Destino del poema
Por: Gustavo Páez Escobar
(Contraportada del poemario El tiempo y la clepsidra)
En la poesía de Inés Blanco prevalece el amor como el cemento espiritual que le da consistencia a su obra. Como el amor todo lo ilumina –incluso las sombras de la muerte–, la escritora ha comprendido que sin esa lámpara mágica es imposible hallar la emoción que exige el arte poético. Es imposible que haya vida, ilusión y encanto, si no hay amor. Y eso es la poesía: la magia de los sentidos, la medicina del alma. No puede haber poeta grande sin nervio para la emoción, sin capacidad de asombro.
Sus tres libros publicados –Paso a paso, Piel de luna y El tiempo y la clepsidra– son un canto a la vida, a la naturaleza, al hombre. Cuando se va por los caminos de la infancia, surgen diáfanas y emotivas las sorpresas del ser deslumbrado ante los prodigios del sol naciente de la existencia, y el alma se llena de arrobo. Es entonces cuando «con la paz de Dios entre los dedos, aviva el fuego, atiza la memoria», y surge la mujer.
Luego llegará el tiempo de la adolescencia; y con ella, del deseo y la esperanza. Brotará la mujer sensitiva, la del beso ardiente y el cuerpo palpitante. Aquí el canto dirá sus secretos más íntimos, y despuntará la aurora. Estos poemas de Inés Blanco, imbuidos de alegrías y nostalgias, son cristalinos como el agua de la montaña y burbujeantes como suspiros del alma. Cuando le canta al dolor y la tristeza, al olvido y la ausencia, a la soledad y el silencio, siempre se encuentra con ella misma para dialogar con su alma enamorada.
El mundo entero cabe en estas páginas, porque por ellas corre la vida. Esta penetración en el recuerdo es igual para todos. Pero sólo la poesía logra embellecer los sentimientos.
Bogotá, 5-XI-1998.