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Iglesias coloniales

jueves, 10 de enero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Maravilloso el libro que lleva por título Localización, historia y arte de las iglesias coloniales de Bogotá D.C., de Mercedes Medina de Pacheco, editado hace poco por la Sociedad Geográfica de Colombia, presidida por Eufrasio Bernal Duffo. En él se recoge la historia de 26 iglesias de la capital colombiana en las que tuvo su origen el arte religioso en la época colonial (1550-1810). Algunos de esos tesoros fueron saqueados en el curso de los años, y varios templos ya no existen, pero gran parte del valioso patrimonio fue preservado y hoy se exhibe como expresión de aquel pasado legendario.

Aparte del sentido histórico que representa este minucioso trabajo de la historiadora tunjana luego de más de 30 años de tesonera investigación, su libro se convierte en motivo de atracción para los turistas y los estudiosos que buscan las huellas de célebres artistas en los sitios de la religiosidad capitalina que tanto auge tuvo en aquellos días. Lo mismo que se dice de Bogotá puede decirse de varias ciudades colombianas que sobresalieron y sobresalen en este campo.

Es todo un libro de arte, en gran formato, en cuyas 360 páginas se hace un recorrido ameno por el perímetro urbano y se aprenden no pocas historias, anécdotas, leyendas y tradiciones religiosas, algunas envueltas en misterios y aspectos curiosos. Las numerosas fotografías tomadas por Gonzalo Garavito Silva –fotógrafo, investigador y pintor– le dan colorido a la obra. La lista de figuras llega a 416.

Otras personas se destacan por su profesionalismo en el diseño, diagramación e impresión; por  el diseño de la carátula y por el mapa plegable: Mario Augusto Rojas Aponte (Artesanos Imagen Creativa, Soacha), María Fernanda Garavito Santos y Carlos Augusto Sánchez Castañeda. La Arquidiócesis de Bogotá publicó en 2013, con motivo de sus 450 años de existencia, el libro Iglesias coloniales, conventos y ermitas de Santa Fe, en tiraje limitado, para fines de relaciones públicas. La actual edición es más amplia y fácil de conseguir.

Aquí están detenidos los siglos XVI, XVII y XVIII a través de las iglesias coloniales de Bogotá y sus obras de arte religioso. Las tallas llegaban de España, Inglaterra o Quito y eran trabajadas por artistas criollos, como los Acero de la Cruz, los Figueroa, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. Época de fe que tiene parangón con la del Renacimiento.

Y se erigen en el panorama bogotano iglesias históricas de perenne recordación, como la Catedral de Bogotá, Santo Domingo, Santa Bárbara, San Francisco, la Veracruz, las Nieves, San Diego, San Ignacio, Santa Clara, Nuestra Señora de Egipto, San Agustín, San Alfonso María de Ligorio, Monserrate, la Capuchina, Nuestra Señora de las Aguas…

Son 26 iglesias que ha escudriñado Mercedes Medina de Pacheco con su pasión de investigadora. Su labor literaria está señalada por libros que han merecido reconocimiento, como Resplandú, El duende de la petaca, El palomar del príncipe, Las estatuas de Bogotá hablan, Instantáneas bogotanas, Don Juan de Castellanos y otros  aventureros, Relatos de luna llena. Ha sido profesora de Historia de Colombia y es miembro de varias academias.

El Espectador, Bogotá, 5-I-2019.
Eje 21, Manizales, 4-I-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 6 de enero de 2019.

Comentarios 

Es una obra maravillosa, no solo por la investigación, la fotografía y la impresión, sino por su gran aporte para propios y extraños al tema. Sin duda será documento de estudio que la autora  se empeñó por largos años en su preparación. Su calidad de historiadora le concede un punto muy alto en el panorama de las letras colombianas. Inés Blanco, Bogotá.

Deseo expresarle mi agradecimiento por el reconocimiento a la publicación de la académica Mercedes Medina de Pacheco y la mención a la Sociedad Geográfica y quien la preside. Harta falta hace el reconocimiento a los esfuerzos por divulgar cultura. Eufrasio Bernal Duffo, presidente de la Sociedad Geográfica de Colombia.

 

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Recuperemos Bogotá

miércoles, 23 de septiembre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Como alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa recuperó la calle El Cartucho, habitada por la peor crápula y convertida en foco de la droga, el raterismo, el tráfico de armas y toda clase de vicios. Sórdido lugar adonde la propia Policía se cuidaba de penetrar. Los alcaldes eran conscientes de este cáncer social y de la necesidad de erradicarlo, pero eludían el problema.

La atmósfera de corrupción infectó a todo el barrio, compuesto por catorce mil personas que vivían dentro del libertinaje más abyecto, y habitado en otra época por gente distinguida. Desde los años ochenta comenzó a ser invadido por pordioseros, jíbaros, prostitutas y maleantes, hasta volverlo uno de los sitios más peligrosos de Bogotá. Fue Peñalosa quien acometió el acto valeroso del desalojo y la demolición, librando a la ciudad de un antro de podredumbre, a la vez que rescataba el sector y ofrecía a sus moradores fórmulas de rehabilitación. Allí se construyó el parque Tercer Milenio. Este acto es modelo de la autoridad bien ejercida.

Bajo el lema Recuperemos Bogotá, el líder del progreso bogotano en los años 1998-2000 adelanta hoy su campaña hacia la reconquista de la Alcaldía. Para nadie es secreto que se trata de uno de los alcaldes de mayor visión y desempeño que ha tenido el distrito. A su sólida cultura profesional y destacado ejercicio en diversas posiciones de la vida pública se suma su constante preocupación por los problemas de Bogotá.

En su paso por la Alcaldía dejó mejoras de profundidad y largo alcance, entre las que se cuentan TransMilenio, novedoso sistema de transporte admirado y copiado por otros países; el desarrollo urbano integral, con énfasis en el espacio público; la construcción de colegios y la ampliación de cupos escolares; la creación de las grandes bibliotecas El Tintal, El Tunal y Virgilio Barco, y trece más de inferior nivel.

Quince años después, Bogotá es una ciudad detenida. Ha sido un proceso progresivo, hasta llegar al desgreño causado por las torpes administraciones que hemos sufrido. Los gobiernos de izquierda resultaron un fracaso. Problemas como el tránsito caótico, la inseguridad, el abandono de la infraestructura urbana y el desgobierno dondequiera se mire hacen insoportable la vida bogotana.

En reciente encuesta, el ochenta por ciento de las personas consultadas dice que las cosas van por muy mal camino y quiere un cambio. Se ha llegado a los peores extremos de la inconformidad y la desesperanza. La otra Bogotá, la Bogotá humana, es la que dejamos perder. Y hay que recuperarla.

En la mira de Peñalosa está la ciudad del futuro, la ciudad con calidad de vida, que  surgirá con ideas como estas: más TransMilenio, “eficiente, rápido, pulcro y seguro”, sin descuidar el metro con el componente de tramos elevados; la recuperación del espacio público; la seguridad ciudadana; la reparación de las vías; el mejoramiento de todas las entradas y salidas de Bogotá; la descontaminación y ampliación del río Bogotá; la construcción de ALO (Autopista Longitudinal de Occidente). Y óiganse estos anuncios de especial significado: la necesidad de que la ciudad demuestre respeto por el ciudadano; llenar el alma con la recreación y no con la droga.

Ha llegado la hora en que los ciudadanos deben escoger el modelo de ciudad que quieren. Es preciso romper las cadenas del atraso y la parálisis que hoy tienen hundida a Bogotá. A la vista está la opción de un ejecutivo comprobado y garantizado.

El Espectador, Bogotá, 18-IX-2015.
Eje 21, Manizales, 18-IX-2015.

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Comentarios

Es necesario que regrese Peñalosa a la Alcaldía de Bogotá a ver si logra recuperar algo del orden y calidad de vida que la ciudad estaba alcanzando durante su gobierno. Los que critican TransMilenio no tienen en cuenta que el sistema funcionaba bien hasta que las malas alcaldías  y el comportamiento de la gente se lo tiraron. También olvidan cómo Transmilenio mejoró rápidamente el transporte público para miles de personas que tenían que tomar los espantosos y destartalados buses bogotanos. Crótatas (correo a El Espectador).

Está bien que se recupere una zona. Pero que alguien le explique al personaje que recuperar los ladrillos no es recuperar al ser humano, y que El Cartucho no se acabó: se trasteó unas cuadras abajo con el nombre de Bronx. Usted, columnista, puede cortar y pegar frases de la campaña de quien quiera, como lo hace en este caso, y hacer campaña. Pero no nos venga con cuentos. yancarlo10 (correo a El Espectador).

Ya es hora que Bogotá sea la hermosa capital que fue. No entiendo cómo  mis conciudadanos pudieron elegir a semejante alcalde, Petro, que desbarató la ciudad al igual que lo están haciendo Maduro y Cabello con Venezuela. A ver si esta vez elegimos a Peñalosa para que se recupere Bogotá del desastre. Luis Quijano, bogotano residente en Estados Unidos.

Peñalosa hizo más en tres años que los tres últimos alcaldes sumados, que nos tienen a los bogotanos con ganas de irnos a vivir a otra parte. Dobleu25 (correo a El Espectador).

A los ingenieros que hemos trabajado con empresas petroleras americanas y que pensamos en Colombia nos aterra el cáncer que carcome a nuestro país y es el de la corrupción. Muchos estamos entusiasmados con Peñalosa pues sabemos de sus condiciones, su preparación, conoce la ciudad, la ha estudiado, no va a perder tiempo enterándose de los problemas y las necesidades. De Petro no me gustó su terquedad respecto a la definición de hacer el metro 100% subterráneo, a costos imposibles de pagar. Si en el deprimido de la 94  llevan 3 años, ¿cómo será en varios  kilómetros? Apoyo a Peñalosa especialmente por su decisión de revisar y hacer el metro elevado en un porcentaje muy alto.  Gilberto Giraldo Henao, Bogotá.

Plenamente de acuerdo en lo referente a la necesidad de elegir a Peñalosa. He hablado con muchas personas al respecto y creo que así será, a juzgar por los conceptos que he recibido. Unos cuantos han estado en desacuerdo conmigo y cuando les pregunté el porqué, solo argumentaron con una simplicidad que da grima: ¿para que nos llene de bolardos? Y cuando les repreguntaba qué tuvieron de malo los bolardos (o si preferían las aceras llenas de carros aparcados, como sucede ahora), se quedaban sin argumentos. Bueno, sigamos animando la idea de nombrar un alcalde reformador y técnico que vuelva a pensar en Bogotá y no en la politiquería. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

 

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Bogotá

jueves, 16 de julio de 2015 Comments off

La obra de la 94

lunes, 11 de mayo de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que en Bogotá se conoce como la obra de la 94 es ejemplo típico de lo que sucede en otros sitios del país respecto a la desidia oficial y la falta de cumplimiento de los planes de desarrollo, cuando no al descaro con que se asalta el bolsillo de los contribuyentes. Y todo queda impune. Las protestas ciudadanas se pierden en el vacío, mientras unos cuantos asaltantes del tesoro público se apropian de cifras voluminosas, bajo el ojo permisivo de las autoridades y la tolerancia ciudadana.

Este plan fundamental de Bogotá, con el que se busca la movilidad del norte de la ciudad, fue concebido hace 10 años y se dispuso que sería financiado por el sistema de valorización. Se trata del deprimido de la calle 94 con carrera 9ª (NQS), obra ideada para alcanzar 3 kilómetros de extensión y una profundidad de entre 16 y 18 metros.

En el 2008 se cobró el impuesto de valorización, lo pagamos con resignación y hasta con optimismo, y al año siguiente se adjudicó la obra por 45 mil millones de pesos. Ese era el costo establecido. En el 2011 caducó el contrato por incumplimiento. Al año siguiente se hizo una nueva adjudicación al contratista actual, el consorcio AIA – Concay, pero ya el costo era de 85 mil millones de pesos, es decir, el doble de lo fijado al comienzo. Se quiso cobrar un nuevo impuesto, pero la ciudadanía protestó, y el Alcalde se calló.

En febrero del 2013 se iniciaron los trabajos (ya habían transcurrido 8 años desde que fue ideado el proyecto), y se anunció, a bombo y platillos, que la obra sería entregada en junio de 2014. Su nuevo costo ya no era ni el inicial, de 45 mil millones, ni el del 2012, de 85 mil millones. La nueva cifra era de ¡186 mil millones! Cuatro veces superior a la inicial.

Ante semejante desfase, el director del IDU le manifestó a la comunidad que el déficit se cubría con otros recursos del Distrito. Era lo justo, tratándose de errores evidentes de la administración. El propio alcalde Petro realizó un recorrido por la obra, se hizo tomar la foto de la publicidad, y prometió que el proyecto se entregaría en octubre del 2015. Y hasta creímos que esta vez hablaba en serio. Los colombianos, y en este caso los bogotanos, somos crédulos, somos ingenuos. Por eso, vamos como vamos. Por eso, el país no progresa. Por eso, nos dan gato por liebre.

Pues no: ya la entrega no será este año, y no se sabe si será el entrante, o el que sigue, o cuándo. Mientras tanto, la ciudadanía vive desesperada ante el enredo fenomenal en que se han convertido las calles del sector (y de toda la ciudad). Como si no bastara tanto suplicio, el director del IDU comunica que existe un déficit de 107 mil millones de pesos para concluir los trabajos (que se dice van en el 55 por ciento), y que dicha suma, por supuesto, deben cubrirla los sufridos contribuyentes con un nuevo impuesto de valorización.

Por su parte, la comunidad se rebela ante la indolente pretensión de volver a cobrar lo que ya se pagó. Se siente engañada, frustrada, rabiosa por la ineptitud de las autoridades en la ejecución de las obras, y su falta de sensibilidad en el cobro de los impuestos. Para la muestra está el aumento desproporcionado del avalúo catastral, que corre como rueda loca y nadie lo detiene.

Los recaudos por predial se triplicaron en siete años, al pasar de 761 mil millones de pesos en el 2008 a 2,1 billones este año. En los años recientes, muchos avalúos catastrales tuvieron alzas acumuladas del 20, del 25 por ciento, y mucho más, mientras los ingresos del ciudadano crecen a ritmo muy inferior. Es preciso medir la capacidad de los bolsillos y frenar la carrera alocada de los funcionarios alcabaleros.

Para que los impuestos sean sensatos y se paguen con agrado deben ser humanos. La “Bogotá Humana” del alcalde Petro solo existe en su imaginación fantasiosa. Solo existe en el pregón publicitario.

El Espectador, Bogotá, 8-V-2015.
Eje 21, Manizales, 8-V-2015.

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Comentarios:

¡Esto es indignante! Yo tiemblo de la ira con cada desafuero que a diario divulgan las noticias, no solo referentes a Bogotá, sino de muchos sitios del país. ¿Qué pecados estaremos pagando los colombianos con esta dirigencia mediocre y procaz? Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Qué buen artículo sobre las obras inconclusas con cargo al bolsillo del contribuyente y de ocurrencia común en cantidad de sitios del país, incluida Cartagena de Indias. Alberto Acosta, Cartagena.

Lo quiero felicitar por su columna. Me alegra que alguien con su cargo y responsabilidad ponga el dedo en la llaga, una llaga que nos arde y duele y que nos hace retorcer. Fernando Chica, productor.

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El enredo de los taxis

martes, 23 de diciembre de 2014 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A la salida de Unicentro vi reflejado, en solo 20 minutos, todo lo que sucede en el sector de los taxis, que tanta protesta produce en la opinión pública. Allí una mujer se gana la vida ofreciendo a los usuarios del centro comercial conseguirles taxi en la calle a cambio de una propina voluntaria.

De esta manera mucha gente logra resolver el problema de transporte en medio del desorden que se forma ante la cantidad de aspirantes al servicio. Así, los taxistas se hacen rogar, y esto se presta para que algunos cometan los abusos de que dan cuenta las noticias. Veamos algunos de los casos que presencié:

Como sobre el taxi libre se precipitan al mismo tiempo tres, cinco o más personas, el conductor impone el sitio que le conviene; o anuncia el viaje masivo hacia algún lugar, para obtener mayor utilidad; o fija tarifas excedidas; o pregunta (la consabida y odiosa pregunta) para dónde va el transeúnte, y luego lo rechaza con el argumento de que se dirige a guardar el carro; o descarta el viaje largo, porque le va mejor hacer varios recorridos cortos. La arbitrariedad, en suma.

Y por contera, la falta de esmero en la atención a los ciudadanos que se mueven –o no pueden moverse, mejor– en esta urbe populosa y caótica, sumida en el atraso, el atropello y la indolencia que le generan los malos gobernantes. Desde mucho tiempo atrás, este es el aspecto cotidiano que ofrece el transporte capitalino.

En el grupo heterogéneo de Unicentro, un extranjero preguntó por el costo del viaje al aeropuerto. Se le dijo que 25 mil o 30 mil pesos. Subió al vehículo, y al poco tiempo entró en discusión con el conductor. Se supone que le cobraba una tarifa exagerada, o no quería transportarlo. ¡Vaya alguien a oponerse a la real gana de estos déspotas de la vida pública! A su bajada, comentó que no conocía un servicio de taxi más malo e inseguro que el de Bogotá. Ni choferes más groseros.

Nada nuevo se descubre en los casos citados. Mientras tanto, la inoperancia de las autoridades es manifiesta. La multa que establece el Código Nacional de Tránsito Terrestre en su artículo 131, cuando el chofer o el propietario se niegan a prestar este servicio público sin causa justificada (multa equivalente a 45 salarios mínimos diarios), es letra muerta. La persona que recibe la negativa deja de formular la queja para no perder el tiempo.

Si el taxi se solicita por teléfono, el teléfono no responde. La alternativa de conseguirlo en la calle, que no se recomienda por seguridad, es lo mismo de utópica, por no encontrarse carros libres, o negarse el chofer a prestar el servicio. No obstante,  Bogotá, con más de 55.000 taxis (la cifra exacta no se conoce), dibuja en sus calles una persistente línea amarilla, modificada en los últimos días por los vehículos blancos de Uber y otras aplicaciones. Estos encarecen las tarifas dos y tres veces sobre la cifra corriente y no han resuelto su funcionamiento legal.

Aparte de esta serie de circunstancias adversas, predomina en este sector la carencia de espíritu cívico. Son permanentes las protestas por los carros sucios o en mal estado, los radios a todo volumen, los taxímetros adulterados, los choferes incultos y descorteses. Algunos, agresivos, como lo atestiguan varios sucesos alarmantes de estos días. ¿Y qué decir de los paseos millonarios?

Sin embargo –justo es reconocerlo–, buen número de choferes poseen buenas maneras, son serviciales y amables. Ellos sacan la cara por el gremio. Las empresas de movilidad están en mora de inculcar en los conductores el sentido del servicio público. Y hacer obligatorio el curso del Sena titulado “Operario de transporte urbano de pasajeros”, con una duración de 56 horas.

Sobre este asunto complejo, enredado, desesperante de la vida bogotana, leo lo siguiente en alguna parte: “Ninguna solución es fácil. Lo único fácil es dejar el sistema como está”. Ojalá las autoridades no sigan por el camino fácil, el que ninguna contribución aporta para el bienestar colectivo.

El Espectador, Bogotá, 19-XII-2014.
Eje 21, Manizales, 19-XII-2014.

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Los usuarios se pueden quejar, pero los taxistas no tienen tiempo. Gente estresada que debe hacer entregas altas diariamente. Nadie habla de cuando el pasajero deja mugre, chicles pegados, huecos en la tapicería por estar fumando, o cuando se vomita el pasajero, o se orina el bebé, o cuando le rompen las manijas, o cando es tratado de manera déspota o le hace conejo el pasajero, o cuando es atracado. Carlos Abdul (correo a El Espectador).

María Luisa Londoño, quien fue víctima de agresión por parte de un taxista, identificado como Jorge Armando Salinas, pide una sanción para el conductor y respeto por su vida. ‘Yo creo que es un tema cultural y profundo en los taxis, pido que recapaciten de que llevan seres humanos en el taxi’, indicó. La agresión se dio luego de que el taxista se diera cuenta de que la mujer lo estaba grabando mientras el hombre chateaba y a la vez conducía el vehículo, así que le pide que se baje del taxi sin importarle que la mujer llevaba a un bebé en sus brazos”. (Noticia de El Espectador, 20-XII-2014).

No es cierto que el Uber valga tanto, apenas un poco más y eso sin contar las trampas de los amarillos. Nada mejor y más seguro que el Uber. Y a los abusivos taxistas del bacrim amarillo (no todos), extraditarlos. Marmota Perezosa (corre a El Espectador).

 

Ayer nada más, saliendo con una amiga de la feria de Expo-artesanías, a las 3:30 de la tarde, nos demoramos casi una hora para que al fin un conductor «piadoso» decidiera que nos podía traer, con un genio de los mil diablos, quien nos preguntaba “¿por dónde?, yo no sé», y así nos tocó indicarle la ruta paso a paso, con un miedo feroz  a su agresividad  y con el pánico de que nos hiciera bajar en medio ya del aguacero de la tarde. Finalmente logramos  dejar a mi amiga en Floresta y felizmente me dejó en frente de mi casa, en el barrio Batán, sobre las 5:30 de la tarde. ¡Increíble! Inés Blanco, Bogotá.

El más aberrante de los sistemas de servicio público está en el número ilimitado de empresas de transporte, que no tienen vínculo alguno con el conductor, ni con el dueño del vehículo, que solamente sirven para cobrar las tarjetas de operación (algunas cobran hasta $150.000 por una tarjeta que sale del tránsito en $ 10.000). Muchos propietarios se quejan de que entregan sus vehículos a tales estafaderos y jamás las empresas responden por absolutamente nada. Comentandoj (correo a El Espectador).

 

Esta semana al ir a cita médica en la Clínica Colombia, el conductor (que no portaba el documento de tarifas) tuvo el descaro de cobrar $ 15.000 por un servicio que regularmente nos cuesta entre $ 9.000 y $ 10.000. Pero debido a la necesidad urgente de este transporte, no tuvimos otra salida que pagar el valor asignado por el conductor. Otro problema es que acepten llevarlo a uno a su destino. Estamos muy mal en este servicio. Ligia González, Bogotá.

El artículo describe la realidad del servicio de taxis capitalino que no es muy diferente a la que en Armenia se ve. Una ciudad que aspira a consolidarse como destino turístico en el que la incultura de los conductores de taxi y la desatención para con quien les paga el supuesto servicio que no prestan satisfactoriamente es llevada al extremo, o qué decir cuando uno llega al aeropuerto El Edén y le toca montar la maleta al baúl del carro porque el taxista escasamente se mueve a abrir desde su asiento la cajuela posterior, peripecia que tiene que repetir cuando llega a su destino. Pero bueno, este es el país del Sagrado Corazón de Jesús. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

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