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El gran majadero de América

jueves, 31 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con este título publica la Editorial Planeta, en asocio de las Universidades Salerno de Italia y Católica de Colombia, un libro de la autoría de los profesores Giuseppe Cacciatore y Antonio Scocozza, suceso que se ubica dentro del Bicentenario de la Independencia. Se saca el título de la frase pronunciada por el Libertador poco antes de morir en la quinta de San Pedro Alejandrino: “Los tres más grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote… y yo”.

Agobiado por la tristeza, la soledad y la pobreza y víctima de la ingratitud de sus compatriotas, Bolívar ve en esos momentos que su obra por la unión de los países que ha libertado está desmoronada. Lo han dejado solo, y es objeto de ataques, injusticias y oprobios, luego de haber librado las batallas más intrépidas por la emancipación americana. Dos años atrás, manos asesinas por poco le arrebatan la vida. Hasta tal extremo habían llegado las marejadas del odio y las pasiones rastreras.

Los profesores italianos reúnen en su libro, para estudio de las nuevas generaciones, una antología de los documentos más relevantes de las campañas del Libertador. Manifiestos, cartas, proclamas, discursos, decretos, todo en orden cronológico, y sin notas interpretativas –que sobran, por supuesto–, se ofrecen al lector con el propósito de repasar la historia y sacar las conclusiones que cada cual quiera formularse. Hoy, dos siglos después de sucedidos aquellos hechos, queda más fácil juzgar los episodios que en su momento dieron lugar a pugnaces controversias, rencores y tergiversaciones.

Este libro, que no pretende influir en la mente del lector, aunque sí ayudarlo a dilucidar tramos oscuros de la historia patria, presenta las ideas y las luchas del hombre visionario que buscó, ante todo, redimir a los pueblos del dominio español. A lo largo de esas lecturas podrá captarse, con independencia conceptual, el pensamiento político del creador de cinco repúblicas.

Al final de sus días, cuando el mismo Libertador se endilgó el apelativo de “majadero”, y lo extendió a Jesucristo y a Don Quijote –grandes soñadores como él–, entendió que sus empeños por la integración de las naciones americanas y la consolidación de la Gran Colombia habían sido estériles. Pecó, sin duda, de inexactitud, ya que postrado por el abandono de sus amigos y la causticidad de sus enemigos, no lograba comprender, en un momento de total desengaño y hundimiento espiritual, la magnitud del olvido y la perfidia. Solo la Historia se encargaría, y así lo ha hecho en el Bicentenario, de rehabilitar la obra libertaria.

Interesante resultará para los constitucionalistas de nuestros días el estudio de las normas elaboradas por Bolívar para forjar la vida jurídica de los pueblos. Algunas de esas ideas fueron rebatidas en sana controversia, pero todas ponían de presente la intención de acertar. La Constitución de Bolivia fue redactada por él y se puso en funcionamiento.

En estos papeles se aprecian las dotes del pensador, del literato, del escritor de vasta erudición que había estudiado con profundidad los preceptos que gobernaban la vida de los países avanzados de Europa. Por eso, no es de extrañar la claridad mental, la fuerza de los argumentos y el bello estilo que imprimió a sus escritos. Bolívar era un clásico del rigor gramatical y la elegancia de la expresión, dones que se evidencian no solo en los papeles oficiales sino en su correspondencia privada. En este sentido dejó lecciones imperecederas para los gobernantes de todos los tiempos.

Su obsesión por la libertad, su defensa de los oprimidos, sus embates contra la tiranía, sus luchas sin cuartel contra la corona española fueron su brújula al buscar la redención del hombre americano. Conforme era temerario, así mismo no conocía la indecisión ni la marcha atrás. Tuvo errores militares y humanos, pero su destreza le permitía salir adelante. Dueño de inquebrantable voluntad por el bien común, ejecutó las acciones más osadas y valerosas. Sin él, no se hubiera conseguido la libertad americana. Su genio se lo reconocían –y se lo reconocen hoy– hasta sus propios adversarios.

Difícil conseguir un hombre tan grande como Bolívar. Ni más convencido de sus ideas y de la unión de los pueblos. Sin embargo, su propia dimensión histórica le hizo ganar malquerencias, incomprensiones, atentados de muerte. Tal la naturaleza humana. Pero su gloria y su significado histórico perduran a lo largo de los tiempos.

El Espectador, Bogotá, 27-IX-2010.
Eje 21, Manizales, 27-IX-2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-X-2010.

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Bolívar en el Quindío

martes, 29 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El periodista y escritor quindiano Miguel Ángel Rojas Arias dice lo siguiente en La Crónica del Quindío, dentro de los actos conmemorativos del Bicentenario de la Independencia: “En verdad, el Quindío tiene poco para conmemorar, pues para la fecha del grito libertario el departamento no existía, ni tampoco habían fundado los pueblos que lo componen en la actualidad, cuya colonización se empezó un poco antes de la segunda mitad del siglo XIX”.

Recuerdo, a propósito, la comisión que en 1983 nos asignó el gobernador del Quindío, Rodrigo Gómez Jaramillo, a Josué López Jaramillo, gerente del Banco de la República en Armenia, y al autor de esta nota, gerente del Banco Popular, para que investigáramos el paso de Bolívar por el Quindío. Con dicho motivo, escribí un artículo en El Espectador, el 29 de agosto de 1983, donde doy cuenta del resultado de aquella misión:

“Nos desplazamos por los límites de Salento, el único municipio quindiano que cuenta con el privilegio de las huellas de Bolívar. Antes de Salento queda la zona de Boquía, lugar edénico por su majestuosa topografía y sus árboles centenarios, donde la historia sitúa la posada Barcinales, en la que pernoctó el héroe andariego. Esto sucedió a comienzo de enero de 1830, o sea, el mismo año de su muerte. Era ya un hombre cansado y abatido por la ingratitud de sus amigos. Para cumplir nuestro cometido, comenzamos a recorrer el llamado Camino del Quindío, que era el paso obligado de los Andes hacia Ibagué y Bogotá.

“Preguntando de casa en casa y de fonda en fonda, al fin alguien nos señaló la vivienda histórica. Pensamos, como es natural, hallar una joya arquitectónica preservada contra el comején del tiempo, rotulada con brillante placa de recordación y atiborrada con una serie de decretos de cuanta autoridad se hubiera disputado el turno para honrar el paso por nuestro territorio de un Bolívar derrotado, camino de su desintegración corporal. Al Quindío le correspondió el privilegio del revés de la gloria.

“Ya hoy no existe la posada Barcinales. La desintegró el olvido. Fue sustituida por una humilde vivienda de bahareque, vacía de placas y decretos. A nuestro encuentro salió una sencilla mujer y nos dijo que era su actual propietaria. En el monte –porque sigue siendo pleno monte– que rodea la casa, una gallina famélica picoteaba su insignificante grano de vida. Y un muchachito barrigón escarbaba la tierra en el platanal vecino. La naturaleza ubérrima y refrescante se mecía con holgura por los contornos, poniéndoles un toque poético.

“Cumplida nuestra misión, le sugerimos a la junta nombrada por el gobernador Gómez Jaramillo la construcción en aquel sitio de un monumento de piedra de la región, sin ostentación pero con firmeza, que recordara el paso por el Quindío del héroe decepcionado. Pero la investigadora de historia de la Gobernación nos dijo que no está probado que en aquel lugar exacto pernoctó Bolívar. Y nos consoló: la duda es de pocos metros. Comprendí una vez más que la historia también es aproximación e inventiva.

“Diríase que investigando el punto preciso, que nadie puede corroborar ni desmentir, donde el Libertador pasó mínimas horas de hondas cavilaciones, se ha gastado siglo y medio. Por eso en la Boquía no existe ningún mojón que rememore aquella noche de vigilia republicana. Si los historiadores, que a veces se complican y nos complican con minucias, van a emplear otros 150 años localizando la plantilla de Bolívar por los caminos del Quindío, ya borrada por el muchachito barrigón del platanal y la gallina rebuscadora, nos quedaremos sin el monumento de piedra, y mientras tanto el genio se nos evapora…”

* * *

Apostilla. Ignoro si en aquel sitio de Salento se fijó alguna señal física (una placa, una estatua, un obelisco) que evoque el paso de Bolívar por el Quindío hace 180 años. Lo cierto es que en el alma de los quindianos ha quedado grabada la imagen del Libertador durante su fugaz estancia en la posada Barcinales, ahora inexistente. Y esto se convirtió en historia.

El Espectador, Bogotá, 26 de agosto de 2010.
Eje 21, Manizales, 27 de agosto de 2010.
La Crónica del Quindío,
Armenia, 28 de agosto de 2010.

* * *

Comentarios:

Según mis pesquisas, Bolívar llegó a Cartago, pernoctó allí y luego, muy de madrugada, se lanzó a traspasar la montaña porque tenía afán de evitar algunos debates en Santa Fe. Entonces se largó a cabalgar con la tropa que lo acompañaba y parece que no hizo sino una parada de refrescamiento en Barcinales, porque la jornada era muy dura desde Piedras de Moler, en el Río La Vieja, subiendo por Filandia, y el alto del Roble hasta Boquía. Por eso las huellas de su paso son casi inexistentes. Son testimoniales. Jaime Lopera Gutiérrez, presidente de la Academia de Historia del Quindío.

Estamos en mora de hacer un homenaje en el Quindío, no sólo porque Bolívar pasó por aquí sino porque, según mi criterio y una hipótesis que estoy conformando, podemos decir que el Libertador es el precursor de la Colonización del Quindío. Miguel Ángel Rojas Arias, Armenia.

La historia pinta la dejadez de nuestras gentes para con su propio patrimonio. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Igual como describes el lugar: el niño barrigón y la gallina que rebusca su alimento, la presencia de la humilde mujer propietaria de lo que fuera la posada, así mismo se quedó el país: sin monumentos, sin historia, porque no tiene o no quiere tener memoria. Colombia Páez, Miami.

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Ospina Pérez en la historia

martes, 23 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La revuelta del 9 de abril tuvo un héroe indiscutible: el presidente Mariano Ospina Pérez. El ánimo sereno, la firmeza y el sentido patriótico permitieron al mandatario, fortalecido por el empuje y la solidaridad de su esposa, doña Bertha, vencer la subversión y salvar la democracia. Ni un titubeo, ni una sombra de debilidad, ni la menor concesión a la anarquía empañaron el ejercicio del mando, lo que  fue determinante para recuperar la gobernabilidad del país en momentos de caos absoluto, cuando la barbarie arremetía por todas partes con sus hordas de destrucción y pánico. De no ser por esa actitud valerosa, la nación entera se hubiera incendiado.

Al cumplirse cincuenta años de la mayor hecatombe que haya sufrido Colombia en todos los tiempos, el escritor y académico Héctor Ocampo Marín escribe una excelente biografía del presidente Ospina, elaborada con rigor histórico y sustentada por fuentes serias de información, texto publicado por la Cámara de Comercio de Medellín. El exministro Rodrigo Llorente Martínez, prologuista de la obra e intérprete respetable de aquellas jornadas dantescas, dice que dicha biografía es “una de las más completas de este tramo de la historia política del país”.

Mariano Ospina Hernández, hijo del gobernante, recuerda la frase trascendental de su padre cuando los generales del Ejército le ofrecieron un tanque para salir de Palacio y un avión para ponerse a salvo con doña Bertha fuera del país: “Para la democracia colombiana vale más un Presidente muerto que un Presidente fugitivo”.

Ospina Pérez nace en Medellín en 1891. Su padre es el educador y sabio Tulio Ospina Vásquez, hermano de Pedro Nel, presidente de la República en 1922. Su abuelo es Mariano Ospina Rodríguez, presidente de la Confederación Granadina en 1857 y una de las figuras más destacadas en la organización del Partido Conservador. La dinastía Ospina se destaca en la vida nacional con rasgos comunes: personas laboriosas y forjadoras de progreso, formadas dentro de sólidos principios democráticos y religiosos, amantes de la legalidad y el orden, enemigos de los abusos y el despotismo.

Mariano Ospina, el abuelo, es en 1828 conspirador septembrino al rechazar la dictadura de Bolívar, y el general Mosquera lo encarcela y casi lo ejecuta por oponerse a su gobierno. Por su parte, Mariano Ospina, el nieto, termina enfrentado con su impulsor político y aliado de otros tiempos, Laureano Gómez, por no compartir sus métodos extremistas.

Desde joven, Ospina Pérez sobresale en su entorno hogareño y en la vida social de Medellín. En el Colegio de San Ignacio es uno de los mejores estudiantes. Pero su padre, debido a aguda crisis económica producida por la guerra, decide retirarlo del establecimiento por no tener capacidad de seguir atendiendo los gastos de la educación, ante lo cual el rector, en vista de la calidad del alumno, se opone en forma rotunda a su salida. Más tarde, cuando cambia la suerte, el padre paga al colegio la totalidad de la deuda.

De 17 años ingresa Ospina a la Escuela de Minas de Medellín, de la que fue rector su tío el presidente Pedro Nel, y la que está dirigida ahora por su padre don Tulio. Los tres, dentro de una brillante tradición familiar, ostentan el título de ingenieros. Luego, el promisorio estudiante adelanta especializaciones en las universidades de Lousiana y Winsconsin, y a su regreso se vincula como catedrático de la Escuela de Minas, de la que será rector al poco tiempo.

Su carrera pública la inicia como concejal de Medellín, y luego es diputado a la Asamblea de Antioquia. Después será superintendente del Ferrocarril de Antioquia y, de 33 años, senador de la República. Dos años después el presidente Abadía lo nombra ministro de Obras Públicas, y allí ejecuta evidentes realizaciones para el progreso nacional. En 1929 es designado gobernador de Antioquia, cargo que no acepta.

Luego ocupa la gerencia de la Federación Nacional de Cafeteros, donde cumple dinámica labor que redime las postradas finanzas del gremio e implanta programas de enorme beneficio para la población campesina, uno de los sectores más favorecidos por el futuro mandatario. En todas las posiciones por donde pasa deja huellas como hombre de empresa y de extraordinaria visión. Ese es el sello de su raza paisa y de su estirpe Ospina.

En 1946 llega a la Presidencia de la República. La opinión nacional, sabedora de sus capacidades ejecutivas, recibe su victoria con esperanza y muestras de simpatía. El mandatario nombra un gabinete de lujo e inicia una serie de obras de largo alcance, logradas a través de la creación de los Seguros Sociales, del Icetex, de la Empresa Siderúrgica de Paz del Río y de los Ministerios de Higiene y de Agricultura; de la capitalización del Instituto de Crédito Territorial y de la Caja Agraria; de la construcción de las represas del Sisga, Saldaña, Coello y Neusa, entre otras iniciativas que dinamizan la acción social de su gobierno.

La violencia detonada por el 9 de abril, que suele atribuirse al comunismo y cuya interpretación cabal no se ha conocido en medio siglo, y es posible que nunca se conozca, lanza a Colombia a la guerra civil. Pero al frente del Estado se encuentra el hombre prudente y enérgico que frena los disturbios y salva las instituciones. El asesinato de Gaitán, que comete un loco por motivos indescifrables, estremece al país con fuerza demoledora y pone a tambalear al Gobierno. Sin embargo, la mano firme y el recto criterio de Ospina Pérez, traducidos en la adopción de medidas sabias para el momento caótico, restablecen en pocos días el orden público.Y en medio de los escombros, el héroe del 9 de abril entra imperturbable y enaltecido a la Historia grande de Colombia.

El Espectador, Bogotá, 25 de octubre de 2001.
La República, Bogotá, 12 de noviembre de 2001.

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Libro sobre las guerrillas

miércoles, 17 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Durante el tiempo que el general Álvaro Valencia Tovar permaneció en servicio activo, se distinguió por ser el mayor estratega de los combates contra los grupos subversivos que perturban la tranquilidad pública a partir de los años 50 del siglo pasado. Por esos episodios fue considerado como el mejor experto contraguerrillero del Ejército.

En el libro Mis adversarios guerrilleros, que el general Valencia acaba de  publicar, hace memoria de sus acciones bélicas contra varios líderes insurgentes que han sido protagonistas de sonados sucesos de la violencia colombiana, como los siguientes: el capitán Venganza, el médico Tulio Bayer, Tirofijo, Mayor Ciro, Jacobo Arenas, Jaime Arenas, Fabio Vásquez, el cura Camilo Torres.

Abriendo la obra, anota el autor que a tales personajes les da el título de adversarios, y no de enemigos, en razón de las circunstancias de diálogo y cordialidad, y en ciertos casos, de entendimiento en medio de la guerra, que gobernaron sus relaciones con los cabecillas de la rebelión. En todos los episodios en que actuó, buscó el acercamiento con los levantados en armas, casi siempre con resultados favorables que encauzaron la protesta guerrillera con elementos de persuasión.

No era fácil que el alto militar practicara medidas personales contrarias a las directrices trazadas por los mandos superiores. Aun así, luchaba por tender  “puentes de entendimiento y comprensión”. Así se ganó muchas voluntades entre los guerrilleros, y también muchos sinsabores de la cúpula militar. A la larga, acciones suyas que habían sido criticadas, dejaron ver su lado positivo.

Puede pensarse que el general Valencia Tovar ha sido el militar más humanista en el arte de la guerra que ha tenido el Ejército colombiano. Producto todo de una formación a la vez intelectual y militar. Eso era lo que quería don Quijote cuando predicaba sobre las armas y las letras.

El espíritu patriótico del general lo llevó a escribir una obra de excelente concepción, El ser guerrero del Libertador (editado por el Instituto Colombiano de Cultura en 1980), libro que hizo fotocopiar la guerrilla para adoptarlo como texto de estudio para las Farc. Y obsequió un ejemplar al mismo autor de la obra, con dedicatoria de Jacobo Arenas, el ideólogo del movimiento subversivo. Dicha publicación selvática llevaba esta anotación en la cubierta plastificada: “Edición especial – Montañas de Colombia 1990 – FARC – EP”.

El médico Tulio Bayer, levantado en armas en el Vichada, fue capturado por tropas de Valencia Tovar. Luego, éste tuvo con el subversivo una entrevista en la guarnición de Apiay, donde había quedado preso. Ya sabía el militar que el médico rebelde era intelectual y escritor. A partir de entonces, situado cada cual en su área ideológica, se inició entre ellos una cordial relación epistolar, que se prolongó hasta los días del refugio político de Bayer en París. En la novela Uisheda, Valencia Tovar dibuja la controvertida personalidad del médico idealista, gran luchador de las clases desvalidas.

En reportaje de El Tiempo, del 15 de marzo pasado, al preguntarle el periodista cuál de los adversarios del libro recuerda como personaje especial, dice Valencia Tovar: “Yo creo que el médico Tulio Bayer, quien fue mi contendor en el Vichada, es quien mejor personifica lo del adversario respetuoso y respetable del derecho de gentes. Tuvimos al principio un enfrentamiento muy duro, pero busqué aproximarme a él por el lado de su profesión médica, para hacerle ver la contradicción que existía entre un hombre de armas empeñado en hacer la paz por las buenas y un médico que debe ser un salvador de vidas…”

El golpe espiritual más duro que recibió el general en su desempeño contraguerrillero es el relacionado con la muerte de Camilo Torres, su amigo personal desde la infancia, por tropas de la Quinta Brigada bajo su mando. Él no sabía que Camilo estaba en el monte y en su jurisdicción, y al caer en el combate, se sintió desgarrado en sus fibras más íntimas. Situados ahora en campos opuestos, sus misiones los llevaron a este lance inconcebible entre hermanos.

A raíz de del presunto asesinato de Camilo, el Eln declaró al entonces coronel Valencia como objetivo militar. El propósito se cumplió en 1971, en el atentado de que fue víctima en una calle bogotana, cuando se dirigía a su puesto de trabajo como director de la Escuela Militar de Cadetes, y que por poco acaba con su vida. Recuento muy documentado, y digno de toda credibilidad, fue descrito por la víctima en su libro El final de Camilo (Tercer Mundo, 1976). Este episodio criminal, salido de razón, queda para el juicio sereno de la historia.

No era el primer ataque contra su vida. De esta manera, su vocación patriótica, su defensa de la democracia, su heroísmo, su lucha contra la violencia y su propensión al diálogo y la convivencia tuvieron la brutal respuesta que suelen dar los protagonistas del caos a las acciones mejor concebidas.

Mis adversarios guerrilleros es un libro de alto significado dentro de la historia violenta del país. Sin leerlo no podrá entenderse lo que ha sucedido en este medio siglo de luchas fratricidas. Testimonio descarnado de una época signada por el odio, la brutalidad, la sangría, el holocausto de los montes, el tráfico de drogas, la corrupción sin freno en todas las esferas de la sociedad.

Dice el autor, como punto final de su trabajo: “Tan solo a partir de 2002, la fusión de política y estrategia en un esfuerzo comunal y la Acción Integral del Estado y la nación civil permiten vislumbrar un final victorioso”.

El Espectador, Bogotá, 23 de abril de 2009.
Eje 21, Manizales, 23 de abril de 2009.

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Don Juan de Castellanos, cuatro siglos después

martes, 9 de noviembre de 2010 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Dos escritores boyacenses, Fernando Soto Aparicio y Mercedes Medina de Pacheco, exaltan en sendos libros de reciente publicación la figura mítica del cronista español don Juan de  Castellanos, muerto en la ciudad de Tunja hace cuatro siglos (el 27 de noviembre de 1607).

Don Juan de Castellanos, nacido de familia de labriegos en la aldea andaluza de Aldanís, en marzo de 1522, viaja muy joven con su familia a América, y años después se incorpora como soldado. En este último carácter, cumple durante el recorrido por barcos, selvas y geografías diversas –y adversas– una serie de aventuras que le servirán más tarde para presentar en sus escritos el cuadro fidedigno, manejado con la riqueza de su pluma y el prodigio de su imaginación, sobre lo que fue la gesta conquistadora del continente americano.

Aunque no hay completa claridad sobre algunos pasajes de su vida, existen datos que permiten ubicarlo en tres facetas generales: la primera, su llegada a América de cuatro años de edad, y de ocho, su ejercicio como monaguillo en Puerto Rico, donde el obispo le da instrucción en latín, clásicos y humanidades, disciplina que le servirá de base para su futuro sacerdocio en Tunja; la segunda, su ingreso a la milicia, que lo llevará en intrépidas misiones a lugares conflictivos, como la isla Trinidad, Santo Domingo, Curazao y Aruba, la isla Cubagua, la isla Margarita y, a la postre, el territorio colombiano; y la tercera, el comienzo de sus estudios sacerdotales en Cartagena, donde ejercerá como cura, lo mismo que en Riohacha, para más tarde ser beneficiado de la parroquia Santiago de Tunja, donde cumplirá largo apostolado de 45 años, hasta su muerte, a la edad de 85 años.

Cansado de la guerra que tiene que enfrentar en todas partes, se decide por la vida religiosa. Y a ésta llega con amplia visión del mundo, tanto por su actividad como hombre sensual que ha vivido frenéticas relaciones con las indígenas, como por su experiencia sobre los conflictos armados y la condición humana.

Con ese bagaje, escribe, en octavas reales, la monumental obra “Elegías de varones ilustres de Indias”, conformada por 113.609 versos, una de las más extensas de la lengua española. Mercedes Medina de Pacheco, supongo que con estudiado sentido feminista –sin desconocer el carácter histórico–, señala en libro publicado en el año 2002, con el sello de la Academia Boyacense de Historia, las 179 mujeres que deambulan por las Elegías de don Juan y destaca en ellas sus atributos físicos y morales.

Para citar sólo una de esas mujeres legendarias –la valiente y astuta cacica Anacaona–, traigo a colación la referencia que hace el cronista sobre los poderes de seducción empleados por la lujuriosa indígena, en momento crucial de las escaramuzas aborígenes con los españoles: “Anacaona llena de pasiones / usaba todavía de sus tretas, / intentando mover rebeliones / las cuales no pudieron ser secretas”. Los versos de don Juan, manejados con gracia picaresca, sencillo estilo, precisión narrativa, ironía y sátira, son la mejor pintura de aquella época conmocionada por bárbaros episodios guerreros que darían lugar al surgimiento del nuevo mundo.

Con esos versos, nace la poesía en Colombia. Escritor prolífico y sagaz, a la par que historiador de la verdad, fuera de las Elegías es autor de otros libros valiosos: Rimas de la vida, Muerte y milagro de don Diego Alcalá, Discurso del capitán Francisco Draque, Elegía VI, Historia del Nuevo Reino de Granada, Historia de la Gobernación de Antioquia y de la del Chocó.

Los tiempos actuales, cuatrocientos años después, han echado al olvido a don Juan de Castellanos. No saben quién fue aquel valeroso soldado y respetable clérigo, y aquel insigne escritor y poeta que con los recursos precarios de la época elaboró en el silencio recoleto de Tunja una obra de vastas proporciones, que hoy nadie escribiría. Pero en la capital boyacense su figura sigue siendo señera: la presencia de don Juan de Castellanos se siente en el sitio donde moró, y en la catedral de Santiago que construyó.

La distinguida historiadora de Tunja Mercedes Medina de Pacheco despierta al cronista en este cuarto centenario de su muerte y lo pone a hablar –en el libro Don Juan de Castellanos y otros aventureros– con la niña Catalina Sánchez, que en medio de su candor y su precocidad le hace al cronista inteligentes preguntas sobre diversos aspectos tratados en las Elegías, y obtiene de él cabales respuestas.

Por otra parte, otro ilustre boyacense, Fernando Soto Aparicio, animado por el propósito de revivir al personaje, escribe su historia novelada bajo el título El sueño de la anaconda, libro patrocinado por la Gobernación de Boyacá. Preciosa novela forjada con aliento poético y con aproximación histórica, que dibuja la apasionante personalidad de uno de los hombres más sobresalientes de su tiempo. El relato destaca las características más notables que marcaron la vida del cronista español (digamos, mejor, del cronista tunjano): aventurero, poeta, filósofo, teólogo, sembrador de ideas, constructor de la catedral, amante, historiador, padre, pastor de almas, hacendado, confesor, soldado, cura, médico, visionario.

Dentro de los recursos estilísticos que utiliza Fernando en su mundo narrativo, no podía faltar en su novela el ardor sensual que marcó la vida del pecador y del aventurero: de este don Juan conquistador de bellas mujeres nativas, que se trenza en amores con la india Macopira y con ella concibe una niña encantadora. La hija –como en los finales felices– aparece en el crepúsculo del santo y transmite al lector la limpia parábola de amor que pertenece a la vida turbulenta del trotamundos, ahora santo tunjano convertido en leyenda.

Eje 21, Manizales, 27 de octubre de 2008.
El Espectador, Bogotá,  31 de octubre de 2008.

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