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Muere un educador

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Es ya bastante que en Colombia nos queden educa­dores. Habrá catedráticos, académicos, científicos, doctores en todas las ramas del saber humano, pero el autén­tico educador es una página que se está doblando en este país que floreció precisamente por eso: por la educación. Y es que al educador hay que conce­birlo en el más noble, en el más apostólico de los sentidos. Ser educador supone entrega absoluta al supremo oficio de la vida, cual es el de formar juventudes.

Acaba de fallecer, después de larga y fructífera existen­cia, y tras paciente agonía —si es que los grandes hombres agonizan alguna vez—, don Agustín Nieto Caballero, maestro de generaciones. La noticia de periódico es corta, casi que lacónica, y se me ocurre que imita en alguna forma a este don Agustín tan breve, tan pausado y al propio tiempo tan profundo y grandioso.

Ayer, nada más, su hijo Guillermo Nieto Cano, vigilante de las últimas horas de esta luz que venía apagándose todos los días desde el 25 de septiembre, cuando ingresó a la clínica bogotana en su postrera ex­cursión por la tierra, escribía una hermosa página sentimental ante el lecho del moribundo rodeado de enfermeras solícitas, hasta donde había ido a empinarse, venciendo obstácu­los, un pequeño discípulo que quería rendirle al educador un homenaje silencioso.

En ese cuadro se representan, de una parte, la juventud estudiosa que entien­de las enseñanzas del maestro y que no quiere claudicar, y de la otra, la generación ya formada que sigue las huellas de quien predicó por más de medio siglo, desde su cátedra invulnerable, y sobre todo desde el ejemplo de su propia existencia, las lecciones del buen ciudadano.

Fue don Agustín, por sobre todo, un dechado de bondad. Ese don de sembrar la simiente con una sonrisa en los labios permitió que en torno suyo se creara una especie de mito que hizo fructificar la sa­biduría de sus enseñanzas. Le  enseñó a la gente a ser sencilla, para después abonar en buen terreno la simiente del sabio sembrador. Sus discípulos miraban en él, más que al maestro, al amigo y al conse­jero.

Entendió siempre los cambios de la juventud y se acomodó no solo a circunstan­cias inaccesibles para muchos, sino que contemporizaba, con la sutileza y la intuición que le fueron propias, dentro del mundo en constante conflicto. Don Agustín no desentonaba en ningún ambiente, lo que mide su capacidad para amoldarse a los tiempos y poder ser útil.

Leí el reportaje que le conce­dió a Margarita Vidal, salpica­do de humor y reminiscen­cias, que me permitió formar­me una idea más amplia acerca de este hombre bonachón y desaprensivo que no se sabe si fue más grande en la cátedra o en su contextura humana. Esposo ejemplar, pa­dre afectísimo y miembro apetecido de una familia que tanto lustre le ha dado a Colombia, su vida no podía destilar sino generosidad. Por ahí corren dispersos en periódicos, revis­tas y tratados, fragmentos de su obra, como grageas de inspiración que ojalá pronto se reúnan para conformar el gran texto que deben recibir las nue­vas generaciones de quien consagró su vida a enderezar juventudes.

El Gimnasio Moderno está de duelo. Es un duelo para toda Colombia. Son muchas las personas importantes que se educaron en este claustro y que hoy le deben a él la posición que ocupan en la sociedad. Confor­me se opaca con la muerte de don Agustín este título muy honorífico que tuvo Colombia, de educador, que ojalá se revalúe, crece la sombra tutelar del maestro que deja hecha su obra maestra: la de haber formado hombres de bien para el servicio del país.

El Espectador, Bogotá, 8-XI-1975.

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Universidad del Quindío

miércoles, 1 de junio de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Camilo Hadad Salame, jo­ven ingeniero agrónomo, resultó un mago para manejar los destinos de la Universidad del Quindío, de la que se separa después de tres años de brillante ejecutoria. Durante este lapso quedaron desterra­das las huelgas, dentro de una de las raras excepciones que pueden contarse en el país. Y no porque en este centro no haya habido agitación. Todo lo contrario. La universidad nació en el año de 1960 con la virulencia de un momento difícil que se extendía por todos los ámbitos estudiantiles. .

La opinión del Quindío es unánime en reconocerle a Hadad Salame dos factores básicos para haber preservado la normalidad en sus predios: ante todo, su condición de ejecutivo que le permitió im­primirle al cargo un dinámico desarrollo gerencial, sin subordinar el académico; y, como corolario, el bienestar estudiantil y profesoral.

En estos tres años se aumentó el estudiantado en un ciento por ciento, al pasar de 1.400 a 2.800 alumnos. Y como secuela natural, el presupuesto ha teni­do que alargarse, y en esto ha jugado papel preponderante la actividad del rector que, antes que pegarse al escritorio, no estuvo quieto en la búsqueda de recursos para que los programas no se debili­taran.

Entre las realizaciones tangi­bles, de enorme beneficio para la salud mental y física de los universitarios, y para la ciuda­danía en general, se encuen­tran la construcción de es­cenarios deportivos (este año se realizarán los XV juegos uni­versitarios nacionales) y la adaptación de una moderna bi­blioteca, para la que se ad­quirieron cuatro mil volú­menes, obras ambas que, lamentablemente, tienden a paralizarse si los gobiernos nacional y departamental no inyectan el presupuesto del plantel.

La Universidad, que con buen éxito venía sorteando sus apremios económicos, se en­frenta ahora a una situación compleja, con déficit cal­culado en 13 millones para el año que cursa. Se espera con optimismo que los poderes centrales ayuden a conjurar esta crisis financiera para que no se interrumpa el ritmo de progreso de la entidad.

Se fundó esta universidad como una terapéutica para los problemas que se habían deri­vado de la violencia que fustigó a esta zona del país. El Quindío estaba traumatizado en su proceso material y espiritual. Había que formar una nueva generación que fuera desarraigando el morbo de la violencia. Fue la única uni­versidad regional creada por fuera de capital de depar­tamento que recibió esa es­pecial inspiración, siendo go­bernador el patricio José Restrepo Restrepo.

Con un escritorio fiado y 500 pesos donados por el Banco de la República para compra de papelería, un grupo de valerosos ciudadanos, quijotes de la cultura, acometió la haza­ña de ponerle cimientos a esta idea que para muchos era utópica. Se recuerda que uno de ellos se colocaba en la puerta del naciente establecimiento y le echaba mano a quien mos­trara cara de bachiller. En esta forma se «reclutaron», y la expresión no puede ser más gráfica, los primeros 40 es­tudiantes con que se abrieron las clases del primer año.

Es ahora la universidad elocuente demostración de lo que vale el entusiasmo de esta raza emprendedora. Cuenta con alto nivel académico, con un estudiantado consciente y con una dotación bastante aceptable, pero que debe me­jorarse. Su nuevo rector, Marino Bustamante Arboleda, egresado de ella, es el primero que se da ese lujo.

Pero necesita dinero para que no se detengan los planes en marcha. Y hay que sacarlos adelante, porque no debe desperdiciarse este mara­villoso potencial que en líneas generales queda diseñado.

La Patria, Manizales, 21-III-1975.

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