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El legado de Adel López Gómez

miércoles, 26 de junio de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació en Armenia el 18 de octubre de 1900, y a los 20 años se trasladó a Medellín, donde inició su oficio periodístico. Años después se radicó en Bogotá y se vinculó a Cromos, El Gráfico, Revista de las Indias, Revista de América, El Tiempo y El Espectador. La labor más notable la desarrolló en La Patria, de Manizales, donde se residenció en 1940 por el resto de sus días.

Allí sobresalió como uno de los cuentistas más importantes del país. Maestro de la crónica y del género costumbrista, sus artículos en La Patria representan un dechado de pulcritud idiomática y belleza literaria. Esta virtud le valió el ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua y el doctorado honoris causa conferido por la Universidad de Caldas.

Un día le dio por irse a vivir sin esposa ni hijos al Urabá antioqueño como almacenista de una empresa constructora de la carretera al mar. Sobre este episodio hizo años después esta confesión: “En 1939 me marché a las selvas de Urabá. Quería un tratamiento de violencia para cierto sarampión pasional y extramatrimonial que se había apoderado de mí”. Frutos de esta fugaz aventura fueron la novela Allá en el golfo y Cuentos del lugar y de la manigua.

El primero de tales libros fue publicado en 1995, como obra póstuma, por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. El autor no tuvo interés en que saliera a la luz durante su vida. En él pinta las características de aquella región plagada de contrabandistas, miseria, enfermedades, pasiones borrascosas y convulsos dramas humanos.

Adel López Gómez es autor de más de 20 obras publicadas. Ejecutó su haber literario entre Medellín, Bogotá, Turbo y Manizales. Dejó inéditos los libros Escribe Eros, que reposa en la Biblioteca Piloto de Medellín, y Las ventanas del día, elaborado en un solo ejemplar, con bella ornamentación del pintor Restrepo Rivera, texto que está en poder de un pariente suyo en Cali. Una copia se encuentra en la biblioteca antes citada.

Murió el 19 de agosto de 1989. Dos años atrás había deplorado yo su ausencia de La Patria, y así lo expresé en un artículo. Él me contestó que tan dolorosa circunstancia, después de cerca de medio siglo de labor continua, obedecía a su estado físico que le había hecho perder sus ritmos interiores.

El filántropo Braulio Botero Londoño, fundador del Cementerio Libre de Circasia, me contó que la víspera del deceso fue a visitarlo al hospital y tuvo con él calurosa entrevista. Lo invitó a que pasara los días de la convalecencia en su finca Versalles, de Circasia, y en eso quedaron. Al día siguiente por la tarde se enteró de que lo estaban sepultando.

Adel respiraba literatura por todos los poros. Las letras eran su credo y su esencia vital. Con su pluma dibujó paisajes, montañas, ríos, almas, alegrías y tristezas. Su prosa castiza y amena era la delicia diaria de sus fervientes lectores de La Patria. Pertenecía a la escuela de los grandes cuentistas antioqueños e hizo de Maupassant su maestro de cabecera. Su biblioteca y valiosos archivos están hoy en la Sala Antioquia de la Biblioteca Piloto de Medellín.

Al cumplirse en los próximos días 30 años de su muerte, nada mejor que volver, como lo hace esta nota, sobre las huellas de este personaje emblemático de la zona cafetera que con su creación artística supo engrandecer el destino.

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El Espectador, Bogotá, 22-VI-2019.
Eje 21, Manizales, 21-VI-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VI-2019.

Comentarios 

Muchas gracias por compartir este bello escrito sobre el gran personaje que fue Adel López, de quien contamos con el privilegio de poseer sus archivos en la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto; con toda seguridad lo tendremos muy presente como aporte para aquellos usuarios interesados en investigar o conocer más sobre este importante escritor colombiano. Sala Antioquia.

Qué grato leer estas notas sobre Adel. Recuerdo que en los últimos días de octubre de 1985, cuando regresaba de dictar unas charlas en Armero y Honda sobre los peligros del volcán, paré en su casa a hacerle una visita y explicarle mi teoría y mis temores, que él ya había leído y entendido por mis columnas en La Patria sobre el tema. Me queda la satisfacción de que gracias a los diálogos esporádicos con Braulio Botero Londoño logramos hacerle más de una reverencia, a la que era tan huraño. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

De Adel leí algunas de sus publicaciones en La Patria hace muchos años. Lo recuerdo como gran escritor. Su influencia de Maupassant debe haber sido muy valiosa. Para mí, Maupassant es lo máximo como cuentista. Recuerdo cuando leí Relatos, que, tan pronto empezaba uno de sus cuentos, de inmediato me atrapaba y no quería que se terminara por ese gran encanto que tenían sus narraciones. Muy buena columna. William Piedrahíta González, Miami.

William Piedrahita al referirse a tu columna sobre mi papá, ha dicho «muy buena columna». Yo coincido con esa apreciación, pero agrego algo más: bella y generosa columna sobre alguien que es vital en mi vida: mi papá. Gracias por recordarlo. Tu generosa tarea de toda la vida ha sido esa: no dejar que caigan en el olvido total todos aquellos que han escrito en nuestra patria, todos aquellos que, junto contigo, forman esa élite, ese grupo de privilegio de escribir, de dar opinión, de emitir conceptos, de hablar de belleza, de amistad, de entendimiento. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

El triste final de una biblioteca

domingo, 27 de marzo de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El escritor calarqueño Humberto Senegal figuraba en su comienzo literario, en los años 70, cuando lo conocí, como Humberto Jaramillo Restrepo, su nombre de pila. Desde 1974 eliminó la h, y pasó a ser Umberto Senegal. Extraño cambio, ya que la nueva grafía estaría bien para Italia, pero no para Colombia. No obstante, supuse que con dicho acto le rendía un homenaje a Umberto Eco.

Pero la historia es otra, y voy a contarla. La he sabido por él mismo, a raíz de un artículo que escribí hace poco sobre el escritor italiano con motivo de su muerte. “Se trata de una historia ácida, un poco amarga”, me dice.

Mi amigo quindiano es hijo de Humberto Jaramillo Ángel, ilustre escritor de la región. Lustros después, decidió suprimir los apellidos y utilizar el seudónimo de Senegal. Pasaba, pues, a llamarse Humberto Senegal (con h). Y luego, Umberto Senegal (sin h). Con este seudónimo ha publicado cerca de 20 libros. Me imagino que realizó esta metamorfosis para adquirir su propia identidad como escritor, ya que la semejanza de su nombre con el de su padre se prestaba para confusión.

En 1996, Senegal se separó de su primera esposa, Gloria Inés, quien, al quedar inconforme con esa decisión, amenazó con quemar la biblioteca y ocasionarle otros daños si no regresaba al hogar. Su biblioteca estaba integrada a la de su padre, en Calarcá, y este había fallecido en 1996. Eran cerca de 20.000 volúmenes.

Pasaron dos años sin que Gloria Inés cumpliera su amenaza, y Senegal supuso que el caso se quedaba así. No pasó a recoger ese material literario, creyendo que ella lo iba a respetar. Por otra parte, ella se mantenía en la tónica de no devolverlo. De pronto, el escritor se enteró de que Gloria Inés había quemado gran parte de su obra inédita (crónicas, poesía, haiku, ensayos, una monografía sobre el cacique Calarcá, correspondencia y otras cosas). De este modo, desaparecía buena parte de su obra de juventud.

La biblioteca se desmembró cuando la exesposa comenzó a vender y regalar los libros de ambos escritores. Desde antes, Mercedes, la mujer que vivía con Jaramillo Ángel, trasladaba a su casa en Armenia libros con dedicatoria que consideraba importantes, con la intención de sacar de ellos algún provecho económico. Aliadas las dos mujeres en el mismo propósito devastador, al paso de los días la famosa biblioteca Skyros (bautizada así por  el escritor fallecido) quedó reducida a la nada.

“Fue una masacre bibliográfica”, dice Senegal. Desaparecieron valiosas ediciones acumuladas a lo largo de muchos años, y de aquel tesoro solo se salvó el recuerdo. No creo que fueran muchos los libros que ellas lograron vender –a precio mínimo, claro está–, y es fácil pensar que la gran mayoría de los 20.000 volúmenes fueron regalados, quemados o tirados a la basura.

Cuesta trabajo admitir que las mujeres de estos connotados escritores pudieran cometer una acción tan vil, tan soterrada y tan demencial. ¿Por qué lo hicieron? La de Senegal, ya lo sabemos, por un acto de venganza. La de Jaramillo Ángel, que en los últimos años estuvo muy cerca de él en su actividad cultural, tal vez porque los libros se le habían convertido en una carga y no sabía qué hacer con ellos para disponer del espacio.

Salta otra pregunta: ¿Y por qué no donaron la valiosa colección bibliográfica a una universidad, una biblioteca pública u otro centro de cultura, donde prestaría gran provecho para la comunidad? He aquí un ejemplo demoledor del triste final que pueden tener los libros de los escritores.

Habla Umberto Senegal: “Ante el insensato y reprochable acto, mi simbólica decisión fue borrar la h de mi nombre. Borrar, con tal letra inicial, ese oscuro e ingrato pasado. Iniciar un nuevo ciclo literario con el nombre de Umberto. La h se lleva todo lo ingrato. Al fin y al cabo no tenía sonido. Es decir, no quería que la quema de mis libros tuviera repercusiones sentimentales o de cualquier índole en mi vida. Cuantos libros nacieron luego de aquella quema, vienen sin la h. Una nueva época de mi vida, sin resentimientos, con aquello convertido en anécdota cruel. Este Umberto fue el que renació de mis libros perdidos”.

La máquina del escritor

En 1980, a Humberto Jaramillo Ángel le robaron en Calarcá, de la misma casa biblioteca Skyros que rescata esta crónica, su vieja máquina de escribir. Esta, al igual que los libros extinguidos, no tenía precio material, pero sí inmenso valor sentimental en el alma del propietario. ¿Quién iba a dar algo por una máquina vieja?

Yo, que conocí de cerca la honda pena que Jaramillo Ángel sufría por este hecho también demencial, escribí la nota titulada La máquina del escritor (El Espectador, 19-V-1980). En ella había escrito la mayoría de sus libros, lo mismo que los frecuentes artículos de La Patria que hizo famosos con el seudónimo de Juan Ramón Segovia.    

Era de las personas más eruditas en el país sobre la obra de los clásicos españoles, y sobre ellos dejó sesudos ensayos en libros, revistas y periódicos. De tanto conocerlos, se mantenía en diálogo constante con Azorín, Unamuno, Baroja, Juan Ramón, Cervantes… Este material, que dejó como legado espiritual para su hijo y su tierra, y que era el testimonio de toda una vida dedicada al estudio y la creación, quedó destruido en manos de las dos mujeres pirómanas.

Sobre la máquina hurtada, yo decía en aquella nota de hace 36 años:

“Era, más que una máquina, un heraldo. Tal era el temperamento de esta noble herramienta de trabajo que desapareció, en la noche oscura, sin dejar rastro, y no por infidelidad, sino por ajena bribonada. No era una máquina cualquiera. Era el brazo derecho de Humberto Jaramillo Ángel, el escritor y el poeta.

“Para qué decir que era también su diosa protectora. La consentía como a la niña de sus ojos. La máquina del escritor ha muerto. Murió en manos sacrílegas. La máquina del escritor –de Humberto o de cualquier artista– va pegada a su propio estilo. Se anida en su alma, y con esto se dice todo. Cuando se cambia de máquina es como si se cambiara de piel. Me contó la noticia con pena. Seguirá escribiendo, sin duda. Y sabrá que algo ha muerto en él”.

Por fortuna, a Jaramillo Ángel no le tocó sufrir la pena y el desconcierto que afligieron a su hijo Senegal y lo llevaron a suprimir la h que lo ligaba al pasado, para resurgir a la vida literaria mediante un acto que él llama de “psicomagia”. ¿Qué sentiría hoy Jaramillo Ángel si supiera que su biblioteca fue reducida a cenizas?

El Espectador, Bogotá, 19-III-2016.
Eje 21, Manizales, 19-III-2016.
La Crónica del Quindío, 20-III-2016.

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Comentarios

Ignoraba esos detalles de la biblioteca de Humberto y Umberto y me asombra que fuesen veinte mil libros, muchos de los cuales deben andar por ahí en las librerías de usados. Lo anecdótico de la historia (dos mujeres y muchos libros) daría para una novela con muchas intrigas incluidas. Queda viva la enorme biblioteca de Nelson R. Mora cuya viuda, Alicia, hace de curadora con toda discreción y responsabilidad. Los libros de filosofía y sociología que algún día conocí allí son notables. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Qué triste episodio, el cual se repite a diario en muchos lugares del mundo con libros de anónimos lectores, desterrados al olvido por sus herederos. Hernán Alejandro Olano García, Bogotá.

Simpática, triste y patética la historia sobre la biblioteca y la máquina de escribir de Humberto Jaramillo Ángel. Contada con ameno y preciso estilo, fue un verdadero deleite leerla y releerla. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Son relatos de felices amores y consecuencias absurdas; es la historia de hasta dónde puede llegar una venganza amorosa. Que Dios nos libre de algo por el estilo. Jorge Enrique Giraldo Acevedo, Íquira (Huila).

Confieso que la columna me dejó muy sorprendido y con un amargo sinsabor al conocer detalles de hechos tan despreciables como los protagonizados por las citadas mujeres. Recuerdo con agrado algunas amenas  charlas con el escritor Humberto Jaramillo Ángel, cuando él era un viejo caminante en estas calles del Armenia, de una época ida y cuando aún andaba solo, sin la casi  permanente compañía de su  «amiga especial», como se refería a su Mercedes. Gustavo Valencia García, Armenia.

La historia parece mentira. Ese par de mujeres no tienen perdón de Dios. Quemar un solo libro es un despropósito, qué decir de toda una colección adquirida con tanto trabajo y dedicación. Quedé estupefacto. Pablo Mejía Arango, Manizales.

Un artículo conmovedor. ¡Hasta dónde puede llegar el resentimiento para realizar tamañas acciones! En lenguaje cotidiano, «unas joyitas de mujeres». Elvira Lozano Torres, Tunja.

Vaya si es tremenda, triste, extraña, esa historia terrible de las bibliotecas de Humberto Jaramillo Ángel, a quien tanto recuerdo porque lo conocí, a quien tantas veces leí con su seudónimo de Juan Ramón Segovia, en La Patria, y de su hijo Umberto Senegal, a quien no conozco ni he leído. Qué triste manera de terminar la vida de una biblioteca que seguro era muy valiosa y pudo haber sido de inmensa utilidad en alguna entidad cultural del Quindío. ¡Hasta dónde pueden llegar el despecho, la rabia, el rencor, el desengaño en una persona! Hasta llegar a desmembrar,  quemar,  malbaratar,  tirar libros que a otros les gustaría tener. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

Has narrado muy bien la historia que todos los amigos de Umberto conocemos. La verdad, se precisa tener muy mal corazón para quemar un libro.  La obra de Senegal es muy amplia e importante. Se sobrepuso con valor a la pérdida de sus trabajos de juventud, y bien valía suprimir la h.  Traes muy bien a colación lo ocurrido al padre con su máquina de escribir.  Debió ser terrible para Humberto. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Es un cuento bien contado,  pues a raíz de la desaparición de la H de Humberto  en el nombre literario de Umberto Senegal, se ha puesto al descubierto la deplorable historia de una gran biblioteca, donde los afectados, dos escritores –padre e hijo– sufrieron el tormento de las llamas del infierno, de manos de sus mujeres resentidas, vengativas e indolentes ante  más de 20 mil volúmenes que olímpicamente y con  alevosía desaparecieron  de la faz literaria del país. Doloroso relato. Sin embargo, el escritor Umberto Senegal, como el ave fénix, resurgió de las cenizas, como respuesta a su sensibilidad y capacidad de creación. Inés Blanco, Bogotá.

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La Piloto, biblioteca admirable

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Gloria Inés Palomino Londoño, di­rectora de la Biblioteca Pública Piloto se Medellín, se ha convertido en pieza fundamental del organismo. En tal forma se encuentra vinculado su nombre al centro cultural, que no es fácil pensar en él sin asociar la presencia dinámica de quien lucha por su progreso desde hace largos años y ade­más lo hace de manera discreta, pero con plausibles resultados. Es la fabricante silenciosa de uno de los logros más elocuentes de la cultura na­cional.

Hace cinco años quedé maravilla­do con esta obra monumental. Conforme su directora me enseñaba la sede principal, en medio de 140.000 libros que conforman su patrimonio más preciado –fuera del impresionante acopio de periódicos, mapas y obras de arte–, aparecía ante mis ojos el pa­norama de la Medellín vilipendiada entonces por los narcotraficantes.

En las comunas se levantaban bi­bliotecas satélites colmadas de espe­ranzas para los habitantes de esos barrios marginados. Dos vagones detenidos en el barrio Florencia se man­tenían llenos de pequeños lectores que habían hecho del libro su alimento cotidiano.

Lo que más me llamó la aten­ción fue el caso de la biblioteca fun­dada en Moravia, uno de los barrios más pobres y erigido sobre anti­guo basurero público. Los adolescen­tes de aquella triste ladera se dedica­ban en sus horas libres a buscar cha­tarra por toda la ciudad, que luego vendían para adquirir nuevos libros para su propia biblioteca. Las cajas viajeras, que sólo existen en Antioquia, recorrían los más apartados munici­pios del antiguo Caldas, con su carga de lecturas infantiles y erudición para todas las edades, como fórmula maestra para culturizar al pueblo.

Hablo en pasado, porque eso fue lo que vi entonces. Hoy, la actividad y sus resultados son mucho más sorpren­dentes. El acervo de libros crece to­dos los días, los programas culturales se multiplican, el pueblo recibe supe­riores beneficios.

La Sala Antioquia, fundada hace diez años con 1.500 libros, tendrá diez veces más esa cifra. Allí se recoge la obra de los escritores paisas, y es importante destacar el hecho de que han ingresado libros novedosos de muy difícil consecución, verdaderos incunables de la cultura paisa. ­

Dentro de este empeño fue adquirida la biblioteca de Adel López Gómez, con sus archivos y co­rrespondencia. Y se publicó, en justo homenaje a su me­moria, su novela inédita Allá en el golfo, escrita en el año 1948 como consecuencia de su ra­dicación en 1939 en las sel­vas de Urabá.

Poco es el dine­ro que se dedica en Colombia para fomentar la vida del libro y apoyar a sus autores. La cultura es la pobre cenicienta de los gobiernos. En contravía de la inercia oficial, esta mu­jer valerosa que se llama Gloria Inés Palomino busca recursos donde no los hay. Contra viento y marea sostiene en sus predios el departamento edi­torial, dependencia osa­da y utópica –en un país tan carente de patrones culturales– que se da el lujo de poner en circulación títulos continuos como constancia de que la cultura no ha muerto.

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VIII-1995.

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Los 40 años de la Biblioteca Piloto

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El 22 de octubre de 1952 nació, en virtud de un con­venio entre la Unesco y Colombia, la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Su propósito era, y lo sigue siendo, el de servir de modelo para otras bibliotecas del continente, bajo la siguiente norma: Fuerza viva para la educación popular. Ha sido, en efecto, la gran abanderada contra el analfabetismo y la motivadora permanente del interés por los libros y la cultura.

Abierta al público con 10.000 volúmenes, al año siguiente había doblado esta cifra y captado 225.000 lectores. Hoy los títulos pasan de 86.000 y el número de personas atendidas por año se aproxima a dos millones. Otros datos significativos son estos: alrededor de 150.000 libros prestados a domicilio, de 14.000 lectores con carné y de 4.000 consultantes diarios. Es el organismo que tiene el mayor desempeño cultural del país.

Cuenta con sedes en San Antonio, Campo Valdés, Florencia y San Javier La Loma, y además apoya a 60 bibliotecas populares situadas en diferentes sectores de Medellín. En el barrio Florencia, que hace parte de la comuna noroccidental, funciona, en dos vagones estacionados allí hace varios años, la biblioteca bautizada Tren de Papel Carlos Castro Saavedra, provista de 3.000 libros para atender la demanda de la juventud de los alrededores, donde residen 800 usuarios con carné.

Otro programa novedoso es el de las cajas viajeras, las que repletas de libros se desplazan en forma constante por toda la región antioqueña y en cada sitio se demoran dos y tres meses. Estas bibliotecas comenzaron a funcionar en un sillete­ro, o sea, a lomo de una de las tradiciones más queridas del pueblo paisa. Los lectores de estos libros rodantes pasan de 175.000. Este servicio demuestra con creces hasta qué punto cumple el libro su función de penetración en los sectores más marginados de la población.

La sede principal es un hervidero crepitante de cultura. Funcionan 39 talleres de escritores, de poetas, de literatura, de danzas, de teatro, de música, de pintura. El salón de confe­rencias es una cátedra del pen­samiento, que registra el récord de 120 intervenciones anuales, y allí se alternan la presentación de libros, los recitales poéticos, los seminarios, las exposiciones de pintura, los con­ciertos. La sala general de lectura dispone de 800 puestos para usua­rios. La Sala Antioquia, fundada en 1985, recoge el patrimonio bibliográ­fico y toda clase de información regio­nal, como eto para otros departamentos.

La Biblioteca ha tenido seis directores: Julio César Arroyave Calle, Rafael López Ruiz, Darío Alberto Restrepo Gallego, Alejandro González Jaramillo, Juan Luis Mejía Arango y Gloria Inés Palomino Londoño. Todos han cumplido excelentes tareas por el engrandecimiento institucional y han sorteado grandes temporales económicos. Gloria Inés, trabajadora infatigable –que se casó con los libros– dirige la entidad desde 1983 y lleva 17 años de servicios en la empresa.

A Gloria Inés Palomino Londoño le correspondió convertir este año la Biblioteca en establecimiento público del orden nacional, dependiente del Ministerio de Educación. La Cámara Colombiana del Libro quiso tributarle un homenaje nacional que ella, con su modestia característica, declinó.

Y pidió que el homenaje se le rindiera a la entidad al cumplir sus 40 años de vida. La ocasión no puede ser más propicia para destacar, en esta fiesta cultural de los antioqueños, la labor ejemplar de esta  mujer discreta y laboriosa que sobresale en el país como ejecutiva envidiable.

El Espectador, Bogotá, 24-X-1992

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Misiva:

En nombre de la Biblioteca Pública Piloto quiero presentarte nuestro más cordial agradecimiento por ese más que gentil artículo en tu columna Salpicón del 24 de octubre, sobre la celebración de los 40 años de esta entidad. Puedo afirmarte que la Biblioteca ha querido realizar siempre una labor callada pero fecunda, labor cuyos resultados, sin embargo, no podrían ser los mismos sin la divulgación que de ellos hacen los  medios, a través de periodistas tan atentos a los hechos como tú.

Te agradezco además esas excesivas palabras sobre mis supuestas cualidades (al final del artículo),  porque bien sabes que más que por un esfuerzo personal, el lugar que ha venido a ocupar la Piloto en la cultura antioqueña y colombiana es el producto de un trabajo colectivo, no sólo de sus empleados sino de todos nuestros usuarios y amigos. Gloria Inés Palomino Londoño, directora.

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Biblioteca Torres Quintero

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En la Biblioteca Departa­mental de la ciudad de Tunja se ha fijado el re­trato de Eduardo Torres Quintero, el mayor promotor de la cultura boyacense en los últimos tiempos. Por eso, el recinto lleva el nombre de este gran batallador de las letras. La bi­blioteca fue creada por la ley 92 de 1870, expedida por la Asamblea Legislativa de Boyacá y sancionada por Feli­pe Pérez, presidente del enton­ces Estado Soberano de Boyacá. Hoy funciona como dependen­cia del Instituto de Cultura y Bellas Artes, y es su directora, desde hace 14 años, la bibliotecóloga Josefina Vinueza Benavides, que ha cumplido una labor digna de aplauso.

Es interesante observar có­mo, a través de los 121 años transcurridos, esta casa de lec­tura e investigación se ha man­tenido como motor de la cultura regional. Han dirigido su desti­no prestantes figuras de las le­tras, como Juan Clímaco Hernández, uno de los más notables escritores de Boya­cá y representante del movimiento indigenista de Colombia.

Supera la biblioteca los 20.000 volúmenes, acervo que se va a incrementar mediante la campaña que ha ini­ciado Josefina Vinueza para que los escritores de la región hagan llegar sus obras con destino a la Sala Boyacá, proyectada para recuperar el material bibliográfi­co que ha producido el departa­mento a lo largo de su existen­cia. Este llamado es extensivo a los editores y entidades tanto oficiales como privadas que pro­ducen publicaciones.

Una biblioteca pública es el mejor sitio para guardar la me­moria de los pueblos y exhibir las raíces cultas de un país o una comarca. Allí es donde mejor se protege el nombre del escritor contra el comején del tiempo. Si, por ejemplo, un ar­chivo histórico no defiende la novela histórica Los tres Pedros en la red de Inés de Hinojosa, del sogamoseño Temístocles Avella Mendoza, no se hubiera rescata­do, un siglo después, esta joya bi­bliográfica que permanecía igno­rada por las actuales generacio­nes; obra que sirvió de guía para otra famosa novela, también de autor boyacense: Los pecados de Inés de Hinojosa, de Próspero Morales Pradilla.

En la biblioteca tunjana se ha creado, dentro de la Sala Infan­til, el que su directora llama el Club de Amigos, integrado por niños de 6 a 12 años, a quienes se les estimula el gusto por la lectura y además se les organiza en grupos de danzas, teatro y títeres. Estuve allí hace poco y quedé maravillado con la abun­dante asistencia que encontré, sobre todo del sector estudian­til. La prueba de una biblioteca está en el número de lectores que tenga. Y esta de Boyacá, que no se conforma con abrir sus puertas a todos los públicos, mantiene, con sus unidades mó­viles, permanentes desplazamien­tos a los municipios que carecen de dicho servicio.

En las bibliotecas reposa el alma de los pueblos.

El Espectador, Bogotá, 23-X-1991.

 

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