Amor, honor y libertad
Por: Gustavo Páez Escobar
El nombre original de la película –The Lady–, producida en el Reino Unido bajo la dirección del cineasta francés Luc Besson, fue cambiado en su versión al español por el de Amor, honor y libertad.
Difícil saber cuál de estas tres palabras posee mayor valor en la existencia humana. Unidas, representan en la película el mayor símbolo del coraje de Aung San Suu Kyi, la líder birmana que en defensa de la democracia lo sacrificó todo en la lucha heroica que libró por la libertad de su pueblo. Su proeza le hizo ganar en 1991 el premio Nóbel de la Paz. Pero la dictadura militar, que la tenía prisionera, le impidió recibirlo.
Esta gran señora de la resistencia birmana ha escrito una de las páginas más sublimes de los nuevos tiempos en el capítulo sin fin de la opresión, la tortura y la muerte con que los depredadores buscan perpetuarse en el poder. Mujer intrépida que se enfrentó, derrotando su propio miedo, al imperio de los déspotas.
Pocas películas basadas en hechos reales han transmitido la historia con tanta fidelidad. Rebecca Frayn gastó tres años escribiendo el texto, y para darle mayor veracidad usó los nombres propios de los personajes: Aung San Suu Kyi, la heroína, y Michael Aris, su esposo, otro gran protagonista en la lucha contra la dictadura, representados por Michelle Yeoh y David Thewlis. Quien estudie la vida del país a partir del asesinato en 1947 del general Aung Sang, padre de Suu Kyi, y vea la cinta, sabrá que los sucesos son auténticos y se han decantado con la magia de esta producción deslumbrante y estremecedora.
La actuación de la activista birmana se inicia en 1988, cuando regresa al país tras concluir sus estudios en Oxford, trabajar en las Naciones Unidas y ser profesora en la India. El pueblo la impulsa para que dirija un movimiento contra el gobierno dictatorial, y ella, que no tiene formación ni intención política, siente conmoverse su espíritu ante el estado de crueldad imperante y acepta dirigir la Liga Nacional para la Democracia, inspirada en el espíritu pacifista de Gandhi.
En 1989 queda bajo arresto domiciliario. Al año siguiente, su movimiento gana las elecciones por inmensa mayoría, y la junta militar ignora el resultado electoral. Por supuesto, no entregará el poder a los civiles. Y acrecienta su saña contra quien ha llevado al pueblo a la victoria. Victoria pírrica, de la que se ríen los conmilitones de la usurpación y el oprobio. Cuando en 1991 se le otorga el Premio Nóbel de la Paz, los militares le ofrecen el exilio para que viaje a Suecia a recibir el galardón, a cambio de su silencio ante el mundo.
Rechazada la propuesta infamante, continúa privada de la libertad. En total, sufrirá 21 años de cautiverio. Su esposo, que ha tenido que abandonar el país, lucha por conseguir la visa para reunirse con su mujer, pero la junta militar se la niega. Michael Aris muere de cáncer de próstata en marzo de 1999 sin volverse a ver con ella.
También sus hijos están ausentes y no pueden regresar a Birmania. Sola, aislada de su familia y sometida a torturas físicas y sicológicas, la gran dama mantiene una idea fija: la libertad de Birmania. El tiempo para ella transcurre en completo desamparo, en absoluta desolación, bajo las botas y las armas de los verdugos.
Sale liberada el 13 de noviembre de 2010. En la puerta de su casa-prisión la vitorean 3.000 personas. El 16 de junio de 2012 se traslada a Oslo a recibir el Premio Nóbel de la Paz otorgado en 1991, y cuatro días después la Universidad de Oxford le entrega el doctorado honoris causa que le había conferido en 1993.
El país, aniquilado por la larga dictadura militar, ha entrado en el lento camino de reconstruir la democracia con el gobierno civil instaurado en el 2011. Ha dejado de llamarse Birmania: ahora es Myanmar, y ya su capital no es Rangún sino Naipyidó. Quizás esta metamorfosis, este cambio de piel, contribuya a formar otra nación. Hoy Suu Kyi tiene 67 años. Su martirio no ha sido en vano: se ha desgarrado el corazón para darle la libertad a su pueblo. Ha protegido el honor. Y ha escrito con su heroísmo una grandiosa historia de amor.
El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2012.
Eje 21, Manizales, 17-VIII-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-VIII-2012.
* * *
Comentarios:
Caso completamente opuesto al de Benazir Bhutto: cuando todo parecía estar mejorando para las mujeres en el mundo islámico a través de ella, la matan en público y encima detonan una bomba en la manifestación de apoyo, siendo todo transmitido por TV en vivo. La eficiencia para provocar terror llevada al máximo. EldelaH (correo a El Espectador).
Como no es cine comercial no la verán aquellos grupos y sectores que necesitan con urgencia lecciones de vida, ejemplos de personajes inspiradores, verdaderos personajes a los cuales idolatrar y seguir. Al contrario, con nuestra miserable cultura en la que el ídolo es el mafioso o traqueto, el estereotipo de la prepago vacía, el futbolista o el reguetonero, vamos para ningún lado, vamos al abismo cultural. Antonioruizvelez (correo a La Crónica del Quindío).
Lo importante es el mensaje. Su contenido y lo que sé, son tus deseos de aportar al crecimiento de una sociedad menos mediatizada que la actual. La crítica a los guiones es la muestra de la diaria charlatanería local. Excelente artículo. Jorge Eliécer Orozco Dávila, Armenia.
Acerca de la líder de Birmania y Premio Nobel, la columna es magnífica porque nos aproxima a la historia de esta gran mujer y su lucha por la democracia de su país. Es una historia conmovedora y muy valiente. Increíble tanto atropello de estos gobiernos en pleno siglo XXI. Pareciera que el Medioevo no hubiese pasado ya hace más de 800 años. Inés Blanco, Bogotá.
Premio Nobel, con acento en la e, no Nóbel. darojas53 (correo a ElEspectador.com).
Respuesta.– Supuse que algún lector haría esta crítica idiomática. Y apareció la persona. Sigo sosteniendo la tesis que expuse en nota publicada en El Espectador el 29 de noviembre de 1982, donde digo:
¡Otra vez la discusión sobre si es Nóbel, palabra grave, o Nobel, aguda! La gente seguirá pronunciándola con acento en la o, y de ahí no la sacará nadie, a pesar de los eruditos, porque así le suena mejor. El habla es asunto de oído, que se decanta en la costumbre. El pueblo manda, y cuando se le lleva la contraria, aparecemos como pedantes. La erudición también consiste en interpretar la tendencia del idioma.
Aparte de las razones de Argos sobre la preferencia de Nóbel, por el caché de la entonación y su refrendación en el Larousse –el más popular de los diccionarios–, yo agrego lo siguiente: la Nueva enciclopedia temática (1969) también le marca tilde a la o.
La revista Time, en su publicación del 1° de noviembre, anota que “Colombia tiene una tradición literaria modesta». Esto le da pie a Álvaro Navia Monedero (Carta del Día, 12 de noviembre) para pedir el correcto empleo del apellido sueco y demostrar así que no somos atrasados. Según don Álvaro, debe ser Nóbel, con acento en la o, y respalda su tesis con una lección de gramática alemana.
¡No nos compliquemos la vida! La fonética cambia de una lengua a otra, y en últimas es la costumbre la que se impone. El pueblo es el que les da sonoridad y gracia a los vocablos. GPE