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La caída de Bogotá

lunes, 23 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Más allá de la caída de Gustavo Petro como alcalde mayor de Bogotá, lo que debe analizarse ahora es la caída de la capital. La opinión pública contemplaba la probabilidad bastante marcada de que el procurador general, Alejandro Ordóñez, que no toma decisiones a medias, lo separaría del cargo a raíz del pésimo manejo de las basuras en diciembre del año pasado.

Ese desacierto mayúsculo puso en riesgo el medio ambiente y la salud de los bogotanos. Y en la parte económica, causó una lesión enorme a las finanzas del Distrito. En su providencia, el Procurador le señala tres faltas “gravísimas”, cometidas  “de manera libre, consciente y voluntaria”. Por esta conducta, lo destituyó de su posición y lo inhabilitó durante quince años para ejercer cargos públicos.

Bogotá ha venido en constante retroceso y hoy está a la cabeza de las ciudades peor manejadas del país. El avance conseguido en manos de otros alcaldes quedó devastado en las dos últimas administraciones. El ejercicio de Samuel Moreno, con su nefasta camarilla de defraudadores del erario, pasará a la historia quizás como el más corrupto y el más vergonzoso que haya tenido la capital colombiana.

Y vino el gobierno de Petro. A pesar de sus conocidos antecedentes guerrilleros y de sus causas extremistas, que no podían, sin embargo, estigmatizarlo para el servicio público, la ciudadanía que no compartía sus ideas le abrió un compás de espera. Había un hecho positivo en su carrera pública que no podía ignorarse: se trataba de excelente parlamentario, buen orador, crítico en sus planteamientos y severo en sus ataques contra la corrupción. Fue el primero en denunciar las maniobras que se urdían en el mandato de Samuel Moreno, conocidas como el “carrusel de la contratación”.

Esa vigorosa y nítida actuación le hizo conquistar buena parte de los votos que lo llevaron a la Alcaldía. Su honestidad en el manejo de los bienes públicos no está en duda. Lo que está a la vista es su precaria capacidad gerencial para resolver los ingentes problemas que ofrece esta urbe con cerca de ocho millones de habitantes, una de las capitales de mayor importancia y evolución del continente.

Varias circunstancias de peso incidieron para este resultado frustrante, que obedece en gran parte a su carácter pugnaz e intransigente. Petro demostró que no es fácil para escuchar consejos y adelantar sistemas de trabajo distintos a los suyos. Desconoce el sentido de trabajar en equipo. Prueba de ello es que han salido de sus cargos alrededor de veinte de sus funcionarios más calificados. Antonio Navarro, su secretario de Gobierno, entró en serias discrepancias con él y por eso renunció.

Su extrema terquedad lo condujo a tomar decisiones equivocadas. Es provocador incisivo, polemista obcecado que vive en permanente plan de discusión y choque. Los dos años de su gobierno los gastó en discutir con la gente, mientras la ciudad se destrozaba por todas partes. Y continúa polemizando. La actitud camorrista no es buena consejera.

El tiempo no se devuelve, y pasa dolorosas cuentas de cobro. Entre tanto, Petro perdió su oportunidad histórica. De ahí la pronunciada distancia que lo mantuvo alejado de los mandos del país y de una alta cifra de ciudadanos. Ha tenido logros, pero estos se ven minimizados por la magnitud de las responsabilidades que dejó de cumplir.

La caída de Bogotá, con la caída estrepitosa de Petro, resulta traumática para el Distrito. La ciudad, que ha venido a la deriva desde años atrás, ahora se despeña hacia el abismo. El período de interinidad en que entra la administración capitalina atrofia el desarrollo inmediato.

Sin embargo, hay que confiar en que Bogotá tome otro rumbo. Rumbo seguro,  bien planificado y futurista. Superado el trance actual, ojalá aparezca la fórmula maestra para la correcta inversión del cupo de endeudamiento de 3,03 billones de pesos que autorizó el Concejo, en septiembre pasado, para atender obras vitales de infraestructura (entre ellas la movilidad, convertida en uno de los mayores desastres de la vida capitalina).

El Espectador, Bogotá, 14-XII-2013.
Eje 21, Manizales, 14-XII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-XII-2013.

* * *

Comentarios:

No obstante los garrafales errores de ejecución que presenta el desempeño del señor Petro en la alcaldía de Bogotá, soy de los que creen que al señor Procurador se le fue la mano en la aplicación de la destitución e inhabilidad durante 15 años. Parece evidente que el fallo obedece a una desmedida pasión política, de cuyo sectarismo ya ha dado muestras suficientes el  procurador Ordóñez.  Claro, la capital y el país, sea cual sea el final de este hecho,  pagarán la culpa de esta polarización de fuerzas entre la izquierda y derecha que fomentan circunstancias como ésta. Gustavo Valencia García, Armenia.

Buen artículo, escrito calmadamente, con reflexión en la realidad, alejado del fanatismo político. También recibí algunos comentarios que manifestaban su apoyo incondicional al alcalde Petro, pero que dejan ver un gran fanatismo a favor de este personaje, por el hecho de ser exguerrillero del M19. En todo país, por democrático que sea, debe haber siempre una autoridad que impida que un elegido por el pueblo haga lo que desee durante su mandato. Álvaro Pérez Franco, colombiano residente en París.

Vivimos la situación catastrófica de las basuras hace un año en Bogotá. Esta es una radiografía del mandatario que no se deja asesorar y menos atiende insinuaciones. Con ello ratifica que la izquierda en Colombia no sabe gobernar. Luis Fernando Franco Ceballos, Universidad del Quindío. 

Es una de las columnas más objetivas que he leído en el día de hoy sobre el tema en vigencia. Por objetiva quiero resaltar la serenidad y total ausencia de fanatismos y extremos. Esto es democracia. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Me gustó mucho este artículo sobre la caída de Petro, pero me llamó la atención aquello relacionado con la parte económica de los recursos del Estado, como si eso no tuviera importancia, al dejarla a un lado. Han sido muy estudiosos solamente con la parte institucional y jurídica. Pablo Benavides, colombiano residente en Estados Unidos.

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Un hueco en el camino

domingo, 22 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Michel Dayana Barrera, de dos años de edad, caminaba con su madre por una calle del centro de Bogotá, de pronto vio una paloma y se fue detrás de ella. La paloma de la dulzura. Se me ocurre pensar que esa era la paloma de la paz, que se le aparecía a la pequeña con un mensaje de bienandanza para Colombia, que tanto necesitamos en estos momentos de confusión, de violencia, ira y rencor.

Pero no. Era la paloma de la fatalidad. Un hueco se abrió en el camino, y por allí se fue el cuerpo frágil de Michel Dayana, ante la mirada de terror de su madre. Se trataba de una alcantarilla a la que el abominable vandalismo le había robado la tapa para venderla, por unos pocos pesos, a las mafias de reducidores que hacen de las suyas bajo el amparo de la impunidad.

¿Cuánto tiempo llevaba sin tapa aquella alcantarilla que en minutos segó la vida de este ángel inocente que, pretendiendo alcanzar a la paloma –como se va detrás de  una ilusión–, se encontró con la muerte en la corriente subterránea del río San Francisco? Varios días, se supone. Nadie lo sabe, y esto ya no le importa a la gente, ni impresiona a las autoridades, pues innumerables sitios de la ciudad permanecen en el mismo estado, por días y días. Lo común es ver las alcantarillas abiertas que destrozan a los vehículos y atrapan a las personas. Faltaba que muriera una niña.

Cambiar las tapas se volvió asunto de rutina. Tan rutinario, que la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá tiene abierto en su presupuesto un rubro crecido para atender este latrocinio habitual, de todos los días y todas las horas. En Bogotá desaparecen cinco tapas diarias en promedio. En lo corrido del año van 1.400 tapas, cuya reposición tiene un costo de 500 millones de pesos.

Cuantas veces se aborda este tema, se dice que reprimir el robo es muy difícil. Es increíble que en tantos años de vigencia de este crimen callejero no se haya buscado el medio efectivo para ponerle coto a la situación. Medellín sí lo hizo. Allí no se ven alcantarillas abiertas y tampoco un hueco en el pavimento. ¿Por qué lo logra la capital antioqueña, mientras la capital del país vive con los brazos atados? Si las tapas terminan en manos de los reducidores, ¿por qué nunca se ha sabido de un golpe certero a estas bandas?

La respuesta es obvia: lo que falta en la capital del país es eficiencia administrativa. Falta mayor acción policial para descubrir y castigar a los traficantes de este mercado monstruoso. Bogotá es un hueco. No se trata solo de las tapas que desaparecen todos los días, sino de los cráteres de la malla vial que hacen insufrible la vida capitalina. Este hueco, este vacío de autoridad, es el que permite las alcantarillas abiertas y tiene destrozada a la ciudad.

El fenómeno de las tapas es nacional. Otras ciudades, como Ibagué, Bucaramanga, Pereira y Cali, sufren el mismo lastre. La consigna, ante el drama desgarrador de Michel Dayana, debe consistir en desplegar una batalla vigorosa contra los reducidores. Pero que esto no suceda solo porque el país ha levantado su voz de alarma y de rechazo ante la ineficiencia, sino porque eso es lo que corresponde hacer dentro del sano ejercicio de la autoridad.

El Espectador, Bogotá, 25-X_2013.
Eje 21, Manizales, 25-X-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-X-2013.

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Comentarios:

Sin duda es un problema de negligencia administrativa, de falta de autoridad y de voluntad, para erradicar esta vergüenza; una más de esta sociedad pasiva e indolente. Gustavo Valencia, Armenia.

 ¡Qué artículo tan acertado! A aquellos que roban y a quienes compran debería acusárseles de homicidio deliberado, o como se le llame en la jerga judicial. Y sin contemplaciones. Pero plantear esto parece cosa de locos en medio de ese inconmensurable hueco de inmoralidad en que se convirtió el Estado colombiano, en todas sus instituciones. Colombia es un hueco sin fondo, y su justicia un hazmerreír que se hace sentir solo para los de ruana. Jorge Mora Forero, colombiano residente en Weston (USA).

No es entendible que los entes encargados, Policía, servicios secretos, juzgados, alcaldías menores y ciudadanía en general se hagan los de la vista gorda con los ladrones y bribonzuelos. Un ejemplo: ¿será que no se han enterado de que en los Barrios Unidos, en el centro y en el Barrio Restrepo hay cuadras completas en las que se expenden autopartes de carros robados? Si hasta se ven a los patrulleros de la Policía conversando alegremente con esos “comerciantes”. En la llamada “Playa” de las Calle 6ª –centro–, a cuatro cuadras de la Estación Sexta de Policía, se ven nubes de vendedores ofreciendo la “merca”. ¿Qué pasará? flecha veloz 1943 (correo a El Espectador).

Los reducidores son quienes tienen la mayor culpa. A quien sea detectado comprando este material y los cables que contienen cobre deben cerrarles inmediatamente sus negocios por atentar contra la sociedad. No debe haber ninguna excusa ni dilación en tomar dicha medida.

luisfernagui@live.com.mx (correo a La Crónica del Quindío).

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Un rostro en el tumulto

sábado, 21 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

 Lo que al principio se mostró como un movimiento tranquilo, al paso de las horas se convirtió en una asonada nacional. Era el paro agrario, anunciado para el 19 de agosto. El presidente Santos, que no midió el alcance de la protesta, alcanzó a restarle importancia al paro. Cuando dos días después abrió los ojos a la realidad, ya el país estaba bloqueado.

Al lado de los campesinos se habían infiltrado grandes masas de saboteadores que comenzaron a taponar vías fundamentales para el transporte y cometer toda suerte de atropellos contra los vehículos, las personas y la Policía. Los reportes sobre los desastres ocurridos en lugares neurálgicos eran alarmantes. Los propios campesinos no estaban conscientes de que tales desmanes eran perpetrados por hordas enfurecidas de delincuencia común que nada tenían que ver con las justas demandas del sector.

La ciudad más afectada fue Bogotá. Como la Policía actuaba con moderación, los revoltosos, llevados por sus odios viscerales y su sed de destrucción, se enfrentaron a las fuerzas del orden armados de piedra y garrote. Ellos sabían que el momento era propicio para saquear, incendiar y arrasar cuanto estuviera a su alcance. Y así lo hicieron. Por varios días, la capital quedó en sus manos. Las quemas de vehículos, el robo de los negocios, las agresiones a los policías y al público sembraron de terror la vida capitalina.

Bogotá quedó paralizada y los alimentos comenzaron a escasear. Escenas de humo, de heridos, de balas perdidas, de calles paralizadas y todo un horizonte de barbarie y actitudes criminales hicieron recordar el 9 de abril. Así había comenzado aquella revuelta frenética que destruyó a Bogotá y causó daños incalculables en bienes y en vidas. Así podría suceder ahora si no se actuaba con mano dura para reprimir el ímpetu vesánico.

Eran agitadores profesionales, tan hábiles para pescar en río revuelto, los que se ocultaban tras las capuchas para cometer las mayores tropelías y quedar impunes. La paciencia de la Policía los favorecía. Habían cambiado la ruana por la capucha, y solo días después los campesinos advirtieron que habían sido suplantados.

Gloria Barreto, sencilla habitante del barrio San Cristóbal, salió de su casa con el fin de hacer un reclamo por una factura del agua. En la Plaza de Bolívar quedó envuelta en estas pandillas de maleantes que lanzaban piedras, palos y objetos diversos contra el cordón policial que a duras penas lograba contenerlas. Se encontró con las caras de angustia de algunas uniformadas, y estas le hicieron recordar a su hija de 22 años.

Posesionada de dolor y valentía, alzó los brazos en cruz frente al grupo del Esmad, como escudo humano y la manera de proteger a la Policía. Permaneció estática, expuesta al atropello y los ultrajes de los agitadores. Han podido lincharla, claro está, pero solo recibió empellones y sufrió lesiones menores. Dice que los manifestantes reflejaban “falta de amor y una furia interna en su corazón”.

Detrás de la insania, y controlada ya la asonada, queda el rostro de esta valerosa mujer que se levantó sobre el odio y el salvajismo arrasadores para dejar en el tumulto su mensaje de amor. Por otra parte, es preciso meditar sobre la suerte de estos grupos de desadaptados, de resentidos sociales, que no cuentan con medidas salvadoras para ser rehabilitados.

El Espectador, Bogotá, 6-IX-2013.
Eje 21, Manizales, 5-IX-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-IX-2013.

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Comentarios:  

Un justo homenaje a esa valiente mujer, quien brilló con luz propia, y sin pretensión alguna. Sólo la de solidarizarse y defender con su valerosa decisión a un grupo de policías que protegían la catedral. Gustavo Valencia García, Armenia.

He leído con mucho interés esta reflexión sobre la crisis ocasionada por la movilización social del campesinado colombiano y el papel humanitario de la valerosa dama, sin duda un símbolo de concordia y dignidad. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

La capucha me parece que es símbolo de cobardes, y no importa si la usan los de derecha, los de izquierda o de los organismos de seguridad. Así como condeno el abuso policial, cuando se presenta, condeno también la violencia que se desata contra ellos. El sofisma de que son las fuerzas del sistema no convence. Este no se va a derrumbar porque se lancen piedras o artefactos explosivos a los policías que también son hombres… del pueblo. Además, como bien decía Ciorán, «el revolucionario de hoy es el policía del mañana». Jorge Mora Forero, colombiano residente en Weston (USA).

Una cosa era el paro campesino y otra muy distinta el aprovechamiento del mismo por parte de los terroristas, para hacer lo que siempre hacen: actos vandálicos en contra de la Fuerza Pública y los comerciantes, además de asaltar y robar cajeros automáticos, almacenes y negocios de barrio. Holarunchos (correo a El Espectador).

Memoria del fuego

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hace 40 años, el 23 de julio de 1973, ardía el edificio de Avianca. Su torre, de 42 pisos, era la más alta que existía en Suramérica. Por aquellos días se iniciaba la época de los rascacielos, y el edificio bogotano era admirado por su solidez y belleza.

Su diseño y construcción fueron ejecutados por Esguerra Sáenz, Urdaneta y Cía., Ricaurte Carrizosa Prieto y el italiano Doménico Parma. El diseño concluyó en 1963 y la construcción se realizó entre 1966 y 1969. La obra se levantó en el predio que ocupaba el renombrado hotel Regina. Cuatro años después de la inauguración llegaron las llamas e invadieron la soberbia edificación que representaba el mayor símbolo del avance urbanístico de la capital, ante la mirada atónita del país y la insuficiencia técnica para sofocar el ímpetu destructor del fuego.

Pasadas las 7 de la mañana se inició el incendio en el piso 14. Allí, según el relato que años después haría la aseadora Araminta Isea en la revista SoHo, había muchas cosas almacenadas, como tapetes, alfombras y gasolina. Queda fácil deducir que algún descuido originó la combustión. A los 15 minutos llegaron los bomberos y se pusieron al frente de la operación más gigantesca y riesgosa que nunca habían acometido, con la mala fortuna de que las mangueras solo llegaban hasta el piso 12.

Las llamas ascendían con gran velocidad desde el piso 14, y llegarían al 37. La gente que a esa hora se hallaba en el edificio subía a pie por las escaleras, en intento desesperado por no dejarse alcanzar por el fuego. Las operaciones de rescate se cumplían con helicópteros que lanzaban torrentes de agua sobre el gigante herido. Algunas personas atacadas por el pánico se tiraron al vacío y perecieron. Otras llegaron hasta la azotea, donde fueron sacadas en helicóptero. La espantosa escena se prolongó hasta bien entrada la noche.

Días después, el 12 de agosto de 1973, salió publicado en el Magazín Dominical de El Espectador, con gran despliegue –y con impresionante fotografía del edificio devorado por las llamas–, la página que titulé El fuego: amigo y enemigo, donde anoté: “De pronto llegaron las llamas y todo lo arra­saron. La ciudad se sintió impotente para contener su furor y presenció aterrorizada cómo estas len­guas del infierno se iban encaramando de piso en piso, de pared a pared, sin respetar nada, hasta co­ronar la altura y dejar un escombro humeante”.

Miles de colombianos presenciaron en la televisión el avance vertiginoso del fuego y los esfuerzos titánicos de los bomberos y otros organismos de salvación que con medios precarios luchaban contra la hecatombe. El saldo trágico fue de 4 muertos y 63 heridos. Ahora bien, la estructura no sufrió daños considerables.

Ahora viene un dato curioso. En aquella época ocupaba yo la gerencia de un banco en Armenia y enfrentaba una difícil situación con Proexpo (Fondo de Promoción de Exportaciones), cuya sede estaba situada en el edificio de Avianca. El problema nacía del proceder de un cliente de mi oficina en el trámite de una exportación. Nosotros no éramos responsables de la conducta del cliente, pero Proexpo se empeñaba en inculpar a mi oficina, y de paso creaba un problema para todo el banco. Actitud injusta, por supuesto. Entre carta va y carta viene, que fueron muchas, estuve empapelado y mortificado durante largo tiempo. Con todo, no lograba que las cosas se aclararan.

En Proexpo (esto lo sabríatiempo después) había un alto funcionario que ejercía indebida presión contra el banco, por una malquerencia personal. Ese era el  motivo soterrado. Increíble, pero cierto. La condición humana hace cometer a veces actos insólitos. La solución la dio el incendio del edificio de Avianca, ya que todos los archivos de Proexpo desaparecieron entre las llamas. Nunca más volvió a mencionarse el caso. El fuego nos hizo justicia.

El Espectador, Bogotá, 19-VII-2013.
Eje 21, Manizales, 19-VII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 20-VII-2013.

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Comentarios:

El  14 de julio de ese año llegué a Colombia recién casada. Fue el primer acontecimiento terrible que vivimos entonces. El esposo de mi prima Esperanza Feres, Francisco Ramírez (q.e.p.d), tenía su oficina de arquitecto en el piso 14.  Marta Nalús Feres, Bogotá.

Me acuerdo de ese incendio como si fuera ayer. Yo trabajaba en el piso 12 de un edificio en la calle 20 con carrera 10, y todo el día nadie trabajó. Desde allí vimos el incendio que lentamente acabó con el símbolo estructural de ese entonces. Luis Quijano, colombiano residente en Houston (USA).

Hay que anotar que el piso donde se inició el incendio era realmente el 13, pero que por huirle a la mala suerte fue numerado como 14. Marmota Perezosa (correo a El Espectador).

Tenía yo 18 años y recuerdo como si fuera ayer que nos reunimos todos en la casa a observar en el televisor todos los pormenores de semejante hecatombe. Muy similar fue la novelería que causó la movida de un edificio en el centro de la capital, también transmitida por la pantalla chica. Pablo Mejía Arango, Manizales.

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Los abominables vándalos

viernes, 20 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

La Rebeca, que pronto cumplirá noventa años de haber sido instalada en Bogotá, es uno de los monumentos que más han sufrido el maltrato callejero. En forma periódica se le hacen costosas reparaciones, y al cabo de los días vuelve a causarse el mismo ultraje. Una vez le pintaron bigote y le pusieron corbata. Después le rompieron la nariz y los dedos. Qué insulto al arte y la cultura.

Lo mismo ocurre con la estatua de Sía, la diosa chibcha del agua, cuya presencia en la capital cumple siete décadas. Los vándalos acabaron con el cuerpo de la deidad tallado en piedra e invadieron el sitio con infamantes grafitis que la mantienen con el rostro cabizbajo, como apenada de vivir entre gente dominada por los peores instintos. Otro tanto sucede con la mayoría de monumentos de Bogotá y de las capitales colombianas.

En el puente peatonal que desemboca en la plazoleta de la carrera 17 con calle 98, las rejas que cubren los sumideros han desaparecido, no sé cuántas veces, en manos de los azotacalles que viven al acecho de cuanto puedan hurtar al amparo de la noche. Tapas de las alcantarillas, sumideros, rejas y luminarias son elementos de fácil sustracción por los rateros. También se apropian de adoquines y postes de la luz, lo que tal vez suene exagerado, pero es la realidad.

Para tener una idea del daño que se produce a la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, que en forma permanente repone los artículos hurtados, es preciso saber que estos tuvieron un costo de 500 millones de pesos durante el primer semestre del año. El costo mensual de las luminarias hurtadas es de 350 millones de pesos.

Por otra parte, están las averías causadas a las señales de tránsito, cuya reparación representa un costo aproximado de 1.000 millones de pesos anuales. Y la de los semáforos, 600 millones anuales. Cuesta otro dineral la reparación de los actos vandálicos contra las estaciones de buses y de Transmilenio. El mantenimiento de estos servicios tiene un costo exorbitante y debe realizarse con la mayor eficacia para garantizar la vida normal de la ciudad. De lo contrario, vendrá el caos.

Los grafitis son otro de los lastres que soportan los cascos urbanos. Esta tendencia arrasadora se estrella contra el patrimonio público y privado, degrada la estética de las viviendas, las fachadas de los edificios, los locales comerciales, las iglesias, los muros, los puentes y los monumentos. Si con la permisión del grafiti se busca el desarrollo del arte, habrá que preguntar de qué arte se trata, si en la mayoría de los casos lo que se ven son horribles mamarrachos, trazos sin sentido, leyendas o palabras injuriosas, mensajes obscenos o insulsos.

Al vándalo lo mueve un instinto cavernario de destrucción y resentimiento social. Goza haciendo mal en la propiedad ajena y camina impune por las calles, muchas veces armado de cuchillo y garrote. Es amo y señor de su propia perversidad. Desafía el orden y las normas, por ser un desadaptado de la sociedad. La sociedad lo enjuicia, pero no lo regenera.

No es posible llegar a tal grado de chabacanería, ruindad e inseguridad. Hemos caído en los abismos de la frivolidad, la indiferencia ante el desatino, la convivencia con la ordinariez, lo dañino o lo mediocre. En lugar de dolernos por lo que existe en forma errónea, debemos rescatar la función de buen ciudadano que dejamos perder a causa de nuestra permisividad o silencio cómplice.

A todos nos corresponde velar por la ciudad. La ciudad es de todos. Existen normas para frenar los abusos del vandalismo, pero poco es lo que hacen las autoridades en tal sentido. Hay que comenzar por educar la conciencia cívica. Y al mismo tiempo reprimir los desmanes que atropellan la vida civilizada.

El Espectador, Bogotá, 5-VII-2013.
Eje 21, Manizales, 5-VII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 6-VII-2013.

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Comentarios:

La ciudad va quedando en manos de los vándalos y el civismo se ha convertido en una cosa del pasado. Mientras no recuperemos una identidad cultural no hay nada que hacer.Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

La majestuosa escultura del Libertador, obra de Tenerani, exhibida en la plaza de Bolívar, podría trasladarse a un lugar seguro, donde no pueda ser objetivo de los vándalos, como el Museo Nacional. En su lugar, se puede poner una copia. Como en Bogotá no hay semana en que no haya por lo menos una manifestación pública que se dirija a la plaza de Bolívar, de nada sirve limpiar el pedestal porque la chusma vuelve a ensuciar el monumento con sus grafitos. Gilberto Álvarez Ramírez, Bogotá.

Como me lo dijera alguna vez el periodista amigo Héctor Ocampo Marín: “La chabacanería nos está ganando la partida”. Carlos Alberto Villegas, Medellín.

Aterradora radiografía de nuestra realidad. De igual forma se comportan los hinchas de las barras bravas del fútbol quienes se creen con licencia para cometer todo tipo de desmanes; de alguna forma habrá que acabar con esa vagabundería. Pablo Mejía Arango, Manizales.

El código de policía debe tocar este tema. Lo que falta es autoridad. Con seguridad, cuando más de uno de estos vándalos entren a la guandoca lo pensarán dos veces antes de expresar el «libre desarrollo de su personalidad». Otra plaga igual es la de los carteles en paredes y postes de la ciudad. yahir51 (correo a El Espectador).

Los vándalos (grafiteros que manchan fachadas de casas o comercios, que se cuelan y dañan las puertas en el Transmilenio, que destruyen las esculturas) no van a atender a ninguna campaña educativa, lo único que los detendría serían sanciones ejemplarizantes. Y no muy lejos de su conducta antisocial están los indigentes que riegan las basuras y los narcoadictos que consumen y son microtraficantes al mismo tiempo.  Juaco G. Hoyos (correo a El Espectador).

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