¡Buena suerte, Risaralda!
Por: Gustavo Páez Escobar
«Al Risaralda no lo maneja ni el diablo», es la gráfica expresión con que el nuevo gobernador, doctor Mario Delgado Echeverri, describe el estado caótico de su departamento, y renuncia antes de posesionarse. «Por favor, déjenme gobernar», había pedido cuarenta días atrás María Isabel Mejía Marulanda en su discurso de posesión. Dos horas después de pronunciada esta frase, sus coterráneos, lejos de entender el llamado con que una decidida mujer convocaba la sensatez de su pueblo, le propinaban el primer rechazo por parte de un grupo o subgrupo que no había recibido la esperada cuota burocrática.
Es el de doña María Isabel un efímero gobierno, casi tan caduco como un reinado de belleza. Su antecesor, José Jaramillo Botero, fue más resistente, pues duró dos meses. Y antes que él, Dora Luz Campo de Botero no alcanzó siquiera a posesionarse, castigada por lo que se conoció como el baculazo pastoral, hecho que provocó una ola de ingrata espectacularidad.
Recuérdase la polvareda que se levantó en torno al matrimonio civil, tema que es hoy de actualidad pero que en aquella ocasión se mostró tan candente que frustró las aspiraciones de servicio de esta valerosa mujer que parecía destinada a reconciliar las ambiciones políticas, haciendo olvidar de momento los resquemores y los caciquismos. Pero, de haber aceptado, no queda difícil predecir que la hubieran tumbado a la semana siguiente.
Son cinco los gobernadores en lo que va corrido del año, incluyendo a los dos que renunciaron antes de llegar al despacho y que no tienen, por lo mismo, que dolerse hoy del sinsabor del servicio público en una parcela condenada por las pasiones partidistas al ostracismo. Y el año no ha concluido.
Resulta deplorable que siendo el Risaralda una de las regiones de mayor pujanza y que está llamada a ocupar puesto destacado en el futuro del país, no logre superar el estado de crisis permanente en que vive desde tiempo atrás. Es un departamento que merece mejores destinos, por muchas circunstancias, como la feracidad de sus suelos, su privilegiada posición geográfica, la laboriosidad de sus gentes, su empuje industrial, para citar apenas algunos de sus rasgos genéricos. Pero en mala hora la voracidad política lo tiene frenado.
Con ocho años de independencia administrativa, lleva dieciséis gobernadores. O sea que el término promedio para un gobernador en el Risaralda es de seis meses. Plazo tan breve, que es mejor no posesionarse, como en su caletre lo debió calcular Mario Delgado Echeverri, cuya renuncia, por lo instantánea, parece sintomática del desarreglo existente. Ha sido el mandato más corto, renunciado como respuesta fulminante que no debía hacerse esperar.
Lástima grande que personeros tan prestantes deban excluirse del servicio a su tierra, solo por ser esta pródiga para los conflictos políticos. No es lógico, por decir lo menos, que se continúe privando a Risaralda de las luces de sus buenos hijos en esta rebatiña politiquera. María Isabel Mejía Marulanda, mujer inteligente y con formidable voluntad de acertar, se sacrifica ante la intemperancia de sus paisanos que desoyeron sus intenciones.
Risaralda está en crisis. Crisis de su clase dirigente, o por «lo alto», como deben pensar los de abajo, que solo desean trabajar. No puede hablarse de determinado partido, porque tanto liberales como conservadores, anapistas como comunistas, parecen puestos de acuerdo para volver imposible cualquier administración. Nadie se muestra dispuesto a ceder, así haya que sacrificar gobernadores.
Urge, antes que cualquier programa de gobierno, mayor civilización política, si se quiere en realidad que esta importante región no se anquilose entre los arrebatos de ambiciones personalistas.
Ojalá se rectifique pronto el criterio de que «al Risaralda no lo maneja ni el diablo», y su clase dirigente demuestre lo contrario. Al desearle, desde la vecindad, una mejoría a la comarca amiga, estamos al mismo tiempo expresándole a su pueblo, con simpatía y sinceridad: ¡Buena suerte, Risaralda!
El Espectador, Bogotá, 6-XI-1975.
La Patria, Manizales, 21-XI-1975.