Gustavo Páez Escobar
No es usual que un perro se llame Jonás. Pero así se llama el nuestro, el simpático habitante del predio campestre de Villa de Leiva. Nos lo regalaron de cuatro años, y ya se llamaba Jonás. Es posible que el nombre bíblico se lo hubiera puesto algún niño imaginativo que se fascinó con la historia de la ballena que se tragó al profeta, y a los tres días salió éste sano y salvo, y por supuesto triunfante, del vientre monumental del cetáceo.
Sea lo que fuere, el noble animal se convirtió en miembro de la familia. Bien pronto se volvió objeto de admiración, entretención y cariño. Lo veo correteando por la finca, brioso, elegante y fiestero. Cuando llegamos a Villa Astrid, sale a recibirnos, en medio de alborozos exuberantes, con un palo en la boca a manera de bienvenida. Si no aparece rápido el palo, busca una piedra tosca –por lo general de buen tamaño– para cumplir su estricta y calurosa regla de protocolo. Y al acercarse a nosotros da unos cuantos brincos en el aire, como todo un acróbata de la agilidad y la gracia, para así testimoniar la alegría que lo embarga.
Cuando al término de la temporada advierte que nos preparamos para el regreso, agacha la cabeza en lo alto de la loma, y de allí no se mueve. Permanece absorto mientras ve el ingreso de las maletas a los vehículos, y luego entra a su casa, a paso lento, decaído y taciturno. Existe una oculta fibra sentimental que une a los animales con los hombres. No todos los hombres saben encontrarla. En Jonás, que es todo sentimiento y nobleza, distinción e inteligencia, su percepción de la alegría y el dolor es más aguda que en muchos de sus congéneres.
Al principio tuvo problemas con Brownie, su compañero de morada, a causa de los cuales solían enfrentarse en encarnizadas contiendas. Brownie llegó a compartir el espacio de la finca a los pocos días de nacido, y como ambos son labradores (Jonás, cruzado con bóxer), supusimos que se llevarían bien. Así ocurría por lo general, pero la paz se alteraba cuando surgían motivos de celos, o de territorio, o derivados del temperamento dominante de Jonás.
Luego de darles algunas clases de convivencia tomadas de textos científicos, vimos con satisfacción que las dos mascotas se habían sociabilizado por completo, y terminaron entendiéndose como un par de hermanos. Quienes saben de perros comprenden muy bien estas cosas.
Y pasó el tiempo. A Jonás comenzó a vérsele el pelo blanco, señal de madurez y vejez. Ya no andaba rápido, a veces se fatigaba, dejó de volar por el campo como una saeta… Me acordé de Piero, en su canción famosa: “Viejo, mi querido viejo, ahora ya camina lerdo… la edad se le vino encima sin carnaval ni comparsa”. Fue entonces cuando le agregué otro nombre, nombre honorífico y muy bien ganado: “el patriarca”.
Mi patriarca se había vuelto viejo. Revisamos su calendario, y nos cercioramos con desconsuelo de que ya tenía 13 años, que convertidos a la edad canina representaban 80 años. Con la edad, vinieron las enfermedades. No solo disminuía su brío habitual, sino que perdía el oído, el equilibrio y la vivacidad de otros días. Sin mayor dificultad le descubrimos las densas cataratas.
Varias enfermedades, todas a un tiempo, dieron cuenta de la decadencia evidente del patriarca. Lo mismo que nos ocurre a los humanos. Por algo el hombre y el perro se parecen. Nuestra mascota tuvo, dentro de una familia compenetrada con el sentimiento hacia los animales, las mayores atenciones en su vejez, y contó con todos los recursos de la ciencia.
Jonás ya no existe. Lo derrotó el calendario. Murió sin sufrimiento, este 8 de junio. Brownie duró buen tiempo lanzando ladridos lastimeros. Según el veterinario, esta es la manera de expresar su luto el compañero o compañeros sobrevivientes. El par de loros, con su algarabía habitual, hablaban su propio lenguaje, mientras el cortejo de gallinas rebuscaba en el pasto, con cierta tristeza, el alimento cotidiano.
Corrijo cuando digo que Jonás ya no existe: existe en el corazón de una familia que no olvidará su presencia en el terruño, donde se queda en medio de flores, de paisajes y de recuerdos gratos.
Eje 21, Manizales, 15-VI-2012.
La Crónica del Quindío, 16-IV-2012.
El Espectador, Bogotá, 16-IV-2012.
Adda Defiende los Animales, n.° 45, Madrid (España), diciembre de 2012.
* * *
Comentarios
De la familia
A Jonás lo vamos a recordar porque sus sentimientos son muy cercanos a los de un ser humano, y en algunos, quizás mejores. Aprendimos muchas cosas de él, y sobre todo que el amor se puede manifestar de la forma más sencilla, y la tristeza también es grandeza. Una vez cuando nos íbamos le vimos una lágrima, y él quiso que no lo viéramos. Quizás por eso siempre se escondía en su casa. Fabiola Páez Silva.
Me conmueve mucho este gran homenaje a nuestro magnífico Jonás. Está totalmente descrito lo que vimos a su lado: alegría, amor desmedido, demostración de ese afecto, energía, siempre que estábamos en Villa Astrid. Lo disfrutamos y lo amamos. Liliana Páez Silva.
Espléndido artículo, escrito con magia y sensibilidad, que plasma con realismo y al mismo tiempo con belleza lo que fue la vida y obra de Jonás. Pedro Galvis Castillo.
Quedamos muy complacidos con el artículo sobre Jonás, pero sentimos mucha tristeza al saber que murió esa mascota tan especial. Generalmente los perros se convierten en parte de la familia y expresan con su actitud y su mirada todo su cariño y lealtad. Pedro Elías Páez Escobar, Ligia.
Muy bello el «poema» sobre Jonás. Describir y pensar lo que él fue es maravilloso, más cuando se ha compartido. Y siempre fiel se acostó en su madre tierra. Me pregunto a dónde irá ahora su espíritu sumiso. Creo que a nuestros corazones. Juan Carlos Campuzano M.
Yo les comentaba a los presentes que si el animalito hubiera sabido leer y escribir, también habría firmado el «derecho a morir dignamente». El «patriarca», sin padecimiento alguno, en menos de un minuto, incluyendo la búsqueda de la vena en una de sus patas y la postura de la inyección, inclinó la cabeza hacia adelante y quedó como dormido con las caricias… Jorge Alberto Páez Escobar.
Excelente historia de Jonás. Una descripción muy detallada y muy bien escrita. Humberto Escobar Molano.
Lloré mucho con esta historia pues he perdido ya tres mascotas que han sido mi vida y sé el dolor tan grande que se siente cuando tienen que irse, verdaderamente ellos son un miembro más de la familia. Consuelo Hustace (Estados Unidos).
De lectores
Me acompaña un hermoso labrador llamado Cicerón. Los labradores son muy inteligentes y consentidos. Cicerón es todo un personaje, conoce mis rutinas, tiene un lugar en mi estudio e indefectiblemente tenemos que salir a caminar a las 5:30 p.m. a veces hasta con sombrilla. Sabe cuando voy para Armenia y se sitúa junto al carro para que lo lleve. Esperanza Jaramillo, Armenia.
Precioso homenaje a Jonás. No solo existe en el corazón de ustedes sino en el cielo perruno que estoy segura Dios ha destinado a esas leales criaturas. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.
Por medio de esta columna se hace partícipes a los lectores de todas partes que el bueno de Jonás se fue para no volver, y se fue para quedar en el corazón de los que lo quieren, tal como lo hacen los seres humanos. Loretta van Iterson, Ámsterdam.
Sé de sobra lo que es la muerte de un animal querido. Yo tuve un gato maravilloso, llamado Nikki, una verdadera maravilla. Mezcla de siamés y angora. (…) Mucho, mucho tiempo después, un día, en verano, nos dimos cuenta de que Nikki estaba enfermo. Lo llevamos al veterinario. Le recetó varias medicinas pero sin mucha esperanza. Esa noche lo acostamos en la cama de nuestro hijo, que era un lugar suyo donde solía ovillarse. En la madrugada me levanté para ir al baño y me encontré a Nikki casi a la puerta de nuestra alcoba, prácticamente muerto. Se había arrastrado penosamente los casi seis metros, de un dormitorio al otro, para venir a nuestro lado. De inmediato llamé un taxi y me largué al veterinario de guardia, no podía verlo sufrir. Le dieron una inyección en mi presencia, mientras él me miraba con unos ojos que me hacían llorar. Tanto como lloraron nuestros hijos al regresar de España (…) Paz a Jonás en el cielo de los animales, y ojalá se haga amigo de Nikki y de Platero. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).
Hay que tener en el interior del alma una gran fibra humana para manifestar el sentimiento de pena en la partida definitiva de un ser que en algún momento de nuestras vidas nos proporcionó alegrías, satisfacciones, como lo hizo “el patriarca”. Los animales tienen un mundo que nosotros los humanos pocas veces entendemos. Álvaro León Pérez Franco, París.
Soy una lectora de su artículo de El Espectador. Tengo una perrita 12 años y medio que lleva su vejez con dignidad, camina despacio, huele con más observación, les ladra a los jóvenes. Veo su carita más blanca y a veces sus ojos caídos cuando la tengo que dejar. Ha sido mi maestra en todo, como son los animales y la naturaleza. Solo quería decirle… qué maravilla su artículo, una bella experiencia como la suya me encantó compartir. Liliana Durán, Bogotá.
Su escrito sobre Jonás nos hermana. También tengo un labrador, se llama Mateo Montealegre, también está cumpliendo 13 años y sufriendo los rigores de la edad adulta. Mateo llegó a decorar nuestras vidas en mi familia desde los 30 días de nacido, por lo que entiendo perfectamente su expresión poética del dolor que la partida de Jonás ha causado en usted y su familia. Trato de prepararme para el momento en que Mateo también termine su ciclo de vida y entre a formar parte del baúl de los bellos recuerdos. Libardo Montealegre M.
Qué crónica más bella. Qué sentimiento encierran tus palabras que puestas sobre el papel para perpetuar todo el cariño que ese ser devolvía a toda la familia cuando llegaban o el intenso dolor cuando partían, nos golpean a todos aquellos que, que con la misma sensibilidad, hemos amado y llorado a una mascota. Carlos Ochoa Martínez, Bogotá.
Hemos pasado por este trance doloroso, que solamente entendemos quienes lo hemos vivido. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Bogotá.
Los amigos como Jonás no se olvidan y si consigues otro perro llámalo igual y así perderás la capacidad de recordarlos llorando. Yo he tenido media docena de Polas a lo largo de mi vida de amante de los perros (tal vez tengo en exceso, dos grandes daneses, dos malineses, dos labradores, tres chihuahuas) y solo añoro llegar a estar tan viejo como ellos. Muy linda tu nota. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.
Yo llevé a mi perra a que viera a mi otro perro que acababa de morir golpeado por un bus antes de enterrarlo; no tenía heridas externas, así que no se veía muerto. La perra lo vio, se detuvo, lo olió de lejitos y se fue como si nada. Pensé que no le había dolido verlo muerto pero al día siguiente (y por tres días en total), no comió, no salió, no le ladró a nada: entendí que estaba en negación el primer día, que asimiló el golpe sobre la marcha e hizo el duelo a su manera. Los animales no manifiestan sus sentimientos como nosotros pero de que tienen los mismos sentimientos no hay duda. El de la H (correo a El Espectador).
Este tipo de historias debería llevarnos a revaluar el maltrato y sufrimiento que imponemos a la mayoría de animales (ya sea porque los matemos para la alimentación humana o porque arrasemos su hábitat para extraer recursos). Cualquiera que haya vivido una historia de callado entendimiento con una mascota sabe que los animales no son autómatas indolentes, sino seres sensibles como nosotros, y que por lo tanto deberían tener derecho a la vida, a la libertad y a no ser torturados. Condoricosas (correo a El Espectador).
Cuando el hombre piense en los animales, y hasta se compare con ellos, comprenderá más a su semejante y podrá vivir en paz. Qué historia más humana. Yetti (correo a La Crónica del Quindío).
Qué artículo tan lindo y qué par de perritos tan lindos. Es muy cierto lo que su hija comenta sobre esos seres tan especiales en nuestras vidas, son unos magníficos compañeros, amigos, y ojalá los humanos fuéramos tan sinceros y leales como ellos. María Elena Arango Ossa, Bogotá.
Muy buena crónica, y me pone pensativa, pues mi mascota Tito está en esa misma edad. Pienso mucho en el momento de su partida sobre todo por mamá que tiene 93 años y es muy apegada a él. Esperanza Ospina Giraldo, Palmira.
Me uno a su tristeza. El sentimiento por los animales es la mejor pintura del alma y la grandeza de una persona. ¡Qué excelente recuerdo de Jonás! Carlos A. Restrepo, Medellín.
* * *
En la muerte de Brownie
(Tenía 11 años calendarios y nos acompañó con amor y alegría en Villa Astrid. Fue operado de un cáncer, y al final murió en la clínica de un paro cardiorrespiratorio. Villa de Leyva, 11 de enero de 2018).
*
Brownie, sé que tan pronto como diste tu último aliento, Dios se llevó tu alma bella e inocente al cielo. Sé que ya te ganaste tus pequeñas alas peludas, que te las mereces con todo el amor perruno. Estoy orgulloso de ser capaz de amar a un ángel tan sorprendente como tú. Estoy aquí en la Tierra y no sé cómo te las estás pasando en el cielo, pero confío que realmente lo estés disfrutando. Espero que corras por hermosos prados y cielos perfectamente color chocolate como tú. Nos duele mucho, pero te agradecemos tu ímpetu y tu energía para vivir. El creador de tu nombre, tu mamá, tus tíos, tus abuelos y por supuesto tu papá te extrañaremos y estaremos en paz. Gracias. Juan Carlos Campuzano.
Amor, hermoso escrito y homenaje para nuestro hijo perruno. Brownicito ha sido parte de nuestra historia, y nos regaló lo más importante: su amor y lealtad incondicional. Nos enseñó a vivir alegres y a ser fuertes. Fue una parte de mi vida personal, importante para mi recuperación del cáncer. Él no lo logró, pero luchó hasta el final. Gracias, Brownicito, siempre estarás en mi corazón. Liliana.
Juan, hijita: no tengo sino agradecimientos por todas las atenciones con nuestro inolvidable Brownicito. Astrid.
Divinos los escritos, Juan y Lili. Salen palabras desde lo más profundo del corazón. Diana.
Me quedo sin palabras. Santiago Campuzano, Méjico.