Las magias del Parque del Café
Por: Gustavo Páez Escobar
En 1982, en un recorrido por las carreteras del Valle del Cauca, el ingeniero agrónomo Diego Arango Mora, acompañado de su esposa y sus hijos, se detuvo en la hacienda Piedechinche para admirar el renombrado Museo de la Caña de Azúcar. Fue en ese momento cuando le surgió la idea de construir el Museo del Café. Era miembro del Comité de Cafeteros del Quindío, y en la sesión siguiente expuso el plan y recibió el respaldo de la junta directiva.
Si la caña de azúcar –se dijo– exalta de ese modo su proceso histórico y cultural, ¿por qué no hacer lo mismo con la industria del café? Ni corto ni perezoso, se dedicó con el mayor empeño a elaborar un programa sólido, que fue llevado a estudio del presidente de la Federación Nacional de Cafeteros, Jorge Cárdenas Gutiérrez, quien brindó todo su apoyo. La propuesta salió victoriosa en el congreso de la entidad efectuado en noviembre de 1982.
La obra se inició en diez hectáreas, y con el tiempo abarcaría un terreno mucho más extenso. El 24 de febrero de 1995 abría sus puertas al público. El Quindío todo, con sus hechos históricos, el desarrollo de sus pueblos, la amabilidad de su gente, sus mitos y leyendas, y siempre bajo el aroma de una taza de café, quedó representado en este mapa alegórico. Símbolos autóctonos como la plaza de Bolívar de Armenia, la estación de tren de Montenegro, la locomotora, el Willys legendario, las fachadas de 15 casas que forman el patrimonio de la colonización han sido trasplantados con increíble exactitud.
El Parque del Café es obra de magia. Por doquier irrumpen el teleférico, la montaña rusa, el tren romántico, el encantado lago de las fábulas movido por la inspiración de Rafael Pombo. El visitante se sorprende con las figuras folclóricas de la comarca, que, lejos de atemorizarlo, lo entretienen como si se pusieran de fiesta: el Mohán, la Llorona, la Madremonte, el Duende, la Patasola… Y todo va brotando entre los plantíos de orquídeas, heliconias y helechos, bellezas espontáneas de la campiña quindiana.
El cansancio se mitiga entre las numerosas tiendas que aparecen a lo largo del recorrido, colmadas de viandas y productos típicos. Ningún otro parque del país ofrece tanta diversidad de emociones, confort y fantasías. Estos ingredientes fueron como imanes que atrajeron la lujosa hotelería llegada a la región, y que junto a los hospedajes campestres evidencian el milagro de la recuperación tras el derrumbe causado por el terremoto de 1999, que dejó 1.185 muertos, 731 desaparecidos, 3.096 heridos y 120.000 viviendas afectadas.
El Parque del Café, que también sufrió los estragos del terremoto, hoy es no solo un sitio de belleza y distracción, sino el motor que hizo resurgir la economía quindiana, que había llegado a los peores niveles de postración. Detrás de él está la figura de este líder prodigioso que se llama Diego Arango Mora. Persona discreta, laboriosa y visionaria, la región está en deuda con él. Es merecedor, por supuesto, del Cordón de los Fundadores.
Viene a propósito la frase que Diego anota al comienzo del libro en el que cuenta esta historia fabulosa (editorial Manigraf, 2022): “Sólo los sueños forjan ideas, y éstas, proyectos. Si de incontables sueños uno solo se vuelve realidad, ya debes sentirte triunfador”.
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Eje 21, Manizales, 22-III-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 24-III-2024.
Comentarios
Qué emocionante leer tu columna sobre el Parque del Café, proyecto al que le consagré la mayor parte de mi vida. Este tipo de reconocimientos son un gran bálsamo para el alma. No sabes cuánto aprecio lo que allí has dejado consignado. Diego Arango Mora, Armenia.
Desconocía la historia de cómo surgió el Parque del Café. Estos proyectos necesitan siempre de mentes emprendedoras y visionarias como la de Diego Arango Mora. Felicitaciones para él. Estuvimos en el Parque hace dos años y pudimos apreciar todo lo que describes en tu agradable nota. Además, paseamos por varias poblaciones de la zona cafetera. Disfrutamos de los hermosos paisajes y de la variada gastronomía. Fue una experiencia maravillosa. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.