Archivo

Archivo para la categoría ‘Bogotá’

Condenada a morir

miércoles, 18 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Los esposos Bernardino Lesmes y Amparo González veían con mucha alegría el nacimiento de Paula Sofía, ocurrido hace nueve meses en una clínica de Bogotá. Su primer hijo tenía nueve años de edad y ellos soñaban con la pareja, ilusión que al fin vieron cumplida con la llegada de Paula Sofía.

Pero la niña nació con graves deficiencias orgánicas, y ahí comenzó el calvario de los padres. Estos nunca se habían imaginado que tres enfermedades simultáneas lesionaran en forma catastrófica la salud de la niña recién nacida: síndrome de Down, hipotiroidismo y cardiopatía congénita. Esta última le significaba serias dificultades para respirar. Como si fuera poco, dos días después de su nacimiento tuvo que ser operada por una obstrucción intestinal.

La alegría del segundo hijo se convirtió en un camino de dolores. Comenzaron las consultas médicas, las preguntas sin respuesta, las negativas de los servicios de asistencia hospitalaria. Para los padres, todo se tornaba complejo, oscuro, impenetrable. Los funcionarios de la salud eran seres lejanos e indolentes que no solo los atendían de afán, como si fueran un estorbo, sino que no les resolvían nada.

La EPS Solsalud, a la que estaban afiliados (y que se encuentra intervenida desde hace un año por fallas en el servicio), los sometió a toda clase de trabas, de trámites tortuosos e interminables. Este es el país de los trámites, donde todo se complica por falta de reglas precisas y eficaces. El ciudadano deja de ser una persona digna para volverse un papel, un número, una ficha de computador manejada por personas carentes de raciocinio y sentido humano. Los funcionarios parecen autómatas.

Sin embargo, los padres angustiados reunieron todos los papeles que Solsalud exigía para practicar a la niña la cirugía cardiovascular ordenada, de manera urgente, por una cardióloga de la clínica del Niño, de Soacha. Pero no fue posible obtener la autorización. Se insistió varias veces, y la entidad, aparte de mostrarse imperturbable frente al drama de la vida que se hallaba en serio peligro de muerte, permanecía muda. Ninguna razón dio para su negativa.

“La EPS todo lo negaba, hasta las bolsas de colostomía. En nueve meses solo nos dieron cuatro. Cada una costaba de 35.000 a 40.000 pesos, que nos tocaba sacar del bolsillo”, manifiesta el padre de Paula Sofía al periódico El Tiempo, de donde se toma esta noticia,

Tuvo que acudirse entonces a la Defensoría del Pueblo, última instancia que busca el ciudadano cuando siente vulnerados sus derechos y no ve más salidas. Se entabló una tutela, y se ganó. Pero Solsalud desatendió la orden. Esto ocurría a principios de abril. El caso se complicó con una bronquiolitis aguda que fue atendida en el hospital San Blas, el 24 de abril.

No fue posible que la EPS remitiera a la paciente a una institución especializada. Hoy aduce que ninguna de las quince entidades a las que solicitó ese servicio lo aceptó. No se entiende cómo estas quince entidades se niegan, en el curso de cinco días, a atender la remisión de la paciente. Este aspecto debe obtener plena claridad en la investigación que adelanta la Superintendencia de Salud.

Paula Sofía falleció por un paro cardiorrespiratorio, el 29 de abril, en el hospital Santa Clara, a causa de una neumonía. Es otro episodio, por demás doloroso, que pinta la ineficiencia de los organismos del Estado que deben proteger la salud de los colombianos. Atribuir toda la culpa a Solsalud sería un escape de la exacta realidad. Es todo el sistema sanitario el que desde hace varios años se halla en crisis y reclama medidas de fondo (que aún no logra sacar adelante el ministro del ramo) para garantizar un derecho primordial del ser humano.

El Espectador, Bogotá, 3-V-2013.
Eje 21, Manizales, 4-V-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-V-2013.
Red y Acción, Cali, 4-V-2013.

* * *

Comentario:

La niña sí se salvó. Se salvó de haber llevado durante unos cuantos años –muchos no habría vivido− una vida (¿vida?) miserable, dolorosa y completamente inútil. Y no solo se salvó ella: también se salvaron sus padres y su hermano de tener que soportar el dolor de verla sufrir largo tiempo hasta que muriera. Y no menos importante, se salvaron de tener que cargar con los enormes costos económicos que hubiera implicado el mantenerla con vida, impulsados solo por el vacuo meme de que «la vida es sagrada» (…)  digamos que el amor y la compasión exigirían así mismo que en el caso de una persona en la plenitud de su ser como Homo sapiens, pero que por causas ordinarias es víctima de circunstancias que truncan bruscamente el desarrollo normal de su vida (soldados víctimas de minas, entre innumerables ejemplos), ese Estado idealmente racional no escatime esfuerzo alguno de ninguna clase por hacer que su paso por el planeta continúe con el menor dolor posible. Bernardo Mayorga, Bucaramanga.

Miedo en las calles

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Katherine, una joven de 22 años, salió de su casa a las 5:30 de la mañana. Y se encontró con un hombre moreno, de unos 30 años, que le apuntaba al rostro con una jeringa y le decía: “Deme todo o se lo echo en la cara”. Muerta del pánico, Katherine le suplicó que no le hiciera nada, le abrió el bolso y vio que el asaltante lo desocupaba y emprendía la fuga.

Se salvó de ser otra víctima del ácido muriático. Regresó a su casa, y no quiere salir de ella. Con los nervios destrozados, le ha cogido pavor a la calle. La escena acaba de suceder en Medellín, a corta distancia del CAI de la Policía instalado en el sector. Nadie vio nada.

Esta modalidad de asaltar a la víctima con la amenaza del ácido muriático se ha acentuado en Bogotá. Y ocurre en otras ciudades. Hasta el momento, dice una noticia de prensa, se conocen más de veinte casos de mujeres atacadas con ácido en el país. Las mujeres son las preferidas para este delito, pero también puede ser cualquier transeúnte.

En diciembre, Sergio, de 22 años, fue atacado con el mismo ácido al llegar a su casa, por negarse a dar una moneda, y sufrió quemaduras en la cara, el cuello y los brazos. En el mismo mes, otro joven residente en el barrio Castilla sufrió la misma suerte, con daños severos en los ojos, cuyo tratamiento podría costar más de $ 15 millones. Un mes después, Luz Adriana, de 31 años, que a las 5 de la mañana salía de su casa en Kennedy para dirigirse al trabajo, fue atacada por un hombre que descendió de un taxi y la intimidó. Como se negó a entregarle el bolso, el agresor le roció el ácido en la cara y huyó en el taxi.

Son noticias espeluznantes de las que nadie puede estar exento, repetidas una y otra vez, y que dejan lesiones físicas y sicológicas a veces incurables. Estas noticias dan paso a otros hechos no menos monstruosos de la canallada de cada día. Vivimos en las grandes ciudades a merced del raponazo, del cuchillo o la navaja camuflados en los bolsillos, del revólver que se dispara en un instante, de la bala perdida, y ahora del ácido muriático.

La locura se ha apoderado de las calles de Bogotá. Una terrible conclusión de las autoridades señala que la mitad de los transeúntes de la capital sufre de esquizofrenia y paranoia. Entre esas corrientes demenciales nos movemos a diario, desafiando el asalto, la contusión o la muerte. Quienes consumen bazuco, el 80 por ciento lo hace todos los días, mezclándolo con marihuana y alcohol industrializado. Son “crónicos poliadictos”, según definición de los expertos. No queda difícil deducir que quienes andan armados con jeringas para aterrorizar y herir a las víctimas, pertenecen a este submundo enajenado, abismal e incontrolable.

El acalde Petro inicia su administración liderando una campaña de desarme, tanto de las armas amparadas con salvoconducto, que tienen un registro cierto, como de las ilegales, que proliferan con facilidad en los mercados clandestinos. Unas y otras, en determinadas circunstancias, son asesinas. Algún cálculo ligero dice que en Bogotá hay 400 mil armas legales y más de un millón de ilegales. Las otras armas son las blancas y cortopunzantes (navajas, cuchillos, machetes, bisturíes), de imposible cómputo.

Se decomisan armas de todo género. Muchos dejan de portarlas. Después de los tres meses de la campaña volveremos a lo mismo, al aflojarse el control de las autoridades y olvidarse el tema. La verdadera campaña consiste en desarmar los espíritus. Propósito nada fácil de lograr, ya que la sociedad perdió los estribos. La conciencia colectiva, envenenada por el odio, le niega el campo al amor y a la convivencia. El asunto tiene raíces profundas: es social, y ahí es donde hay que atacarlo.

El Espectador, Bogotá, 23-II-2012.
Eje 21, Manizales, 24-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-II-2012.

* * *

Comentarios:

Al leer este artículo veo claramente que la ciudadanía debe armarse para salvar su integridad y su vida en una ciudad donde resulta imposible controlar el porte de armas por parte de los criminales. Inclusive si lograra desarmárseles, pueden hacer daño con una simple jeringa llena de ácido. En esos casos la legítima defensa es la única solución. Alfredo Arango, Miami.

Horribles sucesos. El planeta va muy de prisa, sacando a flote todo lo malo. La solución, creo, viene de cada uno de  nosotros, emitiendo la energía del amor y de la paz. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Comparto plenamente este criterio respecto a tan sentido tema que agobia a la capital. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Aunque procuro superar el miedo para no “echarle leña al fuego”, el artículo plantea un problema que día a día se agrava y acrecienta en la capital. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Un tipo intentó echarme escopolamina cuando compraba la comida de mis mascotas. Ese mismo día cuando salíamos con un amigo del gym, una lacra nos siguió, pero yo me percaté y el tipo se esfumó. Ahora ando superparanoico. A mi mamá intentaron atracarla ayer, pero por suerte una señora desconocida la dejó ingresar a su negocio y se salvó. Alejdark (Correo a El Espectador).

El ácido muriático, otra modalidad que se le une al fleteo, paseo millonario, escopolamina, paquete chileno, sicariato, prepagos, extorsión, secuestro. Vaya, Colombia debería ser llamada «el país inventor de modalidades para el crimen». Holaforistas (correo a El Espectador).

La columna es fiel realidad de lo que sucede en todo el país y, obviamente, mucho más en las capitales. Esta delincuencia, nuestra violencia endémica y las demás muestras de decadencia civil son consecuencia de los malvados manejos administrativos desde hace doscientos años. La inequidad, la injusticia y la corrupción son la triada madre de la situación paupérrima que vivimos.
Colombianoingenuo (correo a El Espectador).

De las armas a las urnas

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Diversos factores se unieron para el fracaso de la candidatura de Enrique Peñalosa a la Alcaldía de Bogotá, y no es del caso volver a señalarlos. Yo voté por Peñalosa, y perdí. No me arrepiento de mi voto. Sigo considerando que él era la mejor opción, dadas su preparación y probada experiencia en el manejo de la capital.

Esto no me impide reconocer el triunfo de Petro, a quien hay que desear la mejor suerte en su delicada misión, de la que dependerá, o bien sacar a Bogotá del hoyo en que ha caído, y abrir horizontes de esperanza y fórmulas de desarrollo, o bien terminar con lo bueno que nos queda.

Cumplidos los hechos, es preciso registrar el triunfo claro de Petro. Su llegada al segundo puesto más importante de la nación pone de relieve varios aspectos dignos de destacarse. Ante todo, la legitimidad con que el antiguo guerrillero se ha situado desde buen tiempo atrás. Así reafirma su adhesión a la vida democrática. En el presente caso, se retiró del Polo, su partido, en disputas internas que lo llevaron a fundar un movimiento propio, el que le hizo conquistar los más de 700.000 votos que le abrieron las puertas de Bogotá.

Fue el primero que denunció el carrusel de la contratación en la alcaldía de Samuel Moreno, a pesar de tratarse de su colega en el Polo. Acto valiente que marca un derrotero para su propio gobierno. Bogotá –y el país entero–, donde los negociados de la clase dirigente han llegado a extremos desastrosos, deben aprender de esta lección ejemplarizante.

Petro nace en un sencillo hogar de Ciénaga de Oro (Córdoba), el 19 de abril de 1960. Caso curioso: con el tiempo se matricula en el Movimiento 19 de Abril (M-19), y más tarde es condenado a dos años de prisión. En Zipaquirá cursa el bachillerato, y allí será personero y concejal en los años 80. Recibe el grado de economista en la Universidad Externado de Colombia, disciplina que afianza con una maestría en la Universidad Javeriana. Adelanta otros estudios: en Bogotá, en la Esap, y en el exterior, en Lovaina y España. Este bagaje académico le ha deparado un itinerario de triunfos en medio de grandes dificultades.

En lo político, se ha destacado como brillante orador y parlamentario. Ha sido  acérrimo censor de la inmoralidad pública. Develó la parapolítica en sonadas intervenciones que le merecieron voces de aplauso. Ayudó a redactar la Constitución de 1991. Pero no ha podido quitarse el ‘coco’ que circunda su nombre en razón de su pasado guerrillero.

A raíz de su triunfo en Bogotá se volvió personaje en los titulares de grandes periódicos del mundo. Las miradas de muchos países están puestas en Colombia. Dichos periódicos ofrecen este ejemplo de reinserción a la vida ciudadana como un camino para conseguir la paz que se pretende obtener con las armas, las que solo desolación y muerte dejan en países como el nuestro sometidos a tanta barbarie.

El capítulo de Petro se suma al de Antonio Navarro Wolf y al de Rosemberg Pabón, sus excompañeros de la lucha armada, que luego de reincorporarse a la legitimidad han cumplido valiosas ejecutorias en la vida institucional. Navarro es el gran gobernador de Nariño, y Pabón, como alcalde de Yumbo, fue uno de los gobernantes locales más destacados del país.

Ojalá las Farc, cuya lucha guerrillera no tiene sentido, recapaciten en que las armas sediciosas están llamadas a declinar, y consideren sus militantes que en la democracia pueden buscar las alternativas de poder que no encontrarán por el otro camino.

El Espectador, Bogotá, 4-XI-2011.
Eje 21, Manizales, 4-XI-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-XI-2011.

* * *

Comentarios:

De las armas a las urnas, publicada hoy en El Espectador, sobre el triunfo del exguerrillero Petro como alcalde de Bogotá, es una pieza periodística clave en un momento clave de la capital y de toda Colombia. Alfredo Arango, colombiano residente en Miami.

Ahora lo importante es que Petro cumpla lo que prometió y que los hechos avalen las palabras, pues de sobra sabemos que la mayoría de los políticos, una vez que son elegidos, echan a un lado al electorado. Esperemos que Petro eleve con obras a Bogotá al sitio que merece. Luis Quijano, colombiano residente en Houston.

Qué buena columna. Generosidad y objetividad que validan la tolerancia, la paz y el sueño en una Patria armónica donde todos podamos crecer en nuestro proyecto de vida. Ya la compartí con Valeriano, el eterno enamorado de su Bogotá, quien se encuentra en ensayos en el Teatro del Palau de Valencia, España, con el protagónico de Don Magnífico en la Cenerentolla. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Categories: Bogotá, Política Tags: ,

Recuperar a Bogotá

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Llegó la hora. La hora crucial donde los habitantes de Bogotá van a resolver el futuro que se presenta nebuloso y enigmático, luego de una etapa de retroceso, de corrupción e inoperancia administrativa que han hundido a la capital en los abismos de la postración y la desesperanza.

Mayores errores no se podían concebir en la administración de Samuel Moreno. Solo vino a detener esa carrera de desaciertos y atropellos una medida ejemplar de la Procuraduría, que lo separó del cargo y le evitó a la ciudad que se perpetraran los últimos intentos dentro de la flagrante cadena de negociados urdidos en la Casa Liévano, que todo el mundo veía y nadie reprimía.

Lo hizo Alejandro Ordóñez,  procurador histórico. Ya los males causados a la ciudad eran catastróficos. Pero el Procurador tampoco podía hacer más.

¿Cuántos años ha retrocedido Bogotá en este cuatrienio inconcluso de un Alcalde dedicado al pillaje y a la perversión de la moral, para quien el progreso urbanístico era asunto secundario? Imposible saberlo. Lo que sí se sabe es que quienes lo ungieron con su voto, a conciencia de su impericia para el cargo y movidos por afán populista y sentimiento egoísta, son copartícipes de este destrozo público.

La historia puede repetirse. Ojalá que así no fuera, pero algunos signos hacen pensar que vamos por ese camino. Vuelve de nuevo a encenderse la pasión mezquina de hace cuatro años, la misma que sacrificó a un candidato de la talla de Enrique Peñalosa. Las circunstancias actuales ofrecen la misma incógnita de la contienda anterior: elegir entre el candidato preparado, que ya dio amplias muestras de competencia en el manejo de la capital, y la improvisación de los otros aspirantes, por más elocuentes teorías que esgriman en sus discursos.

“Bogotá está en el hueco”, es la gráfica expresión que se escucha por todas partes. Si se fuera consecuente con la necesidad de sacarla de ese estado, habría que buscar al mejor candidato, que sin duda es Peñalosa. Fue él quien le imprimió a la capital un ritmo acelerado de progreso, con ideas audaces y bien estructuradas, con resultados a la vista y con visión de futuro que pocos poseen.

Obras fundamentales como la del Transmilenio, los parques, el espacio público, la cruzada contra la congestión vehicular, entre otras iniciativas afortunadas, muestran su empeño dinámico y su ejecución gerencial para crear polos de progreso en metrópoli de tan acelerado crecimiento y tan complejo manejo como es Bogotá.

Sin embargo, estos resultados los oculta hoy, como hace cuatro años, la propaganda negra que se ha dirigido contra su nombre. El manido pregón que habla de su enriquecimiento personal y de su carácter arrogante, y que se repite sin ton ni son pero con ánimo perverso, desfigura el talante emprendedor de este personaje capaz de sacar a Bogotá del hueco. Peñalosa es muy diferente al que muestran sus detractores, pero la malevolencia humana consigue distorsionar la virtud, las aptitudes y las buenas realizaciones con esta clase de patrañas.

Abrimos un compás de esperanza frente al lenguaje de las urnas el domingo entrante. Esta columna no desconoce los méritos de ninguno de los candidatos. Pero aspira a que triunfe la mejor opción. Bogotá se merece un avance vigoroso en el próximo cuatrienio. Debe recuperarse de los desastres del pasado.

El Espectador, Bogotá, 27-X-2011.
Eje 21, Manizales, 27-X-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 29-X-2011.

Categories: Bogotá Tags:

Mockus, hace 15 años

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En 1995, Mockus fue por primera vez Alcalde de Bogotá. Era la revelación del momento: había llegado al cargo por fuera de los partidos, con mínima inversión publicitaria y con alta votación en las urnas. La figura del alcalde cívico que representaba entusiasmó a los bogotanos.

E inició un buen gobierno. Dio señales de acierto, y sus métodos novedosos de educación cívica, junto con sus demostraciones de querer acabar con los viejos resabios y sistemas obsoletos, le hicieron ganar la simpatía general. La cultura ciudadana fue uno de sus mayores logros.

Fijó pautas severas para el manejo de las relaciones con el Concejo, a fin de apartarlas del clientelismo y propiciar el ejercicio independiente de los poderes ejecutivo y legislativo. Hubo en su gobierno  disminución en la tasa de los homicidios, se adelantaron jornadas de prevención de violencia familiar, se implantó la ley zanahoria y la gente aprendió a respetar las señales de tránsito y practicar normas de civismo.

Los recursos de la ciudad se manejaron con pulcritud. Incluso, algunos se incrementaron. Creó el pago voluntario del 110% del impuesto predial, que recibió buena respuesta de la ciudadanía. Todo esto era positivo, pero no se veían aparecer las obras que con urgencia pedían los habitantes: la seguridad, el orden en el tránsito, la pavimentación de calles, la eficiencia de los servicios públicos. Como las fórmulas de solución no se daban, vino el desencanto.

Mockus, maestro de la cultura ciudadana, resultó mal gerente de la ciudad. Los dineros recaudados, en lugar de invertirse en infraestructura y servicio social, se atesoraban en los bancos mientras las necesidades apremiaban. Y la gente protestaba. ¿Dónde está el Alcalde, que no se ve?, era el clamor general. No era suficiente que el tesoro público se manejara en urna de cristal. Había que fomentar el desarrollo urbano, y esto no se hizo.

Mockus manifestó que quienes fallaban eran sus colaboradores. Efectuó  algunos relevos burocráticos, y las cosas siguieron igual. Después de tanto ensayo pedagógico y tanto tiempo perdido, la opinión pública determinó que quien fallaba era la cabeza de la administración. Para decirlo en términos adecuados, se debilitaba la energía y fracasaba la invención. Los reclamos de la gente no se escuchaban en las altas esferas. Todos veían las fallas, menos el Alcalde.

Cuando él ha debido afinar los mecanismos y comprometer su mayor esfuerzo para sacar a Bogotá del atolladero, se le acaloró la cabeza con la idea de lanzarse como candidato presidencial en las elecciones de 1998. Por esta época, hace 15 años, cuando iba en la mitad del periodo y le faltaban tantas cosas por ejecutar, se dejó llevar por la ambición. Sin detenerse a pensar en la frustración que ocasionaría a sus electores, abandonó el cargo en abril de 1997. Y no triunfó en las elecciones presidenciales del 98.

Fue alcalde por segunda vez en el 2001. Sus seguidores le perdonaron la falta de lealtad y creyeron en su propósito de la enmienda. Así es la política. Mockus ofreció enderezar las cargas. Corrigió, en efecto, fallas protuberantes del primer periodo y realizó un gobierno superior al que había dejado trunco. En el 2010 volvió a lanzarse como candidato presidencial y estuvo a punto de ganar.

Ahora estamos en el 2011. En vista de que el Partido Verde, del que fue uno de sus fundadores, no lo escogió como candidato a la Alcaldía de Bogotá, abandonó esta causa y se adhirió a Alianza Social Indígena (hoy Alianza Social Independiente), que le otorgó la nominación que buscaba. Esta candidatura está en vilo por cuanto un ciudadano ha pedido la revocatoria de la inscripción, pues en el Consejo Nacional Electoral no aparece registrada públicamente la renuncia al Partido Verde. Esto configuraría doble militancia. El caso está por resolverse.

Cabe pensar que de nuevo incurre Mockus en el pecado de la ambición, al no respetar las reglas de juego del Partido Verde y no resignarse a perder. Hoy su anhelo es el de volver a ser Alcalde de Bogotá. Ese mismo pecado ocurrió hace 15 años, aquella vez halagado con el sueño de ser Presidente de la República.

El Espectador, Bogotá, 15-IX-2011.
Eje 21, Manizales, 16-IX-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-IX-2011.

* * *

Comentarios:

Absolutamente correcta la semblanza sobre Mockus, sin duda un gran hombre y matemático excelente, pero para manejar una ciudad y un país como Colombia se necesita un ejecutor y gerente y un sagaz político que sepa manejar todos los corruptos. No simplemente un romántico y un ingenuo que piense que está gobernando a Alicia en el país de las maravillas. Luis Quijano, Houston (Estados Unidos).

Hay dos percepciones de la salida de Mockus del Partido Verde. Una es la que usted expone. Sin embargo, yo me inclino más por la tesis de que él se salió cuando Álvaro Uribe públicamente apoyó a Peñalosa. O como dirían por ahí, cuando el Partido Verde le vendió el alma al diablo. Jfbotero (correo a El Espectador).

Sí creo en la honestidad de Mockus, pero eso no basta. Ahora resultó diciendo que iba a cobrar a los vehículos particulares por ingresar al centro de Bogota, solución estúpida, porque Bogotá por culpa de gobernantes sin visión como todos los alcaldes que ha tenido nuestra ciudad, ha visto crecer la población vertiginosamente, pero las vías principales son las mismas de hace más de 20 años, y las sabia solución de Mockus es cobrar impuestos para no hacer nada. Raúl Garzón (correo a El Espectador).

Categories: Bogotá Tags: