La otra Íngrid
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace ocho años que Íngrid Betancourt no volvía a Colombia. En días pasados estuvo en Bogotá y participó en el foro La reconciliación, más que realismo mágico, organizado por la Fundación Buen Gobierno, que dirige Martín Santos, hijo del presidente Santos. Además, en el foro estaban varios exsecuestrados por la Farc, que al igual que ella sufrieron terribles oprobios en las selvas colombianas.
En ese escenario, y ante una concurrencia de 500 asistentes, pronunció un sentido discurso de paz y perdón con sus captores, gesto que le hizo ganar nutridos aplausos. Como acto por demás significativo, se abrazó con Clara Rojas, su fórmula vicepresidencial cuando ambas cayeron en poder de la guerrilla.
No habían vuelto a hablarse a raíz de hondas rencillas surgidas en el cautiverio, y verlas ahora amistadas significaba grandiosa contribución a los diálogos de paz que se adelantan con el grupo guerrillero.
Íngrid vino a hablar de paz. Fue enfática en afirmar que ese es el paso sensato que debe darse después de más de medio siglo de odio y violencia, e hizo énfasis en el sentimiento de solidaridad que existe en el mundo hacia el acuerdo final que está próximo a firmarse en La Habana, si es que se logran superar los pocos obstáculos que aún subsisten.
Siendo ella el mayor emblema de las barbaries cometidas por las Farc, y quien sufrió la mayor saña y los mayores oprobios durante seis años de cautiverio, su voz de reconciliación es quizás el aporte más valioso que se ha visto en el proceso por la concordia, que gana cada vez más terreno entre los colombianos.
Mientras ella padeció inauditos martirios físicos y morales –como la muerte de su padre acongojado, un mes después del secuestro–, y regresa a Colombia a defender los diálogos de paz, otros se empeñan en atizar la guerra. Sin embargo, por encima de ese inexplicable ánimo demencial, se impondrá la cordura. No es posible seguir en esta guerra absurda que tanta desgracia ha traído al país y a los hogares. Hay que dejar a un lado los odios y ensayar los caminos del perdón.
La clara estirpe social y política de Íngrid, de que tantas muestras dio en el pasado, no le permite cambiar sus ideas en pro de la justicia y la causa de los desvalidos. Sus intrépidas acciones contra la corrupción y los atropellos de la clase política están frescas en la memoria de muchos colombianos. No se olvida su arremetida contra Samper y el proceso 8.000, lo mismo que su ruptura con Pastrana por haberle incumplido un pacto para combatir la corrupción.
Esto lo dejó expuesto en el libro La rabia en el corazón. Su acción beligerante de aquella época no le hizo medir los riesgos que representaba su incursión en el campo guerrillero, donde cayó en las fauces del lobo. Liberada seis años después por la Operación Jaque, escribió un testimonio estremecedor: el libro No hay silencio que no termine, una de las mayores radiografías que existen sobre los sistemas de salvajismo y degradación humana impuestos por las Farc. No obstante, en su reciente visita al país dio pruebas fehacientes de que perdona a sus verdugos y se suma a la causa de la paz.
Hoy es otra Íngrid. El haber vivido el calvario del secuestro, en toda su crueldad abominable, le permite dimensionar con amplia visión el drama de la guerra y clamar por la paz. No importa que sea una paz imperfecta, si de todos modos es una fórmula para conseguir mejores días. La madurez de su mente debido a la horrenda experiencia del cautiverio, y gracias también al doctorado en Teología que adelanta en Oxford, le hace ver la realidad con otros ojos.
No hay certeza de que Íngrid se reintegre a la política activa del país. Pero no me cabe duda de que se trata de una heroína y una gran colombiana.
EL ESPECTADOR, Bogotá, 20-V-2016
EJE 21, Manizales, 20-V-2016
Comentarios
La columna es una contribución grande a la paz, sobre todo para los quindianos, cuya mayoría son guerreristas y comulgan con los gritos de Uribe y sus áulicos. Libaniel Marulanda, Armenia.
Muy importante destacar este cambio en la personalidad de Ingrid: su actitud se constituye en un aporte para la paz. Esperanza Jaramillo, Armenia.
La oposición al proceso de paz no es «un inexplicable ánimo demencial» sino la otra cara de la moneda que algunos se empeñan en ignorar. Arnulfo Román.
Es muy acertada la columna, relievando a una gran mujer: ella aprendió, ojalá todos nosotros hagamos lo mismo. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.