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Una silenciosa editorial

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Era vago mi conocimiento sobre la Editorial La Serpiente Emplumada, dirigida por la cuentista y poetisa Carmen Cecilia Suárez, y vine a fortalecerlo en la pasada Feria Internacional del Libro al asistir al acto donde fueron presentados varios de sus títulos recientes.

Tres de esas obras ya fueron comentadas en esta columna: La agonía de una flor, novela de Fernando Soto Aparicio; 7 días en El Olvido, novela de Nelson Ogliastri, y Nidos de oropéndola, crónicas de viajes de la escritora holandesa –con amplios nexos colombianos– Loretta van Iterson.

Por otra parte, tuve oportunidad de conocer otros textos publicados este año: Acuarela de sentimientos, de Kathy Durán; Duélete del mal de otro, de Giovanny Sánchez Osorio; El tiempo se gasta buscando lo concreto, de Daniel Zapata; La revolución de los chircales, de Armando José del Valle Rodríguez; El adiós de Otto, de Mauricio Botero Montoya; Que tiren la primera piedra, de Wilson Moreno Palacios; La sirena cuenta cuentos, de Margarita María Suárez; y el segundo libro de poemas de Carmen Cecilia Suárez, titulado Retazos en el tiempo. Ella es autora,  además, de cuatro libros de cuentos, entre ellos el que le abrió los caminos de la fama: Un vestido rojo para bailar boleros (1988).

Sorprenden, fuera de las continuas publicaciones que salen de esta silenciosa  editorial ubicada en el barrio La Candelaria de Bogotá, la alta calidad literaria y el esmero gráfico de las obras. En esta tarea se han comprometido, bajo el liderazgo de Carmen Cecilia Suárez, varios escritores empeñados en impulsar el talento colombiano, grupo del que hacen parte, entre otros, Gloria Díaz Salom, Benhur Sánchez Suárez, Agustín Morales Riveira, Clemencia Montalvo. Su afán abarca también a escritores latinoamericanos, y de hecho ya han sido publicadas varias obras de autores oriundos de otros países.

Las colecciones están rotuladas con títulos apropiados para los distintos géneros literarios. El de poesía lleva el nombre de Laura Victoria, idea que debe celebrarse como muy acertada, al destacar la imagen de la inmensa poetisa boyacense cuya fama traspasó las fronteras patrias en las décadas del 30 y 40 del siglo pasado. Hay un hecho coincidente: conforme Laura Victoria fue la pionera de la poesía erótica en Colombia, Carmen Cecilia Suárez tiene alta figuración como autora de cuentos eróticos.

En su caso, sin embargo, habría que decir que aunque ostenta la fama de cuentista erótica a raíz de Un vestido rojo para bailar boleros, la mayoría de sus cuentos no pertenece a dicha modalidad. Me parece que su cuentística en general, aunque movida por fuertes emociones del alma, está dirigida a acentuar la soledad, la nostalgia, la tristeza y la evocación. Su énfasis está puesto en la naturaleza femenina, en el alma vehemente de la mujer, y de ahí se derivan la ternura, el ensueño, la intimidad de muchos de sus relatos, e incluso los tintes de pasión amorosa –lindantes algunos con la patética escena sexual–, sin que por ello pueda afirmarse que toda su literatura está manejada por el erotismo.

Algunos de los trabajos de Carmen Cecilia tienen más el carácter de crónicas, y otros de cartas o poemas de amor, que de cuentos estrictos en el usual  sentido literario. Pero hay emoción y belleza, y tales ingredientes crean momentos gratos, primer requisito de la narrativa. La brevedad y agilidad de gran parte de los relatos, algunos rematados con fascinantes finales súbitos, atrapan el ánimo del lector.

El emblema de la Serpiente Emplumada –deidad de la mitología maya que imperaba sobre el resto de dioses– es afortunado para el bautizo de esta producción bibliográfica. Más aún si, de acuerdo con la leyenda, este soberano les enseñó a leer a los mayas, según me cuenta Carmen Cecilia.

El Editorial, Bogotá, 23-X-2010.
Eje 21, Manizales, 22-XII-2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-XII-2010.

 

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Editorial Kelly

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Me ha llamado la atención, al entrar a la editorial –situada en la avenida 32 con calle 13 de Bogotá–, un recorte de periódico que se encuentra enmarcado cerca del escritorio de la gerencia. Es una crónica de Lucas Caballero Calderón –el inmortal Klim–, de fecha indeter­minada, en uno de cuyos apartes leo lo siguiente: «El éxito de Editorial Kelly se debe a la consagración, in­teligencia y constante actividad que posee en abundan­cia el Chiquito Gómez –como le llamamos sus amigos–, un individuo que no tuvo tiempo de crecer, porque ya desde niño les estaba sirviendo a sus amigos».

Indagando por la historia de la editorial, me entero de que la vieja casa impresora de los bogotanos –que también ha publicado libros de distintas regiones del país e incluso del exterior– cumplirá próximamente 50 años de fundada. El sello Kelly es muy conocido en la bibliografía colombiana, y entre los libros que yo re­cuerde, de reciente data, están varios de Horacio Gómez Aristizábal, el de Antonio Cacua Prada sobre Aurelio Martínez Mutis y el titulado Lo que el Quindío le ha aportado a Colombia. Allí también se imprime el Bole­tín de la Academia Colombiana.

El Chiquito Gómez, célebre entre los escritores contemporáneos de Klim, todavía asiste a su despacho tradicional, vestido con elegancia, aunque ha delegado en sus hijas el manejo de la empresa. Jorge Gómez Borrás, su verdadero nombre, santandereano de pura cepa, se bogotanizó desde muy temprana edad e inició su actividad la­boral como administrador de El Gráfico y linotipista de El Espectador. En 1939 se independizó y le dio vida a Editorial Kelly, cuyo nombre lo tomó de la primera prensa con que comenzó su aventura libresca.

«Nunca se ha publicado nada que pueda avergonzarnos», comenta con orgullo su hija Beatriz, una de las ejecu­tivas de la firma. Y Lucila, la otra hermana emprende­dora, agrega: «Ha habido problemas, pero han sido ma­yores los éxitos». Da gusto ver a este par de hermanas entregadas al afán diario de una empresa dinámica.

Ellas me cuentan los inicios difíciles de la edito­rial, cuando ésta adquiría los derechos de autor y no lograba rescatar la inversión, salvo excepciones como las de Figuras políticas de Colombia, de Klim, Las haciendas de la sabana y Los toros en Bogotá, de Cami­lo Pardo Umaña, Ancha es Castilla, de Eduardo Caballe­ro Calderón, o las ediciones populares de las novelas de Arturo Suárez, libros que se agotaron en poco tiempo.

El mayor tiraje ha sido el de un folleto para la Casa Ross, un millón de ejemplares, a dos colores. Cuando estuvo terminado se halló este error: en una cifra se puso un 5 en lugar de un 6 y esto trastornaba el texto. Para salvar la situación, se corrigió el error a mano.  ¡Un millón de veces!

La primera sede de la empresa fue la avenida 19 arriba de la carrera 7a. Por los días del 9 de abril se decidió su traslado varias cuadras abajo y, al esta­llar la revuelta popular, la Kelly figuró entre los negocios saqueados. Pero no había sido así. El día anterior había ocurrido la movilización de los equipos al nuevo local, y al aparecer vacío el anterior, esto dio lugar a la falsa noticia.

El Chiquito Gómez sonríe con picardía cuando re­cuerda el episodio. Ni las llamas ni las rapiñas de aque­lla horrenda catástrofe llegaron a su sitio de trabajo, el que nunca, como los viejos capitanes, ha abandonado desde hace 50 años. Sigue asistiendo a la oficina en forma rigurosa, como una necesidad vital. El ruido de las .máquinas le hace falta, le transmite energía. Su presencia es sim­bólica y sentimental, pero se siente en su ambiente contemplando la marcha de sta empresa meritoria, de su esfuerzo envidiable, bajo el impulso de manos femeninas, como una realización del trabajo productivo y enaltecedor.

El Espectador, Bogotá, 8-III-1989.

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Se buscan editores

martes, 4 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha caído en mis manos un libro desteñido por el paso del tiempo. El sello de la Editorial Minerva certifica una lejana época bogotana en que el autor de la obra sobresalía como cuentista y novelista. Se trata de la novela La tierra es del indio, prologada por el padre Félix Restrepo. Jaime Buitrago Cardona conformó en solo tres libros una obra fecunda: Pes­cadores del Magdalena (1938), Hombres trasplantados (1943) y La tierra es del indio (1955).

Dentro de las rarezas lite­rarias que se van quedando ocultas, descubrí que la citada novela obtuvo el primer premio en un concurso patrocinado por la Caja Colombiana de Ahorros, en 1950, y que inexplicablemente nunca la entidad publicó la obra. Escudriñando la biografía de Buitrago Cardona encuentro un hombre constante y silen­cioso en la labor intelectual, quien acosado por una apretada situación económica abandonó la universidad para deambular como profesor por tierras del Antiguo Caldas y de Bogotá. Luis Eduardo Nieto Caballero lo califica como un estudioso irrevocable de la literatura.

Este hallazgo puede resultar buena noticia para Colcultura dentro de sus propósitos por preservar el patrimonio cul­tural de Colombia. Y vale la pena mencionar otros nombres de la ya estrecha lista de me­cenas:

El Comité de Cafeteros del Quindío cumple destacada par­ticipación en la cultura re­gional, de donde Buitrago Car­dona es oriundo. Se recuerda la antología de Baudilio Montoya, un acierto del Comité.

El Banco Popular ha com­pletado cien títulos de su cono­cida biblioteca. Gracias al in­terés de Eduardo Nieto Cal­derón se recogió la obra disper­sa de Alberto Ángel Montoya, hecho que merece especial mención.

El departamento de Caldas prosigue su itinerario de tierra culta, como ejemplo para otras regiones ausentes por completo de estos afanes. Dos libros recientes corroboran dicha labor: Memoria de varones ilus­tres, de Antonio Álvarez Restrepo, y Elegía sin tiempo, de Fernando Mejía Mejía.

La Universidad Pedagógica de Boyacá cuenta con sus edi­ciones La rana y el águila, dirigidas por Vicente Landínez Castro. Se vienen promoviendo importantes libros de autores boyacenses, como Reyes, de cauchero a dictador, de Mario H. Perico Ramírez, y Leyen­das indígenas de Colombia, de Max López Guevara.

La Biblioteca Pública Piloto de Medellín, que preside Alejan­dro González, se ha propuesto lanzar libros de figuras antioqueñas y ha comenzado con La Historia contra la pared, de Juan Zuleta Ferrer, suceso de actualidad.

Ya que el tema es biblio­gráfico, caben algunas sugeren­cias. ¿Por qué las loterías del país dedican tan pocos recursos a la cultura? Todas debieran publicar por lo menos una obra al año de autores de su tierra. Sus recursos son, al fin y al cabo, del pueblo, a donde deben revertir. ¿Qué tal, por ejemplo, recoger la obra de Eduardo Arias Suárez, el grandioso cuentista de Armenia, cuyos trabajos están traducidos a varias lenguas? Pocas personas saben que él dejó inédita la novela Bajo la luna negra, con prólogo de Baldomero Sanín Cano.

Pregunto por qué Colcultura u otro organismo protector de la cultura no ha llegado hasta Jaime Barrera Parra, el extraordinario escritor santandereano que logró una de las mejores colecciones de artículos eruditos, comparables a los de Tejada.

¿Quién escarbará los ar­chivos de Jorge Santander Arias, maestro de maestros en el ensayo? La Universidad de Caldas, que le otorgó el grado de doctor honoris causa, nos quedó debiendo la recolección de su obra.

Grandes discursos políticos del país, muchos de ellos tra­tados de sabiduría, andan des­carriados. Laureano Gómez, Gaitán, Santos, López el gran­de, Alzate, Silvio Villegas, que hicieron historia, no tienen biógrafos ni editores. Tampoco los tienen figuras excelsas del periodismo.

Y punto. Es una manera de poner el dedo en la llaga. Obras valiosas de vivos y muertos se están perdiendo por falta de in­terés, y sobre todo de mecenas, una escuela en decadencia.

El Espectador, Bogotá, 13-IX-1978.
La Patria, Revista Dominical, Manizales, septiembre de 1978.

 

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