La cultura del centavo
Por: Gustavo Páez Escobar
De acuerdo con el proyecto de ley presentado por el ministro de Hacienda, un automóvil que hoy vale veinte millones de pesos pasará a valer veinte mil pesos. Una casa de cincuenta millones de pesos se comprará por cincuenta mil pesos. Con ochocientos pesos, una familia de escasos recursos –donde tres de sus miembros ganen el salario mínimo– atenderá el costo de la canasta familiar. Un almuerzo popular se conseguirá por tres pesos y el boleto en Transmilenio, por ocho centavos.
¡Alto! Este arte de magia no cabe en Colombia, donde el poder adquisitivo de la moneda es cada vez más apabullante, y menos con gobierno tan alcabalero como el actual, que no halla qué más impuesto decretar. Esta fórmula de ilusionismo se desvanece al contemplar el mismo proyecto en el que el salario mínimo bajará de $260.000 a $260, y así todos los activos. Es decir, con una moneda tan desvalorizada como la nuestra, el ministro de las finanzas se ha armado de tijeras para quitar tres dígitos a los ingresos y los egresos, con lo cual quedaremos en el mismo estado precario de antes.
Sin embargo, de esta fórmula salen varias ventajas: 1) dejaremos de portar tantos billetes y monedas en los bolsillos, dinero que, por insignificante que sea, nos expone a un secuestro; 2) las calculadoras de ocho dígitos volverán a ser útiles; 3) aprenderemos a manejar decimales, ejercicio que ya no dominamos por culpa del tecnicismo; 4) los choferes de buses y taxis no se quedarán con las vueltas; 5) para no darle gusto al ministro con su acariciado tanto por mil (una de las prácticas más nocivas para el país por los perjuicios que causa a los bancos y al ahorro nacional), no llevaremos más plata al sistema bancario; 6) volveremos a consentir como antaño, cuando en verdad teníamos solidez económica, las monedas devaluadas que hoy no reciben ni los pordioseros.
Lo más importante del proyecto es regresar a la cultura del centavo. El envilecimiento actual de la moneda no permite sopesar los billetes de baja denominación. Y los de alta, como el de $50.000 que se anuncia, pierden eficacia en breve tiempo. Como el dinero vale tan poco —y prueba de ello son los tres ceros que pretende cercenar de un tajo el ministro—, lo botamos o lo derrochamos. Pero qué difícil conseguirlo en este país de desempleados e improductividad.
Los gringos sí aprecian el valor de su moneda. En Orlando, cuando paseaba yo en el automóvil de un amigo, observaba que él consultaba siempre el precio de la gasolina en diferentes estaciones y escogía la que le ofreciera tres o cuatro centavos menos. Esto mismo ocurría en las compras en los supermercados. Así, de centavo en centavo, mi amigo protegía su propio bolsillo y de paso me daba una regla elemental de economía hogareña.
Estados Unidos tiene una economía fuerte porque ha enseñado a manejar los centavos, que allí sí valen. No como en Colombia, donde se vuelven ripio. No ignoran los norteamericanos que los centavos son los que hacen los capitales, y por eso, los cuidan. Eso mismo ocurre en los países adelantados del mundo.
Si la fórmula de comprar por veinte mil pesos el carro de los veinte millones fuera cierta, habríamos encontrado el tesoro de Alí Baba. Pero no: como se trata de simple ficción, seguiremos tan pobres como antes. Lo ideal es buscar las herramientas para poner a producir al país y repartir con justicia los bienes sociales. Ojalá de este proyecto saliera una enseñanza: la de volver al sentido e la sensatez y el equilibrio monetario.
El Espectador, Bogotá, 1-XII-2000.