Marulanda en anécdotas
Por Gustavo Páez Escobar
En la plaza de Marulanda se encuentra un monumento al fundador del pueblo, general Cosme Marulanda. En el salón del Concejo está entronizado un óleo que lo presenta vestido de pantalón oscuro, ruana de paño, camisa blanca y con los pies descalzos, como era la moda en aquella época. En el libro Mi Marulanda inolvidable (1999), Josué López Jaramillo, su autor, hace emocionada evocación de su patria chica.
Él vivió allí gratos sucesos de su niñez y adolescencia, que recoge en el texto citado y amplía en nuevo libro con el relato de sabrosas crónicas rescatadas del olvido. En la portada reluce un ensoñador parque en el que aparece, como una bandera al viento, la majestuosa palma de cera, de alto cultivo en la región y que fue adoptada por ley como el árbol nacional de Colombia.
Estamos en Marulanda, pintoresco y apacible pueblo situado en lo más alto de la geografía caldense. Su territorio es montañoso, bucólico y de clima glacial, y tiene como tradición las ovejas que pastorean en los alrededores desde tiempos remotos, las que fuera de abrigar a los habitantes y constituir el mayor renglón económico, son un memorable emblema de la región.
Según cuenta Josué López, la población solo vino a conocer la energía eléctrica en 1940, al instalarse una pequeña hidroeléctrica sobre la ribera del río Guarinó. Así comenzó el vecindario a ver el crepitar de las estufas eléctricas, abandonando los malsanos y ancestrales fogones de leña.
Años después, se notó que en la vida local ocurrían muy escasas bodas y decesos. Parecía un pueblo inerte. Para despertar a la comunidad del marasmo, el párroco planeó la visita de la Virgen de Apicalá, hecho extraordinario que llevó a los vecinos a reparar las fachadas, los portones y las ventanas de sus viviendas.
La Virgen, acompañada de una corte de asnos retozones, viajó por los escarpados caminos que desembocan en el río Hondo, y de allí se trasladó en hombro de los habitantes hasta las calles del pueblo. Y explotó el júbilo general. A su regreso, la población la despidió con pesadumbre y gratitud, y desde la distancia la vio alejarse montada a caballo, para no irse al abismo. Esa es Marulanda: precipicio y cielo.
En febrero de 1944, año bisiesto, se estrelló un avión militar en el cerro Las Tres Marías, a 3.000 metros de altura, y murieron dos asesores de la Policía en Bogotá. Días más tarde, llegaron dos pesadas losas de piedra con los nombres de los muertos. Años después, en una remodelación del cementerio desaparecieron las tumbas y las lápidas, y hoy poca gente conoce el siniestro aéreo que estremeció a la localidad.
Lo que no cuenta Josué es quiénes eran esas tres Marías convertidas en cerro. Hoy, hacen parte del paisaje. Para terminar, mi amigo recrea la historia de los fantasmas que tanto abundan en la zona cafetera. Debo decir que mucho he gozado con las brujas de la tía Anafeliz, todo un personaje de la mitología regional.
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El Espectador, Bogotá, 20-XI-2021.
Eje 21, Manizales, 19-XI-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-XI-2021.
Comentarios
Cuando narras lo del monumento en el parque principal, no sé por qué pensé que además de la emblemática palma de cera podría haber una oveja, o una familia de papá, mamá e hijito ovejunos, como símbolo de riqueza de la región y como soporte físico para el frío de las montañas. Quizás algún escultor decida hacerlo como señal de gratitud y reconocimiento a este bello animal. Inés Blanco, Bogotá.
Inés: Muy bello tu elogio de la oveja. Ahora te queda el compromiso de hacerle un poema. Eres muy amiga de los animales, bien lo sé, y la oveja falta en tu poemario. ¡Piénsalo! GPE
Como respuesta a esta invitación, Inés Blanco elaboró el siguiente poema:
MARULANDA
Las montañas de Marulanda
tienen el corazón de lana.
Artesanos y tejedores
poseen un cálido tesoro
junto a sus rebaños.
Con hilos ancestrales
de variados colores y texturas
van tejiendo ruanas,
ponchos, cobijas, bufandas,
gorros y sacones.
Desde niños aprenden pastoreo;
también amor por las ovejas
que con sus bellas crías
retozan muy felices
por montes y laderas.
Las ovejas muy contentas
proveen abrigo y alimento.
Marulanda: apacible lugar
de calles solitarias, silenciosas…
donde el afán no existe.
Coloridas son sus casas;
los telares son la música
que acompaña las horas;
y en medio de corderos y balidos
crecen el amor y los rebaños.
INÉS BLANCO
LUNA DE ABRIL