Eduardo Arias Suárez
La vigencia de un escritor olvidado
Por: Gustavo Páez Escobar
Nació en Armenia el 5 de febrero de 1897 y murió en Cali el 19 de octubre de 1958. El tiempo, destructor o protector de famas, ha demostrado en el caso de Eduardo Arias Suárez que su obra literaria resiste el rigor de los años, porque se escribió con suficiente aliento para traspasar los límites de la caducidad y de la gloria efímera.
Las nuevas generaciones, empero, no conocen a Eduardo Arias Suárez. No lo conocen por no estudiarlo. Y es que las humanidades perdieron enjundia y hoy se va por las ramas, sin demasiados afanes, buscando más lo novedoso que lo estructural. Hasta personas de otros calendarios y otra formación, que se suponen cultas, van desentendiéndose de nuestros literatos. Habrá que recordarles que este creador fantástico, acaso el mejor cuentista de Colombia y de Hispanoamérica, se quedó en el tiempo como intérprete de las costumbres y los sentimientos del hombre.
Las telarañas del olvido
Los pueblos se olvidan de sus humanistas. Es signo característico de la naturaleza humana. Nada nuevo, por consiguiente, se descubre cuando las juventudes actuales, movidas más por las fantasías de lo superfluo y, por eso, cada vez menos interesadas en los valores del espíritu, ignoran el acervo de nuestra idiosincrasia.
Y no se piense que la literatura de Arias Suárez está dirigida a un círculo reducido. Es, por el contrario, escritor para todos los públicos, de fácil y agradable erudición. Digamos, más bien, que hoy los jóvenes no leen ni disciplinan la inteligencia, enredados en las sutilezas de un mundo ligero. Mas la literatura, don inapreciable que se transmite de generación en generación, jamás se detendrá.
Es preciso rescatar de entre las telarañas del olvido los nombres de quienes fueron superiores al destino fugaz. Arias Suárez, mente inquieta, descubrió la versatilidad del hombre y escribió en grande para que se le escuchara en todos los tiempos. Su obra, ausente de las librerías, debe llegar a las juventudes de este mundo contemporáneo tan necesitado de guías formativas.
Marco estrecho
Si bien Arias Suárez sobresale con luz propia, es necesario que se le conozca con mayor profundidad para que no sea personaje inmóvil. Conforme en su Armenia nativa ningún colegio, ninguna avenida o parque llevan su nombre, es lícito reclamar a los críticos del país su omisión o su demora en ocuparse con mayor interés de este valor representativo de la literatura colombiana. Los prototipos de las letras deben fijar un sitial permanente en la conciencia de los pueblos para que sean orientadores y no simples fichas de antología, apergaminadas e inexpresivas.
La nación está en deuda con Arias Suárez. Podemos salimos del marco estrecho de quienes no estudian a los humanistas, para llegar al propio corazón del país y decirle que está en mora de difundir en las épocas actuales la personalidad de quien hizo brillar el nombre de Colombia más allá de los mares. Su primer libro, Cuentos espirituales, vio la luz en París gracias al empeño del doctor Eduardo Santos, convencido de las calidades literarias del oculto odontólogo de provincia que un día, deseoso de mundo y de experiencias, se fue en pos de otras culturas. Allí volvió famoso el seudónimo de Constantino Pla y es posible que muchas de sus producciones se encuentren perdidas en revistas y periódicos europeos. Sus cuentos –el género en el que más se distinguió– están traducidos al ruso, portugués, francés, inglés e italiano. Como ironía, esos mismos cuentos desaparecieron de la circulación en nuestro país.
Caudalosa sensibilidad
Su mérito en el cuento reside en la fuerza interior de sus personajes. Fue ante todo un explorador de lo sicológico, que se valía de figuras tan características del pueblo como la solterona, el peluquero, el billarista, la comadrona o el maestro de escuela para tratar los problemas sociales. Dueño de grandes recursos estilísticos, supo llegar a la gente sin complicaciones ni mentiras, y en cada producción ponía algo de su caudalosa sensibilidad y encontraba salidas espontáneas a su emotividad en pasajes tan maravillosos como Guardián y yo –su mejor cuento– o La balada de ensueño, soneto que le hizo ganar en Bogotá la Violeta de Oro en los Juegos Florales de 1936, al lado de Andrés Holguín, el otro galardonado.
Su obra literaria permanece no sólo oculta, sino además inédita en gran parte. Aprendió a traducir los temas sociales a lo Balzac, y sin embargo, las nuevas épocas no se han preocupado por recoger su pensamiento. Hoy sus libros no se consiguen porque no volvió a editársele. No es de extrañar, entonces, que las juventudes vivan distantes de él.
El periodista
A la par que en el cuento, la novela y la poesía, también cosechó triunfos en el periodismo. Fundó y dirigió en Armenia El Pequeño Liberal y El Quindío, periódicos de tenaz empeño provincial. Fue colaborador de El Gráfico y El Tiempo entre 1921 y 1923, y más tarde corresponsal de este último en España, Francia e Italia. En el Carabobeño de Venezuela tuvo participación activa, y la ciudad de Valencia de aquel país le otorgó el título de presidente del Colegio de Odontólogos.
Quienes lo trataron comentan su permanente afán de cultura que lo mantenía en pugna con su profesión de odontólogo, no siempre generosa para depararle una subsistencia reposada. Es la eterna lucha del cerebro superior que trata de no depender de lo material, por lo general infructuosamente y con serios choques sobre la personalidad.
Alma sentimental
Pocas figuras de las letras tan polifacéticas y extrañas como la suya. Hablan sus biógrafos de un ser enigmático. Ensimismado en su mundo interior, mundo inquieto y a veces atormentado, no era persona fácil para el trato corriente y solo las personas de su confianza conseguían disfrutarlo. Situado, sin duda, frente al planeta conflictivo que él pretendía reformar con su pluma, lo asaltaban los diablos de su inteligencia para producirle desazón espiritual. No todos, por eso, lograban penetrar al maravilloso universo que escondía su alma sentimental, capaz de volcarse en relatos de tanta emoción como el de La vaca sarda. Su hija Rosario se conmueve hoy recordando al padre romántico que le enseñó a dialogar con la luna.
Este, a grandes rasgos, es Eduardo Arias Juárez. Su obra es patrimonio nacional. Fue escritor que le huía a lo efímero para merecer la inmortalidad.
Cuando el Comité de Cafeteros del Quindío, entidad vigilante de la cultura regional, acomete la empresa de rescatar sus escritos, hay que repetir que la literatura no se detiene. Sale en defensa del talento quindiano esta institución representativa, no dispuesta a permitir que se dilapide un patrimonio común.
Obras inéditas
La novela inédita Bajo la luna negra, prologada por Baldomero Sanín Cano, se convertirá en suceso editorial del país gracias al interés del Comité de Cafeteros del Quindío, que entiende su compromiso con los escritores de la comarca. Al propio tiempo aparecerá una selección de los mejores cuentos –la mayoría inéditos, y vaya uno a saber por qué– de este viajero pertinaz por los caminos del mundo que regresa ahora a su comarca, 21 años después de muerto, con la cosecha de su inteligencia. Con todo esto confirmamos que el escritor no muere.
La obra de Eduardo Arias Suárez, oculta pero no perdida, verá la luz que a veces se le niega a la cultura cuando no hay sensibilidad para apreciar la estética, y que como paradoja es la única luz que redime al hombre de su angustia espiritual.
El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 17-VI-1979.
La Patria, Revista Dominical, Manizales, 17-VI-1979.
Revista Manizales, No. 669, febrero de 1997.
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Misiva:
Conocidos los resultados de la conversación sostenida por el doctor Tirado con la familia Arias y teniendo en cuenta tus experiencias como hombre de letras y autor de varias obras de indudable valor literario, el Comité quiere abusar de tu amistad pidiéndote el favor de que seas tú quien dirija la edición de las obras de Eduardo Arias Suárez.
Hernán Palacio Jaramillo, presidente del Comité de Cafeteros del Quindío.