Feliz año, pantallistas
Por: Gustavo Páez Escobar
En estos días iniciales del año, de pereza y meditación, me ha dado por revolver papeles como una manera de repasar el tiempo. Es un inventario de la mente, muy útil para el escritor. Han salido los recortes de periódico como testimonio justificador de la vida productiva y también como reto para la nueva jornada. Al detenerme sobre algunos errores, cometidos por mis ágiles y queridas pantallistas, me he acordado de ellas para desearles feliz año.
Es verdad que en ocasiones el cambio de palabras, la supresión de signos ortográficos o la mutilación de la frase le duelen al escritor en lo más íntimo del alma, pero la comprensión del buen lector salva cualquier trance.
Si escribir de afán, como tiene que hacerlo este columnista apresurado, explica sus propias ligerezas, copiar de carrera, como lo hacen las supersónicas pantallistas del periódico, las absuelve de muchos deslices. En el nuevo año vamos a procurar todos, escribidores y pantallistas, cometer el mínimo de equivocaciones. Y cuidado con cambiarme la palabreja. Ya el corrector del periódico, que a veces no se ve, estará pensando cuál es la diferencia entre escritor y escribidor. Pues vaya al diccionario y verá que el escribidor es el mal escritor.
A propósito de la similitud de las palabras, alguien me preguntaba en estos días que si los habitantes de Monguí eran tan cumplidos con sus compromisos por qué habían tenido que ser embargadas hasta la tapias de sus residencias. Yo, como buen boyacense, me extrañé de la pregunta. Y es que en Boyacá los compromisos son de oro. “Lea su propio artículo», me dijo el amigo. En efecto, hablaba mi nota de las tapias “embargadas”. Pero yo me había referido a las tapias “embardadas”. El amigo quedó satisfecho con la explicación. Yo, en cambio, extrañado con la veloz pantallista que puso en duda la honorabilidad boyacense. Rectificar es malo, y no sé cómo irán ahora a quedar las cosas.
Y ya que se trata de errores, hace poco apareció en el periódico una frase de mi autoría que hablaba de los tres “jugadores” del concurso de periodismo. Uno de los concursantes puso en duda, como la pantallista con la corrección del boyacense, nuestra seriedad para juzgar el periodismo de Manizales. Al fin logré convencerlo de que no se trataba de «jugadores» sino de «jurados.»
Un ciudadano de Armenia me pidió que le explicara cuáles eran los moldes “preciosos” que necesita la ciudad, si existe tanta escasez de dinero para poder subsistir. Salí del afán cuando comprobé que la “o» mal metida hace variar el sentido de la frase. Insisto en que Armenia necesita moldes “precisos”, o sea, dirección estable y bien proyectada. La preciosidad es otra cosa.
La pantallista, que juega contra el tiempo, no puede evitar que sus ojos y su intelecto se fatiguen. A veces escribe puño por pañuelo, carne por cauce, despiadado por desprevenido, el fibroma por la fibroma, frase por farsa, desprención por desprevención, y forma verdaderas confusiones. No es que me esté desquitando de ustedes, queridas pantallistas, sino demostrando a los lectores que es humano equivocarse. Por fortuna, el lector avisado pone todo en su sitio.
Hay diferentes clases de pantallistas. Unas son precisas, y también preciosas. Otras se meten en el pensamiento del columnista y le distorsionan su intención. Hay una experta en ahorrar guiones. Al llegar el lector al final del renglón no sabe si la palabra termina ahí o sigue su camino.
A todas les deseo feliz año. Y las pongo como ejemplo de paciencia, ya que eso de estar manejando distintos estilos, o sea, atendiendo a varios señores a la vez, es algo agobiante. Pero vamos entre todos a hacer un periódico más preciso. Así lo haremos también más precioso.
La Patria, Manizales, 13-I-1981.