Penurias del escritor
Por: Gustavo Páez Escobar
La estrechez económica (como lo señala la revista Semana en su edición n.° 1840 del 5 de agosto pasado) ha sido signo distintivo del escritor. Vivir de la publicación de los libros es una utopía. A la lista de escritores famosos que para subsistir han tenido que desempeñar algún empleo o actividad rentable (José Asunción Silva, León de Greiff, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Luis Vidales, entre otros), hay que agregar el nombre de Fernando Soto Aparicio, muerto en mayo de 2016.
Fue uno de los escritores que más libros vendían en el país, a raíz de la fama obtenida con La rebelión de las ratas. Este hecho le permitió durante mucho tiempo vivir de las regalías. Vino después la piratería de sus obras, y el lucro se fue al suelo. Como ya sus libros, que continuaron editándose de manera permanente, no le daban para vivir, se empleó como asesor de la Universidad Militar Nueva Granada. Y allí murió a los 82 años de edad, pobre y enfermo, sin haber obtenido el beneficio de la pensión.
En su época juvenil trabajó varios años en la rama judicial de Santa Rosa de Viterbo. Al buscar la acreditación de ese tiempo para agregarlo al tiempo trabajado con la universidad, y con la diplomacia durante el gobierno de Belisario Betancur, no apareció ese registro. Tampoco contaba con los años trabajados como guionista y libretista de radio y televisión, ya que dicha labor la ejercía como contratista.
En tales condiciones, tuvo que cumplir con el oficio laboral en la Universidad Militar Nueva Granada hasta el final de sus días. Cruel injusticia para quien tanto honor le dio a Colombia a lo largo de toda una vida de creación literaria.
Revista Semana, n.° 1842, 20 al 27 de agosto de 2017.
Comentarios
Esa es la triste realidad. Mientras los escritores dejan huella con su obra, y no mueren en el recuerdo de los lectores, enfrentan dificultades económicas. Qué falta hace en este país una política cultural que les asegure a los creadores de belleza vivir bien los últimos días de su existencia, como creo que sucede en México. José Miguel Alzate, Manizales.
Gracias por recordarnos estas dolorosas verdades que por la cercanía con el maestro Soto nos constan. Fernando Cely Herrán, Bogotá.
Te admiro no solo cuando relatas con fino estilo las glorias de los personajes que tratas, sino más aún cuando hablas de las miserias y vicisitudes de ellos, porque revelas tu gran dimensión humana. Para botón de muestra la nota de hoy. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.
Lástima que los gobiernos no tengan reservado un ingreso para las grandes glorias del país. No alcanza el presupuesto con tanta corrupción y plata robada, y los escritores quedan en el olvido en vida. Luego vienen las posibles manifestaciones de gratitud y de reconocimiento, cuando ya no es posible darles la mano. Liliana Páez Silva, Bogotá.
Es una pena que un escritor del calibre de Soto Aparicio haya terminado sus días en la penuria. Como tú bien lo anotas, que un escritor pueda vivir de su profesión es una utopía. Infortunadamente, como en muchas otras actividades, quienes se lucran del trabajo de los demás son los intermediarios, en este caso las editoriales. Triste realidad. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.