Cartas de Germán Pardo a Carlos Pellicer
Por: Gustavo Páez Escobar
El 2 de febrero de 1931, a los 28 años de edad, Germán Pardo García se embarcó hacia Méjico, y llegó a su destino el 14 del mismo mes. Se fue tras la huella de Carlos Pellicer, a quien había conocido en Bogotá a finales de 1918 como agregado estudiantil de la embajada de su país ante el Gobierno colombiano.
Cuando el mejicano fue trasladado a Venezuela a principios de 1920, Pardo García sintió que se oscurecía el sol en su vida. E intentó seguirlo al país vecino. Pero sus recursos económicos no se lo permitieron. Por su simpatía y sus dotes intelectuales, Pellicer despertó en Bogotá alta fascinación entre grandes escritores que por aquellos días iniciaban su carrera literaria.
El más deslumbrado fue el futuro poeta de la angustia, huérfano de madre desde los 3 años de edad, víctima de mielopatía desde su nacimiento y que había sido puesto bajo el cuidado de una nodriza neurótica. Los días de su niñez y adolescencia transcurrieron en medio de la tristeza y el pavor del páramo. La llegada de Pellicer le dio el calor, el afecto y la ilusión de que carecía.
Tuvieron que pasar 12 años para volver a encontrarse en Méjico, en febrero de 1931, cuando Pardo García logró al fin viajar al país azteca. Allí residiría por el resto de su vida. Durante la ausencia se cruzaron cartas ardientes dictadas por el arraigado sentimiento mutuo. En ellas se contaban sus circunstancias cotidianas y se prometían permanecer leales en sus propósitos comunes.
El colombiano narraba sus faenas agrícolas, sus aventuras sensuales con muchachas de la tierra y su discurrir monótono en la incipiente aldea de Choachí. También, por supuesto, su embeleso ante los paisajes del entorno. Se mostraba obsesionado con Silva y con el tema de la muerte y no ocultaba sus fluctuantes estados de ánimo que unas veces le inyectaban desbordados momentos de regocijo y otras lo arrastraban al abatimiento. Conforme germinaban sus vocaciones literarias, se participaban sus hallazgos poéticos. Sus nombres alzaban vuelo hacia las cumbres de la fama. Ambos llegarían a ser figuras cimeras de la literatura.
La Universidad Autónoma de Nuevo León (Méjico) publicó hace poco, en 428 páginas, el libro titulado Un encanto extraño – Cartas de Germán Pardo García a Carlos Pellicer (1920-1970). En esta obra el doctor en letras hispánicas Serge I. Zaïtzeff recoge y analiza las cartas enviadas por el colombiano a Carlos Pellicer durante los años de la ausencia, junto con unas pocas posteriores a 1931.
En cambio, las de Pellicer a Pardo García desaparecieron en su totalidad, ya que su costumbre fue siempre la de destruir la correspondencia y no conservar papeles. Cuando yo lo visité en 1988, me causó extrañeza no hallar en su apartamento de Coyoacán ni biblioteca ni archivos. Los dos únicos libros que guardaba eran Apolo Pankrátor (acopio de su poesía entre 1915 y 1975) y un diccionario griego. La austeridad del recinto era pasmosa, y por allí se sentía el soplo de un alma en pena que se movía entre el silencio y la soledad. Este ambiente de sombra y misterio lo describo en mi libro Biografía de una angustia (Instituto Caro y Cuervo, 1994).
En estas cartas salen a flote la atracción y admiración que ellos se profesaban, sentimiento que puede situarse en el campo del amor platónico. Esto no obstaba para que gozaran de las mujeres, e incluso les dieran el título de novias (las más nombradas: Esperanza Nieto en el caso de Pellicer, y Dolly Garson en el de Pardo García).
En carta de 1995, una poetisa mejicana me decía: “El grande y único amor de Germán Pardo García fue Carlos Pellicer”. Ahora bien, Aristomeno Porras, su amigo más cercano durante largo tiempo, me reveló: “Desde que lo conocí vi su inclinación hacia las mujeres. Hablaba mucho de ciertas aventuras con mujeres de la vida galante, una de ellas en Bogotá y varias en México”.
Carlos Pellicer, cuya condición homosexual era bien conocida, elaboró entre agosto de 1930 y enero de 1931 parte del poema que publicaría en 1941 con el rótulo Recinto y otras imágenes, el primer poema homoerótico escrito en Méjico. Según conjeturas, dicha obra estaba dedicada al poeta colombiano.
Termino la lectura de estas cartas con la sensación de que la amistad entre los dos poetas representa un verdadero enigma, al estilo de Pardo García, un espíritu al mismo tiempo atormentado y luminoso. De ahí nace el título del libro que comento: Un encanto extraño. ¿Hasta cuándo llegó esta relación? Hasta el 23 de diciembre de 1956, cuando Pardo García escribió esta carta tajante a quien había sido su amigo del alma (a raíz de la colaboración prestada por Pellicer a una persona considerada indigna para Colombia):
“La aceptación tuya a tal invitación, contra todos los deseos de mi espíritu pone término para siempre a la amistad que durante más de cuarenta años nos unió (…) El nuevo año me encontrará sin tu amistad, perdida para siempre, pero leal a la dignidad de Colombia”.
El Espectador, Bogotá, 13-IV-2019.
Eje 21, Manizales, 12-IV-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-IV-2019.
Comentarios
Revuelo ha causado esta afortunada columna, no en el sentido «curioso» del tema, sino por el sufrimiento y desolación de almas que en la oscuridad del silencio fueron muy próximas. Gran pérdida no tener las cartas del poeta Pellicer. Inés Blanco, Bogotá.
Pardo García sigue siendo una incógnita (aun imaginando que fuese bisexual) a quien todavía, a pesar de tus esfuerzos, debe ser remirado en su obra más que en sus pedazos biográficos. Jaime Lopera, Armenia.
Personaje exótico de mente atormentada, seguramente por los ingratos recuerdos de una niñez sometida a las rigideces de su nodriza y de las tétricas historias que en los retiros espirituales los curas solían contar sobre el infierno y demás castigos divinos. Además, la tortura de su mielopatía tuvo que ser permanente motivo de tristeza. Al final del artículo queda un fino toque de intriga al referir la drástica terminación de una prolongada amistad con Pellicer, por haberle aceptado este una invitación a una persona indigna para Colombia. ¿Quién fue esta persona? Eduardo Lozano Torres, Bogotá.
Respuesta. El colombiano Hugo Latorre Cabal, que trabajaba como redactor del diario Excélsior de Méjico, invitó a Pellicer a vincularse a su espacio periodístico. Corría el mes de diciembre de 1956, época en que imperaba en Colombia la dictadura de Rojas Pinilla. Y Pellicer aceptó dicha invitación. Con estas palabras enjuició Pardo García el acto de su amigo en la carta que cito en mi artículo:
Pero hay algo grave en lo que acabas de hacer: mientras mis grandes amigos colombianos, doctor Eduardo Santos y Roberto García y mi casa colombiana de El Tiempo se ven amenazados en sus vidas, en su independencia, en su dignidad, por la dictadura, tú aceptas colaborar con el funesto individuo a quien se considera en Colombia como uno de los mayores traidores a la libertad de una patria que es también la tuya.