Los sordos del volcán
Por: Gustavo Páez Escobar
El próximo 13 de noviembre se cumplen 35 años de la erupción del Nevado del Ruiz, la peor tragedia natural ocurrida en Colombia, que dejó entre 23.000 y 30.000 muertos, alrededor de 5.000 lesionados y 5.000 hogares destruidos en 13 poblaciones. Meses antes de aquel día pavoroso, el escritor y periodista Gustavo Álvarez Gardeazábal se había dedicado, con voz de profeta, a llamar la atención de las autoridades sobre la catástrofe que se veía llegar y pedir medidas urgentes para proteger a los habitantes.
Pero no le hicieron caso. Esta alarma la expresó varias veces en su columna Notas profanas y además se radicó por algún tiempo en Manizales para estar más cerca de las autoridades y en contacto con el problema. Según lo revelaría más tarde en su novela Los sordos ya no hablan (1991), forjada entre la realidad y la ficción, la clase dirigente de la capital caldense estaba más preocupada por los toros, la Feria de Manizales y sus propios intereses que por los rugidos del león dormido, al que ya se habían acostumbrado.
Esta misma situación se vivía en Armero, uno de los municipios que corrían mayor riesgo. Se había vuelto común la atmósfera cargada de ceniza, con olor a azufre. El aumento de las aguas del río Lagunilla no asustaba a nadie. En la propia boca del volcán no se había instalado el sismógrafo indispensable para avisar a la gente de los movimientos premonitorios de un desastre. Bajo la pasividad derivada de las costumbres perniciosas, todo se veía normal. Algunos geólogos y ciudadanos promovían actos aislados de prevención, pero estos no eran suficientes para conjurar el peligro general.
La novela de Álvarez Gardeazábal acaba de ser reeditada en Medellín por la Universidad Autónoma Latinoamericana, bajo el sello de Ediciones Unaula. Es un signo para volver sobre el suceso fatídico que destruyó a un pueblo y produjo una calamidad apocalíptica. La erupción era previsible, pero no se le prestó la debida atención. No se trataba, por supuesto, de evitar lo que era inevitable, sino de salvar la vida de miles de personas sacrificadas por la indiferencia oficial.
En noticias de estos días que de pronto han pasado inadvertidas, se ha informado sobre la aparición de fumarolas en la cumbre del Nevado del Ruiz, con percepción de ceniza gruesa en Manizales, Villamaría (Caldas) y Tolima. Según el Servicio Geológico Colombiano, el nivel de actividad se situó en amarillo frente a un “incremento importante de la actividad sísmica volcano-tectónica”.
Hace 35 años, la presencia de las fumarolas, la salida de azufre del volcán y la irrupción de columnas de ceniza oscura fueron las manifestaciones anteriores a la erupción, hecho sucedido en horas de la noche del 13 de noviembre de 1985, que hizo desaparecer a Armero y llorar a toda la nación. En la nota final de su novela, escribe Álvarez Gardeazábal:
“De Armero no queda para el mundo sino el recuerdo de una niña que trataron de salvar por horas enteras de los escombros inundados de su casa. Por ello esta novela, quizás, no sea toda la historia de lo que pasó en Armero, pero sí resulta muy cercana a la verdad de lo que a diario ha venido sucediendo en Colombia, donde los sordos hace mucho rato que ya no hablan”.
El Espectador, Bogotá, 29-VIII-2020.
Eje 21, Manizales, 28-VIII-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-VIII-2020.
Comentarios
He tenido un día muy ajetreado y apenas a esta hora me entero de este muy generoso comentario. Como diría nuestro común amigo y nunca bien lamentado Otto Morales Benítez, «solo la pluma del juicioso observador pasa a la historia». Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.
El ingeniero y representante a la Cámara de la época, Hernando Arango Monedero, se cansó de advertir y nadie le paró bolas. José Jaramillo Mejía, Manizales.
Estremecedor que en estos momentos se estén presentando los mismos síntomas y nadie ponga atención a las alarmas y las señales de la naturaleza, para prevenir y cuidar a las poblaciones que podrían salir afectadas. Es la crónica de una erupción anunciada, como lo hizo en su momento el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal y nadie hizo nada. Inés Blanco, Bogotá.