Archivo

Archivo para octubre, 2018

Renace un escritor caldense

lunes, 22 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Hace años, muchos años –cuando residía en Armenia–, oí hablar por primera vez de Tomás Calderón. Fue poco lo que supe de él, fuera de que había muerto dos décadas atrás y se había destacado como columnista de La Patria con el seudónimo de Mauricio, y además sobresalía como escritor y poeta. Al paso de los días, me llegaban vagas noticias sobre su vida y su obra, y nunca logré conocer un libro suyo. Esto confirma el olvido que cae sobre los hombres de letras.

Solo ahora vengo a saber quién es en realidad Tomás Calderón, por la antología que publica el historiador y escritor caldense Pedro Felipe Hoyos, con prólogo de Augusto León Restrepo, exdirector de La Patria (y además político, columnista y poeta, que nos está debiendo su nuevo libro de poesía erótica). Esta bella edición de Tomás Calderón consta de 255 páginas en tamaño 21 x 23 cm, y está elaborada en excelente papel y enriquecida con añejas fotos de personas, paisajes y otras referencias de la región.

Tanto el prologuista como el compilador presentan enfoques valiosos acerca del escritor y su obra, la que se recoge en este acopio de páginas exquisitas, de que disfrutaron los lectores del diario manizaleño durante los 33 años de ejercicio periodístico del personaje hoy olvidado (1921-1954). Y se ofrece una muestra selecta de sus poemas, cuentos y prosas.

Tomás Calderón nació en Salamina el 7 de marzo de 1891, y murió en Manizales el 18 de mayo de 1955. Las dos poblaciones fueron para él objeto de sus entrañables querencias. Viajero pertinaz por pueblos colombianos y geografías foráneas, siempre, sin embargo, llevaba a sus dos amores –Salamina y Manizales– como emblemas que le enternecían la emoción.

Hay algo que me anima sobremanera al leer sus escritos: el camino, que fue para él una presea del espíritu. El sentido del viaje, del movimiento, del tránsito por las rutas de la vida, tan marcado en su sensibilidad, le imprimía nervio, aliento, poesía. Una vez manifestó que quería para su tumba este epitafio: “Aquí yace un camino”. Ignoro si se cumplió su deseo. Ojalá alguien nos lo cuente.

Soy otro enamorado de los caminos. En mi libro bautizado con este rótulo en 1982, y guardado en la Cápsula de El Tiempo, digo: “La vida está cruzada por caminos. Cada idea es un camino”. Otra obra mía es El azar de los caminos (2002). Tal vez este apego sentimental fue el que me hizo ganar el título de barón de los caminos, otorgado –por mediación de Hernán Olano García– por la Imperial Orden de la Doctora de la Iglesia Santa Elizabeth de Hesse –Darmstadt–. ¿Peco de vanidoso? No. Lo que deseo es mostrar mi sorpresa y admiración frente al hallazgo de otro escritor que hizo del camino una filosofía de la vida, y celebrar esa coincidencia.      

Tomás Calderón escribió páginas magistrales. Una de ellas –la que más me ha impactado– es la dedicada a Rosalía Mendoza, la gitana. La conoció cuando la llevaban en el ataúd para el cementerio, y meditó: “Tuve la impresión de que se moría el alma de un camino, de tantos que tiene el mundo. Los caminos también se mueren. Pero has muerto muy bien, en un camino, junto al río, bajo los árboles polvorientos”.

Luego confiesa para sí mismo, cuando hacían desaparecer a la gitana bajo las paletadas de tierra: “Serías mi novia, Rosalía Mendoza. Bajo el embrujo de tus ojos pensativos, yo sería un poeta triste de senderos, melancólico de ciudades viejas, enfermo de mares…” Esta declaración estremecida me hace evocar los poemas enamorados de Baudilio Montoya, el rapsoda del Quindío, al borde de los caminos.

Otra crónica memorable es la que pinta el furor de la borrasca en la profundidad del monte, como si el desastre sucediera en el mismo momento de la lectura. La mortaja es un cuento alucinante que tiene como protagonista a sor Juana de la Cruz, y deja en la mente del lector la sensación de la santidad y el amor reunidos. Ese es el poder de la palabra, que tanto ejercitó Tomás Calderón con su vocabulario castizo, elocuente y poético. Fue maestro de la legítima crónica, tan escasa en nuestros días, así como del adjetivo preciso y la metáfora refulgente.

Es un placer leerlo. Las letras caldenses están de plácemes con el rescate de este gran escritor olvidado, fallecido hace 63 años. Lo mismo debe ocurrir con Luis Yagarí, cuya muerte ocurrió en Manizales en 1985, y que también permanece en el olvido. Ambos, brillantes cronistas de vocación, hicieron una época. Una vez dijo Tomás Calderón: “Yo escribo por una necesidad de mis nervios”.

El Espectador, Bogotá, 1-IX-2018.
Eje 21, Manizales, 31-VIII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-IX-2018.
La Píldora, Cali, n.° 196, nov-dic/2018.

Comentarios 

Debe usted leer Minutos, el libro que Arturo Zapata le publicó a Tomás Calderón en 1936, donde el camino, en el sentido budista, se convierte en una metáfora de la vida. Pedro Felipe Hoyos, Manizales.

Roberto Vélez Correa me habló más de una vez de la prosa de Calderón y me consiguió dos o tres columnas. Me decía Roberto que de él no se supo tanto, porque tenía la manía de escribir con seudónimo y que cuando lo hizo con su nombre no alcanzó el mérito suficiente para quienes no sabían quién era Mauricio. Mil gracias por permitirme recordar los diálogos con los muertos. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Tus escritos siempre descubren valores y lugares regionales olvidados o ignorados por muchos. El caso de Tomás Calderón es un claro ejemplo de ello. Yo creo que exceptuando a sus coterráneos de la época, pocas personas conocen al personaje y su obra. Qué honda huella debiste dejar en Armenia y qué reconocimiento te deben, porque te has encargado de divulgar la existencia de muchas figuras de esa bella región que son desconocidas en el resto del país. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Tomás Calderón era hermano de mi abuela materna. Siempre nuestra familia estuvo en contacto con él, sobre todo cuando se fueron a vivir a Saboya, hermosa y grande hacienda, a 25 minutos de Manizales en la carretera al Magdalena. Tomás (Mauricio) trabajaba en La Patria y almorzaba en nuestra casa y ya hacia las 5 p. m. regresaba a Saboya con amigos de ese vecindario. Cuando llegué al Valle del Cauca estuve alojado en Palmira, en la casa de Diego Calderón, laboratorista e hijo de Tomás. Quisimos hacer ese trabajo literario de rescatar los escritos de Tomás, pero nos resultaba difícil. Ahora Mauricio Calderón, hijo de Diego y nieto de Tomás, abogado residente en USA, se entusiasmó con la idea y al llegar a Manizales tomó contacto con Pedro Felipe Hoyos y se logró este deseo literario. Alberto Gómez Aristizábal (médico, director de la revista La Píldora), Cali.

Cuánta alegría e interés me causó la lectura de esta página acerca del renacimiento del escritor caldense Tomás Calderón. Es, como en la crónica de la gitana Rosalía, cuando lo acabo de conocer (fallecido hace 63 años) y desde ya me he enamorado de su pluma y de sus crónicas. Cautiva su encanto de escritor y poeta. Podría decirse que el escritor Tomás Calderón ha resucitado para beneplácito de los lectores. Los caminos nos pertenecen, los que conocemos, imaginamos o deseamos desde nuestro recorrido interior. Inés Blanco, Bogotá.

Soy, como suscriptor de La Crónica del Quindío, asiduo lector de su columna. En la del domingo 2 de septiembre, destaca usted la obra del escritor y poeta Tomás Calderón. Autor también del primer himno del tradicional colegio Rufino J. Cuervo, y de la letra del himno de Armenia en 1927. Lo cual quedó consignado, como homenaje, en el libro Colegio Rufino José Cuervo-Centro 100 años 1910-2010. Testimonios que hacen historia. Jairo Orozco Hernández, Armenia.

Valeria

viernes, 19 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En La Habana supimos que venía en camino. Era diciembre del 2012. Nuestro grupo familiar se había reunido en el bar restaurante La Floridita, donde Hemingway se encontraba con sus amigos alrededor de animadas copas de daiquirí. Allí se ve hoy al escritor dialogando con los visitantes en forma tan natural que parece estar de cuerpo presente. Esta ficción la transmite la soberbia escultura de José Villa Soberón. Cerca queda La Bodeguita del Medio, otro sitio muy frecuentado por Hemingway, donde las libaciones se hacían con otro licor autóctono: el mojito.

De pronto, la pareja conyugal –Gustavo Enrique y Diana– nos entregó un sobre que mostraba los visos de la Navidad que ya estaba próxima. La sorpresa fue grande al hallar en el sobre la radiografía de un ser vivo, casi invisible, que latía y se movía en el vientre materno como deseoso de salir pronto de su encierro. Sí: ella venía en camino.

La madre llevaba seis semanas de embarazo y había mantenido muy bien guardado el secreto. La noticia, por supuesto, produjo explosión de alegría, y con ella iniciamos las vacaciones en La Habana. Con Hemingway como testigo, quien desde la barra del bar nos miraba con simpatía, alzamos las copas en instantáneo brindis por la nueva vida.

Así nació Valeria en nuestros corazones. Entonces no se llamaba Valeria, pero ya tenía asignado un puesto en el mundo: sería princesa, y colibrí, y ensueño, y fantasía. Esto, de hecho, son los bebés para sus padres, sus abuelos y familiares. En las primeras seis semanas de gestación que recuerda esta crónica, Valeria era apenas un embrión, una línea en el horizonte, una figura amorfa, una ilusión. Y conforme avanzaban las semanas, se volvía carne, y brazos, y ojos, y músculos, y pulmones… Sentía, cómo no, que el corazón le crecía.

Cuando escuchamos en la Clínica del Country su primer llanto, supimos que el milagro de la vida estaba cumplido. Nada tan fantástico, tan asombroso e inexplicable como ver surgir de la nada y  el misterio a una criatura minúscula dotada de alma, cuerpo y emociones, que desde ya expresa su derecho a llorar, reír, gatear y cometer travesuras, para más tarde proclamar su libertad para pensar, obrar y amar.

Cuando Valeria sea grande y lea estas líneas, sabrá que no nació en el mejor de los mundos – porque el mundo que le toca vivir hoy en Colombia es incierto, convulso, conflictivo, lleno de violencia, injusticia, maldad, abusos contra la mujer…–, pero sí nació en un gran hogar. El hogar prima sobre la degradación social.

Por lo pronto, la vemos pasar a nuestro lado con sus correteos joviales y sus risas bulliciosas, mientras el entorno se llena de encanto y ella nos conduce de la mano a su universo mágico. Con su mirada inteligente y su astucia aguda, que contienen al mismo tiempo picardía y seriedad,  analiza con cierta curiosidad a sus abuelitos y luego se echa a reír, sin que logremos saber qué pensamientos cruzan por su mente perspicaz. Es nuestra primera nieta, y ya podemos irnos tranquilos del mundo. Sin ella, algo nos hacía falta.

Valeria en el 2024, con 10 años, entrevista a su abuelito.

Valeria tiene hoy cinco años. Algún día sabrá quién es Hemingway. El escritor fue testigo de su nacimiento en La Floridita. Allí lo encontrará con su eterna copa de daiquirí, y ella le pedirá que le enseñe a escribir cuentos.

 

 

 

 

 

El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2018.
Eje 21, Manizales, 17-VIII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-VIII-2018.

Comentarios

Hermosa la crónica sobre Valeria, esa Valeria linda de ahora que anunció su llegada en un momento especial en el que la familia estaba de vacaciones en Cuba.  Es bella tu familia y me da mucha alegría que así lo sea. Me emocionó mucho esa nota, es hermosa y celebra la llegada y la presencia de la dulce Valeria, llenándoles a todos el corazón. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

Qué escrito tan hermoso. Me llegó hasta el fondo del alma. Removió todos los sentimientos tiernos que un angelito como Valeria pueda transmitir. María Susana Molano, Bogotá.

Lindo artículo. El abuelazgo es maravilloso. Augusto León Retrepo, Bogotá.

Hermosa columna plena de remembranzas. Para Valeria un saludo especial. William Piedrahíta González, Miami.

Muy agradable escrito, que también me trae gratos recuerdos con mi única nieta, que ya pasó los dieciséis años, pero la sigo queriendo como si tuviera cinco. Tulio Neira Caballero Crónica del Quindío).

Muy lindo artículo para la consentida de la familia.  Seguramente Valeria lo guardará como  un tesoro. Pedro y Ligia, Bogotá.

Me encantó la calidez de la columna. Gustavo Valencia García, Armenia. 

Los nietos nos traen un aire de renovación, de amor, de ternura.  Ahora, tengo otro nietecito de tres años, y una nena de nueve meses, que me llenan de ilusiones. La mayor ya termina su carrera, y el otro cumplió 10 años. Cada uno, con los sucesos de la edad, mantiene los días y los años con mejores perspectivas. Elvira Lozano Torres, Tunja. 

Muy bonita la remembranza que haces, en la que es palpable el cariño inmenso de ustedes dos por la nietecita. Dios la guarde y les proporcione muchas alegrías y satisfacciones. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

En Cuba llegó la noticia: un gran escritor como testigo y el brindis por la vida. Todo se conjugó para que sus vacaciones trajeran a Colombia el aliento de una bella niña para guiar y seguir sus pasos en el más entrañable amor. Es una maravilla compartir con los nietos, son seres que uno como abuelo cree que han venido de otro mundo, que son únicos, inmejorables. Esa prolongación de la sangre es muy fuerte. El regocijo de verlos crecer, de saberlos ajenos y propios hacen las delicias  para los abuelos que, como dices, ya podemos irnos en paz, envueltos en la magia de la risa, en la mirada de esos pequeños seres que un día serán grandes para saber del mundo, de las letras, del arte… Inés Blanco (poetisa), Bogotá.

 

Curiosa anécdota

viernes, 19 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La muerte de mi ilustre amigo Jorge Arango Mejía, exgobernador del Quindío y expresidente de la Corte Constitucional, me hace recordar un curioso suceso que viví a su lado hace 58 años. Por aquellos días de 1960 ambos llegamos a Cartagena desde el interior del país, vinculados con contrato de trabajo al Banco Popular.

Yo había sido nombrado secretario de la sucursal, con una misión compleja: reformar la parte administrativa de la oficina, que registraba alto grado de desorganización. Tras dos años de ardua labor, logré cumplir esa finalidad y esto me significó alzar vuelo en mi carrera bancaria, en la que cumpliría 36 años de servicio en diversas posiciones.

El otro lado flaco de la oficina de Cartagena estaba en el índice anormal de la cartera morosa. Como los abogados locales eran permisivos con sus paisanos, esta cartera se había desbordado. Por tal motivo, la Dirección General dispuso contratar un abogado de otro lugar para  intensificar dicha acción. Aquí aparece Jorge Arango Mejía, de Armenia, recién graduado en el Externado de Colombia. De la nómina de la oficina, éramos los únicos del interior del país.

El municipio de Cartagena era deudor de una obligación vencida años atrás, la que por algún hecho extraño carecía de instrumento de pago. El nuevo abogado consideró que la medida indicada consistía en la aprobación por el Concejo de un acuerdo que reconociera la deuda. Hizo contacto con los concejales y obtuvo de ellos la mejor actitud para colaborar en la solución del caso. Se sentían encantados con la simpatía y el don de gentes del abogado. Y entendieron que esa era la fórmula precisa.

Mientras tanto, el abogado enviaba cartas de cobro a los deudores cuyas obligaciones le habían sido confiadas. Una de ellas fue para un destacado político liberal de la región. ¡Y quién dijo miedo! Este lo llamó indignado por ese gesto que consideraba ofensivo para su alta dignidad, y le preguntó si sabía con quién trataba (el trillado “¿no sabe quién soy yo?” de la actualidad). Y lo enteró de que como miembro del Congreso había votado la ley de reestructuración del Banco Popular.

Jorge Arango Mejía, ni corto ni perezoso, le respondió que por eso mismo debía dar ejemplo de moral. Le recordó que el banco había quebrado durante la dictadura de Rojas Pinilla, entre otras cosas, por el incumplimiento financiero de miles de deudores, como el gamonal lo era en ese momento. Ya en esta encrucijada, el político le pidió el saldo de la deuda y le hizo llegar el respectivo cheque.         

Días después, dialogábamos Arango Mejía y yo con el grupo de concejales en una muralla de Cartagena. De pronto, todos se pusieron de pie para saludar al personaje que acababa de llegar, al que le rendían pleitesía. Era el político de marras. Los concejales se sentían orgullosos de presentarle al abogado foráneo. Y el político, con risa irónica, les dijo que ya lo conocía. Al día siguiente, mi amigo renunció al banco y regresó a su tierra. Sabía que el gamonal bloquearía el proyecto de los concejales y le incomodaría su trabajo. En ese episodio está reflejado al vivo lo que constituye la politiquería en el país.

Los únicos honorarios que recibió Jorge Arango Mejía durante el mes de estadía en Cartagena fueron los del dirigente político. Poco después supe que había sido nombrado alcalde de Armenia. Y por esas cosas raras que suceden en la vida, volvimos a encontrarnos, nueve años después de la anécdota que dejo narrada, al posesionarme ante él mismo como gerente del Banco Popular en Armenia, cuando ejercía el cargo de gobernador del Quindío.

El Espectador, Bogotá, 3-VIII-2018.
Eje 21, Manizales, 3-VIII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-VIII-2018.

Comentarios

Excelente relato. Felicitaciones por esa capacidad para estructurar la anécdota, siempre llena de imágenes que la hacen expectante y atractiva. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

De Jorge Arango Mejía quedan ya las anécdotas. Su esfuerzo para recuperar el espacio público de Armenia hizo agua, se deslizó por entre los dedos, los vendedores ambulantes están ocupando de nuevos las aceras, cantidades de distribuidores de verduras, frutas, legumbres y hortalizas se ven parados frente a los principales negocios formales de la ciudad, y como no hay alcalde titular, aprovechan más. Cesáreo Herrera Castro (La Crónica del Quindío).