Desgracias del dinero sucio
Por: Gustavo Páez Escobar
Son tantos, tan monstruosos y continuos los actos de corrupción que se cometen en Colombia, que se cubren unos a otros para dar paso a nuevos desenfrenos. En este sinfín de maniobras oscuras, de cohechos y prevaricatos, de asociaciones para delinquir y de robos descarados al erario o a la empresa, la moral pública ha caído en abismos insondables.
Se soborna lo mismo al agente de tránsito o al funcionario de impuestos, que al juez y al magistrado. En Colombia todo es comprable y vendible. El decoro y la honradez son flores exóticas en nuestros días. Nunca la justicia había estado tan pervertida. El capítulo bochornoso que se vive hoy en la Corte Constitucional produce grima y vergüenza y desespero a los ciudadanos de bien. Los delincuentes de cuello blanco son los mayores corruptos y los mayores corruptores del país.
Los desvíos de la justicia y de la conducta pública tienen como común denominador el ansia irrefrenable de poder y dinero que se apoderó de la sociedad y se volvió endémica. Y todo se va olvidando. De escándalo en escándalo, las colosales fechorías ya no se ven. Se las llevan las corrientes de la impunidad y la degradación de las costumbres.
El empresario italiano Giorgio Sale, años atrás sonado personaje del alto mundo (por los días en que regaló unos botines a un magistrado y un reloj a otro, con intenciones aviesas), y quien más adelante fue condenado a diez años de prisión por el delito de lavado de activos, había dejado de ser noticia. En noviembre de 2013 le fue concedida la casa por cárcel debido al cáncer de pulmón y la diabetes que padecía. Habían pasado los días fulgurantes en que los círculos sociales y políticos frecuentaban su restaurante L’Enoteca y su almacén Made in Italia.
Ahora llevaba una vida escondida en el municipio de Cartago, donde pagaba, en el apartamento que compartía con su esposa, la pena que le faltaba cumplir. Por las calles se le veía caminar con lentitud y fatiga, como alma errante, acompañado de su inocente mascota. Murió en días pasados, víctima de sus dolencias y entre las sombras de su tremenda soledad.
Caso parecido es el de Mariano Alvear Sofán, fundador de la Universidad San Martín. Se calcula que a través de las maromas realizadas durante largos años desvió un billón de pesos a sus cuentas particulares. Montó con su familia un potente clan que explotaba los dineros succionados a miles de estudiantes atraídos por los planes que la universidad anunciaba en los periódicos con gran despliegue y en forma constante (un señuelo para el engaño).
Se le dictó orden de captura, lo mismo que a otros directivos de la universidad. La audiencia tuvo que llevarse a cabo en su lujosa mansión de El Peñón debido a la enfermedad que lo aqueja (fascitis necrotizante –infección severa–). Ahora viene un largo proceso judicial donde se expropiarán sus bienes localizables, y hasta es posible que vaya a prisión, si su edad –74 años– y su precaria salud lo permiten. ¿Qué queda de su emporio económico y de sus días de esplendor? Un horizonte de miserias.
Otro tanto sucede con los grandes capos. Pablo Escobar, el hombre más poderoso de la mafia colombiana, terminó abaleado en el techo de una modesta casa de Medellín. Gonzalo Rodríguez Gacha, uno de los terroristas más temidos, ricos y sanguinarios de la historia junto a Pablo Escobar, fue dado de baja en espectacular cacería. Los hermanos Rodríguez Orejuela, fuertes narcotraficantes, pagan prisión en Estados Unidos. Es el mismo caso de Carlos Lehder, el otrora dueño de la isla Cayo Norman, por donde introducía los narcóticos a Estados Unidos.
Igual panorama de desgracias se cierne sobre Víctor Maldonado y los directivos de Interbolsa; sobre Silvia Gette, exrectora de la Universidad Autónoma del Caribe, exvedette y exbailarina erótica en Argentina; sobre Jorge Pretelt Chaljub, presidente de la Corte Constitucional. La lista de infractores de la ley es infinita. Pero la gente no escarmienta en cabeza ajena. A veces, ni en cabeza propia, porque se vuelve a delinquir cuando llega la ocasión.
Epílogo. La Posada Alemana, la suntuosa sede de Carlos Lehder en el Quindío, está en escombros desde hace mucho tiempo. De allí desapareció hasta la estatua de John Lennon elaborada por Rodrigo Arenas Betancourt. En días pasados tuvo que ser demolida, para evitar que causara una tragedia, la casa de Pablo Escobar en la Hacienda Nápoles, que en los tiempos de gloria fue visitada por políticos, reinas y muchas figuras nacionales. En ambas mansiones se sienten fantasmas.
El Espectador, Bogotá, 20-III-2015.
Eje 21, Manizales, 20-III-2015.
Mirador del Suroeste, n.° 63, Medellín, diciembre/2017
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Comentarios
Es muy triste que quienes hemos vivido con rectitud de principios y de conducta, ahora seamos los «pendejos» de este país carcomido por la corrupción. Esto se está volviendo irrespirable, pues para donde uno mire hay una «cartelización» con propósitos siempre torcidos. Pero nos toca seguir insistiendo ante propios y extraños sobre la necesidad de retomar lo perdido. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.
La columna pone el dedo en la llaga purulenta en que se convirtió la sociedad colombiana, otrora modelo de gentes laboriosas y honestas. Gustavo Valencia García, Armenia.
La gente no aprende. Pero será la ley del karma la que cobra justicia. Así anda el mundo. El diluvio universal es ahora “la corrupción universal”. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.
Muy acertado el artículo en estos momentos en que la gente solo quiere tomar el camino más fácil y solo importa el “yo, yo, yo y lo que sobre para mí”. Alexandra Oñate, Bogotá.
La Justicia es el cáncer que corroe a nuestro país. No sólo en la Corte Suprema sino en todos los departamentos los jueces tienen precio. Por eso no se pueden esperar fallos justos y ronda la inequidad por doquier. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.
Mi reconocimiento por tener aún nuestro país personas como usted con entereza de carácter y sabiduría para que como periodista exprese lo que es el sentir de la mayoría de nuestro querido pueblo colombiano y que ojalá la reflexión y sensatez de nuestros dirigentes direccionen una sociedad con decoro y decencia sobre todo en los de cuello blanco que tanto daño le están haciendo con su maligno ejemplo. Fernando Valencia Ríos, Tuluá.
Qué nos pasó cómo sociedad es la pregunta que me hago antes que mis hijos me la hagan para ver si puedo encontrar una respuesta para mantener la dignidad como pueblo. Muchas son las veces que me pregunto sobre la necesidad de mantener la bandera en alto de los valores, la familia, la civilidad y el respeto por el orden, las leyes y las instituciones. Armando Rodríguez Jaramillo, Bogotá.