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Archivo para agosto, 2022

El regreso de Silva

jueves, 18 de agosto de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Agobiado por la melancolía, José Asunción Silva se suicidó en Bogotá, a los 30 años, en su casa de La Candelaria, el 24 de mayo de 1896.  Su bella hermana Elvira, por quien sentía entrañable admiración, había fallecido 4 años antes a causa de una neumonía. A ella le dedicó el famoso Nocturno que habla de “las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas”.

Algunas conjeturas sostienen que el poeta estaba enamorado de su hermana, e incluso dicen que el amor era mutuo. Resulta difícil probar dicha hipótesis. Otras versiones consideran que no fue él quien se disparó, sino que le dispararon. Esta sospecha pierde peso ante el hallazgo, en la cabecera de su cama, de la novela El triunfo de la muerte, de Gabriel D’Anunzzio.

Lo cierto es que Silva no lograba vencer el dolor que le causaba la muerte de su adorada hermana, y además estaba angustiado por la crisis económica del negocio de baldosas que constituía su medio de subsistencia. Vivía en manos de los acreedores.

Fue enterrado en el cementerio de los suicidas al serle negada la sepultura católica. Según Unamuno, Silva “murió de tristeza, de ansiedad, de anhelo, de desencanto”. Y al cementerio fue a buscarlo, para hablar con él en las noches tétricas de la capital, otro poeta de la angustia, el desamparo y la orfandad –Germán Pardo García–, cuya vida desolada en medio de la dureza del páramo y la congoja desde sus primeros años lo asimilaba a Silva.

La casa donde Silva murió era la número 13 de la calle 14, que en la nomenclatura actual corresponde a la calle 12C n.° 3-41. Fue construida hacia 1715, durante la época de la Colonia. Pasado el tiempo, sufrió serio deterioro. En carta de 1990, Pardo García me comentaba: “Yo, desde la revista Nivel, luché sin cesar por esa casa que visité hace mucho, en 1935, y estaba convertida en un criadero de pollitos”.

El predio fue comprado por María Mercedes Carranza y Genoveva Carrasco de Samper, quienes adelantaron su restauración y lo destinaron a actos culturales. El 24 de mayo de 1986 fue inaugurado por el presidente Belisario Betancur con el título de Casa de Poesía Silva, para honrar la memoria del ilustre poeta suicida. De esta manera se convirtió en el templo de la poesía colombiana, y durante varios años desarrolló ponderada actividad cultural.

Y vino la época de la decadencia y la ruina. Tratándose de una entidad sin ánimo de lucro, y por más que había sido declarada Monumento Nacional en 1995, a la casa dejaron de llegarle los auxilios económicos, faltó el dinero para los gastos esenciales y abundaron las quejas sobre una deficiente administración. Pero como no hay mal que dure 100 años, hoy se anuncia su reapertura para el próximo octubre. La cultura colombiana recupera el espacio y el tiempo perdidos, y aplaude el regreso de Silva –el poeta redivivo–, que buena falta nos hace en estos días de frivolidad y olvido de los valores del espíritu.

El Espectador, Bogotá, 13-VIII-2022.
Eje 21, Manizales, 12-VIII-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-VIII-2022. 

Comentarios 

Anoche tomé una foto en el Jardín Botánico y le copié este fragmento del Nocturno de José Asunción Silva: “Y la luna llena, por los cielos azulosos, infinitos y profundos, esparcía su luz blanca…”. Tú haces también coincidencialmente una cita en tu columna. Sintonía espiritual con el poeta, diría yo. Alberto Gómez Mejía, Jardín Botánico de Calarcá.

Linda columna sobre nuestra Casa Silva. Qué bueno saber el papel de Pardo García en esta faena cultural. Pellicer también visitó con frecuencia la tumba en el cementerio de los suicidas. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

Una vez reabran la casa donde murió José Asunción Silva, hay que ir a visitarlo. No conocí las anteriores “remodelaciones culturales” de este lugar lleno de melancolía y de historia. Él es uno de esos personajes que aunque mueren jóvenes, no lo hacen nunca, al dejar obra grandiosa. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Con alegría celebro la anunciada reapertura de la Casa de Poesía Silva. Ya era hora de que las autoridades competentes tomaran cartas y dinero para mantenerla viva, junto a la memoria del gran poeta José Asunción Silva. Inés Blanco, Bogotá.

Es una excelente noticia la posible reapertura de la Casa de Poesía Silva, venida a menos desde el lamentable fallecimiento de la poetisa María Mercedes Carranza, quien con su consagración la regentó y mantuvo vigente. Gustavo Valencia, Armenia.

Me acordé que en las Reminiscencias, de Cordovez Moure, había leído el asesinato del abuelo de José Asunción en la hacienda de Hatogrande. Y también en el mismo libro, el suicidio del poeta. Con relación a este último suceso me pareció muy curioso que el autor haya descrito lo que hizo el poeta: «Ajustó la puerta; se desnudó, para volverse a vestir con camisa de seda, pantalones de casimir y botas de charol; se arregló el peinado y la barba…”. ¿Cómo supo todo esto el autor si el suicida estaba solo en su habitación? Claro que lo atribuí a la imaginación de Cordovez, pero es que su obra no es una novela, sino un hecho histórico verídico y por tanto ha debido advertir al lector que esa descripción fue un supuesto suyo. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Respuesta. Cordovez Moure se dejó llevar por la imaginación novelesca para describir –con todos los pormenores que narra– la escena sobre el suicidio de Silva. Por otra parte, el historiador Enrique Santos Molano sostiene en su biografía sobre Silva –El corazón del poeta– que este no se suicidó, sino que “su muerte fue el producto de una clásica conspiración, adecuadamente orientada para hacer que aparentara un suicidio”. En mi concepto, el suicidio y el asesinato pertenecen a la atmósfera del mito, pero prevalece el suicidio como el hecho más probable, y además inseparable de la figura histórica y poética de Silva. A la gente no se le sacará de la cabeza que Silva se suicidó. “El poeta suicida” es la frase común con que se le recuerda. A Germán Pardo García se le menciona como “el poeta de la angustia”, y así pasó a la historia. Gustavo Páez Escobar. 

Estoy de acuerdo con tu apreciación. La vida de Silva fue novelesca, pero su biografía no debe ser una novela. Dicté una charla virtual sobre Silva para el Banco de la República de Armenia. Me basé en Chapolas negras, la biografía que sobre el poeta bogotano escribió Fernando Vallejo. Esa charla se puede ver en Youtube con este título: Chapolas negras, Silva y la melancolía –Elias Mejía–. Es una suma de otros datos, además de los compilados por Vallejo. Elías Mejía, Calarcá.

Respuesta. Escuché tu charla con atención y provecho. Varios correos me han llegado en torno a mi artículo sobre Silva, y en ellos se nota el interés que despiertan su figura poética y su vida trágica. Él es uno de los íconos de la poesía colombiana. Es inmortal. En mi biografía sobre Germán Pardo García, Biografía de una angustia (Instituto Caro y Cuervo, 1994), analizo el magnetismo que el poeta suicida ejerció sobre el poeta de la angustia, hasta el punto de que este lo visitaba con frecuencia en su tumba. Con el tiempo, Pardo intentó suicidarse en Méjico: se cortó las venas, pero lo salvó un vecino que vio salir de la puerta del poeta un hilo de sangre. Ambas, vidas fatales. Ambos, eminentes personalidades de las letras. Gustavo Páez Escobar.

Torear fantasmas de suicidas nunca ha sido provechoso para quien lo haga, y menos el fantasma de Silva, tan perteneciente al mundo de los espíritus. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

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Viaje poético

miércoles, 3 de agosto de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Esperanza Jaramillo nació en Manizales y desde niña se trasladó al Quindío. Trabajó en el sector financiero y alternó el oficio con el arte de la escritura. Es autora de los libros Caminos de la vida, Testimonio de la ilusión, El brazalete de las ausencias y los sueños, Abecedario del viento, Tiempo del escarabajo. Aparece ahora El incierto color de la luz: Egipto, Israel y Jordania, editado por la Biblioteca de Autores Quindianos, en el que narra el viaje que realizó en junio de 2012 en compañía de su amiga la fotógrafa Olga Lucía Jordán, quien captó una serie de imágenes que le dan realce a la obra.

Al regreso, Esperanza se dedicó a revisar su libreta de apuntes, discernir las ideas y ahondar en la historia de los pueblos visitados, para presentar, como acaba de hacerlo, un reflexivo libro de viajes que ofrece la visión de esas milenarias y misteriosas culturas. No se conformó con contar de refilón los sucesos e impresiones que surgieron a su paso, sino que estructuró los recuerdos y les puso la sazón necesaria para hacer atractiva la lectura. Y embelleció su empeño con el ingrediente mágico de la prosa poética, que es el aroma que se esparce en las 300 páginas del libro.

Bajo el poder de la síntesis, la brevedad de los capítulos, la amenidad de los relatos y el cincelado manejo del idioma, se percibe en la descripción el olor de la historia y se goza con el placer del viaje. El azar de los caminos no ha de consistir, como lo pregona Hermann Hesse, en el ocio improductivo, sino que ha de convertirse en circunstancia propicia para la contemplación de los paisajes y el beneficio cultural.

“Me atraen mucho las culturas exóticas y por eso visité estos países”, dice la escritora. En efecto, ella se detiene en la actual Biblioteca de Alejandría, obra de la Unesco iniciada en 1988; pasa por El Cairo, ciudad añeja y mítica; en el Nilo, el mayor río de África, se estremece ante la magnitud y el furor de las aguas; en Damasco penetra al templo legendario bajo una túnica con capucha, para impedir que alguna parte del cuerpo femenino quede visible, como lo ordena la norma; en Jerusalén se conmueve ante la historia que recuerda la crucifixión de 500 judíos y la destrucción del templo, el que solo dejó en pie el Muro de las Lamentaciones, que todos los turistas desean visitar; y presencia escenarios de tristeza, de pobreza, de dolor y resignación reflejados en los ojos y en los espíritus de los moradores…

Frente a estas realidades crueles y al mismo tiempo enriquecedoras para el buen caminante, Esperanza anota en su libro maravilloso –acaso el mejor de su producción, que me produjo a la vez asombro, perplejidad y encanto: “Mercaderes y camellos medían en largas jornadas la sed del desierto, y un olor a incienso adormecía la memoria del tiempo”. Y remata: “Para que duela menos la vida: la poesía”.

El Espectador, Bogotá, 30-VII-2022.
Eje 21, Manizales, 29-VII-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-VII-2022.

Comentarios

 Te reitero mi gratitud de siempre. Has estado ahí cerca, apoyándome con tus consejos y pluma delicada y tratando, además, de recuperar la memoria de los escritores que ya terminaron su ciclo en este planeta. Me agradó mucho que tocaras también la parte humana.  Siempre he pensado que la literatura y el arte en general constituyen un hermoso refugio para los espíritus sensibles. Es una manera de resistir. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Un libro muy hermoso, con las fotografías de la conocida fotógrafa quindiana. Un recorrido por lugares llenos de historia y tan cercanos a nosotros los católicos. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Muy buen reconocimiento para Esperanza, gran estilista e inmejorable prosista. Alpher Rojas, Bogotá.

Muy buena columna. Recuerdo a doña Esperanza en su época de gerente bancaria en Calarcá. De ella solo conozco un poco de su linda poesía. Este libro debe ser de belleza suprema. Gustavo Valencia, Armenia.

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