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Archivo para mayo, 2018

El cardenal Castrillón

lunes, 28 de mayo de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Falleció en Roma el pasado 17 de mayo, a la edad de 88 años, y está considerado como uno de los personajes del clero colombiano que mayor figuración han tenido en las esferas del Vaticano. Se mantuvo durante largo tiempo en el poder eclesiástico, tanto de Colombia como de la Santa Sede, y protagonizó en nuestro país sonados sucesos en la vida nacional.

García Márquez publicó en la revista Cambio, en abril de 1999, un documentado reportaje sobre la vida y los méritos del prelado, a quien Juan Pablo II había investido con el poderoso cargo de prefecto de la Congregación para el Clero del Vaticano,  una de las mayores dignidades de la nómina pontificia, como que es el jefe de más de 400.000 sacerdotes en el mundo. En dicho texto se resalta la importancia que el cardenal tenía en el ámbito del Vaticano, y se le señala como papable. Era un político sagaz movido por sus convicciones religiosas.

En Colombia protagonizó varios actos controvertidos. Entre ellos está su vehemente oposición, en 1975, siendo obispo de Pereira, al nombramiento que López Michelsen hizo de Dora Luz Campo de Botero como gobernadora de Risaralda. Ella llevaba en Barranquilla una vida digna dentro de un matrimonio respetable. Pero el obispo vetó la decisión presidencial por el hecho de que Dora Luz se había casado por la Iglesia y ahora estaba unida en matrimonio civil.

En las elecciones presidenciales de 1974, siendo obispo de Pereira, atacó a Álvaro Gómez por ofrecer en su programa el divorcio y prohibió a los católicos votar por él. En 1994, como arzobispo de Bucaramanga, descalificó a Ernesto Samper por recibir ayuda de iglesias protestantes y pidió votar en blanco. Esta injerencia en asuntos del Estado guarda similitud con la intervención en política, muchos años atrás, de Miguel Ángel Builes como obispo de Santa Rosa de Osos. Época de ingrata recordación que desencadenó el terrible sectarismo religioso en una de las etapas más violentas de la vida colombiana.

La tensión injusta que se produjo contra la recién nombrada gobernadora, que llegaba con las mejores intenciones de servirle a su tierra, se prolongó por cerca de dos semanas. Los párrocos de Pereira, alentados por el obispo, amenazaron con el cierre de los templos si no se revocaba el nombramiento, hasta que Dora Luz se vio precisada a dimitir. Esta situación le quitó a la dama la honra y la tranquilidad, y le ocasionó, lo mismo que a sus hijos, serios problemas de salud. El obispo nunca mostró arrepentimiento por esta acción inhumana.

En Armenia, recibió de Carlos Lehder un dinero a cambio de que le bendijera la Posada Alemana, hecho que no había querido aceptar el obispo local, Libardo Ramírez Gómez. La revista Semana publicó unas fotografías en las que el obispo de Pereira aparecía en diálogo con el mafioso. Ante el escándalo nacional que causó el suceso –conocido como “narcolimosnas” o “narcoiglesia”–, Castrillón haría esta confesión años después: “Yo mismo he recibido dinero de la mafia y lo he repartido entre 105 pobres”. Estas palabras no fueron bien recibidas por la opinión pública.

Como arzobispo de Bucaramanga, lanzó graves acusaciones contra los altos mandos militares que ordenaban aplicar la pena de muerte en forma extrajudicial. Sus palabras causaron hondo malestar en la institución, y por tal motivo se le instó a que presentara pruebas ante la Fiscalía General. Él manifestó que no acusaba a nadie en particular y que su denuncia estaba basada en informes recibidos de personas de su entera confianza. Este fue otro resbalón del prelado. Si no podía sostener su afirmación, ha debido guardar silencio, como lo recomienda la prudencia. Le faltó seguir el consejo de don Quijote: “Al buen callar llaman, Sancho”.

Su carrera en el Vaticano tuvo triste final. En el 2009, un periódico francés publicó una carta en la que Castrillón felicitaba a un obispo que se abstuvo de denunciar a un sacerdote a quien la justicia francesa había condenado a 18 años de cárcel por abuso de menores. Este detonante dio al traste con la brillante trayectoria del prelado colombiano que había ascendido a las cumbres más altas de la jerarquía vaticana. Como por esa fecha había cumplido los 80 años de edad, el papa Benedicto XVI aceptó su renuncia.

Esta sucesión de triunfos y fracasos señala la patética realidad de los seres humanos que se mueven en los estratos del poder y un día deben abandonar los escenarios de la gloria. Darío Castrillón es uno de esos casos, por demás doloroso. La condición humana hace al hombre sujeto de logros y también de flaquezas.

Sin espacio para reseñar toda la cadena de éxitos del cardenal, cabe exaltar su personalidad como abanderado de la paz. Dice Hernán A. Olano García en artículo publicado en El Tiempo: “Castrillón había defendido siempre una salida negociada al conflicto armado interno, y consideraba que cualquier otro procedimiento sería un genocidio. Por eso recalcaba la necesidad del diálogo como salida humana”.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2018.
Eje 21, Manizales, 25-V-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-V-2018.

Carta a monseñor Libardo Ramírez Gómez, exobispo de Armenia

Bogotá, 26 de mayo de 2018

Apreciado monseñor Libardo:

Leí con mucha atención la copia de la comunicación que usted me hace llegar, dirigida a Hernán Olano García, director del Departamento de Historia de la Universidad de la Sabana. Por primera vez me entero de que monseñor Darío Castrillón, en ese momento obispo de Pereira, no fue quien bendijo la Posada Alemana, sino el presbítero Cristóbal Ospina, párroco de Salento.

Para escribir mi reciente artículo sobre el cardenal Castrillón consulté distintas fuentes de información, sobre todo las divulgadas por internet sobre ese hecho lejano, ocurrido hace 43 años (en ese momento yo era vecino de Armenia, como usted lo sabe), y en todas se afirma que el autor de la bendición fue el obispo de Pereira. Esto sucede muchas veces: que una versión, al pasar de boca en boca, termina distorsionando la realidad.

De todas maneras, el obispo Castrillón estuvo presente en la ceremonia. Participó de ella. En cambio, usted estuvo ausente por propia decisión. La revista Semana publicó unas fotos en las que monseñor Castrillón aparece conversando con Carlos Lehder. De ahí la “cercanía” que comenta Hernán Olano en su artículo de El Tiempo. Según revelación que más tarde hizo el propio obispo, recibió de Lehder un dinero para obras diocesanas.

Deseo que se encuentre usted disfrutando de salud y bienestar.

Gustavo Páez Escobar

En tiempos del general

martes, 15 de mayo de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi artículo anterior conté dos curiosas anécdotas relacionadas con el retrato del general Rojas Pinilla, ocurridas casi al mismo tiempo en Manizales y Tunja. Anoté que dicho retrato fue elaborado por Bené en 1953, año en que el general dio el golpe de Estado. Esa foto fue colgada en todos los despachos públicos, al tiempo que se bajaba a toda prisa la de Laureano Gómez, el presidente derrocado.

En la época de la dictadura fui testigo en la ciudad de Tunja, donde residía, de algunos sucesos que conservo nítidos en la memoria. Uno de ellos, el de un teniente de la Policía que en el café Bolívar desenfundó su revólver y bajo los gritos de ¡Viva Laureano Gómez!, ¡Abajo Rojas Pinilla!, disparó toda la carga contra la foto del general instalada al fondo del establecimiento.

Uno de los disparos perforó el escudo de Colombia y la bandera nacional que el general exhibía sobre el pecho. Delicada situación, por tratarse de un ultraje a los símbolos patrios. Aquella vez estuvo a punto de ocurrir en Tunja, la tierra nativa del general, una grave perturbación del orden público. El sedicioso quedó detenido en la instalación militar, y más tarde pasó a la cárcel Modelo en Bogotá.

Tiempo después, Rojas Pinilla lo perdonó en gesto generoso que tuvo amplio despliegue en la prensa. Era, también, un acto publicitario, en tiempos en que el régimen militar atravesaba por serias dificultades de gobernabilidad. Para celebrar el primer año, fue decretada para los empleados públicos la “prima del 13 de junio”, que se entregó mediante la firma de un documento de adhesión al Gobierno. Hasta aquí llegó la luna de miel.

La llegada de Rojas Pinilla al poder fue recibida con júbilo nacional, dado el clima de violencia que azotaba a Colombia. El primer año fue excelente. A partir del segundo se desdibujó por completo el ritmo que se llevaba. La ambición por el poder y el dinero creó el estado de corrupción en que cayó la alta administración, y el hundimiento moral sepultó los postulados puestos en marcha por el general Rojas al comenzar su mandato. Esta historia funesta fue recogida por Alberto Donadío en su libro El Uñilargo.

En la Tunja que evoco, un hombre de pueblo que era conocido como “el loquito” entraba a los cafés y se dedicaba a vitorear a Laureano Gómez. De tanto repetir la escena, ya nadie le ponía atención. Pero una noche le dio por gritar: ¡Abajo el general Rojas Pinilla! En minutos, llegó una patrulla de la PM (Policía Militar), cuerpo que vigilaba la vida ciudadana y reprimía el desorden contra la autoridad. La patrulla lo conminó a que abandonara  con ellos el café. Sin embargo, él no se amilanó. Miró con prosopopeya a los militares, se tocó la garganta, y a pleno pulmón pregonó: ¡Viva el general… (y se detuvo).

Era posible que estuviera poseído por el terror, pues bien se conocía cómo actuaba la PM. Mientras tanto, el grupo militar sentía complacencia por el cambio de actitud del “loquito”. Después del suspenso, este volvió a tocarse la garganta, tomó aliento, miró a la expectante concurrencia, y así remató el grito contenido: ¡Viva el general… jefe supremo… Laureano Gómez!  

El Espectador, Bogotá, 11-V-2018.
Eje 21, Manizales, 11-V-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-V-2018.

Comentario

Muy buena reminiscencia. Recuerdo que Tulio Bayer cuando era secretario de Higiene  en Manizales descolgó la efigie de Rojas que era colocada en todas las dependencias gubernamentales, y en su reemplazo colocó la fotografía de un hermoso caballo purasangre. Alberto Gómez Aristizábal, Cali.

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En tiempos del general

martes, 15 de mayo de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi artículo anterior conté dos curiosas anécdotas relacionadas con el retrato del general Rojas Pinilla, ocurridas casi al mismo tiempo en Manizales y Tunja. Anoté que dicho retrato fue elaborado por Bené en 1953, año en que el general dio el golpe de Estado. Esa foto fue colgada en todos los despachos públicos, al tiempo que se bajaba a toda prisa la de Laureano Gómez, el presidente derrocado.

 

En la época de la dictadura fui testigo en la ciudad de Tunja, donde residía, de algunos sucesos que conservo nítidos en la memoria. Uno de ellos, el de un teniente de la Policía que en el café Bolívar desenfundó su revólver y bajo los gritos de ¡Viva Laureano Gómez!, ¡Abajo Rojas Pinilla!, disparó toda la carga contra la foto del general instalada al fondo del establecimiento.

 

Uno de los disparos perforó el escudo de Colombia y la bandera nacional que el general exhibía sobre el pecho. Delicada situación, por tratarse de un ultraje a los símbolos patrios. Aquella vez estuvo a punto de ocurrir en Tunja, la tierra nativa del general, una grave perturbación del orden público. El sedicioso quedó detenido en la instalación militar, y más tarde pasó a la cárcel Modelo en Bogotá.

 

Tiempo después, Rojas Pinilla lo perdonó en gesto generoso que tuvo amplio despliegue en la prensa. Era, también, un acto publicitario, en tiempos en que el régimen militar atravesaba por serias dificultades de gobernabilidad. Para celebrar el primer año, fue decretada para los empleados públicos la “prima del 13 de junio”, que se entregó mediante la firma de un documento de adhesión al Gobierno. Hasta aquí llegó la luna de miel.

 

La llegada de Rojas Pinilla al poder fue recibida con júbilo nacional, dado el clima de violencia que azotaba a Colombia. El primer año fue excelente. A partir del segundo se desdibujó por completo el ritmo que se llevaba. La ambición por el poder y el dinero creó el estado de corrupción en que cayó la alta administración, y el hundimiento moral sepultó los postulados puestos en marcha por el general Rojas al comenzar su mandato. Esta historia funesta fue recogida por Alberto Donadío en su libro El Uñilargo.

 

En la Tunja que evoco, un hombre de pueblo que era conocido como “el loquito” entraba a los cafés y se dedicaba a vitorear a Laureano Gómez. De tanto repetir la escena, ya nadie le ponía atención. Pero una noche le dio por gritar: ¡Abajo el general Rojas Pinilla! En minutos, llegó una patrulla de la PM (Policía Militar), cuerpo que vigilaba la vida ciudadana y reprimía el desorden contra la autoridad. La patrulla lo conminó a que abandonara  con ellos el café. Sin embargo, él no se amilanó. Miró con prosopopeya a los militares, se tocó la garganta, y a pleno pulmón pregonó: ¡Viva el general… (y se detuvo).

 

Era posible que estuviera poseído por el terror, pues bien se conocía cómo actuaba la PM. Mientras tanto, el grupo militar sentía complacencia por el cambio de actitud del “loquito”. Después del suspenso, este volvió a tocarse la garganta, tomó aliento, miró a la expectante concurrencia, y así remató el grito contenido: ¡Viva el general… jefe supremo… Laureano Gómez!  

 

El Espectador, Bogotá, 11-V-2018.

Eje 21, Manizales, 11-V-2018.

La Crónica del Quindío, Armenia, 13-V-2018.

 

Comentario

 

Muy buena reminiscencia. Recuerdo que Tulio Bayer cuando era secretario de Higiene  en Manizales descolgó la efigie de Rojas que era colocada en todas las dependencias gubernamentales, y en su reemplazo colocó la fotografía de un hermoso caballo purasangre. Alberto Gómez Aristizábal, Cali.

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El retrato del general

martes, 1 de mayo de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El historiador Orlando Villanueva Martínez ha concluido, después de varios años de rigurosa   investigación, la biografía de Tulio Bayer titulada El luchador solitario, la única que se ha elaborado sobre el famoso médico guerrillero, y pronto la editará. Es un trabajo serio y bien documentado, como todos los que el autor ha escrito sobre legendarios personajes de la insurgencia colombiana.

Este libro le hará justicia a Tulio Bayer como promotor de implacables campañas contra el desequilibrio social y la inmoralidad pública. Fue una figura incomprendida y muy distorsionada.  Lo que ahora deseo comentar es un simpático episodio de la época en que fue secretario de Higiene y Educación de Manizales. Dice la biografía: “Su primer acto de gobierno fue descolgar, de su nueva oficina, una réplica de un cuadro de Rojas Pinilla, ‘el jefe supremo’, que estaba hasta en los inodoros de todas las oficinas públicas. En su reemplazo colocó el retablo de un caballo de pura sangre”.

Durante mi residencia en Tunja por los días del golpe militar fui testigo de la bajada, en las oficinas públicas, del cuadro de Laureano Gómez y la subida del retrato del general Rojas. Esto sucedía en todo el país. Se buscaba opacar la imagen del presidente derrocado con la del dictador victorioso.

Bené, célebre fotógrafo austriaco, llegó de casualidad a Bogotá el mismo año 53. Más tarde, el general lo contrató para retratar a la familia presidencial. Con el tiempo fue el fotógrafo de los presidentes, y por su lente pasaron Carlos Lleras, Guillermo León Valencia, Belisario Betancur, Andrés Pastrana, Virgilio Barco, César Gaviria y familias. El retrato que no quiso colgar Bayer en su oficina era de la autoría, por supuesto, de Bené. El mismo que volaba por todo el país.

En Tunja, Eduardo Torres Quintero, reconocido laureanista y por lo tanto adversario del gobierno militar, desempeñaba el cargo de personero del municipio. Como alcalde de Tunja fue nombrado un destacado coronel. Era lo que sucedía en muchos sitios del país. En Caldas, el  coronel Gustavo Sierra Ochoa se posesionó como gobernador en septiembre de 1953, y tres años después fue trasladado como gobernador de Antioquia.

Dentro de las reglas del nuevo gobierno, el alcalde-coronel de Tunja envió a Torres Quintero el retrato de moda para que lo entronizara en su despacho. “Déjelo en aquel rincón”, le indicó el personero al portador del cuadro. Y allí se quedó muchos días. Hasta que una mañana entró a su oficina y encontró que el retrato de Laureano Gómez había desaparecido y en lugar de él estaba el del general.

Frente a este hecho, Torres Quintero reunió a sus empleados y les manifestó que no iba a ponerlos en aprietos para que contaran qué había sucedido, pero siendo el cuadro un bien público que figuraba en el inventario con su respectivo precio, debían hacer una colecta para comprar otro cuadro similar. El plazo fue perentorio, mientras salía a dar una vuelta por la plaza. Cuando regresó, otra vez se hallaba el retrato de Laureano Gómez en su sitio.

Epílogo: el personero fue destituido ipso facto, y lo primero que hizo su reemplazo fue instalar otra vez la figura del general captada por Bené. Hasta que años después alguien tuvo que revertir de nuevo la operación.

El Espectador, Bogotá, 27-IV-2018.
Eje 21, Manizales, 27-IV-2018.
La Crónica del Quindío, 29-IV-2018.

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