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Archivo para marzo, 2024

El bicentenario de la muerte de Antonio Nariño

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Amables lectores:

El Tiempo registró el 13 de este mes, en su espacio Hace 100 años, la nota publicada sobre la muerte de Antonio Nariño y dijo que había nacido en Villa de Leiva. Con tal motivo me dirigí al director del periódico aclarándole que el verdadero sitio de su nacimiento es Bogotá. En la edición de hoy, y en la misma sección, el periódico rectifica este lapsus. Transcribo el correo que dirigí al director del diario, donde no solo hago dicha rectificación, sino que comento las circunstancias del deceso y resalto la importancia del Precursor en la gesta libertadora:

Este 13 de diciembre se cumplieron 200 años de la muerte del Precursor Antonio Nariño. El Tiempo, en el espacio Hace 100 años, recuerda el primer centenario de su muerte y dice que el prócer nació en Villa de Leiva. En realidad, nació en Bogotá. Y murió en Villa de Leiva, aquejado por bárbaros sufrimientos, tanto físicos como morales. Padeció cárceles, injurias, calumnias, crueldades, constante persecución. Fue un eterno prisionero. Ni siquiera Bolívar sufrió tanto como él. A Villa de Leiva fue a buscar salud, y murió al poco tiempo. Pero la Historia, que es la mayor fuente de la verdad, se encargó de rehabilitar su nombre y consagrarlo como uno de los grandes líderes de la Independencia.

Gustavo Páez Escobar

Miembro de la Academia Patriótica Antonio Nariño

16-XII-2023

Categories: Historia, Líderes Tags: ,

La ciudad fantasma

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 30 años, el 3 de diciembre de 1993 –un día después de cumplir 44 años de edad–, Pablo Escobar caía abatido en el tejado de una sencilla casa donde se refugiaba en el barrio Los Olivos de Medellín. Desde 17 meses atrás, cuando se voló de la lujosa cárcel llamada La Catedral, lo perseguía el Bloque de Búsqueda formado por miembros de la Policía Nacional, el Ejército Nacional y las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos.

Según la revista Forbes, se calculaba su fortuna en 8 mil millones de dólares, constituida por dinero, edificios, fincas y más de 500 inmuebles. Con la dinamita derribaba edificios, aviones, centros comerciales, sedes periodísticas, y con su ímpetu salvaje arremetía contra las autoridades, las instituciones y quienes pretendieran obstaculizarlo. Era uno de los hombres más ricos del mundo, y el más buscado a comienzos de los años 90.

Estuve en Medellín a finales de 1990, es decir, 3 años antes de su muerte, en una labor bancaria que duró 2 meses. Me correspondió, por lo tanto, conocer y vivir la época más tenebrosa del pánico que mantenía paralizada la ciudad y horrorizados a los habitantes. Medellín parecía un fantasma. A las 6 de la tarde la gente corría a sus hogares, y la urbe quedaba desierta, como si se tratara de un inmenso cementerio.

Quien se expusiera al azar de las calles corría el riesgo de morir bajo el fragor de las balas. Pablo Escobar ofrecía 1 millón de pesos por policía muerto. ¿Cuántos policías murieron en esa operación? Se habla de 657 entre los años 89 y 93. Lo que sucedía en Medellín se extendió al país entero al decretar el capo la guerra total contra el Estado. Imposible suponer ese grado de insania en una persona. Pero él no era un ser humano, sino un monstruo. A Hitler le heredó el instinto aniquilador.

En una alcaldía municipal descubrí el libro También fui Espectador, y supe por el funcionario que Escobar lo había enviado a los alcaldes con la intención de desacreditar a la familia Cano Isaza. El autor del libro, José Yepes Lema, había salido resentido con El Espectador tras prestar allí varios años de servicio, y elaboró la obra para difamar a sus antiguos patronos. Texto tergiversado e injusto que le cayó de perlas al facineroso para darle impulso a ese sucio memorial de agravios dirigido contra quienes lo atacaban desde el periódico.

Con su muerte, Colombia volvió a respirar. Fue el mayor asesino del país, autor de 5.000 homicidios y de la peor época de terror y sevicia. Hasta tal punto llegó su saña diabólica, que grandes figuras de la vida nacional, como Rodrigo Lara, Luis Carlos Galán, Guillermo Cano, Carlos Mauro Hoyos, Enrique Low Murtra, no se escaparon a su maldad y sed de venganza. Había nacido con el odio en el alma. Y murió como un ser rastrero que huía de casa en casa, cual otro fantasma, con 20 kilos de sobrepeso, en busca de un escondite que no encontró. Con el tiempo, su fortuna se esfumó.

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Eje 21, Manizales, 14-XII-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 17-XII-2023.

Comentarios

Este es un escrito para la memoria histórica de los colombianos. Quienes vivimos ese horror agradecemos a nuestras Fuerzas Armadas el permitir respirar otros aires después de que el “imperio” de Pablo Escobar cayó. Eran tiempos donde cualquier ruido atemorizaba, y ver morir injustamente tantas personas afligía el alma. A eso no podemos volver: el país derramó mucha sangre y hoy, en esos 30 años recorridos, entendemos que el mal se puede apoderar de todos y que somos más los buenos que queremos para Colombia tiempos de paz. Nuestro bello país se lo merece. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Ingratos recuerdos de esa funesta época. No se explica uno cómo puede existir un ser humano con esa mente tan perversa. También por funciones de mi trabajo me tocó viajar a Medellín varias veces por esos años previos a la muerte del criminal y pude comprobar la soledad que se vivía después de las seis de la tarde. Era impresionante. Ojalá no volvamos a tener un monstruo de esos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Leí el artículo sobre la ciudad fantasma y recordé esos terribles años que nos tocó vivir. Los colombianos no debemos nunca olvidar el terrible daño que le ha hecho el narcotráfico a nuestro país. Eduardo Archila Rivera, Bogotá.

El azote del suicidio

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Se calcula que en el mundo se suicidan cada año más de 700.000 personas. En Colombia, el número entre enero y julio de 2023 fue de 1.810, lo cual representa un aumento del 16 % frente al mismo periodo de 2022. En el Quindío, los muertos llegaron a 39 entre enero y julio, frente a 42 de todo el año anterior.

Se trata de una calamidad pública que, lejos de disminuir, se incrementa año por año. Esto ya lo he tratado en otras ocasiones, y cuando me detengo en las cifras, me estremece la dramática realidad. En el Quindío, nada ha variado en medio siglo. Este medio siglo es el que queda atrás desde mi estadía en la región, periodo en el que presencié desgarradoras escenas que dejé reflejadas en una de mis novelas.

Como lector constante de los periódicos de Armenia, encuentro repetidas noticias que dan cuenta no solo del percance de gente mayor que atenta contra su vida, sino de menores de edad que adoptan la fatal determinación movidos, sobre todo, por la depresión. Tal el caso de una niña de 14 años que, al no soportar el fallecimiento de su madre, que se había lanzado al río Otún en Risaralda, acabó con su existencia en un barrio de Armenia.

Habría que pensar que en el ámbito hogareño de esta niña pesaban otras circunstancias graves, y el suicidio de la madre fue la causa que desencadenó la tragedia. Los motivos que llevan al suicidio son múltiples, y cada situación, por sencilla que parezca, puede obnubilar la mente y provocar el desenlace insalvable.

La frustración, el aislamiento, la tristeza, el desempleo, el hambre, la decepción amorosa, la falta de afecto de los padres o hermanos, la enfermedad, y hasta un defecto físico, son factores concomitantes que nadie puede ignorar y a los que no se les presta el cuidado necesario. Los métodos que se emplean son diversos, y todos macabros: tirarse desde un puente o un edificio, consumir una sustancia letal, dispararse un arma…

Hablamos de los casos sucedidos en Colombia, que son los que se publican en la prensa o se comentan entre los familiares, pero no de los intentos de suicidio, que según cifras oficiales llegan a 30.000. En este guarismo aterrador se esconden quienes mañana, de todas maneras, llevarán a cabo su decisión, la que seguía latente en su intimidad como una tara invencible. Nadie está exento de esta adversidad. Es bueno saber que el 40 % de los colombianos ha sufrido algún trastorno mental en su vida.

Cada suicida queda gravitando en las familias como un lamento, o un castigo, y pasa a las generaciones siguientes como una mancha que nunca se borra. Ante este panorama sombrío, triste es admitir que la salud del espíritu no tiene la atención que requiere. En el momento actual, mientras el Gobierno pierde el tiempo en discusiones bizantinas, busca destruir el sistema de la salud con el socorrido argumento de que implantará otro superior. Esta actitud es tan falaz como demagógica.

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Eje 21, Armenia, 29-XI-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 3-XII-2023.

Comentarios

A mí también me ha llamado siempre la atención este fatídico hecho de quitarse la vida. Cuando ocurren suicidas de personas reconocidas mundialmente, encuentro un común denominador: son ateas. Creo que el estar lejos de Dios agudiza la enfermedad del alma y de la mente e impulsa a tomar este tipo de decisiones fatales. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Lamentablemente es la realidad que vivimos. Circasia es el municipio quindiano donde a diario suceden más tragedias que enlutan a las familias. Es triste que esta realidad no se afronte desde los colegios. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

La salud del Presidente

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

 Ya se ha perdido la cuenta de las veces que el presidente Petro ha dejado de asistir a actos agendados. Esto nunca había ocurrido con ningún otro presidente. El hecho se ha repetido una y otra vez, incluso en ocasiones solemnes. Al respecto, el Palacio de Nariño, cuando no el propio mandatario, han dado explicaciones que se apartan de la lógica.

Frente a esta situación reiterativa –e irrespetuosa de los cánones establecidos–, el país piensa que Petro no está en sus cabales. No es aceptable que él desprecie de esta manera la dignidad de las personas y de las instituciones. Y creció el rumor de que padece alguna enfermedad incontrolable. María Jimena Duzán puso el dedo en la llaga al sugerirle que si tenía alguna adicción, como los hechos parecían indicarlo, “debería sincerarse, primero con usted mismo, y luego con el país que lo eligió”.

Y agregó: “Los adictos, sin darse cuenta, crean un mundo mitomaniaco que niega su condición, que los obliga a mentir y que les hace mantener un patrón de conducta en el que aparecen los retrasos, las desapariciones repentinas y en el que la persona asume un comportamiento errático”. Por toda respuesta, él manifestó: “La única adicción que tengo es al café por las mañanas”. Esto suena a evasiva. Y tiene tono arrogante.

La salud del Presidente es un asunto de interés público. De ella depende el buen manejo del Estado. En la historia del país existen varios casos notables que vale la pena recordar. Manuel Antonio Sanclemente, el mandatario de mayor edad en la historia colombiana –84 años–, y que tenía contextura frágil y enfermiza, gobernó –si esto es gobernar– entre 1898 y 1900. Lo apoyaba Miguel Antonio Caro, que estaba interesado en que más tarde asumiera el mando el vicepresidente José Manuel Marroquín. El presidente titular no pudo asistir al acto de su posesión por motivos de salud, y después gobernó desde Villeta por el mismo motivo. Y fue derrocado por su vicepresidente.

Laureano Gómez fue elegido presidente para el periodo 1950-1954, pero solo gobernó entre 1950 y 1951, pues llegó con salud deteriorada tras ardua lucha política, lo que le ocasionó un síncope cardiaco, o un derrame cerebral (no hay seguridad al respecto). En su reemplazo se desempeñó el designado Roberto Urdaneta Arbeláez. Y vino el 13 de junio, cuando Gómez se reintegró al poder, pero el general Rojas Pinilla lo depuso mediante un golpe de Estado.

El presidente Barco (1986-1990) ya poseía signos de demencia cuando llegó al poder. El mal fue avanzando, y esto desembocó en el hecho de que, como lo afirmó Semana, Germán Montoya, el secretario general, fue “quien realmente tomaba las grandes decisiones en Palacio”, según lo afirmaban varios opositores.

Caso ejemplar el de Juan Manuel Santos, que con franqueza anunció que le había sido pronosticado un cáncer de próstata, hecho que debía conocer la opinión pública. La cirugía resultó exitosa, y de esta manera siguió en ejercicio de su cargo.

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 Eje 21, Manizales, 16-XI-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 19-XI-2023.

Comentarios

Excelente columna. Sin salud física, mental o emocional es imposible gobernar bien. Y buen recuento histórico. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

La salud puede tambalear en cualquier momento y no tiene edad establecida para hacerlo. Las adicciones son también una enfermedad. El presidente decidió hacer lo contrario: esconderse, y al no dar la cara en sus malas acciones, está permitiendo que salgan muchas versiones de las diferentes posibilidades y todas apuntan a mala salud, que puede ser física o mental. Estar en manos de una persona con estas características “mitomaniacas” es un peligro para nuestro país. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Muy oportuna nota recordando a los presidentes que durante su mandato sufrieron desórdenes de salud, afectando la capacidad para gobernar. La alusión que se hace del caso de Petro está sobre el tapete hoy día a raíz de sus frecuentes desplantes e incoherencias que ponen en duda la plenitud de su capacidad mental para dirigir el país, como bien lo insinuó María Jimena Duzán. Veremos qué sucede. De lo que sí estoy seguro es de su megalomanía. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

 Muy ilustrativo comentario. La duda se acrecienta cada vez que Petro debe manifestarse, porque lo de hoy, sobre el nuevo presidente de Argentina, primero augurando un porvenir oscuro para esa nación y horas más tarde felicitando al nuevo mandatario, no parece tener la sindéresis de un dirigente de la nación que siempre ha mostrado un maravilloso uso del lenguaje. Josué López Jaramillo, Bogotá.  

Al día siguiente de las elecciones

viernes, 15 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En horas de la mañana del lunes 30 de octubre, un día después del desarrollo de la jornada electoral, me trasladé en un taxi, junto con mi hija Fabiola, al barrio La Candelaria, a donde íbamos a cumplir una diligencia. Por supuesto, el tema obligado fue el de las elecciones, que por fortuna habían transcurrido con relativo sosiego en gran parte del país. Colombia amanecía con un nuevo aire.

El taxista nos escuchaba en silencio. Notamos que le interesaba la conversación. De pronto, se integró al tema. Le preguntamos si había votado, y nos contó que lo hacía desde años atrás. Nos confesó que no creía en los políticos y, por lo tanto, había votado en blanco. Y entró a enjuiciar a la clase dirigente como la responsable de los desastres que ocurren en el país, causados por la corrupción, el saboteo de los bienes públicos, los abusos del poder, la impunidad y tanto desafuero que todo el mundo conoce y nadie castiga.

Quedamos sorprendidos con su discurso, que en verdad fue un gran discurso: incisivo, claro y vehemente. Lo hacía con absoluta convicción. Desde luego, nos habíamos equivocado con el personaje, a quien en principio consideramos un petrista más. Por el contrario, lanzó pestes contra el mandatario. Como nos quedó sonando lo del voto en blanco, le pedimos que nos explicara dicha actitud, que parecía insólita. Nos manifestó que sentía dolor de patria con la misma intensidad con que repudiaba a los políticos, y pensaba que ese era un medio legítimo de protesta, insatisfacción y rechazo de la conducta perversa que ejercen los gobernantes.

Pensé entonces que para el taxista seríamos nosotros –mi hija y yo– integrantes de la clase alta que él abominaba. Tal vez nuestro aspecto le creaba esa suposición. Sin embargo, sus palabras le fluían con respeto, con calma y sinceridad. Fue una charla útil y aleccionadora, cómo no, en la que vimos un eco del clamor nacional que aleja de las urnas a más de la mitad del electorado. Y nos hallamos frente al hecho excepcional de un taxista alejado del sectarismo y el conformismo y que tiene la entereza de utilizar el voto en blanco como una herramienta democrática, de opinión y al mismo tiempo de censura.

Ese voto sumó cerca de un millón de sufragantes en las elecciones que acaban de pasar. Es un resultado funesto que debe preocupar a políticos y gobernantes. Es la voz de la gente inconforme y apática que se suma a la abstención rampante que ha perdido la fe en la democracia. En Maicao y Gamarra el voto en blanco ocupó el primer lugar, lo que obliga a repetir las elecciones. En algunos municipios o departamentos obtuvo cifras elevadas, como rechazo a los aspirantes que, a pesar de todo, han llegado ufanos al poder. Ojalá la voz del taxista, que representa a millones de colombianos, sirviera como motivo de reflexión un día después de las votaciones.

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Eje 21, Manizales, 3-XI-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 5-XI-2023.

Comentarios 

Lo que les sucedió a ustedes con el conductor del taxi me pasó a mí    en Cali con el taxista que me transportaba hacia el aeropuerto en las pasadas elecciones para presidente. Asumí que el señor era pero cuando le pregunté por quién sería su voto, me respondió que  votaría por Rodolfo Hernández, aun sabiendo que no era la persona   indicada, pero que lo prefería al peligro que Petro encarnaba.  Además, catalogó a Petro como uno de esos «politiqueros de                siempre», de quienes renegó casi todo el trayecto. Eduardo Lozano  Torres, Bogotá.

La mayoría de los taxistas colombianos son los mejores voceros de      los problemas en las grandes ciudades del mundo y es a este gremio  que han tenido que ingresar muchos profesionales por la escasez de  trabajo, exmilitares, pensionados y una que otra persona por                rebuscarse. Jorge Enrique Giraldo Acevedo, Fusagasugá.

Esta columna es una buena radiografía de lo que ocurre con muchas  personas. En los casos de Maicao y Gamarra, el voto en blanco            ganó porque así lo impulsaron líderes que no querían que en esa        jornada alguien ganara. A los que votan en blanco, con razón o sin       ella, con frecuencia los llaman “tibios”. En general, considero que el    péndulo viene de regreso. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

En realidad, la opinión de un hombre como ese taxista nos sirve de     termómetro para medir la opinión del pueblo pensante. Mercedes   Medina, Bogotá.