Ya a los hombres les cuesta trabajo la inti­midad, porque sus consortes no tienen tiempo. La mujer dispara armas lo mismo que el hombre, toma lo mismo que él, y a veces más, encarcela y hace la revolución. En Bogotá, donde todo anda patas arriba, dirige el tránsito y no le tiene miedo a los choferes.

Parece, sin embargo, que en este ímpetu de libertad y dominio perdió lo que más la adornaba. El don más preciado, por el que los hom­bres se retaban a bala. Hoy ya no lo hacen, porque no vale la pena. Otros cánones volvieron más tolerable aquella regla del honor.

Ahora se practican las relaciones prematrimoniales como requisito para la posible, o imposible, armonía conyugal. Hay que probar primero, para después aceptar. Y lo más seguro es que al desaparecer el halago de la conquista, se pierda el gusto de la intimidad. El sexo dejó de ser misterio y se convirtió en cansancio. Para combatir el tedio, se impusieron los intercambios con­yugales.

El secreto tan celosamente guar­dado está hoy al descubierto, y lejos de  escandalizar a las jovencitas antojadizas, las ha vuelto incrédulas. ¿Dónde estaba el misterio? ¿Para eso tanta prohi­bición? Más tarde se hastiarán del sexo, porque no le hallan gracia. Así, nuestras dulces Evas han ido invadiendo  los terrenos masculinos. El machismo está derrotado. Y la mujer, liberada.

*

Pero Mariasela piensa distinto. Ella defiende su integridad. «Quizás no soy la más bella, pero sí la más entera». De paso pone en duda la «entereza» de sus competi­doras. Y tiene razón, porque en los concursos de belleza suelen presen­tarse muchas dudas. La mujer moderna, por alguna ficción o algún engaño, entregó la virginidad. Y no es que a los hombres no les gusten las bellas pecadoras, sino que prefieren tenerlas fuera del hogar.

La bellísima Miss Mundo acaba de hacer una revelación asombrosa. Reclama la virginidad que se ha perdido, y para mayor reto y mayor tentación exhibe la suya propia. Re­cuerda que aparte de su belleza física lleva una gracia oculta, que la hace más reina. Mariasela es hoy la mujer más apetecible del planeta.

Es posible que la mujer libera­da termine, por no cuidar sus tesoros, dándose golpes de pecho (algo que tampoco está hoy intacto) y descubra que la emanci­pación no consiste en marchitar los laureles de la auténtica feminidad. Muchas mujeres querrán volver a empezar. Volver a ser vírgenes. Pero ya no pueden.

En cambio, Mariasela está completa. La mujer ha desprotegido sus fortalezas  por combatir el machismo de su inevitable com­pañero. Los hombres, mientras tanto, buscan una virgen. Siempre la han buscado. Y no es que las vírgenes hayan desaparecido, sino que no se consiguen.

El Espectador, Bogotá, 9-XII-1982.

 

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Por fin… ¡diciembre!

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Atravesar el año es una de las pruebas más difíciles de los co­lombianos. Si al final de la jornada todavía estamos completos, es demostración de resistencia. Merecemos un escudo. Completos, en el sentido de no haber perdido un ojo o una pierna. Y también habiéndolos perdido, porque conservar la vida, inclusive con mutilaciones, es acto heroico en este país de pasmosa inseguridad.

Ya son pocos los sitios que quedan en el planeta más peligrosos que nuestra linda tierra colombiana. La belleza y el peligro han sido dos conceptos que siempre andan juntos, como se demuestra con la mujer, y descartar el riesgo en este exótico país tropical, donde la marihuana se da silvestre y el delito camina solo, es pedir demasiado.

Es tanta la fama que tenemos de atracadores, que el extranjero se siente reducido con sólo dar el primer paso en la escalerilla del avión. Por más que se pegue a su billetera y esconda sus joyas en el sitio más estratégico, algo le birlarán en el tránsito del aeropuerto al hotel. No es improbable que mientras el gringo exclama ¡oh, Bogotá!, entre un suspiro de admiración y una fricción de manos, desaparezca en un segundo la maleta que había depositado en el suelo para sacar los dólares que le exigía el taxista. Si se descuida,  también ésta se esfumará como por arte de magia.

*

Señora: ande sin joyas. Es consigna que vuela de boca en boca. La dama, que de todas maneras no puede prescindir de sus vanidades por llevarlas tan ligadas a su natura­leza, se las quita, las acaricia y las introduce en lo más profundo de su bolso. Otras veces, en lo más íntimo de su cuerpo, y de allí también se evaporan.

Nuestros rate­ros son especializados en extraer sin el menor ruido el bolso femenino, dejando apenas un pequeño orificio que nunca se sabe cómo se hizo; y si el acceso a las recónditas fortalezas que a veces la mujer supone que son inviolables, se muestra escabroso, la punta de un cuchillo o la boca de un revólver hará descubrir todos los secretos.

A la vuelta de cualquier camino el finquero se tropezará con la cuadrilla de maleantes, que le arrebatará la remesa para el pago de jornales, el vehículo y la propia vida. En este percance, que es el mismo que sucede en las calles de la capital, es mejor no moverse y entregarlo todo.

Nadie, por otra parte, ve nada. Todos pasan tranquilamente a nuestro lado, nos miran cuando el asaltante nos encañona, es posible que nos compadezcan, porque además se están compadeciendo ellos mismos, y siguen su recorrido.

Cuando alguien grita ¡un ladrón… cójanlo…!, todos se protegen en natural  acto de defensa para que no los vayan a confundir. El raterillo, maestro de los esguinces, se cuela por entre las piernas y en un instante está al otro lado de la vía, victorioso de su hazaña. El policía intentará seguirlo, pero como el gamín es más veloz y además tiene ángeles de la guarda, desistirá.

*

Por fin… ¡diciembre! La gente suspira y se toca por todas partes. Algunos llegan hechos jirones, pero vivos. Y esto de estar vivos no es cualquier cosa. Es el mayor milagro de cada día en nuestra amada Co­lombia, donde la vida no vale nada. Un año de sacrificios en lo económico y de desgarramientos en lo moral, donde el país ha jugado en la cuerda floja de la especulación y los desen­frenos, concluye felizmente. Ya se ve que “felizmente“ es un término de resignación, más que de auténtico júbilo.

Con unos cuantos atracadores de la banca en la cárcel (banqueros, para mayor precisión), con otros todavía sin llegar, con miles de ahorradores estafados, con una piratería cam­pante por calles y caminos, con los presupuestos familiares en ruinas… ¡estamos en diciembre!

El padre de familia supone que han terminado sus angustias. Pero se acuerda de que al final del año el pago es doble, incluso triple, porque de una vez le cobran la matrícula del año siguiente, cuando no la primera mensualidad como requisito para no perder el cupo, según lo pretenden algunos colegios de Manizales.

Los hogares hacen inmensos esfuerzos para conseguir la entrada de sus hijos a la universidad. Deben presentarse en tres, en cinco, en diez universidades, y pagar inscripciones y pasajes a manos llenas. Y al final, ¡nada! No hay cupo. Cuando lo hay, no hay plata. Hoy el mejor negocio son las universidades.

Se dice que muchas universidades son de mafiosos, pues no es sino ver en qué clase de vehículos llegan los hijos de papi. El grueso de los colombianos, que todavía esperan la universidad a distancia, pero sobre todo la universidad económica, hacen una muestra de escepticismo. Es como un gesto de terror, con sólo pensar en la universidad.

*

¡Estamos en diciembre! El mes de la alegría, que pregonaban nuestros abuelos. Hoy es el mes de las burbujas y los espejismos. El de la mayor frustración. Ahí se corona el vía crucis. La prima de Navidad ya quedó hecha añicos, apenas comenzando el mes. Los atracadores urbanos se preparan a hacer de las suyas, al amparo de la impunidad.

Las damas, que no cogen experiencia, piensan recuperar las joyas perdidas. Es lo que le piden al Niño Dios. Y es el milagro que harán, de todas maneras, los esposos oprimidos.

El Espectador, Bogotá, 23-XI-1982.

 

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Los lustrabotas de Chía

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

«La vida está por las nubes», es el clamor que se escucha por todas partes. Para bajarla, o evitar que se eleve más, se acude a la fórmula socorrida de aumentar los sueldos. Con el riesgo que todos conocemos: si estos aumentan un 25 por ciento, los precios se encaraman en setenta y dos punto ocho por ciento, pero no certificados por el Dane, que siempre llega tarde, sino por el tendero del barrio, más ágil y más preciso que las computadoras oficiales.

Cada aumento trae otro aumento. Al incrementarse el sueldo, la canasta familiar se encarece al doble y al triple. Así, de deterioro en deterioro, vamos poniendo la mira en el diciembre del próximo año, cuando habrá nueva revisión salarial. Es decir, otro engaño.

Los lustrabotas de Chía resolvieron aumentarse sus hono­rarios tan pronto supieron que los parlamentarios también lo hablan hecho. «Si ellos ganan más, nosotros no podemos ganar menos», es su sana filosofía de cajón. Si los padres de la patria no lograban vivir con noventa y dos mil pesos mensuales, tampoco ellos podían sostener la embolada de veinte pesos. Por lo tanto, la aumentaron a cuarenta. La no­ticia ya llegó a todos los emboladores del país.

Estos asalariados públicos piensan que el incremento no sólo es obvio, sino insignificante, al escuchar que los parlamentarios dieron el paso mortal a ciento cincuenta mil, y esto después de perdida la batalla de los doscientos mil. Por ahora es un 63 por ciento, alza que nuestros legisladores consideran pírrica frente a sus agobiantes obligaciones.

La voz aislada y hasta sub­versiva, que así fue interpretada, de la parlamentaria boyacense María Izquierdo de Rodríguez, que se opuso al alza descabellada de las dietas, es una protesta en el vacío que sirve para recordarnos que en Colombia hay democracia. Es el sagrado derecho a disentir que por fortuna  seguimos conservando, aunque en la mayoría de los casos no sirva para nada.

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Los profesionales del zapato pueden ser malos para las matemáticas pero no para la lógica, como hoy lo saben los habitantes de Chía. Lo mismo piensa mi peluquero, que hace mes y medio me subió veinte pesitos, y hace tres días otros veinte pesitos. Va el 50 por ciento, y con un guiño me ha sugerido que se aproxima otro remezón. «¿Vio la noticia de Chía?”, me preguntó. «La vida está por las nubes”, respondió él mismo.

Como los huevos suben cada tres días, mi mujer decidió comprar tres  gallinas y un gallo, pero el experimento no le resultó porque los concentrados crecen más que las yemas, y además el gallo se aburrió. A medio día la encontré con el ánimo aplastado. Era como si hubiera perdido una batalla. Me mostró las cuatro cosas que había comprado en el mercado y me enumeró las diez que no había podido adquirir. «La vida está por las nubes». Y para completar, la hija universitaria llamó en ese preciso momento a notificarnos que con el giro apenas había adquirido la mitad de los artículos que necesitaba.

Volviendo a los compatriotas de Chía, ellos piensan que su nueva tarifa es lógica por no tener prestaciones sociales, exenciones tributarias, descuentos de pasajes aéreos ni franquicia postal. Hechas las cuentas al vuelo, como las hace el embolador mientras pone a bailar el cepillo en el aire, la asamblea de lustradores de Chía piensa que así quedan nivelados ambos gremios en sus con­quistas laborales. Al fin y al cabo, si aquellos llegaron al Parlamento fue con el voto de las cajas de lustrar zapatos. Unos y otros deben ganar más para poder subsistir. Planteamiento elemental.

*

El Gobierno, mientras tanto, hace grandes esfuerzos para contener la escalada de los costos, y tiene previsto un tope del 25 por ciento como índice de la inflación durante al año. Con esa brújula se regirá el alza de salarios. A mayor salario, mayores costos, es regla que nadie ha logrado modificar.

El tendero es el que mejor la aplica. El usurero nos ayuda a cumplirla. Desde otra esquina, el Parlamento se autodecretó un alza del 63 por ciento, que puede considerarse modesta después de la buscada al principio, del 117 por ciento. Duro sacrificio, cuando «la plata no alcanza para nada», como me lo demuestra mi ministra de hacienda cada vez que vuelve del mercado.

Para tratar de disminuir estos efectos nocivos, el Presidente ha renunciado al aumento de su propio sueldo. «Nobleza obliga», dijo el Alcalde de Armenia y siguió su ejemplo. De lo contrario, que yo sepa, nadie más ha hablado. No han faltado quienes critican al Alcalde por desvalorizar el puesto, y como son suspicaces, agregan que en adelante no habrá candidatos para esa posición, que tan mal paga.

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Se trata, claro está, de una hipótesis tan ligera como suponer que Álvaro, o Luis Carlos, o Alberto, o Mario, o tantos otros, no desearán ser presidentes de la República por el sueldo tan bajo. Al nombrar a los políticos por su nombre de pila no lo hago por irrespeto ni por exceso de confianza, sino porque al pueblo le gusta tratar a sus líderes con familiaridad. (Parece que en España Felipe ganó las elecciones presidenciales por eso: por haber sido simplemente Felipe).

Pero como el propósito de esta nota es destacar la noti­cia de Chía, vale la pena detenernos en la exposición de motivos con que nuestros amigos del zapato justificaron su determinación: «No es justo que los parlamentarios se suban las dietas y nosotros, que los mandamos bien lustrados a sus fatigantes ocupaciones, ganemos sólo míseros veinte pesitos».

El Espectador, Bogotá, 18-XI-1982.

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Garciamarquismo peligroso

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

El día que Gabriel García Márquez ganó el Premio Nóbel de Literatura yo pedaleaba bravamente en mi bicicleta estática. Es una fórmula que me recetó el médico para mantener lubricado el corazón y que de paso me permite coger algunas primicias mañaneras.

Iba por el kilómetro tres cuando la emisora interrumpió su progra­mación habitual y una voz que no supe definir si estaba emocionada o entrenada para lanzar un nuevo anticonceptivo, exclamó: ¡Extra, extraaa…! Lo que Colombia esperaba… Al fin llega la gran noticia a nuestro país… ¡Extra…extraaa…! Quedé pendiente de la alarma, mientras calculaba que el presidente Belisario había descubierto el secreto para abaratarnos la vida, o se habían entregado los grupos alzados en armas, o estaban listas las diez mil primeras casas sin cuota inicial.

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¡Extra… extraaa…!, seguía bramando el locutor, y como mi viaje imaginario pasaba en ese momento frente al campo deportivo en cons­trucción, donde Armenia sería sub­sede del Mundial de Fútbol, también me puse a gritar. No sé mucho de fútbol, pero en cambio mi hijo de once años es ya toda una revelación para la acrobacia de los pies. Ante la fiebre de patadas que invade al mundo, no hay más remedio que contagiarnos de esa atmósfera. El planeta, así a muchos no nos guste, gira más alrededor de las pelotas que de los libros.

¡Extra… extraaa…! La voz aflautada al fin se resolvió a revelar que García Márquez había conquis­tado el galardón tanto tiempo espe­rado. Dominado yo por la emoción, casi me caigo de la bicicleta. Mi primer sentimiento, pasado el trastorno, fue compadecerme de Borges que otra vez quedaba frustrado. Vargas Llosa puede seguir haciendo cola, porque su almanaque todavía resiste. Rulfo es hombre modesto que no va a sentir celos del triunfo ajeno. Y los otros que esperen. Todavía hay opción para Sábato, o Cortázar, o Amado.

Al fin y al cabo grandes figuras nuestras, como Carrasquilla, Va­lencia, Vargas Vila, pasaron a la inmortalidad sin la reseña de los misteriosos académicos suecos. Entre los vivos está Caballero Calderón, o Pardo García, o Carranza, para quienes el laurel continúa esquivo.

*

Con García Márquez nos ha sonado la flauta por primera vez, ¡viva Colombia! Con su obra traducida a innúmeros idiomas, su aureola de perseguido político y su olor penetrante de guayaba, de trópico, de leyenda sensual, consigue ahora el favor de los dioses. “Al fin tenemos Nóbel”, le repetía yo a mi mujer, y ella, viéndome tan contento, supuso que había salido de pobre. Nóbel, con la entonación que le doy, suena como una victoria. Sin el énfasis de la tilde se pierde el acento anglosajón y no se es­cucharía lo mismo el estampido de la dinamita con que la noticia repercu­tió en todas partes.

El país entero vibraba con ritmo de vallenato, y más tarde se establecería una defi­nitiva separación en la vida nacional: antes del Nóbel y después del Nóbel.

El Presidente fue el primero en felicitar a Gabo, que todavía entre cobijas no daba abasto para contestar desde Méjico a los cumpli­dos y las adulaciones. Todo el mundo vive entusiasmado con este perso­naje que pone a volar mariposas amarillas, hace nacer seres con cola de cerdo y eleva al cielo bellas mujeres tocadas de contornos má­gicos.

*

El día amaneció más temprano en Colombia. En un instante todos nos hallábamos de pie, alegres, dicha­racheros, vanidosos de saber escribir tan bien. A los pocos minutos las librerías habían subido el precio de todas las obras del autor laureado. Plinio Apuleyo sa­boreaba el olor de la guayaba, y Álvarez Gardeazábal, que años atrás había pretendido tumbar el mito para volverse él mismo un nuevo mito, también entonaba el himno nacional.

Belisario, el escritor, pero sobre todo el Presidente, de un solo golpe tumbó el Mundial de Fútbol, el que intentaba con extravagancias com­plicarnos la vida en 1986.

Con la gloria de García Márquez tenemos suficiente vitrina inter­nacional. Todos los países del orbe nos lanzan miradas incrédulas y envidiosas. Incrédulas, porque para la mayoría somos un país que sólo produce marihuana y mafiosos: y envidiosas, porque no pueden imi­tarnos. Un García Márquez sólo se da cada cien años, como las Úrsulas y las Amarantas y los Aurelianos Buendías.

Nuestro escritor se volvió peligroso. Tumba mundiales de fútbol sin protestas posibles, y sólo deja un águila desplumada. Saca presos de las cárceles y afirma los derechos humanos. Les coge ventaja a sus colegas del boom latinoamericano. Oscurece el porvenir literario de muchos de sus compatriotas. Y a los que buscan derribar ídolos les advierte que para volverse mito el único requisito es saber escribir la leyenda.

Sobre todo es un dique para los escritores colombianos. Ahora todos quieren ser García Márquez, tener su mismo bigote, decir sus mismas palabras e inventarse su Mercedes legendaria, que a la mayoría se le olvidó crear. Todos desean imitarlo y ser genios.

¡Alto ahí! La montaña es muy grande para trepar por ella. El secreto consiste en irse por otros senderos, en idear un nuevo estilo. Con Nóbel propio, el reto es superior. Pero de esta manera no sería improbable que a la vuelta de los años, con esfuerzo y perseverancia, nos ganáramos el segundo premio.

*

Reflexionando en estas complejidades me acordé de que García Márquez detesta la soledad de la fama. Ahora es el gran patriarca de la literatura. ¡Viva Colombia, viva la gloria! Mientras tanto, yo continuaba frenado en mi bicicleta estática, todavía con el ¡extra, extraaa…! bailándome en los oídos.

Finalmente, me dije que para triunfar es necesario pedalear duro.

El Espectador, Bogotá, 9-XI-1982.

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Ritmo de baile

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

El país sabía de un habilidoso político que se llama Julio César Turbay Avala, pero antes de su pre­sidencia no conocía sus destrezas de bailarín. Era una cualidad que solo ejecutaba en privado y le hacía ganar popularidad en los círculos femeninos.

Las damas, desde hace mucho tiempo, se dispu­tan el privilegio de danzar con el doctor Turbay, «un magnífico pare­jo», según acertada definición. Y es que esto de llevar el ritmo, y sobre todo saber moverse con naturalidad y garbo, sin paso trotón ni desgar­bada anatomía, es virtud que no a todos nos ha dado la naturaleza.

Entre las habilidades del buen danzarín está la de no pisar callos ni atropellar a los vecinos. A la pareja hay que manejarla con delicadeza y desenvoltura, permitirle respirar y hacerla enternecer. Hay que mante­nerla a raya: ni muy lejos, y tampoco demasiado unida. Lo primero, porque la soltura en el baile es apenas el pretexto para disimular un mal paso, y de parte de la dama, para defen­derse de indebidas presiones o peli­grosas confianzas; y lo segundo, porque la mucha cercanía puede ser embarazosa.

En estos trucos el doctor Turbay Ayala es maestro. Él sabe que no hay que arrimarse de­masiado, pero tampoco distanciarse mucho. Los hilos del baile hay que moverlos con sutileza y cierta seducción para asegurar la pareja feliz. Eso mismo ocurre con la polí­tica. En ambos campos es diestro el doctor Turbay, y de ahí el atractivo que ejerce en damas y caciques.

A los colombianos nos consta que en sus cuatro años de gobierno bailó al ritmo que le to­caran. Cuando anunciaba viaje a cualquier sitio, de inmediato se pensaba en el baile. Se alborotaba el galli­nero, como sería la expresión cabal. Desde un mes antes las amas comenzaban a preparar el mejor vestido y a entrenar el mejor compás.

De inmediato se encarecían las telas y se agotaban las zapatillas. Las damas salían en persecución implacable de los atuendos y las fantasías que era preciso lucir para tener suerte con el parejo grande de Colombia. Los salones de belleza no daban abasto, y como la mujer no acepta sino el peinado de última hora, la rebatiña se volvía terrible. Ustedes saben lo que son cientos de mujeres peleándose por el corte de pelo y el arreglo de uñas, todas queriendo ser las primeras y las más originales.

Algunos vestidos, como sucedió en Armenia, tenían que ser adquiridos en Cali y Bogotá, en las mejores casas de modas, sobra decirlo. No se trataba sólo de estar bien presentadas, sino de lucir el último grito de la moda. Todo porque había que bailar con el doctor Turbay, el mejor parejo del país.

Muchas se endeuda­ron más de la cuenta (y todavía hay maridos rescatando facturas), pero estaban felices por estrenar de todo, como si se tratara de la noche de bodas. En esto de gastar ellas en vestuarios, joyas y perfumes, toda ocasión es propicia, y no faltaba que no lo fuera así, tratándose de un baile presidencial.

El señor Presidente rompió el baile con la esposa del señor Gobernador, la más lujosamente ataviada por moti­vos obvios. Después vendrían las es­posas de otros altos funcionarios, pero éstas no fueron invitadas a tablas. Tampoco hubo opción para nadie más de la esperanzada sociedad quindiana, lo que no significa que el señor Presi­dente, un incansable danzarín, no bailara toda la noche.

Bailó y bailó hasta convencernos de que es un acompañante inigualable. Esto  puede certificarlo la dama pri­vilegiada de aquella noche. Hubo, desde luego, críticas y disgustos entre la gruesa concurrencia de mu­jeres ilusionadas, que en vano lucían elegantes trajes y aderezos.

En Cúcuta pasó lo mismo. También en Ibagué, Cartagena, Tunja, Pasto y en todo sitio visitado por el señor Presidente. El baile no alcan­zaba para todas, y por lógica muchas regresaban frustradas a casa y ahí sí se acordaban de que también tenían marido.

Al doctor Turbay le gusta bailar. Es alegre, extrovertido, infatigable con su pareja. Durante su presidencia Colombia se convirtió en un gran baile, y fue tanto el ritmo de fiesta, que quedamos mareados. Es un acompañante ideal, y esto sólo lo sabía antes doña Nydia. Ahora ya no es secreto.

A sus críticos del baile de Cúcuta el doctor Turbay les increpa: «Lo que pasa es que son unos envidiosos porque yo sí sé bailar». Y tiene razón. El buen bai­lador suscita éxtasis en las mujeres y rivalidad en los hombres, que no pueden hacer lo mismo y pierden oportunidades.

Una de las damas furiosas de Armenia manifiesta que no todo ha de ser baile. Y agrega que el país se le salió de las manos al doctor Turbay por rumbear demasiado. Ella perdió sus ahorros en una corpo­ración que no vigilaba el superinten­dente bancario, otro gran bai­larín. En este repaso de personajes, la dama se acuerda también de don Félix Correa, una atracción de los salones sociales, y estafador redomado.

Con todo, el doctor Turbay dice que «al país le gustaría bailar otros cuatro años conmigo». No sabemos qué responderán las damas de Ar­menia, y las de  Cúcuta, y las de Ibagué, y las de Pasto… Habrá que preguntárselo a Colombia, la pareja mayor del jolgorio, y ésta ha quedado agotada.

El Espectador, Bogotá, 18-X-1982 y 15-VIII-2020.
Eje 21, Manizales, 14-VIII-2020.
La Crónica del Quindío, 16-VIII-2020.

 

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