La educación actual
Por: Gustavo Páez Escobar
El mundo ha variado sus moldes. Los tiempos corren cada vez más hacia la frivolidad. Hoy las cosas se ejecutan de afán y sin hondura de pensamiento. Las nuevas generaciones, nacidas bajo el estrépito de la discoteca y el morbo de la droga, andan sueltas en medio de las amenazas de un mundo todos los días más superficial y por consiguiente más peligroso. Los jóvenes, sobre cuyos hombros habrá de reposar mañana la suerte del país, no encuentran suficientes guías para estructurar la personalidad.
Hay que admitir que la educación en los tiempos actuales es empresa compleja. Hoy los educadores tienen que enfrentarse a la pereza de las juventudes que han dejado de tener en el libro al inspirador del conocimiento, y que en cambio no renuncian a los placeres de la vida liviana. La gramática no es ya lección obligada que se repasa con esfuerzo en el hogar, ni la ortografía preocupa como medio de cultura. A la regla complicada se prefiere la telenovela de moda. La formación moral, que antes se inculcaba con rigidez en el hogar y en el colegio, ha perdido importancia.
Tal el panorama sombrío de estos nuevos tiempos caracterizados por la desidia para aprender y por el relajamiento de las costumbres. El profesor debe ser hoy, ante todo, elemento capaz de entender la evolución de los tiempos. Los jóvenes de hoy no son los mismos de hace cincuenta años, cuando las diversiones eran recatadas y la disciplina nacía en la propia casa paterna.
El sexo ha dejado de ser tabú y se ha convertido en un imán de la época. Se respira sexo lo mismo desde el televisor y la sala de cine, que desde los estantes callejeros que exhiben descaradas poses e incitaciones de todo orden. El sexo se complementa o se ayuda con la marihuana y la droga.
Para ser educador en este mundo cambiante y conflictivo se necesitan, además de decidida vocación académica, grandes conocimientos de sicología. A la juventud hay que entenderla primero para luego aspirar a dirigirla.
Todavía, por fortuna, existen personas de juicio recto y virtudes acendradas que desde el colegio y el hogar no se conforman con la mediocridad. El reto es grande. Los muchachos de uno y otro sexo quieren ser independientes y se rebelan contra la cátedra y la autoridad excesiva. Pero también son receptivos. Prefieren el diálogo a la solemnidad.
Hay que preparar maestros expertos en la interpretación de estos fenómenos ambientales para aspirar a que no fracasen los alumnos entre los abismos que asedian a la humanidad contemporánea. Cuando se habla de maestros, es preciso saber que los padres son los principales guías de la juventud, y como tales, responsables del futuro de sus hijos.
Por lo general la formación quiere hacerse depender solo de los planteles educativos. Padres y profesores, cuando no son aptos para orientar juventudes, deben enjuiciarse como autores de los fracasos del mundo contemporáneo.
El Espectador, Bogotá, 18-IV-1979.