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Claudio de Alas

viernes, 25 de octubre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

A pesar de mi origen boyacense, ignoraba quién era el poeta y novelista Claudio de Alas (seudónimo de Jorge Escobar Uribe), nacido en Tunja en 1886 y fallecido en Banfield, Argentina, en 1918. Hace poco descubrí al escritor en Polimnia, la revista de la Academia Boyacense de la Lengua. ¡Gran hallazgo! Nadie sabía de él, ni siquiera en su propia tierra.

Vicente Landínez Castro, tan estudioso de la literatura regional, no lo menciona en El lector boyacense ni en Síntesis panorámica de la literatura boyacense, obras de vasto alcance. En el panorama nacional, Rogelio Echavarría tampoco hace sobre él la menor alusión en Quién es quién en la poesía colombiana. Claudio de Alas provenía de una familia de clase alta: su padre fue destacado ingeniero; uno de sus hermanos sobresalió como general del Ejército; otro como senador, y otro alcanzó prestigio en Buenos Aires.

Abandonada su patria, Claudio de Alas se abrió camino por Ecuador, Perú y Chile. Ejercía el periodismo junto con la función literaria. Se aficionó a la bebida y, en ese ambiente, vivió un mundo desordenado y libertino. En Chile publicó los libros Salmos de la muerte y el pecado, Fuegos y tinieblas, Arturo Alessandri y La primera víctima de la aviación en Chile. Participó en un concurso en el cual Gabriela Mistral obtuvo el primer puesto, mientras él conquistó el accésit. Por ella sentía honda admiración, rayana en el amor platónico.

Hacia 1915 arribó a Buenos Aires, ciudad que lo seducía por su clima intelectual y por la oportunidad de volverse escritor internacional. Llegó en precaria situación económica, y le dio la mano el pintor inglés Koek-Koek, con quien compartió la vivienda. Al paso del tiempo, escribía versos estremecedores, entre ellos Poema negro, que hoy tiene varios registros en Google.  

Dentro de su exitosa carrera, existía una zona oscura que le laceraba la mente y el espíritu. En aquellas calendas, las enfermedades venéreas generaban daños graves en el corazón, el cerebro y otros órganos, e incluso causaban la muerte. La sífilis, cuando aún no se había descubierto la penicilina, era un mal catastrófico que erizaba a la gente.

Las enfermedades venéreas ocurrían por contacto físico y también podían ser hereditarias. Ese era el terrible dilema del poeta frente al temor de que podía estar infectado. Agobiado por esa amenaza, había escrito en Chile La herencia de la sangre, novela audaz que ofreció a numerosas editoriales, sin que ninguna la publicara. Ahora, en Buenos Aires, su mayor ilusión era conseguir ese objetivo que consideraba liberador de los traumas que padecía. El asunto era, ante todo, de carácter sicológico, ético y moral.

La herencia de la sangre significaba para el autor un método terapéutico que le ahuyentaría los fantasmas. Tenía que contar que el mundo andaba desquiciado, y enjuiciar a la sociedad por los secretos y mentiras que ocultaba. La lógica lleva a pensar que las “alas” del seudónimo eran un símbolo redentor, un deseo de alzar el vuelo sobre las tristezas y las miserias. Presa de la angustia y propenso al suicidio, su existencia se volvió tenebrosa.

El 5 de marzo de 1918, día funesto, se encerró en su pieza y lloró largo rato sobre el libro en borrador, que también había sido rechazado por las editoriales argentinas. Escribió tres cartas: una para su hermano, otra para el pintor Koek-Koek y la última para un amigo confidente, a quien contaba el “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil”. Con mirada triste, como si presintiera el desenlace fatal, lo acompañaba el perro de su amigo. Esta mirada lo conmovió en lo más hondo del alma. Luego de matarlo, para que dejara de sufrir, dirigió el arma a la sien y se suicidó. Tenía 32 años, edad similar a la de José Asunción Silva, que se fue del mundo, a los 31 años, con un disparo en el corazón.

Claudio de Alas penetró, al igual que Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire y tantos otros, en la lista de poetas malditos. Tuvo que enfrentarse a una sociedad pacata y asustadiza, y perdió la partida. Era lo mismo que sucedía con el homosexualismo, realidad que se mantenía en el clóset y que solo poco a poco se iría develando.

Después fue encontrado el manuscrito de la novela, y su familia la editó hacia el año 1923. Nadie en Colombia la conoció. La segunda edición tuvo lugar en días recientes, con el sello de la Academia Boyacense de la Lengua. Ha pasado un siglo. La obra puede conseguirse en Buscalibre. Es una bella novela: tierna, romántica, aleccionadora, dolorosa y trágica.

En aquellos días lejanos fue elaborado en Buenos Aires El cansancio de Claudio de Alas, que contiene parte de la creación de este escritor olvidado, sobre quien dijo Juan José de Soiza Reilly, el compilador: encontró el mundo demasiado enfermo. Incurable. Y prefirió disolverse en el humo de un tiro.

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Eje 21, Manizales, 18-X-2024. El Quindiano, Armenia, 18-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 20-X-2024. El Muro, Bogotá, 10-X-2024.

Comentario

 Me impactó mucho la vida de este literato: qué talento en medio de tanta angustia, recurriendo a acciones oscuras y sufriendo esa vida desordenada que aceleró su muerte. Esas mentes no paran de pensar y de crear, y en medio de sus creaciones y sus actos contra la vida, van en búsquedas traicioneras que en lugar de aliviar abren más heridas. El perrito, que muere con el escritor por decisión de él mismo, ojalá que con sus alas haya llegado al tan mencionado puente del arcoíris, que es el cielo de los perritos. Liliana Páez Silva, Bogotá.

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Dabeiba

miércoles, 9 de octubre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Cuando comencé a leer la novela Dabeiba de Gustavo Álvarez Gardeazábal supuse que él había residido alguna vez en esa población. Solo al final de la lectura me enteré de que nunca la ha conocido. La idea del libro se la transmitió el desborde del río que había formado una represa gigantesca donde estaban estancados más de ocho millones de metros cúbicos, la cual, en caso de reventarse, destruiría a Dabeiba.

A esa circunstancia se sumaba el recuerdo que tenía del municipio a raíz de la lectura que, años atrás, había hecho de la autobiografía de la madre Laura, obra que su padre conservaba en su biblioteca como libro sobrecogedor. La religiosa narra la dura vivencia en Dabeiba cuando viajaba por aquellos lugares inhóspitos en la labor de adoctrinar a los indígenas. Así pues, al novelista se le alborotaron la sangre y la imaginación, y durante días y noches febriles se entregó a la tarea de forjar un pueblo literario que le diera salida al torrente de inquietudes que le punzaban la mente.

Eso es Dabeiba, la novela: un sentimiento, una desazón, un hallazgo y, ante todo, un reto para el escritor que daba sus primeros pasos en el arte de novelar y crear mundos. En aquella época, hace medio siglo, apareció Cóndores no entierran todos los días, cuya fama opacó a Dabeiba. La destreza y el vigor con que Álvarez Gardeazábal dibuja el pueblo imaginado reflejan el impulso innato con que movería el resto de sus novelas.

Dabeiba es el molde de cualquier población y representa la comedia humana que se vive en todas partes. Los personajes son singulares, exóticos, pintorescos, estrafalarios. Son típicos de toda sociedad, pero están manejados con la gracia, el ingenio y la ironía que son característicos del autor. En aquel enjambre municipal, al lector le queda a veces difícil distinguir las personas que brotan como por arte de magia y luego desaparecen.

Todas aportan algo, así sea su carácter insustancial en el discurrir pueblerino. Y vienen otras a remplazarlas, para luego desaparecer sin pena ni gloria. Quienes subsisten y en realidad dejan huella son los notables de la vida local, como Mélida Cruz, la enfermera sorda, cuyo oficio es ir de casa en casa poniendo inyecciones (ella no oye, pero se sabe las historias de todo el mundo); o la exalcadesa Gertrudis Potes, joyera jubilada que ha preferido permanecer soltera por no haber encontrado el varón perfecto; o el millonario Gumersindo Rentería, enamorado de Mélida, sin que ella haya sentido por él pasión alguna.

En el campo pecaminoso sobresale Baltazar Vallejo, dueño de un almacén de telas y autor de perversiones bochornosas. En el ámbito religioso está el padre Ocampo, párroco durante medio siglo, que exorciza a todo el pueblo. En la casa cural vive María Luisa, a quien se cita en la obra, sin duda con malicia, como la sobrina del párroco, y que es la mujer más odiada de Dabeiba. Tampoco pueden faltar los adivinos, ni el usurero, ni el poeta adiposo, ni las rameras inevitables, ni el bobo tradicional, ni las lluvias eternas. “De todo hay en la viña del Señor”, asegura el refrán. Es una novela bien tramada, mordaz y divertida. A la postre, la represa no explotó.

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El Quindiano, Armenia, 4-X-2024. Eje 21, Manizales, 4-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, 6-X-2024.

Comentarios

Acabo de leer, enviada por alguno de nuestros comunes amigos, el texto de la reseña sobre Dabeiba. Lo estoy reenviando a mis 7 mil suscriptores de wasap y colgándolo en las redes donde acumulo seguidores. Tanta generosidad me va a llevar a ser un ícono. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

De Dabeiba conocía yo su importancia por las minas de oro de las cuales nuestros aborígenes del noroccidente se abastecían, mientras que los del suroccidente obtenían el precioso metal por el sistema del mazamorreo de los ríos con arenas auríferas. Y los pueblos aborígenes que no tenían oro, como es el caso de los muiscas, lo adquirían por canje con sal, mantas y esmeraldas, tanto del oro de filón como el de aluvión. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

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Creo en Colombia

sábado, 28 de septiembre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Creo en Colombia a pesar de que muchos colombianos no creen en ella. Creo en Colombia por encima de los odios, de las balas, de los secuestros, de las masacres de todos los días, de la ola de corrupción, de la angustia de todas las horas. Y me digo: algún día cesará la horrible noche y alumbrará una luz en la alborada. ¿Cuándo? Quizá mañana, quizá el año entrante, quizá… Un quizá que se diluye en la incertidumbre y parece que nunca quisiera permitir la llegada de la paz, el progreso y la convivencia. Pero llegarán.

Creo en Colombia porque la ilusión no se ha perdido, ni los líderes han desfallecido, ni los guerrilleros han triunfado, ni la paz se ha vuelto imposible, ni las instituciones han debilitado su espíritu de lucha. Aún nos queda un pedazo de Colombia –un soplo del alma–, y esto equivale a tener una patria grande que resurgirá de las cenizas como el ave fénix. Esto no es optimismo ciego: es un acto de fe en Dios y en la vida, una carta confiada al futuro, un no rotundo al pasado desestabilizador (y al presente caótico).

Colombia gime, luego existe. Sus malos hijos la tienen postrada en la opresión, y su sollozo se escucha en todos los confines. El país entero llora el sacrificio infame de vidas inocentes, el secuestro feroz que no respeta ni a ricos ni a pobres, el atentado cobarde contra pueblos indefensos, la destrucción demencial de la riqueza pública. Por eso gime la patria: porque la barbarie y la ceguera de unos pocos nos mantienen a todos torturados bajo la peor maquinaria de ineptitud y disolución.

Ante este horizonte sombrío, miles de colombianos prefieren abandonar el suelo nativo, vencidos por la desesperación, sin alegría en el alma ni derroteros a la vista. Yo no creo en esos éxodos de derrotados que todos los días madrugan a hacer filas interminables, en trámites torturantes de pasaportes y visas escapistas, porque en tierra extraña van a ser más infelices que en la propia. La mayoría de ellos sabrá más tarde, allende las fronteras, que el pan sabe allá amargo.

Cuánto orgullo sentí con la conducta de mi hijo Gustavo, que hace más de dos décadas se fue a estudiar al exterior y prefirió volver a su patria a pesar de los signos funestos que gravitaban entonces sobre la vida colombiana, aunque menos confusos que los actuales. Mientras otros profesionales de su edad eran seducidos por la moda de abandonar el país, mi hijo hacía esta manifestación que constituye un acto de valor civil y solidaridad nacional:

“El conocer y aprender de un país como Canadá, que ha sido catalogado por cinco años consecutivos como el número uno en el mundo en calidad de vida, y al que semanalmente llegan cinco familias colombianas, me reafirma sobre cuál es mi misión como profesional en Colombia: seguir preparándome y trabajar por mi país. Yo pienso que si queremos salir adelante, la solución no es huir y darle la espalda a un problema que es de todos”.

Creo en Colombia como la mejor tierra del mundo. Creo en el patriotismo y la sensatez de los colombianos positivos y emprendedores que no permitirán que naufrague la esperanza.

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Nueva Crónica del Quindío, Armenia,22-IX-2024. Eje 21, Manizales, 22-IX-2024.  El Quindiano, Armenia, 23-IX.2024.

Comentarios

 He leído tu artículo con admiración y te felicito por tus palabras y por el amor que reflejas hacia nuestro país. Es un mensaje de esperanza y convicción que tanto necesitamos en estos tiempos difíciles. Tu fe en Colombia, a pesar de tantas adversidades, me inspira a seguir creyendo en el potencial de nuestra nación y en la capacidad de los colombianos para superar los grandes obstáculos que nos han mantenido en la sombra. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Qué sentida columna. Es verdad: todos los días nos invade la desesperanza de ver nuestro país llevado por el desgobierno. Ojalá pronto cambie esta situación tan amarga para todos. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

Me encantó este artículo, lleno de fe y optimismo, sobre nuestra amada Colombia. No debemos abandonarla: es como abandonar a alguien porque está enfermo o agobiado. Es en esos momentos cuando más ayuda y atención requiere. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Este bello artículo nos llena de esperanza y orgullo por nuestra patria querida. Muchas emociones a flor de piel. Nos motivas a saber que algún día veremos la luz. María Susana Molano Mendoza, Bogotá.

Yo también creo en Colombia. Aquí no han progresado las dictaduras que sí han sufrido otros países latinoamericanos: México, Honduras, Venezuela, Argentina, Chile… Aquí los dictadores, como el general Rafael Reyes y el general Rojas Pinilla, se han ido sin chistar al convencerse de que no tienen el respaldo del pueblo. Reyes a los cinco años de gobierno y Rojas Pinilla a los cuatro. La dictadura de José María Melo solo duró un año porque se le vinieron encima las armas del pueblo. Colombia tiene gran vocación democrática.                Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

El sentimiento patriótico de muchos colombianos se encuentra lacerado por el pesimismo al ver cómo las fuerzas malévolas han adquirido poder y con él quieren destruir lo construido durante muchos años de lucha y esfuerzo. No tenemos el país ideal que muchos quisiéramos, porque esas grandes lacras llamadas corrupción y narcotráfico han penetrado en casi todos los estamentos de la sociedad. Tenemos un país rico, hermoso y variado, gente valiosa y trabajadora, recursos naturales en abundancia. ¿Pero nos están ganando la maldad y el vicio? Participo de tu fe en Colombia, pero te confieso que no con mucho entusiasmo. Por supuesto que en el fondo, como en la caja de Pandora, me queda el recurso de la esperanza. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Muy bella y propicia tu página para estos tiempos difíciles que vivimos. Yo también confío en que las personas ilustres que ahora miran, desde el balcón y en silencio, cómo se desmorona el país, levanten su voz el próximo año. Petro es hombre  malévolo, su mente está orientada al mal, al daño. Lo más extraño es que subsistan en el petrismo personas que uno creía medianamente cultas. Todos sentimos gran incertidumbre, pero estoy matriculada en la tarea de impedir que el país naufrague. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Mirar a Colombia

martes, 10 de septiembre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

La docente y académica boyacense Mercedes Medina de Pacheco, autora de más de 15 libros, acaba de publicar el titulado Colombia entre mi morral, con el sello de la Sociedad Geográfica de Colombia, entidad que le ha patrocinado tres obras más. Es una estudiosa de tiempo completo, que, dedicada en su biblioteca a escrutar diversos capítulos de la historia nacional a través de sus actos épicos, sus tesoros, mitos y leyendas, deja valiosos aportes en su carrera literaria.

Este libro contiene una ágil, amena y didáctica memoria sobre temas esenciales de la vida colombiana, en los que se repasan hechos dignificantes que van desde la enorme riqueza ecológica que ostenta el país –como la de sus ríos, mares, páramos y demás riquezas naturales– hasta la maravilla de su fauna, su floricultura, sus aves y otras especies vernáculas; desde el significado de los dioses y las culturas indígenas hasta el surgimiento de los próceres que forjaron la nacionalidad y crearon un país libre; desde la aparición de los primitivos sistemas de vida hasta el surgimiento de sus escritores y poetas.

Es un libro de lujo, en formato grande y con 241 páginas, en cuya portada aparece un joven que carga su morral y avanza entusiasta por un contorno desierto. Queda fácil entender que ese es el morral de la sabiduría, que la autora ofrece como símbolo de aprendizaje y guarda del conocimiento. Ahí está Colombia con sus horizontes abiertos y el esplendor de sus paisajes. Por estas páginas caminan 194 narraciones breves e instructivas.

La portada invita a conocer a Colombia. Y es que nos hemos olvidado de nuestro hermoso país, lleno de glorias y grandezas, que merece recuperarse en los turbulentos días actuales. Con el espíritu pedagógico que distingue a la escritora, ella nos lleva de la mano para que nos asomemos a nuestro propio territorio, entendamos nuestra idiosincrasia y descubramos los valores escondidos que la gente en general no sabe apreciar.

Abarca la obra pequeños y grandes episodios. Se leen hechos relevantes, lo mismo que sucesos curiosos y divertidos. Algunos, misteriosos y trágicos. Entre estos últimos está el del farol de las Nieves en Tunja. Cuando muy joven viví en esa ciudad –en los años 50 del siglo pasado–, oí muchas veces mencionar el célebre farol, pero nunca me preocupé por averiguar su historia. Lo imaginaba un caso folclórico. Ahora, en la obra que comento, conozco su exacta realidad.

Cuenta la escritora que en la penúltima parte del siglo XIX, su abuela materna, que era una niña y regresaba en horas nocturnas a su casa con sus padres y hermanos, en aquella Tunja penetrada por el frío y la soledad, vio junto con sus acompañantes una bola de luz que salía de un farol y recorría las calles que iban de la iglesia de las Nieves hasta la plaza principal.

Algún día alguien hizo excavar el muro de la casona lindante con la catedral y allí fueron hallados los despojos de una mujer joven que desde la época colonial permanecía con su traje de novia y que había sido emparedada por su prometido. Desde que los despojos tuvieron cristiana sepultura, no volvió a aparecer el farol de las Nieves. Y quedó la leyenda.

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El Quindiano, Armenia, 6-IX-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 8-IX-2024. Eje 21, Manizales, 15-IX-2024.

Comentarios

Muchas gracias por el generoso comentario sobre Colombia entre mi morral. Hago mención aquí al relato de El farol de las Nieves. Lo que cuenta la tradición tunjana no es que el novio haya matado a la novia.  Fue el padre de la novia quien la mató emparedándola viva, al encontrarla en la iglesia contrayendo matrimonio con un hombre que no aprobaba él. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

Respuesta. En efecto, fue el padre de la novia quien la mató el día de la boda, según tu relato. En Google encontré varias versiones de esta leyenda tunjana, no todas idénticas aunque sí muy parecidas. Este suceso escalofriante tiene toda la esencia con que los creadores del teatro griego (Esquilo, Sófocles y Eurípides) elaboraron sus obras trágicas. GPE

Qué curioso: yo también de niño escuché a los mayores hablar del farol de las Nieves, pero nunca le presté atención ni tuve interés en averiguar de qué se trataba. Hasta recibir tu artículo volví a recordar este tema y por supuesto, aprendí sobre el origen de la curiosa leyenda. Eduardo Lozano Torres, Tunja.

Muy merecido el reconocimiento que le haces a la obra de Mercedes Medina de Pacheco y hermoso el título de su obra. Colombia entre mi morral habla de caminar el país con una visión ambientalista, científica y amorosa. Hermosa y cruel la leyenda de la mujer vestida de novia y emparedada por su novio. Nuestros abuelos y muchos más de nuestros ancestros conversaban por las noches, alrededor del fuego, de espantos y luces misteriosas. Esperanza Jaramillo, Armenia.

No pudo ser más afortunado el título del libro Colombia entre mi morral. Estos relatos son toda una bitácora de páginas necesarias para el conocimiento de la historia y que cada colombiano debiera llevar, leer y aprender de ellas. Como siempre, fascinante la forma concreta, sencilla y elocuente como la autora cuenta cada uno de los temas que allí aparecen. Inés Blanco, Bogotá.

miércoles, 28 de agosto de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

En el año 2010 se fundó la Academia Boyacense de la Lengua, que está compuesta por 27 miembros activos y 12 honorarios. Su órgano de comunicación es la revista Polimnia, bautizada en honor de la musa griega de la poesía, la elocuencia, la danza y la agricultura. Así figura también en la mitología romana. Esto de ser la musa de la agricultura suena muy bien en la tierra boyacense, donde la labranza es uno de sus mayores emblemas.

La academia está presidida por Gilberto Ávila Monguí, y actúa como secretario Gilberto Abril Rojas, quien además es el director de Polimnia, excelente revista que cumple 35 ediciones con amplio e ilustrado contenido. Por ella desfila la cultura boyacense mediante la difusión de sus escritores, y representa un medio de consulta digno de guardarse en las bibliotecas.

El primer contacto que tuve con Gilberto Abril ocurrió en 1974, cuando yo residía en Armenia y él realizaba notable labor cultural en Tunja. Me llamó en busca de información sobre mi naciente carrera literaria, y dos años después salió publicado mi cuento El sapo burlón en el libro que tituló Cuentistas boyacenses contemporáneos –editado por el Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá–, al lado de figuras ya consagradas en las letras, como Próspero Morales Pradilla, Eduardo Mendoza Varela, Vicente Landínez Castro, Max López Guevara, Juan Castillo Muñoz, Plinio Apuleyo Mendoza, Fernando Soto Aparicio, Enrique Medina Flórez, Fanny Osorio… En total, 20 escritores. No olvido este honor.

Medio siglo después, me llega una antología de narradores oriundos de Tunja, recopilada por el mismo promotor en Cuentistas de la ciudad sumergida –que lleva el auspicio de la alcaldía local–, donde aparecen 21 trabajos de otros tantos escritores, como Carlos Nossa Monroy, Mercedes Medina de Pacheco, Juan Clímaco Hernández, Carmenza Olano Correa, Rafael H. Moreno Durán, Fernando Ayala Poveda, y el mismo Gilberto Abril (fuera de otros nombres incluidos en la nómina de 1976).

¿Por qué la ciudad sumergida? Fue este el título que el célebre poeta boyacense Jorge Rojas (1911-1995), fundador del grupo Piedra y Cielo y de Colcultura, dedicó a Tunja en 1939, con motivo del cuarto centenario de su fundación. Así le canta: Ciudad, entre mi pulso te sentía, / sumergida también, entre mis venas, / volando tus campanas de alegría. (…) Ciudad que entre mi sueño de azucenas, / ciudad que entre mi sangre transitoria / estás creciendo y mis espacios llenas / con la sangre que viene de tu gloria.

 Sobre Polimnia se dice que fue quien inventó la lira y la armonía. Este instrumento se convirtió con el discurrir del tiempo en el numen o inspiración de los poetas. Bajo este concepto, la revista Polimnia dedica parte de sus páginas a la publicación de la poesía regional. De esta manera, la academia interpreta y le da estímulo al alma sensible de los boyacenses que se expresa en poemas y así sabe ennoblecer la vida.

Boyacá es tierra de escritores y poetas. Esta es su esencia espiritual. Leyendo la revista académica, consagrada al rescate y preservación del idioma, del arte y el pensamiento, el lector se solaza con la serie de escritos recogidos en estas páginas instructivas y gratas.

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El Quindiano, Armenia, 23-VIII-2024.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 25-VIII-2024. El Muro, Bogotá, 25-VIII-2024.

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