Jirones de niebla
Conocía a los hombres a la perfección. Sabía de sus engaños, fantasías, comedias y vilezas. Los conocía en todos sus matices, en todas sus hipocresías y jactancias, en sus íntimas y exactas realidades. Conocía a los hombres por fuera y por dentro. Pero no los amaba ni por fuera ni por dentro.
EL AUTOR Y LA OBRA
A Fabricio Perdomo no se le borrará de la mente la imagen fantasmal en la que fueron abatidos el día de elecciones, en la plaza del pueblo, tres vecinos por un soldado atemorizado ante la turba enfurecida. Era apenas un niño. Con el correr de los años, muchas veces se sentirá solitario en el balcón desde el que presenció esa escena de terror, imposible de olvidar.
En 1948, a raíz de la muerte de Gaitán, se vivía una de las convulsiones más atroces de la violencia fratricida que no ha dejado de azotar a Colombia desde los días de la Independencia. Era época de bárbaras naciones originada, bajo la ley del talión, por los odios atizados por el fanatismo político y religioso. El contubernio entre clero y política generó uno de los estados más funestos de la vida colombiana.
Tiempo, además, regido por la mojigatería y la hipocresía fomentadas por el poderoso dominio patriarcal de que dan cuenta las crónicas de la época. Bajo esa atmósfera de falsedad, opresión y simulación, a la familia se le nubló el horizonte. Y la sociedad perdió su rumbo. En el ámbito hogareño prevalecía la falta de libertad para que la mujer opinara y escogiera sus propios caminos del amor.
Colombia vivía el período tenebroso de la violencia encarnizada que ponía muertos a granel en los dos partidos tradicionales. Hasta el balcón de la plaza llegó el eco de los disparos, y a partir de entonces Fabricio Perdomo comenzó a captar la realidad nacional y a sufrir la dureza de su destino.
Por estas páginas, movidas –como debe suceder en la novela– por la realidad y la ficción, corren sucesos de distorsión social y desasosiego familiar, y también, por supuesto, de lucha, esfuerzo, amor y esperanza. Así es la vida.
Palmasola, que es cualquiera de los municipios del país, dibuja una época. El eje de esta historia, o de las varias historias narradas, es una casa solariega que ha resistido la embestida del tiempo y emerge entre la niebla de los años como un emblema del pasado y una reflexión para el futuro.
Bogotá, octubre de 2018
Gustavo Páez Escobar
Un fragmento de la obra
Este sitio era un cruce de caminos. Los viajeros veían surgir de repente, como un oasis en mitad del desierto, el pintoresco pueblo habitado por gente alegre y hospitalaria, después de atravesar las vías polvorientas, las estepas heladas y los panoramas sombríos.
Al bajar del vehículo, la naturaleza paramuna que aún le rutilaba en los ojos se iluminó con el rostro fulgurante de Paloma. Oculta a medias por una palma, surgió poco a poco, a medida que el viento azotaba las ramas del árbol, la linda mujer. “Aquí está mi Cardeñosa”, pensó con un brote de embeleso, como si un rayo lo hubiera herido en mitad de la plaza.
Paloma estaba sentada en una banca de madera, frente a un jardín de lirios, orquídeas y trinitarias, flores típicas de la región. El pensamiento de la joven giraba en torno al encuentro que tendría con Ernesto Saravia, su novio, ingeniero que adelantaba los trabajos de la carretera entre Palmasola y Vigía del Viento.
Por el apuesto profesional de carreteras, llegado a la región siete meses atrás, se desvivían las muchachas del pueblo. En cambio, para Paloma Eslava no sería suceso feliz el programa acordado con él, pues iría obligada a la reunión donde el pretendiente pediría su mano.
Ese era el protocolo que regía la vida social. Ajena a tales ritos y reacia sobre todo a la boda con Ernesto Saravia, se sentía como una liebre caída en la trampa. Quería huir, pero no tenía por dónde escapar. Sus padres, en cambio, no ocultaban su agrado al saber que haría excelente elección al unirse con el destacado ingeniero.
Era Paloma la única de los siete hermanos que contraería matrimonio. El idilio de Angelina, que alcanzó a ir por la misma ruta, fracasó por la oposición de sus padres. Tampoco tuvieron final feliz los noviazgos de Mirta y Ana Pastora, por el malestar de los novios frente al régimen austero de la familia. En el pueblo se tejían rumores diversos sobre el futuro opaco de las cinco hermanas.
Palmasola gozaba de fama por la variedad y el esplendor de su flora. En el parque de la entrada, donde se enaltecía la memoria de un prócer de la gesta libertadora, y luego en la plaza principal, donde Paloma rumiaba sus dudas atroces, la exuberancia vegetal refrescaba el alma de los transeúntes.
Y brotó, como un hada en el camino, la figura hechizante de Paloma.
Jamás los ojos del caminante habían visto juntas tanta belleza, candidez y dulzura. Allí estaban las tres Gracias de Rubens reunidas en la misma persona: la imprevista mujer de provincia que parecía salida de un cuento de hadas.
La delicada línea del cuerpo, que se ofrecía a su contemplación en medio de la floresta; el tono alabastrino de la piel, que refulgía bajo los rayos del sol como una piedra preciosa; la estructura del talle, tentadora y delicada; el contorno del busto y la cintura, que enardecía su fibra sensual; en fin, todo el conjunto, premiado por la gracia y la fascinación, irrumpieron en el ser romántico del transeúnte, que sintió el alma absorta ante semejante derroche de belleza.
Comentarios
Fragmentos
Llama la atención en la reciente novela de Gustavo Páez Escobar el interés en rescatar del olvido la forma como, durante la violencia partidista de los años cincuenta, los sacerdotes hacían proselitismo en favor de los candidatos conservadores. Jirones de niebla recrea lo que fue esa época aciaga. Lo que se narra sobre Palmasola, un pueblo boyacense, imaginario, levantado por los lados del cañón del Chicamocha, fue lo mismo que vivieron cientos de poblaciones colombianas asoladas por el enfrentamiento entre liberales y conservadores en los años comprendidos entre 1946-1953. La historia dice que esta guerra civil no declarada dejó cerca de 300.000 muertos.
La novela narra la vida de una familia que de ricos hacendados pasan a ser gente sin dinero. Sin embargo, conservan la prosapia de los apellidos y, también, la vivienda aristocrática donde nacieron los hijos, venida a menos por la acción del tiempo. La presencia en Palmasola de Abelardo Eslava desata la ira de Nicolás Sandino, un hombre que nunca aceptó que el hijo de Ana Mercedes Ronderos conquistara a una mujer de quien estaba enamorado: Oriana Morantes. Esta hermosa mujer, dueña de un cuerpo escultural, llegó al pueblo para ejercer la prostitución.
Jirones de niebla es una radiografía exacta de lo que vivieron cientos de municipios colombianos en la época de la violencia. Escrita con lirismo, con minuciosidad en el relato, con unos diálogos bien concebidos. A la par que cuenta los hechos violentos ocurridos en Palmasola, narra también una historia de amor. José Miguel Alzate, El Tiempo, Bogotá, 7 de enero de 2019.
El prestigioso y reputado escritor Gustavo Páez Escobar entregó en estos días un libro artístico maravilloso titulado Jirones de niebla. Otros trabajos parecidos suyos han sido escenificados en la televisión. En esta novela con inspiración, altura, control y gran equilibrio cuenta apasionantes episodios de la violencia nacional. En la obra no encuentra uno divagaciones, sino realidades. Muchas amargas y tormentosas.
La prosa, los personajes se mueven en un ambiente de unidad, dentro de la diversidad, sin perder coherencia, manteniendo en suspenso al lector. El estilo es un instrumento musical dúctil, juega, se altera, vuelve a la línea trazada por el autor. Y lo que es más trascendental, el creador de la trama está en todas partes, pero nadie lo ve.
Uno de los requisitos esenciales en los relatos novelados es que el autor no hable por él a los personajes. El buen novelista oye a los protagonistas y jamás los sustituye. En Jirones de niebla todo sucede con autenticidad, con lógica, con fuerza y con calidez humana. Gustavo Páez Escobar es muy profesional en su actividad, se desvela, corrige, mejora o borra, es muy perfeccionista. Horacio Gómez Aristizábal, El Nuevo Siglo, Bogotá, 5 de enero de 2019.
Gustavo Páez Escobar publicó Jirones de niebla, una extraña novela para la época. Porque es una narración limpia, escueta, que se desenvuelve como un ovillo de lana de la abuela, tanto en el espacio como en el tiempo. No se dejó seducir el escritor por las técnicas abstrusas de la literatura trascendental, sino que echa la historia casi que como tomando agua. Lenguaje directo, sin pretensiones, neto, el que utiliza Páez en su obra. Ya con Jirones de niebla son como seis novelas que tiene a su haber, la primera de ellas Destinos cruzados, que fue llevada a la televisión por Fernando Soto Aparicio. Periodista con vocación perenne, Páez publica sus columnas en El Espectador, La Crónica del Quindío y Eje 21 de Manizales. Colaboró en el diario La Patria durante varios años. Fue banquero, pero lo secuestró la literatura y no lo liberó. Grato es leer su prosa, castigada, escrita con la difícil facilidad que mandan los cánones. Augusto León Restrepo, Eje 21, Manizales, 18 de enero de 2019.
En verdad, quedé encantado con Jirones de niebla. Aparte de estar bien escrita, captó mi interés desde las primeras páginas. Muy bien manejadas las características físicas, morales y sicológicas de cada uno de los personajes. Y las descripciones son muy coloridas. Desde el principio intuí que el escenario es Soatá, la tierra del novelista, y que algunos hechos narrados pertenecen a episodios que él vivió. Creo que el cura Aristides es el canónigo Cayo Leonidas Peñuela, con el que se describe muy bien la tortuosa injerencia del clero en la política de esa época y la responsabilidad que le corresponde en la violencia partidista que causó tanta tragedia y muerte. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.
Acabo de terminar la lectura de Jirones de niebla. Debería tener muchos lectores por su alta calidad narrativa, por su versatilidad. Nos mete en sus páginas trayéndonos recuerdos de los episodios que vivimos. La torpe lucha de godos y rojos desde que se inició la «nacionalidad». La novela es costumbrista y destapa las sotanas equivocadas. «Leer El Tiempo o El Espectador es pecado mortal», así lo predicaba el superior agustino Ezequiel Moreno desde Pasto (creo que ya lo canonizaron), y monseñor Builes: “matar liberales no es pecado” (parece que tienen ganas de canonizarlo). Es relato maravilloso por lo real y sobre todo muy bien contado. Alberto Gómez Aristizábal, médico, director de la revista La Píldora, Cali.
Jirones de niebla es la historia de un pueblo, de sus gentes, de valores y miserias humanas, con amargos tintes políticos y religiosos que empañan la vida del hombre junto a sus ambiciones, egoísmos, riquezas decadentes, tragedias humanas, que podrían, sin duda, ubicarse en cualquier parte de nuestro territorio manchado de sangre o en cualquier pueblo del planeta, donde el ser humano echa raíces y donde la honestidad y el buen juicio son apenas «jirones de niebla» que opacan la alegría de la vida. Inés Blanco, Bogotá.
Terminé la grata lectura de la novela; muy triste y real todo lo acontecido a la familia Eslava Ronderos. El poeta, Plinio Perdomo, hizo quedar muy mal a los señores que manejan dicho género literario. Doña Ana Mercedes me pareció una mujer muy fuerte e inteligente. Cualquier pueblo de Colombia puede ser un ejemplo de Palmasola. Los sucesos descritos en los Llanos Orientales muestran fielmente lo inhóspito y abrupto de la región; sentí la tempestad que padeció la pobre y engañada Paloma. La lectura me resultó muy placentera. Esperanza Jaramillo, Armenia.
La novela me dejó muchas sensaciones y tristezas al recordar las épocas terribles de la violencia, descritas con realismo y exactitud, lo mismo que sucede con las tramas del amor y sus desencantos, con los ambientes y los lugares. La obra ahonda en muchas facetas del alma. Elvira Lozano Torres, Tunja.
Con mucho agrado y admiración, Mirador del Suroeste plasma en estas líneas un nuevo aporte a la cultura y a las letras de nuestro incondicional columnista Gustavo Páez Escobar, quien desde sus 17 años empezó su carrera literaria exitosa con su primera novela, Destinos cruzados, la cual fue adaptada por Fernando Soto Aparicio como telenovela nacional. Hoy nos presenta esta nueva obra, Jirones de niebla, que degustamos y disfrutamos por su alta calidad narrativa y por su versatilidad, y que nos trae recuerdos de los episodios tristes que vivimos por odios partidistas repartidos en pueblos azules de sotanas incendiarias y rojos anticlericales, a partir de 1948, a raíz de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán.
Es una novela costumbrista, con un relato maravilloso por lo real y bien contado, que nos lleva a esa época aciaga de nuestra historia. La familia Eslava Ronderos, Fabricio y Plinio Perdomo, entre otros, son personajes que podemos ubicar en cualquier pueblo de nuestra Colombia y que, en este caso, es Palmasola. Mirador del Suroeste, N.° 66, Medellín, diciembre de 2018.