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Eduardo Santa

miércoles, 27 de mayo de 2020

Por: Gustavo Páez Escobar 

En diciembre de 1977, hace 42 años, José Restrepo Restrepo, propietario y director de  La Patria de Manizales, me obsequió un precioso libro: El pastor y las estrellas, de Eduardo Santa. Por aquellos días mi conocimiento sobre Eduardo Santa era escaso. Años después, con motivo de mi traslado a Bogotá, tuve la oportunidad de entablar amistad con él y penetrar en su mundo creativo. Hoy me precio de poseer 11 de sus obras, de las 38 que conforman su haber literario. La muestra es significativa.

Sobre Eduardo Santa debe decirse que es, ante todo, un escritor polifacético que deja valiosos testimonios acerca de los temas que abordó a partir de 1951, a los 24 años de edad, cuando editó el libro de poesía Sonoro zarzal, y el titulado La provincia perdida, que hizo resaltar su nombre en el país. En cuanto a su fibra poética, que casi nadie notó, es oportuno señalar que esa fue, ni más ni menos, la revelada en el inicio de su carrera literaria.

Este hecho solo vino a ponerse de relieve, 44 años después, con El paso de las nubes (1995), que recoge poemas dispersos que mantenía guardados en sus archivos. Por otra parte, El pastor y las estrellas es un bello trabajo en prosa poética. Sobre este libro dijo Eduardo Carranza que estaba “escrito con la punta del corazón, con la punta del ensueño, por el poeta Eduardo Santa”. Es decir, sus dos primeros libros fueron dictados por la poesía.

El propio Santa no intuía en ese momento que incursionaría además en los campos de la narrativa, la historia, la biografía, las leyes, las costumbres, la sociología, con títulos como Sin tierra para morir, Arrieros y fundadores, Rafael Uribe Uribe, El libro de los oficios de antaño, Cuarto menguante, El general Isidro Parra, Crónica de un bandido legendario, Los caballos de fuego, Las señales de Anteo, Don Quijote por los caminos de América…

Nació en Líbano (Tolima) en 1927, se graduó de abogado en la Universidad Nacional y se especializó en ciencias políticas en la Universidad George Washington. Fue la suya una vida guiada por la inteligencia y dirigida en buena parte al cultivo de la literatura. Tuvo brillante desempeño en la vida académica y universitaria, lo mismo que en la actividad pública. En el gobierno de Alberto Lleras Camargo fue secretario general, director de Acción Comunal y director de Territorios Nacionales. Dirigió durante varios años la Biblioteca Nacional. Obtuvo numerosas condecoraciones.

Releyendo en estos días El pastor y las estrellas, me encontré con la feliz sorpresa de que Abenámar, pastor de cabras y protagonista de la obra, es el propio Eduardo Santa. Abenámar camina detrás de un lucero que lo lleva por caminos abruptos, por arroyos y bosques, por castillos y parajes medrosos, en los que tiene que defenderse de gente ruin. Para disipar los peligros que surgen a su paso, no deja de tocar su caramillo y mirar la estrella. En un cerro, donde ha coronado la travesía, su esposa Izcai presencia el instante en que el pastor cierra los ojos con absoluta placidez. Y se apaga el lucero.

Luminosa metáfora en la que el escritor se representa a sí mismo en ese personaje desde el comienzo de su carrera en 1951. La estrella era su guía, y se fue en pos de ella por el resto de sus días. Falleció en paz este 2 de mayo, a los 93 años, en medio de la soledad causada por el covid-19 y teniendo a su lado a su inseparable esposa Ruth.  Así  había sucedido con Abenámar en la soledad de los montes y bajo el sosiego del alma, cuando muere al lado de su esposa Izcai.

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El Espectador, Bogotá, 23-V-2020.
Eje 21, Manizales, 22-V-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 24-V-2010.

Comentarios 

Extraordinaria y muy merecida semblanza del inolvidable maestro Eduardo Santa. Tuve la fortuna de disfrutar de su fecunda amistad y la vida nos llevó a compartir muchos espacios intelectuales. En su etapa final me correspondió el honor de elevarlo a la categoría de Miembro Honorario de la Academia Colombiana de Historia. Su legado en la cultura colombiana es inmenso, y apenas comienza ese repaso grandioso, al que esta columna contribuye con enorme acierto. Eduardo Durán Gómez, presidente de la Academia Colombiana de Historia.

A Eduardo lo conocí en el año 1967 en Nueva York, cuando estaba de visita en casa de sus parientes Velásquez Loboguerrero. En esos días había leído un cuento suyo: Aquel pueblo de Tolvo, creo que se titulaba, publicado por El Espectador. Compartimos unos días y jamás lo volví a ver. En los diarios El Tiempo y El Espectador, años después, leí elogiosos comentarios sobre su obra literaria. Lástima que se nos vayan los valiosos. William Piedrahíta González, Estados Unidos.

Muy buena nota sobre Eduardo Santa, sobre todo por la alegoría final, tan elocuente como en cualquier mitología. Este tolimense era grande. Jaime Lopera, Armenia.   

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