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Claudio de Alas

viernes, 25 de octubre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

A pesar de mi origen boyacense, ignoraba quién era el poeta y novelista Claudio de Alas (seudónimo de Jorge Escobar Uribe), nacido en Tunja en 1886 y fallecido en Banfield, Argentina, en 1918. Hace poco descubrí al escritor en Polimnia, la revista de la Academia Boyacense de la Lengua. ¡Gran hallazgo! Nadie sabía de él, ni siquiera en su propia tierra.

Vicente Landínez Castro, tan estudioso de la literatura regional, no lo menciona en El lector boyacense ni en Síntesis panorámica de la literatura boyacense, obras de vasto alcance. En el panorama nacional, Rogelio Echavarría tampoco hace sobre él la menor alusión en Quién es quién en la poesía colombiana. Claudio de Alas provenía de una familia de clase alta: su padre fue destacado ingeniero; uno de sus hermanos sobresalió como general del Ejército; otro como senador, y otro alcanzó prestigio en Buenos Aires.

Abandonada su patria, Claudio de Alas se abrió camino por Ecuador, Perú y Chile. Ejercía el periodismo junto con la función literaria. Se aficionó a la bebida y, en ese ambiente, vivió un mundo desordenado y libertino. En Chile publicó los libros Salmos de la muerte y el pecado, Fuegos y tinieblas, Arturo Alessandri y La primera víctima de la aviación en Chile. Participó en un concurso en el cual Gabriela Mistral obtuvo el primer puesto, mientras él conquistó el accésit. Por ella sentía honda admiración, rayana en el amor platónico.

Hacia 1915 arribó a Buenos Aires, ciudad que lo seducía por su clima intelectual y por la oportunidad de volverse escritor internacional. Llegó en precaria situación económica, y le dio la mano el pintor inglés Koek-Koek, con quien compartió la vivienda. Al paso del tiempo, escribía versos estremecedores, entre ellos Poema negro, que hoy tiene varios registros en Google.  

Dentro de su exitosa carrera, existía una zona oscura que le laceraba la mente y el espíritu. En aquellas calendas, las enfermedades venéreas generaban daños graves en el corazón, el cerebro y otros órganos, e incluso causaban la muerte. La sífilis, cuando aún no se había descubierto la penicilina, era un mal catastrófico que erizaba a la gente.

Las enfermedades venéreas ocurrían por contacto físico y también podían ser hereditarias. Ese era el terrible dilema del poeta frente al temor de que podía estar infectado. Agobiado por esa amenaza, había escrito en Chile La herencia de la sangre, novela audaz que ofreció a numerosas editoriales, sin que ninguna la publicara. Ahora, en Buenos Aires, su mayor ilusión era conseguir ese objetivo que consideraba liberador de los traumas que padecía. El asunto era, ante todo, de carácter sicológico, ético y moral.

La herencia de la sangre significaba para el autor un método terapéutico que le ahuyentaría los fantasmas. Tenía que contar que el mundo andaba desquiciado, y enjuiciar a la sociedad por los secretos y mentiras que ocultaba. La lógica lleva a pensar que las “alas” del seudónimo eran un símbolo redentor, un deseo de alzar el vuelo sobre las tristezas y las miserias. Presa de la angustia y propenso al suicidio, su existencia se volvió tenebrosa.

El 5 de marzo de 1918, día funesto, se encerró en su pieza y lloró largo rato sobre el libro en borrador, que también había sido rechazado por las editoriales argentinas. Escribió tres cartas: una para su hermano, otra para el pintor Koek-Koek y la última para un amigo confidente, a quien contaba el “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil”. Con mirada triste, como si presintiera el desenlace fatal, lo acompañaba el perro de su amigo. Esta mirada lo conmovió en lo más hondo del alma. Luego de matarlo, para que dejara de sufrir, dirigió el arma a la sien y se suicidó. Tenía 32 años, edad similar a la de José Asunción Silva, que se fue del mundo, a los 31 años, con un disparo en el corazón.

Claudio de Alas penetró, al igual que Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire y tantos otros, en la lista de poetas malditos. Tuvo que enfrentarse a una sociedad pacata y asustadiza, y perdió la partida. Era lo mismo que sucedía con el homosexualismo, realidad que se mantenía en el clóset y que solo poco a poco se iría develando.

Después fue encontrado el manuscrito de la novela, y su familia la editó hacia el año 1923. Nadie en Colombia la conoció. La segunda edición tuvo lugar en días recientes, con el sello de la Academia Boyacense de la Lengua. Ha pasado un siglo. La obra puede conseguirse en Buscalibre. Es una bella novela: tierna, romántica, aleccionadora, dolorosa y trágica.

En aquellos días lejanos fue elaborado en Buenos Aires El cansancio de Claudio de Alas, que contiene parte de la creación de este escritor olvidado, sobre quien dijo Juan José de Soiza Reilly, el compilador: encontró el mundo demasiado enfermo. Incurable. Y prefirió disolverse en el humo de un tiro.

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Eje 21, Manizales, 18-X-2024. El Quindiano, Armenia, 18-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 20-X-2024. El Muro, Bogotá, 10-X-2024.

Comentario

 Me impactó mucho la vida de este literato: qué talento en medio de tanta angustia, recurriendo a acciones oscuras y sufriendo esa vida desordenada que aceleró su muerte. Esas mentes no paran de pensar y de crear, y en medio de sus creaciones y sus actos contra la vida, van en búsquedas traicioneras que en lugar de aliviar abren más heridas. El perrito, que muere con el escritor por decisión de él mismo, ojalá que con sus alas haya llegado al tan mencionado puente del arcoíris, que es el cielo de los perritos. Liliana Páez Silva, Bogotá.

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Centenario de Tulio Bayer

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació el 18 de enero de 1924 en Riosucio, Caldas. Al presentar una grave anomalía en el momento del parto, que mostraba un peligro inminente de muerte, su abuelo paterno le aplicó el agua bautismal. El niño sobrevivió, y ante la duda de que el acto había sido imperfecto, tres días después fue bautizado por segunda vez en la iglesia del pueblo.

Más adelante se descubrió que había nacido con el síndrome de Marfan, que se caracteriza por el aumento desmedido de los miembros. Cuando lo conocí en Puerto Leguízamo, en 1958 –él como jefe del puesto de salud y yo como ejecutivo bancario–, me impresionó su figura monumental. Detrás de esa apariencia había un hombre simpático, culto, estupendo conversador, que se convertía en el centro de cualquier reunión.

Cuando nos hicimos amigos en Puerto Leguízamo, ignoraba yo que había sido secretario de Higiene y Educación de Manizales, se había graduado en Harvard en Farmacología y Toxicología y había librado duros enfrentamientos contra los adulteradores de la leche y los corruptos del sector oficial, que terminaron hostigándolo y lo obligaron a salir de la ciudad.

Y se fue a buscar suerte en un pueblo remoto, donde descubrió la miseria y el abandono en que vivían los pobladores. Allí se encontró con otra Colombia. Se solidarizó con la gente desprotegida, entendió la dimensión del hambre y la pobreza y acentuó la rebeldía que llevaba incrustada en su sensibilidad desde la capital caldense.

De vuelta en Bogotá, fue nombrado director técnico de los laboratorios CUP. Al poco tiempo salió a flote otra adulteración: la de los medicamentos. Se enfrentó con los directivos de la entidad, y la respuesta fue el despido fulminante de su cargo. Pero no se detuvo: denunció en la prensa la grave infracción que cometía el laboratorio, hecho que produjo escándalo en el país.

Bayer no podía permanecer callado ante el atropello, el abuso o la sinrazón. Luchó siempre por la justicia y el equilibrio social. Esto lo he analizado en los varios artículos que he escrito sobre él. Además, es el protagonista de mi novela Ráfagas de silencio (2007). Dada la vehemencia de sus protestas, se le calificaba de “conflictivo, revoltoso, locato, comunista”… La prensa le creó esta imagen falsa. Un día se levantó en armas, cuando se vio cercado por la clase influyente del país, y fue capturado en las selvas del Vichada.

Duró detenido un año en la cárcel Modelo de Bogotá sin que se le hubiera comprobado ningún delito. Luego de visitar varios países, se radicó en París y nunca regresó a Colombia. Allí murió, a los 58 años, el 27 de junio de 1982. Se cumple ahora el centenario de su nacimiento, y la ocasión es propicia para resaltar el sentido de sus luchas, que nunca se valoraron en su época. Hoy su nombre está revaluado, entre otros, por el historiador Orlando Villanueva Martínez, autor de los libros Tulio Bayer, el luchador solitario, y Tulio Bayer, una vida contra el dogma.

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Eje 21, Manizales, 26-I-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 28-I-2024.

Comentarios

Qué bueno que no hayas dejado pasar desapercibida esta grandiosa fecha, 100 años del nacimiento del gran luchador que hoy sigue tan solitario y casi olvidado por la Historia y la Literatura colombianas. Solo un par de quijotes como tú y yo nos atrevimos a sacarlo del olvido y rescatarlo del muladar donde lo tenían sus enemigos. Orlando Villanueva Martínez, Bogotá.  

En efecto, tenemos que sentirnos muy satisfechos por ser los defensores y difusores de este gran colombiano que hizo de la justicia y la reivindicación social el motivo de sus luchas sin cuartel, que lo llevaron a la cárcel y luego al destierro. Desde muchos años atrás he sido implacable en mi adhesión a la causa de Tulio Bayer. Luego viniste tú con los dos excelentes libros biográficos que seguirán pregonando esta personalidad solitaria y justiciera, cuyo significado, no lo dudemos, tiene lectores comprensivos de este hecho histórico. GPE

Creo que con este son tres artículos de tu autoría que he leído sobre la vida de Tulio Bayer y tu amistad con él. Lo desconocido para mí es el episodio de su despido de los laboratorios CUP por haber denunciado adulteración de medicamentos. Ese laboratorio fue fundado por el doctor César Uribe Piedrahita (otra vida interesante), que fue su propietario. Desconozco los detalles, pues él, hasta donde llega mi información, fue un científico y hombre recto. Busqué por internet información sobre este caso pero no encontré nada. Si tienes referencias acerca de ello o fuentes en donde yo pueda leer, te agradecería. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

César Uribe Piedrahíta murió en 1951, y Tulio Bayer llegó al laboratorio siete años después, cuando ya la empresa había perdido los principios inculcados por su fundador. Esto lo narra Bayer en forma muy detallada en su libro Carta abierta a un analfabeto político, y hace lo mismo el historiador Orlando Villanueva Martínez en las dos obras que cito en mi artículo. Por otra parte, comento dicho suceso en el prólogo Los motivos del insurgente que escribí para la biografía sobre Bayer de que es autor Villanueva Martínez. GPE

 Gracias por compartir los comentarios acerca de la vida y obra del doctor Tulio Bayer. Los amigos y estudiosos de él, especialmente tú, hacen posible que conozcamos la importante trayectoria y el maltrato de que fue víctima todo un científico que luchó en procura de la justicia y el bienestar común. Inés Blanco, Bogotá.

 

Memoria de Miguel Cuervo Araoz

miércoles, 13 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 59 años –9 de mayo de 1968– falleció en Bogotá Miguel Cuervo Araoz. Nació en la misma ciudad el 20 de enero de 1909. Se destacó como uno de los personajes más emprendedores y audaces de su época. Gran enamorado de la selva, vivió en ella 42 años, incluidos los 10 que residió en el Llano. Fue el fundador de Mitú, modesto caserío que era el punto de encuentro de las 27 etnias de la región, y desempeñó el cargo de comisario del Vaupés entre 1936 y 1942.

Cuervo Araoz aprendió a querer la selva por la estadía que tuvo en el Llano, en una finca de su padre. Allí se compenetró con la belleza ecológica y captó las necesidades de los pobladores. La manigua se convirtió en su hábitat sentimental. Viajaba con frecuencia a Bogotá, donde atendía el bienestar de su esposa y sus hijos. La familia fue su mayor preocupación, y al lado de ese compromiso sacaba tiempo y energías para cumplir sus planes de apoyo a la sociedad en aquella desamparada geografía.

Como fundador de Mitú partió de la nada. Comenzó por construir su sitio de trabajo y otras casas de madera donde funcionaron la radio, los sistemas de salud y la inspección de policía. Abierta la pista aérea en 1941, aterrizó el primer avión pesado en el Vaupés. Tras este impulso inicial, aparecían otros servicios elementales, como el correo, el telégrafo, el teléfono, el alumbrado público.

Cuervo Araoz era de mente abierta e inquieta. Las soluciones le surgían como resultado del empeño y la creatividad. A esto se sumaban su trato cordial, don de gentes, simpatía y sentido del humor, sencillez y confraternidad. Poseía un don innato: su espíritu aventurero, que lo mantenía en constante acción. Con esa fuerza vital, ocupó la gerencia del recién creado Instituto de Colonización e Inmigración, por nombramiento que le hizo el general Rojas Pinilla; fundó una línea aérea entre San Andrés y Providencia y levantó su bella casa en los cerros de Bogotá. Allí evocaba los días en que abría trochas en la selva, organizaba a los caucheros y ofrecía bienestar a toda la gente.

Una enfermedad repentina terminó con su preciosa existencia, a los 59 años de edad. Jorge Ortiz Márquez, su amigo entrañable, se despidió de él con un sentido poema del que copio esta estrofa: Señor de la intrepidez, / exponente del vigor / y enamorado señor / de la selva del Vaupés.

He leído con fascinación el maravilloso libro que sobre Miguel Cuervo Araoz publica la escritora y comunicadora social Lina María Archila León –otra enamorada de la selva–, titulado Señor de la intrepidez (Gráficas Arcoíris, 2023), donde lo dibuja de cuerpo entero. Recibí esta biografía de manos de mi amigo Juan Pablo Bahamón Cuervo, nieto del personaje, texto que me produjo honda admiración hacia este líder eminente que merece ser recordado como uno de los grandes forjadores del trabajo y el progreso del país.

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Eje 21, Manizales, 25-VIII-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 27-VIII-2023.

Comentarios 

Qué interesante tu nota acerca de Miguel Cuervo Araoz, personaje que hasta hoy desconocía. Y ese desconocimiento se debe, creo yo, al poco interés que la mayoría de colombianos tenemos por los antiguos «territorios nacionales», que siempre asociamos con atraso, indigenismo y selvas inhóspitas. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Felicitaciones por ese artículo para resaltar la vida de ese gran personaje, que parece de novela. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Hermosa columna sobre este colombiano a quien yo no conocía. Apasionante su vida. Mi hija está casada con un joven muy ligado al Llano y tienen una gran sensibilidad en estos asuntos. Estoy seguro de que les encantará este libro. Mil gracias por tu permanente trabajo cultural. Eduardo Archila Rivera, Bogotá.

Un jesuita en el camino

martes, 25 de abril de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Una de las columnas que más leí en época ya lejana –hasta que dejó de publicarse– fue la que aparecía los domingos en El Tiempo, titulada Un alto en el camino, del jesuita Alfonso Llano Escobar. Escrita durante 36 años, abarca 1.600 artículos, los que están recogidos en 11 volúmenes. Ha sido uno de los periodistas más constantes y prolíficos del país, y es además autor de más de 30 libros.

Durante su largo ejercicio sacerdotal se dedicó a difundir la palabra de Cristo –que fue siempre el orientador de su vida– con lenguaje claro y al alcance de todos. Trataba temas relacionados con la fe y con los conflictos del hombre, y los exponía con audacia, sentido reflexivo y ánimo controversial. Su columna era una de las más atrayentes y convincentes de la prensa nacional. El ejemplo de lo que predicaba está reflejado en su propia vida, que trasmitía sencillez, sabiduría y solidaridad con la gente.

Nació en Medellín en 1925 y murió en Bogotá en 2020. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1941 y fue ordenado sacerdote en 1956. Se graduó en Filosofía y Teología en la Universidad Javeriana, y perfeccionó esos estudios en universidades de Roma. Dirigió el instituto de Bioética de la Javeriana y de la fundación Centro Nacional de Bioética. Toda la vida fue un estudioso de las complejas materias de un mundo en constante evolución y conflicto, y así mismo difundía y debatía los grandes problemas humanos.

En materia religiosa, le surgieron problemas con jerarcas de la Iglesia católica en asuntos relacionados con los anticonceptivos, la resurrección de Cristo y la virginidad de María, entre otros. Varias veces se refirió a la tesis “ascendente” según la cual a Cristo hay que considerarlo un hombre normal, con padres y hermanos, a quien Dios hizo su hijo debido a su perfección. Esa tesis no le da credibilidad a la virginidad de María, ya que Cristo nació hombre.

Y estalló el conflicto mayor para el valiente y erudito jesuita. Se habló de una “herejía”, y el caso fue a dar a Roma. La jerarquía colombiana, encabezada por el cardenal Aníbal Muñoz Duque, le prohibió ejercer el sacerdocio. Y, además, la vocación de escritor. “La relación con el obispo de Bogotá, monseñor Pedro Rubiano, venía tensa”, revela el padre Llano, y agrega: “…no se me permitió despedirme de mis lectores ni podía responder a entrevistas: solo me quedaba obedecer y callar. La Inquisición quedaba corta”.

Todo esto lo revela el jesuita en su libro póstumo –sus memorias– ¡Soy libre!  (Intermedio Editores), prologado por Roberto Pombo, exdirector de El Tiempo. La censura que recibió viola el artículo 18 de la Constitución colombiana, que consagra la libertad de expresión y establece que “nadie será molestado por razón de sus convicciones ni compelido a revelarlas ni obligado a obrar contra su conciencia”. He leído con mucho interés este libro estremecedor, y estoy atónito frente al castigo a que fue sometido el ilustre discípulo de Ignacio de Loyola.

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El Espectador, Bogotá, 22-IV-2023. Eje 21, Manizales, 20-IV-2023. La Crónica del Quindío, Armenia, 23-IV-2023.

Comentarios 

Lamentable fue la censura aplicada al padre Llano. Yo también leía sus artículos y sentí mucho lo sucedido. Me gustaban su enfoque humanístico, su claridad y calidez, entre otros aspectos. Elvira Lozano Torres, Tunja.

También yo fui un lector asiduo del padre Llano. Me pareció un erudito en materia religiosa y sus conceptos liberales siempre eran claros y libres. Esos conceptos «ofendieron» a la cúpula de la Iglesia católica colombiana, que de una manera grosera lo vetaron y le coartaron la libertad de expresión en forma abusiva y obsoleta. Típicos inquisidores. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Opiniones de lectores de El Espectador

Como de costumbre, una excelente columna. ¿Y de qué sorprenderse con la santa inquisición que prevalece en la multinacional de la depredación sexual de su grey, la pedófila Iglesia católica? Atenas.

Totalmente de acuerdo con usted: el padre Llano, un humanista. Castigado por la nueva inquisición enquistada en el Vaticano. Jorge.

Hasta en las mejores familias se cuecen habas. La Iglesia católica siempre ha sido dogmática. Lo que dice es palabra sagrada. “Se calla y punto”. Ana.

Si así se comportan los emisarios de Dios en Colombia, ¿qué podemos esperar de los poderosos que se consideran no emisarios sino representantes? Magdalena.

Como estamos hablando de transgresores del dogma católico y de las «ovejas perdidas» en la institución terrenal de la Iglesia católica, apostólica y romana, traigo a colación otros tres nombres de esa variante: los obispos Hélder Cámara y Frei Betto y el sacerdote Leonardo Boff. Hablar de la Teología de la Liberación en América Latina es sinónimo de esos nombres referidos. Leerlos es ver la otra cara (la pobre y marginada) de este continente. Una visión lúcida y valiente de nuestra historia. Shirley.

Después de Bolívar

miércoles, 15 de marzo de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Eduardo Lozano Torres ha sido ferviente apasionado de la Historia colombiana. Publicó en 2015, en Intermedio Editores, el texto Bolívar, mujeriego empedernido. Y dice que varias personas le preguntaron: ¿Y después de Bolívar, qué? Esto dio lugar a que escribiera el nuevo libro a que se refiere esta columna, el que bautizó con la frase antes citada.

La ingratitud y el oprobio fueron los mayores factores que aceleraron la muerte de Bolívar. Dividido el país entre bolivarianos y santanderistas, se desató contra el Libertador la más implacable arremetida contra los logros que había obtenido, cuando ya carecía de fuerzas y mando para mantenerse en la batalla No solo se ignoraron sus eminentes realizaciones, sino que sus enemigos le cobraron los errores que había cometido, los que de modo alguno eran determinantes para opacar su gloria.

Bolívar mantuvo hasta el último momento de su vida plena conciencia sobre la crueldad y la saña con que se le juzgaba, y veía cómo su existencia se apagaba como una llama al viento en la soledad de Santa Marta, alejado de Manuelita, del pueblo y de sus seguidores. Fue entonces cuando pronunció esta frase angustiada: “¿Carajo! ¿Cómo voy a salir de este laberinto?”. Exclamación que inspiraría a García Márquez a escribir, 159 años después, la novela El general en su laberinto.

Una semana antes de su muerte, Bolívar había dictado su testamento y su última proclama, y en esta se despedía con el alma desgarrada: “He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. El historiador Lozano Torres se dedica a investigar en su libro qué sucedió, tras la muerte del prócer, en Colombia y en los países por los que luchó.

Veamos algunos casos de gran sensibilidad humana. Manuelita fue desterrada de Colombia y terminó su vida, pobre y enferma, en el puerto peruano de Paita. El general Hermógenes Maza murió alcoholizado en Mompós. Luis Perú de Lacroix, su mano derecha y confidente –autor del libro Diario de Bucaramanga, que cuenta los sucesos de la Convención de Ocaña–, se trasladó a París, donde se suicidó.

¿Qué pasó en Venezuela? En marzo de 1831, el general Páez fue elegido presidente de la república. Evaporado el sueño de Bolívar de crear la Gran Colombia, en 1832 nacía la Nueva Granada. ¿Qué pasó en Ecuador? El presidente Juan José Flores pretendió anexar a su país las provincias granadinas de Pasto, Popayán y Buenaventura, pero no lo logró. Después de la muerte del Libertador se tornaron más difíciles las relaciones entre los pueblos hermanos, puede decirse que hasta el día de hoy.

El general Santander, el principal antagonista de Bolívar, que fue condenado a muerte junto con otros 14 acusados por la conjuración septembrina, pena que le fue conmutada por la del destierro, volvió a Colombia en julio de 1832 y se posesionó como presidente de la nación por un período de cuatro años. No fue fácil su gobierno. No obstante, realizó obras de progreso nacional, sobre todo en el sector de la educación pública (Colombia era en aquellos años un país de analfabetos). Santander está reconocido como el pionero del espíritu civil del país.

Entre Bolívar y Santander concurren curiosas circunstancias: el primero murió de 47 años, y el segundo, de 48; ambos fallecieron a raíz de graves enfermedades: Bolívar, de tisis tuberculosa, y Santander, de una vieja deficiencia hepática; ambos tuvieron amores con Nicolasa y Bernardina Ibáñez; ambos pertenecían a familias prestantes y poseían sólida formación militar e intelectual. A la postre, luego de librar decisivas batallas por la libertad, ambos próceres tuvieron serias divergencias en torno al centralismo y el federalismo, y así concluyó su amistad.

Lozano Torres formula esta apreciación sobre Bolívar que comparto por completo: “Murió odiado, proscrito y vejado por muchos, pero también admirado y estimado por otros. Pero muy pronto se convertiría en una leyenda y las generaciones venideras le reconocerían póstumamente su denodada lucha”.

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El Espectador, Bogotá, 11-III-2023. Eje 21, Manizales, 9-III-2023. La Crónica del Quindío, 12-III-2023.

Comentarios 

Desde niño he admirado a Bolívar. Con todos sus defectos y errores, porque ellos forman también parte de todo ser humano y por ello no podían estar exentos de su vida. Uno de los rasgos prominentes de su talante fue la tozudez, rayana en la terquedad, que imponía en sus acciones y proyectos y tal vez por eso obtuvo los triunfos y resultados positivos que pronto lo convirtieron en el indiscutible líder que fue.

También desde niño aprendí a formarme un criterio muy negativo sobre Santander, hasta que comencé a leer acerca de él. A medida que fui conociendo su vida, su carácter y sus actuaciones, esa silueta fue cambiando y pude, ya con juicio analítico, concluir que fue una persona muy valiosa y con múltiples cualidades en la lucha independentista. Fue un gran hombre, pero su mérito fue opacado por la figura de Bolívar y por la culpa, nunca comprobada, que le atribuyeron en el nefasto atentado septembrino. No dudo que quienes rodearon a uno y otro fueron los culpables del distanciamiento que tuvieron. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Abarcar la trayectoria de Bolívar es labor muy compleja. A veces queda uno confundido con tanto episodio que protagonizaba a cada paso. Sus ejecuciones son increíbles. También Santander ha dejado rastros firmes en la Historia sobre su eminente personalidad. Estos personajes son irrepetibles. Se duele uno en los tiempos actuales sobre la carencia de verdaderos líderes, si no a la altura de Bolívar y Santander, que logren por lo menos tocarnos las fibras esenciales del patriotismo que hace mucho tiempo desapareció. Este es mi criterio sobre los dos próceres: mientras Santander es un prohombre, Bolívar es un genio. Gustavo Páez Escobar.