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Morirse por cooperativa

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi párroco, Miguel Duque Zuluaga, un paisa auténtico, o sea empujador y progresista, nos tiene sudando las mieses del Evangelio. Su lema cons­tante es que hay que sembrar para recoger, y como el quindiano, agricultor por excelencia, es de alma generosa y de bolsillo elástico, la siembra ha sido pródiga.

Sacerdote moderno, que sabe darle a todo un sentido práctico y que huye de gaz­moñerías y de excesos religiosos, difunde la palabra sencilla y cultiva la acción edificante. Como la beatería ha quedado desterrada de mi parro­quia, hay menos afectación y más autenticidad, menos chismorreo y más cooperación, menos avaricia y más caridad. En síntesis, menos ruido y más nueces.

Antiguamente, cuando fallaban las finanzas parroquiales, la fórmula mágica consistía en iniciar la cons­trucción del templo. Eran obras mo­numentales de nunca terminar, y como los feligreses, a base de diez­mos y primicias, salvaban el alma, consumían toda la vida aportando ladrillos y cementos que no se veían progresar.

Hoy es menos exigente aquella regla redentora y ya se puede salvar el alma sin tantos materiales de construcción. El padre Duque ha levantado un templo en volandas, sin asustar la conciencia. Hizo en dos años lo que en los viejos tiempos se hubiera hecho en veinte, y además armó una hermosa capilla en el sitio más florido de la capital quindiana, para que el espíritu viva fresco.

Mi párroco es un mago para con­seguir dinero. Para la comunidad, claro está, porque él vive sobrado en la pobreza jubilosa de su magisterio ejemplar, que le envidian los millo­narios. Si fuera ministro de Hacienda otra sería la suerte de este descapita­lizado territorio del Sagrado Corazón de Jesús. Los ricos a veces se resien­ten cuando les toca el bolsillo, pero responden a su llamado cuando los convence de que pueden hacer obras sociales sin necesidad de sacrificar el viaje a Europa.

Como ejerce su apostolado con alegría y sabe matizar sus sermones con gracia y chispa paisa, más abundantes son las co­sechas del Evangelio. En la pa­rroquia del Espíritu Santo estamos contagiados de optimismo para llegar al cielo por los caminos llanos de la jovialidad y la confraternidad.

Pero lo que quería contar es que este sacerdote dinámico y original acaba de anunciarnos la fundación de una gran cooperativa para abaratar el costo de la muerte. En plenas instalaciones parroquiales quedará la sala de velación, y no será ésta la más lujosa de Armenia pero sí la más confortable. El lujo debería reñir con la muerte, pero la vanidad nos ha enseñado a estimularlo.

Si la idea prospera (¿y por qué no habrá de prosperar?), todos los servicios funerarios, incluido el ataúd, el ele­mento de mayor explotación, los prestará la parroquia a costo redu­cido. Los familiares no competirán en adelante por la vanagloria del féretro ostentoso, sino que el difunto, al único que no consultan, quedará muy bien acomodado en una caja sencilla y al propio tiempo elegante (para no herir susceptibilidades).

El mismo tipo de ataúd se empleará en todos los casos. Con esta ceremo­nia igualitaria se borrarán, por lo menos en el último trance de la vida, las diferencias entre ricos y pobres. Y se eliminarán las carreras y las pompas sin sentido, que tanto dinero producen a las agencias de entierros. Desaparecerán los absurdos derro­ches estimulados por la vanidad y disfrutados por los comerciantes de la muerte, que ahora, como se ve, van a quedar de muerte.

Ya pronto el acto de morirse no producirá a los deudos desgarraduras económicas. Pasar hoy a la otra vida, en Armenia, vale alrededor de cien mil pesos, sin incluir el terreno sacrosanto, otra arandela inútil que con el tiempo la suprimirán los hornos crematorios, con un costo mínimo.

Por lo pronto, en el «negocio» de almas del padre Miguel Duque Zuluaga las tarifas funerarias van a descender de cien mil a veinte mil pesos. Los competidores están ira­cundos con el líder revolucionario y algunos anuncian cambio de activi­dad. Dicen que ya no será gracia vivir de los muertos. Como es difícil luchar contra una comunidad en pleno, dis­puesta a terminar con los explotado­res, nuestra cooperativa de la muer­te, que sin duda abrirá muchas agen­cias en el país, tendrá vida eterna.

El Espectador, Bogotá, 20-VII-1983.

 

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El sexo en serio

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Una reciente humorada de esta columna hizo creer a doña María Carrizosa de Umaña que ando en discordia con el sexo. Quise criticar la mojigatería de las beatas asustadizas que lo rechazan por pecaminoso y parece que salí también expulsado del paraíso terrenal. Doña María, que es firme defensora de los temas bíblicos, combate la mala interpretación de los sucesos que nos dieron la vida.

Entendámonos. No estoy distorsionando la escena del paraíso y menos, líbreme Dios, metiéndome con el Creador que en sus misterios insondables formó la pareja primigenia y acto seguido le insufló un soplo sexual. «Creced y multiplicaos”, fue la bendición para el acto lícito, el más lícito de todos cuando no tiene intención perversa, y que sin embargo sigue escandalizando a las beatas que usted y yo conocemos, admirada doña María.

De ahí que el tema, por espinoso y confuso, se volviera tabú. Sólo ahora, en esta era de Acuario que tiene entre sus características más importantes la liberación sexual, la humanidad está adquiriendo otros conceptos sobre las relaciones físicas, y naturalmente espirituales, de la pareja. La noción de pecado, que es algo subjetivo y ambiental, ha variado con los tiempos.

En aquel capítulo del Génesis que usted cita, apareció una serpiente, el más astuto de todos los animales, tentando a la mujer con el árbol que Dios le había prohibido. Como el fruto era tan deleitable, la mujer se dejó seducir y comió. Acto seguido dio de comer a su compañero, y Adán, que era glotón, participó del banquete, hasta el hartazgo, creo yo.

Dice en seguida el Génesis: «Luego se les abrieron a entrambos los ojos; y como echasen de ver que estaban desnudos, cosieron o acomodáronse unas hojas de higuera, y se hicieron unos delantales o ceñidores». Fue hasta ese momento cuando la pareja se vio desnuda y se sintió avergon­zada. ¿Por qué esto no había ocurrido antes? De ahí nace la idea, puede que errónea, pero de todas maneras afín, sobre la realización del acto sexual, y lo más importante, sobre el temor que desde entonces subsiste acerca del sexo como acto prohibido.

La interpretación de la Biblia es muy extensa y se presta, como libro sabio que es, para variadas diva­gaciones. Aquel árbol de la tentación simboliza el principio del bien y del mal, el mayor código moral del mundo, y es válida la tesis de que Dios no lanzó a nuestros primeros padres por la unión sexual, sino por desobedecerle. El sexo, que es un instinto, aunque usted se empeña en atacar este concepto, también es racional. Debe ser racional y así la mente andará sana. Pero el sexo es instintivo, ¡válgame Dios! Es un impulso, o sea, una tendencia natural.

Por ahí pesco al vuelo, de Marañón, el gran médico y ensayista que tanto aportó en el campo de la endocrino­logía, esta frase: «La tragedia de muchos es una de­sarmonía entre el instinto sexual y la realización de este instinto». Usted dice que el instinto es lo propio de los animales. Pregunto yo: «¿Y acaso el hombre, si no racionaliza sus pasio­nes, no es el animal más grande de la creación? ¿No vemos fieras «huma­nas» que atropellan el orden social y se vuelven lobos de sus propios her­manos?

En materia sexual ocurre lo mismo: hay hombres, y desde luego mujeres, que son salvajes. Merecen la expulsión del paraíso terrenal. Afortunadamente usted y yo, doña María, en materia de sexo estamos civilizados. Nos hemos liberado de prejuicios y necedades y por eso podemos hablar, sin sonrojo, de este tema que todavía es tabú para mu­chos.

Concluyo: la actividad sexual no está prohibida por Dios. No puede estarlo, si es el principio de la vida. El abuso del sexo, es decir, su degradación, lo mismo que su ignorancia (escú­chenme, beatas asustadas), fue la humorada que usted no me entendió. O no supe expresarla. Hoy, por for­tuna, en colegios, en universidades, en el hogar y en los periódicos, como acontece con la bibliófila de doña María y este humorista de malas, ya se enseña sexo

Vivimos en una sociedad represiva. El sicoanálisis lucha por integrar al sexo, como un todo, en la vida del individuo. El sexo, que es una mani­festación de amor, es el mayor puente de comunicación afectiva. El amor es un intercambio. ¿Habré pasado la lección, doña María?

Y muchas gra­cias por haber saboreado mi Ven­dedor de dulces, como un paliativo para las parrafadas sexuales que me debate con su característica gracia. El humor me resultó flojo, y ahora, más en serio, procuro reconciliarme con sus tesis, que también son las mías. (Por algo dicen que el humor es la cosa más seria del mundo).

El Espectador, Bogotá, 10-III-1983.

 

 

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Mensaje al dios Baco

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

El alcohol vuelve a ser preocu­pación del día. Lo ha sido a lo largo de los siglos y no creo que haya cos­tumbre con mayores adeptos. El dios Baco, contagiado de inmortalidad, se refrescará en su paraíso de uvas con el zumo de las millonarias libaciones que le tributan los borrachitos de todo el mundo.

Hay estadísticas escalofriantes. La última habla de un millón y medio de alcohólicos en Colombia, que afectan el bienestar de nueve millones más. Pero algún suspicaz inquisidor de nuestras tendencias alcohólicas contradice tan precaria afirmación y anota que sólo Bogotá tiene tres millones de bebedores, que van de los llamados dipsómanos sociales a los incontenibles bohemios de toda hora. Según esa hipótesis, los recién naci­dos llegan en Colombia con su botella de aguardiente como biberón.

Nuestro Estado cantinero desoye olímpicamente estas cifras y es po­sible que en sus fruiciones financieras se solace contando botellas vacías. Cerrar o limitar las 20 fábricas de licores que tiene montadas en el país equivaldría a alborotar a los maes­tros y estos no tienen por qué sufrir los descalabros de las rentas etílicas. Líbreme Dios de estar haciendo la apología del licor, pero tampoco me apunto a la lista de los abstemios.

El abstemio absoluto es ele­mento poco grato en la sociedad. Dicen algunos que no es sincero. Al no mostrarse extrovertido, la gente desconfía de su sequedad. El político no consigue votos sin alcohol. Triste realidad, pero de todas maneras rea­lidad.

Se afirma que el trago es factor de primer orden en las relaciones públicas, y se abusa de él en relaciones que no tienen nada de públicas. Con el argumento de que la persona pierde el miedo al entrar en calor, se ha convertido en el mejor tónico contra la timidez. Nos senti­mos valientes, simpáticos, inteligen­tes y hasta millonarios con unos cuantos copetines en la mollera. Vemos entonces pequeño el mundo y ya no nos asustan los nuevos impues­tos de Belisario. Pero al día siguiente, en el guayabo, la dura realidad nos diluye el estómago y nos tortura la mente.

No se concibe un buen promotor que no sepa empinar el codo. Los negocios surgen mejor bajo la inspiración de las copas. Ya se ve que no es sólo cantinero el Estado, sino también la empresa. Es decir, vivimos en una sociedad alcoholizada y nos cuesta trabajo, para subsistir, hacernos al margen de la tradición. Para las alegrías y las frustraciones, para los negocios y las quiebras, para el amor y la impotencia… ¡escúchanos, dios Baco!

Voy a contar una historia. Un colega mío, de esos que seguramente nacen con la botella debajo del brazo, fue bebedor empedernido durante buena parte de su vida. El oficio de viajero fue cómplice de su dipsoma­nía. Y de tanto consumir aguardiente, la nariz se le esponjó, los cachetes se le iluminaron, la mujer se la llevó el vecino, lo botaron de cinco puestos, se volvió neurasténico y se le afectaron el hígado, el corazón, los riñones, el cerebro y la virilidad…

Cualquier día el médico le dio el ultimátum de abandonar el trago o irse camino del manicomio o del cementerio. Prefirió la vida. «Hasta aquí te acompaño», le dijo a Baco, y se volvió el hombre más juicioso del mundo. Al correr de los días estaba totalmente reformado. Hablaba mil maravillas de los «alcohólicos anó­nimos». El hígado y los otros órganos nombrados o sugeridos habían que­dado remozados. La nariz ya no era la breva monstruosa de antaño y los cachetes habían adquirido su normal tonalidad. No me atreví a tocar su virilidad, pero supongo que estaba repuesta.

Cansado de viajar, pidió que lo estabilizaran. Concretamente quería una plaza de gerente y, como de todas maneras suponía que su imagen no estaba por completo recuperada, se conformaría con un pueblo pequeño. Se reunió la junta directiva, se exa­minó en detalle la hoja de servicios, se ponderaron las múltiples ventajas del candidato, y casi se produce el nombramiento. Lo impidió una simple observación de alguien de la junta con­vencido del poder báquico, que con estas palabras frustró la legítima aspiración de nuestro hombre transformado: «Magnífico elemento, pero no nos sirve por abstemio».

Iba a contarles otra historia, pero salgo para un coctel.

El Espectador, Bogotá, 12-II-1983.

 

 

 

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El sexo y el corazón

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

El sexo está de moda. Es tema que las beatas asustadizas rechazan por pecaminoso, como un aliado de los infiernos, y que todos admiten, hasta ellas en sus intimidades, como un elemento inseparable de la condi­ción humana. El mundo gira alrede­dor del sexo. Es quizá el mayor ingrediente de la felicidad, aunque también de la infelicidad. Tratándose de un instinto natural, es necio igno­rarlo.

Por la maldición que cayó en el paraíso terrenal, de allí nació un gran temor a los actos prohibidos. «No comerás de este árbol», le dijo Dios al hombre, y como el hombre había sido creado con apetito, comió. La pareja, sorprendida en desobediencia, o sea, en acto de pecado, fue arrojada del paraíso, para que el mundo en­tendiera lo que es lícito y lo que es ilícito.

Esta noción entre el bien y el mal pasó a las futuras generaciones como el código moral por excelencia que regiría la conducta humana. Desde entonces a la manzana se le llama sexo. Era el primer símbolo sexual que aparecía en el planeta, y Dios, que por algo lo inventaría, se encargó de hacer confuso el lenguaje de las intimidades y sobre todo cohibidas y hasta escabrosas las relaciones pro­piamente dichas.

El tema, por eso, se volvió tabú. A los niños se les despistaba con pa­labras misteriosas para señalar las partes más comunes del cuerpo y principalmente para ocultar algunas de sus funciones elementales, como la reproducción, la más natural de to­das. Hoy los niños nacen sabiendo más que los mayores y les enseñan a éstos a designar por sus nombres de pila, incluso con apelativos ingenio­sos, todos los miembros y actos que antes se consideraban vergonzosos.

Saben, por ejemplo, que no hubo tal manzana sino una física acción sexual. El llamado pecado original, o sea, la piedra de escándalo que desde entonces pesa sobre el mundo, abrió paso a los mayores desenfrenos de las apetencias, aunque no siempre dentro de límites bochornosos, porque con el correr de los tiempos se implantaría el matrimonio como la figura ideal para aliviar la conciencia de los estragos del amor profano.

¿Cuál amor profano?, preguntará alguien que no puede admitir como ilícitas las relaciones del paraíso perdido, sin las cuales no se hubiera multiplicado la especie.

Las nuevas generaciones no con­denan con el rigor de antes aquel encuentro lógico de dos seres que habían nacido para amarse y que, humanos como eran, daban y bus­caban su propia materia. Lo contra­rio seria depresión, y ya los especialistas han demostrado que ésta es perjudicial para la salud mental. Dios le ordenó al hombre conservar su mente sana.

Aparece ahora el doctor Thomas P. Hackett, un sobresaliente siquiatra de los Estados Unidos, recomendando el acto sexual como el mejor tónico para el sistema cardiovascular. Tal vez no descubre nada nuevo, por ser el sexo, desde que la humanidad es humanidad, el mejor amigo del co­razón. Si en el sexo se encuentra una cura insuperable contra las enfer­medades coronarias, la ciencia nos indica ahora cómo evitar la muerte del corazón.

Nadie querrá, desde luego, morir por descuido, teniendo el remedio a la mano. En adelante el infarto será más llevadero, y hasta plácido, cuando se logra un mesurado ejercicio de la actividad sexual, «sin complejos, sin temores y sin urgencias innecesarias».

Lo importante es no desmedirse en la fórmula y aprender a manejar con buen compás las pulsaciones para que la demasiada presión arterial, que en este caso sería presión amo­rosa, no termine de pronto fundiendo la maquinaria por recalentamiento.

Resuelto el caso de conciencia, una lección recibida del paraíso terrenal, cada cual verá si alimenta su corazón o lo deja expirar por falta de ritmo. El amor no tiene fronteras, y esto lo demostraron a las mil maravillas nuestros primeros padres, acaso de­sobedientes, pero infinitamente ro­mánticos.

De ellos aprendimos sus descendientes que el amor es sexo. El sexo también es amor, aunque no siempre. A propósito, ¿qué harían hoy Adán y Eva si sufrieran un infarto, algo desconocido en su tiempo, y de nuevo se les prohibiera probar la fruta de la tentación?

El Espectador, Bogotá, 9-II-1983.

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Se vende urbanidad

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Humor a la quindiana

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde que la Lotería del Quindío introdujo en su propaganda unas frases de urbanidad le han crecido las ventas. La urbanidad se le ha con­vertido en buen negocio. El lotero es amigo de todo el mundo y se trata, por lo general, de un personaje sim­pático, resistidor y sagaz. Siempre nos ofrece el premio mayor, y como en asuntos de suerte los colombianos somos tan cándidos, se lo compramos. Ahora en el Quindío los loteros au­mentan utilidades practicando unas sencillas reglas de cortesía, que a la vez hacen cumplir a los demás. La urbanidad se volvió contagiosa.

Si la campaña se trasladara al país desaparecería el mal genio nacional y se curarían las úlce­ras. La lotería puede lograr el milagro. La del Quindío está ahora empeñada en enseñar buenos moda­les. Es una inteligente explotación que tiene en desventaja a sus compe­tidoras, que todavía no saben por qué han descendido sus ventas. Yo, tan reacio a las fan­tasías, hoy no compro sino ilusiones quindianas, por más pajaritos de oro que me pinten en otras latitudes, desde que mis loteros aprendieron lo fácil que es decir…

*

Buenos días… Varios loteros sa­ludan mi aparición en el recorrido hacia mi trabajo. Lo hacen sin in­cómodos acosamientos. También, según parece, se acostumbraron a que no les compre nada, al primer intento. En su cartilla figura que algún día seré millonario.

Muchas gracias… La segunda regla es la consideración que me dispensan cuando les pido paciencia. Les ofrezco buscarlos más tarde, cuando pague las matrículas universitarias. Sin ser tan explícito, de todas maneras me dan las gracias por escuchar sus fantásticas suposi­ciones.

A sus órdenes… No obstante mis rechazos, ellos se empeñan en estar a mis órdenes. Así día tras día. Por supuesto, acabo adquiriendo, por física pena y a veces por un raro presentimiento de millones de­saprovechados, el magnético boleto de la felicidad, con el que vuelvo a perder. Pero no importa perder en medio de tanta delicadeza.

Con su permiso… Me piden per­miso para retirarse, y esto es encantador. Por  mi parte, le pido al cliente incumplido de mi banco per­miso para embargarlo o cancelarle la cuenta corriente. Puede que las pa­labras no sean tan rituales, pero en los casos extremos algo llevo grabado del código de los loteros.

Tenga la bondad… Es una dulzura que conquista a cualquiera. El otro día me sorprendió con ella el notificador de impuestos. Y lo hizo con sonrisa cruel,  mien­tras yo guardaba en el bolsillo el pedazo de lotería. Después dejó en mis manos, con gesto de comprensión, la comunicación donde no aceptaban mis resignadas exenciones y me ponían a sufrir. Pero lo hizo con gracia y con una venia, algo insólito en el mundo de los fusilamientos. La cortesía desarma al más bravo.

Excúseme, me equivoqué… La cuenta de servicios públicos, a pesar del congelamiento de tarifas, me llegó quintuplicada. Mi electricista revisó de nuevo todos los aparatos en busca de misteriosos escapes, y en consejo de familia volvimos a en­contrarnos como los ciudadanos más ahorradores. Días después, el computador de las Empresas Públi­cas me salvó del apremio al decirme: «Excúseme, me equivoqué”. Quedé perplejo ante el poder de estos códigos que han sido capaces de volver decentes a las máquinas.

Con mucho gusto… Es expresión que toda la ciudad repite. «Con mucho gusto le perdono los intere­ses». «Con mucho gusto lo espero seis meses más». «Con mucho gusto le bajo el arrendamiento». «Con mucho gusto me divorcio». Todo se hace con buen ánimo, con indulgencia, sin molestar a nadie. Los favores salen a pedir de boca.

*

Ahora se comprenderá por qué es grato vivir en el Quindío. Los publicistas de mi lotería, los últimos técnicos en hacernos gratos los rigores y soportables las carestías, recuerdan en su lema final que «los demás cooperan cuando usted los trata con amabilidad».

Son cuñas fáciles de relacio­nes humanas. Los loteros ya se las saben de memoria y se convencieron de su eficacia. Se están llenando de plata. De la plata que ellos mismos nos succionan hábilmente y con suavidad. Las otras loterías están preocupadas por las ventas. La ur­banidad tiene esta ventaja: que no pelea con nadie y a todos nos vuelve ricos.

El Espectador, Bogotá, 14-XII-1982.

 

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