El poeta de Aguasabrosa
Por: Gustavo Páez Escobar
Aguasabrosa, el refugio campestre de Óscar Echeverri Mejía en el Valle del Cauca, se ha vuelto un apelativo necesario de su personalidad. Cuando se dice Aguasabrosa, sus amigos sabemos que en esa palabra va oculta la vida íntima del poeta. En ese predio pasa sus serenas horas del ocaso entregado al placer de leer y escribir.
Así como no puede haber Juan Ramón sin su Platero, ni García Márquez sin su Macondo, ni Cervantes sin su Quijote, ni Caballero Calderón sin su Tipacoque, no puede concebirse a Echeverri Mejía sin su Aguasabrosa. Ahora que el poeta llega a la cumbre de sus 80 años, no se sabe a quién festejar más: si a él o a su tierra sentimental. Óscar, que bautizó la parcela con significado de embrujo y sosiego, de mar y oleaje, de evocación y distancia, convirtió la tierra en su álter ego.
Nació en Ibagué, pero de tres meses fue trasladado a Pereira, ciudad a la que considera su verdadera patria chica. Allí le surgió su vocación de poeta. En 1942, cuando contaba 24 años de edad, publicó su primera obra, Destino de la voz. El nombre del libro es como el anuncio de su vínculo eterno con la poesía, irrompible como todo matrimonio de la sangre.
Y se dedicó a escribir versos, con amor y pasión. Ambos sentimientos van unidos cuando el alma habla el lenguaje de las emociones. Al paso del tiempo brotaron de su pluma libros y más libros, como cosechas en perenne floración. Hoy van más de 20 obras publicadas. Varias de ellas reposan en mi biblioteca, y las leo de tarde en tarde (eso es la poesía: un deleite pausado) cuando quiero activar las fibras del corazón. Cuando quiero comunicarme con el amigo distante en sus silencios de Aguasabrosa.
Descansa ahora de sus travesías por el mundo en la placidez de su edén tropical. Visitó muchos países y asimiló diversas culturas, lo que le permitió entender mejor al hombre. Esta visión itinerante le dio a su poesía resonancia universal. En España, donde como diplomático y soñador se detuvo durante una fructífera temporada, dejó honda huella. Tanta, que Severino Cardeñoso Álvarez, escritor y periodista de aquel país, recogió los pasos del colombiano en maravilloso libro antológico (de 400 páginas) publicado hace dos años.
Hoy, cuando Óscar llega a la cima espléndida de los 80 años, mira hacia atrás y encuentra que la vida ha sido para él y los suyos una parábola grata. Su destino de poeta está cumplido, pero todavía le faltan muchas cosas por tejer en los hilos del sueño. Su alma está joven, y esto le garantiza muchas travesías más. Si dejara de hacer poesía, entonces sí le entrarían los años de la inercia, peores que la muerte.
Celebremos, en el ámbito de Aguasabrosa, este magno suceso de la poesía colombiana. Cuando el bardo recibe el tributo de su propia producción, se ennoblece el sentido de ser poeta.
La Crónica del Quindío, Armenia, 3!-III-1998.
El Diario del Otún, 2-IV-1998.
Occidente, Cali, IV-1998.