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Archivo para febrero, 2012

Centenario de Pardo García

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace cien años, el 19 de julio de 1902, nacía en Ibagué Germán Pardo García, llamado poeta del cosmos por el contenido universal de su poesía, y también poeta de la angustia, por el dolor que agobió su existencia. Su nacimiento en Ibagué fue una circunstancia accidental, y él habría de considerar a Choachí su verdadera patria, según lo proclamó en diversas ocasiones, y sobre todo en el libro Los ángeles de vidrio.

A la muerte de su madre, el pequeño, apenas de cuatro años, fue trasladado a un predio que su padre poseía en El Verjón, páramo situado en cercanías de Choachí. A Ibagué sólo vino a conocerla en 1928 y nunca más regresó.

Presa de la soledad a tan corta edad, el abandono y el miedo invadieron sus primeros años y marcaron su temperamento afligido, que muchas veces llegaría a los lindes de la neurosis y la locura. El rostro lóbrego del páramo, que veía surgir por todas partes y a toda hora, sin manera de evitarlo ni entenderlo, junto con la falta de cariño y protección que rodeó su niñez y su juventud, fueron signos determinantes para que su alma quedara dominada para siempre por las huellas de esa experiencia devastadora. Nunca pudo quitarse de los ojos ni del espíritu esa imagen fantasmal. Movido por ella elaboró su obra maestra, una de las más portentosas que se hayan escrito sobre la angustia del ser humano.

Desde muy joven, y ya residente en Bogotá, se revela su vocación poética. Sus primeras composiciones las escribe a los diez años. Más tarde se compenetra con la sombra de José Asunción Silva, el bardo suicida, y se vuelve lector voraz de los poetas alemanes. Sus primeros versos los recoge en los cuadernillos La tarde y El árbol del alba, y luego los traslada a Voluntad (1930), considerado su primer libro. De ahí en adelante su producción será constante, hasta completar, con Últimas odas (1988), más de cuarenta volúmenes.

En febrero de 1931 viaja a Méjico atraído por la figura de Carlos Pellicer, que ha estado en Bogotá como agregado cultural de su país, y allí se queda. A Colombia viene sólo por breves temporadas, y el dolor de patria nunca lo abandona. Méjico lo acoge con demostraciones de admiración, y en dicho país fabrica la mayor parte de su creación literaria. Obra que se expresa con el sentimiento místico de sus primeros versos. Más tarde se traslada a los temas eternos del hombre y al final incursiona en los terrenos de la ciencia, la guerra y el cataclismo universal. Su nombre vuela por todo el continente con los mayores ribetes de grandeza lírica.

Nivel, revista literaria que funda en 1959 y que tendrá una vida de treinta años, sostenida con su propio peculio, se convierte en tribuna de la cultura latinoamericana. Tribuna abierta a todas las expresiones del arte, en ella ven sus primeras luces editoriales grandes figuras de las letras. La mano derecha de esta publicación es el colombiano Aristomeno Porras, el ángel tutelar del poeta, que velará por su maestro hasta que éste fallece a la edad de 89 años, el 23 de agosto de 1991.

Grande entre los grandes poetas de América, este hijo del páramo describió la tragedia del hombre entre las nieblas de su propio dolor, esculpidas con el buril de la belleza. Hoy recuerdo al poeta con emoción y afecto, todavía bajo los efectos producidos por su figura refulgente y magnánima, cuando tres años antes de su muerte lo visité en Ciudad de Méjico. Después publicaría Biografía de una angustia, donde pinto el drama de su existencia atormentada, libro que entregué al museo que Choachí erigió para honrar su memoria, y en el cual dejé la siguiente anotación, que reproduzco aquí para conmemorar los cien años de su natalicio:

«Maestro Germán Pardo García: este es el libro que le ofrecí y que ha debido salir en las postrimerías de su angustiada vida terrenal. Pero como su vida poética es eterna, aquí queda mi obra como mensaje perenne para las futuras generaciones, que deposito en la casa de cultura de Choachí, su pueblo, para que los ángeles de vidrio la protejan entre las brisas del páramo. Aquí también seguirán vivas sus palabras: Paz y esperanza«.

El Espectador, Bogotá, 11-VII-2002.

La extrema pobreza

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No es la violencia el reto más grande que tiene Colombia, sino la pobreza. Pobreza desesperada que al paso de los días se ha vuelto cada vez más aguda y clama por la protección social que eluden los Gobiernos y que los colombianos también olvidamos. Esa pobreza camina como larva rastrera por pueblos y ciudades, se refugia debajo de los puentes, implora unas monedas en los semáforos y un desperdicio de comida en los restaurantes. Todos los días, en mis caminatas matinales, encuentro tres o cuatro indigentes que amanecen tirados en las aceras o en las zonas verdes, y que pretenden defenderse del frío entre periódicos y cartones inútiles, como desechos de la sociedad indolente.

¿Cómo puede haber paz en Colombia con el 70 por ciento de la población en la pobreza? Son 28 millones de compatriotas que apenas consiguen recursos mínimos, oprobiosos para la dignidad humana, para subsistir en medio de enormes necesidades, sin alegría en el corazón ni esperanza en el futuro. ¿Cómo puede haber paz en Colombia cuando por las calles bogotanas vagan seis mil menesterosos? Cifra que todos los días crece con los desplazados por la violencia que llegan de todos los lugares del país.

Esa indigencia galopante y trágica es el resultado de la inoperancia oficial para distribuir mejor el ingreso, ofrecer empleo decoroso y suficiente, reprimir los despilfarras y la corrupción, crear verdaderos sistemas de progreso social.

No puede haber paz en Colombia con millones de ciudadanos famélicos y amargados, que apenas prueban una comida al día (cuando pueden) y carecen de techo, educación y trabajo. Uno de cada cuatro colombianos está enfrentado a inenarrables proezas para poder vivir, mientras los dineros públicos se despilfarran o desvían en manos de los poderosos de siempre, los que medran al amparo de la impunidad y se enriquecen a manos llenas y a ojos vistas, aumentando el hambre del pueblo.

Reto grande para el próximo gobierno el de amortiguar, por lo menos, la miseria de los colombianos. El incremento de la pobreza nace de muchos factores, entre los que se encuentran el estado de recesión que registra el país en los últimos años y la creciente ola de desempleo. El terrorismo y la delincuencia obedecen al fracaso de las políticas sociales y económicas que imperan desde hace muchos años. No puede aspirarse, por supuesto, a que haya paz en medio de la pobreza. No debe olvidarse que las balas son consecuencia de la miseria.

Para conseguir la paz hay que eliminar el hambre. Hoy tenemos el doble de desempleados de hace cuatro años, más de dos millones de jóvenes por fuera de las escuelas y el 64 por ciento de la población que vive con menos de dos dólares al día. El ingreso per cápita de los hogares retrocedió 10 años, lo que significa que estamos como en 1992. La pobreza y la indigencia han crecido en forma dramática, como el peor flagelo que castiga la tranquilidad pública. ¿Será posible lograr el progreso humano con estos signos de ruindad?

Dice un proverbio holandés que «el hambre es una espada acerada». Esa es la espada que destroza los vientres de la población y al mismo tiempo gravita, con su filo inexorable, sobre los Gobiernos ineficaces. Pero la lección no se aprende, o se digiere a medias.

Quizá ahora, cuando hemos llegado a los peores extremos de este drama pavoroso, se tome conciencia de que es preciso cambiar el cuadro infamante de la miseria cotidiana, la cual, de tanto verla, la ignoramos. Qué bien cae, en este momento de olvido del hombre, esta frase de la poetisa norteamericana Emily Dickinson:

«Si puedo evitar que un corazón sufra, no viviré en vano; si puedo aliviar el dolor en una vida, o sanar una herida, o ayudar a un petirrojo desmayado a encontrar su nido, no viviré en vano».

El Espectador, Bogotá, 3-VII-2002.

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Noticias culturales

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En la pasada Feria Internacional del Libro hablábamos un grupo de amigos sobre el prolongado receso que registraba Noticias Culturales, órgano oficial del Instituto Caro y Cuervo, cuya publicación estaba interrumpida desde diez años atrás. Fue como si el diligente director de la entidad, profesor Ignacio Chaves Cuevas, hubiera escuchado nuestra conversación, pues mes y medio después vuelve a circular la revista, con un cubrimiento que abarca hasta diciembre de 1998. A partir de 1999 las entregas serán trimestrales, hasta ponerse al día en los próximos meses.

El órgano, fundado en 1962, cumple cuarenta años de existencia. Al principio, su edición era quincenal y constaba de una sola página. Años después, ya con el carácter de revista, se volvió mensual, hasta diciembre de 1975, fecha en que se suspendió debido al crecimiento editorial de la empresa. Se reanudó en junio de 1982, por bimestres, hasta 1992, año en que había vuelto a quedar detenida. Como se ve, no decae el interés del Instituto por mantener este bien orientado difusor de la actividad cultural, luchando contra las limitaciones presupuestales que en los últimos años afectan en forma severa la marcha de la institución.

En estas hojas se registran los principales hechos que ocurren en el Instituto y que representan para el país el florecimiento de formidables realizaciones en el campo de la investigación lingüística y la cultura nacional. Si bien circula hoy la revista con un atraso de diez años, en ella se consignan, para futura memoria, sucesos que tuvieron lugar durante el período que se actualiza, gracias al empeño del egregio director y de su consagrado equipo de colaboradores.

El acopio de material escrito y fotográfico, junto con la maestría editorial, permiten refrescar la historia como si acabara de suceder, y en esto estriba la importancia de la publicación. Un periódico muere en un día, mientras una revista resiste el paso de los años.

En el período que cubren las nuevas entregas se recogen noticias memorables, como la terminación del Diccionario de construcción y régimen de la lengua española, de Rufino José Cuervo, obra monumental que demandó 123 años de investigación y que está considerada el mayor aporte a la lengua española. En junio de 1994 se hizo la presentación de este trabajo ante la Unesco, en París, en la conmemoración de los 150 años del natalicio de don Rufino y en la tierra donde reposan sus restos. En julio de 1995 se realizó un acto similar ante los reyes de España, en presencia del director de la Real Academia Española y de otras distinguidas autoridades del idioma.

El 28 de octubre de 1992 falleció en Alcalá de Henares, cuna de Cervantes, el padre Manuel Briceño Jáuregui, que ocupaba la presidencia de la Academia Colombiana de la Lengua y había viajado a España a los actos de celebración de los 500 años de la llegada a América del idioma castellano y de la edición de la Gramática de Lebrija. Otra figura del idioma fallecida en este lapso fue don Ramón de Zubiría, el 3 de julio de 1995. A ambas personalidades rinde la revista los condignos honores.

También se registra la exaltación del poeta y político venezolano Andrés Eloy Blanco, en homenaje que le rindieron la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo, al recordar el centenario de su nacimiento. Ignacio Chávez Cuevas presentó en el acto una elocuente semblanza del personaje, sobre quien dijo que “nadie interpretó tan cumplidamente a la Patria y a su gente».

Andrés Eloy murió en Méjico el 20 de mayo de 1955, ocasión en que la poetisa Laura Victoria, allí residente, escribió en el periódico Novedades una bella página lírica sobre su amigo entrañable, pieza que rescato en mi biografía recién terminada sobre la poetisa.

Otros acontecimientos tienen que ver con los 50 años del Caro y Cuervo, el bicentenario de la Imprenta Patriótica, los 450 años del natalicio de Cervantes, los 100 años de la generación española del 98… En el campo bibliográfico está la amplia gama de publicaciones, entre las que quiero destacar los libros Tomás Carrasquilla, autobiográfico y polémico, de Vicente Pérez Silva, donde se ofrecen interesantes facetas sobre el escritor antioqueño, y Momentos de la literatura colombiana, texto de Otto Morales Benítez que presenta profundos ensayos sobre hechos relevantes de la cultura nacional.

El Espectador, Bogotá, 27-VI-2002

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Usiacurí y el poeta

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el programa ¿Quién quiere ser millonario?, Paulo Laserna, su director, formuló la siguiente pregunta: «¿Dónde queda la casa, ahora museo, donde murió el poeta Julio Flórez?». Entre los cinco municipios que el mismo programa ofrecía, el concursante escogió la ciudad de Barranquilla, respuesta que se dio por acertada, y así se otorgó uno de los premios millonarios. En cambio, entre esas opciones no aparecía Usiacurí, situado a 38 kilómetros de Barranquilla, donde en realidad falleció el poeta, el 7 de febrero de 1923.

Me imagino que si los vecinos del municipio escucharon el programa, como sin duda ocurrió, deben estar protestando por semejante error que les desconoce nada menos que el principal motivo de atracción turística. Por eso, y en honor a la verdad histórica, esta columna reclama el premio mal concedido, el que de una vez cede a la casa-museo que honra la memoria del más querido poeta popular que ha tenido Colombia. Parece que en este caso la dimensión de Barranquilla opacó la brevedad de Usiacurí. Sin embargo, el laurel literario reposa en el pequeño municipio, donde hace 79 años fue coronado Julio Flórez como poeta nacional, y no hay razón para que de allí desaparezca por culpa de una programadora mal informada.

Doctor Laserna: para abundar en motivos que respaldan mi justa petición (como diría un abogado pleiteador), voy a citar respetables fuentes que avalan mi aseveración. Todo sea en beneficio del olvidado y pintoresco pueblito de Usiacurí. Entre esos textos están El lector boyacense, publicado en 1980 por la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, con notas certeras del insigne académico e historiador Vicente Landínez Castro, y Diccionario de escritores colombianos, de Luis María Sánchez López, obra que mantiene actualizadas las fichas históricas de los numerosos quijotes de las letras (a uno de los cuales se le ocurrió irse a morir a Usiacurí).

Usted, por fortuna, doctor Laserna, en buena hora se ha acordado de él en su aplaudido programa dominical –muy ameno e ilustrativo–, y a mí me ha dado la ocasión de escarbar en la tumba de mi ilustre paisano boyacense.

La obra Municipios colombianos, publicada por el Senado de la República, dice lo siguiente en el registro de Usiacurí: «En la población atlanticense murió uno de los grandes poetas colombianos, Julio Flórez, afectado por un cáncer en el rostro que lo obligó a radicarse en el pueblo para aprovechar las aguas medicinales que gozaban de gran fama».

El padre Manuel Briceño Jáuregui, expresidente de la Academia Colombiana de la Lengua, manifiesta en un ensayo sobre el poeta: «Nace en Chiquinquirá. A los 56 años, veinticuatro días después de su coronación como bardo nacional, muere cerca del mar Atlántico, en Usiacurí». En la obra Forjadores de Colombia contemporánea, de Planeta, se lee lo siguiente: «El 14 de enero de 1923 fue coronado como poeta nacional en Usiacurí, pueblo al que se había retirado (…) El 7 de febrero de 1923 murió en Usiacurí».

Queda claro que Julio Flórez no murió en Barranquilla, y creo que muy pocas veces iba por allá. Hace pocos años organizó la Academia Boyacense de Historia una excursión al lejano municipio, en la que se rindió homenaje al bardo en la casa donde falleció, convertida hoy en museo, la misma que el programa televisivo ha trasladado a la capital del departamento.

Aparte del propósito de curarse el cáncer de piel en las aguas medicinales, Julio Flórez se refugió en Usiacurí debido a su desengaño del mundo y sus vanidades. Allí, en medio de la naturaleza virgen y cubierto por el anonimato, pasó los últimos quince años de su vida dedicado a menudos quehaceres agrícolas. Su inclinación a la desolación y las sombras, tan marcada en su poesía, quedó reflejada en este asilo estratégico.

El nombre de la población procede del cacique Curí (la Costa siempre ha sido tierra de caciques), que dominaba la región a la llegada de los españoles. En 1566 el pueblo fue dado en encomienda a Alonso de Montalvo, y el 23 de octubre de 1856 se erigió en municipio. Con cerca de 8.000 habitantes, 28 grados de temperatura y una esforzada labor agrícola y artesanal, Usiacurí, por pequeño que sea, tiene su gran historia: se la debe a Julio Flórez, el último de los poetas románticos de Colombia, bohemio y trasnochador en las calles bogotanas, fundador de la Gruta Simbólica, y que con su alma sensible y sus versos estremecidos tocó las fibras más íntimas del sentimiento popular.

El Espectador, Bogotá, 20-VI-2002.
Revista Manizales, No. 722, enero-febrero/2003.

El triunfo de la esperanza

jueves, 9 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El voto que la mayoría de los colombianos, con claridad inequívoca, depositó por el doctor Álvaro Uribe Vélez en las pasadas elecciones, es un voto de esperanza por la rehabilitación del país. Hastiados del odio entre hermanos y del deterioro social nacido de la pasión sectaria, esta vez los colombianos antepusieron el bien de la República a la supervivencia de los partidos. Por eso elegimos al doctor Uribe Vélez, una carta de salvación con la cual nos jugamos, quizá, la última posibilidad que aún nos queda para salir del naufragio.

En el subconsciente más oculto del optimismo nacional, que permanecía dormido como consecuencia del embrutecimiento gradual a que nos ha arrastrado la politiquería, surgió la misma voz desesperada que clamó en el pasado: «No más política y más administración». Por desgracia, a esos gritos de la razón no suele hacérseles caso a tiempo, tal vez porque el colombiano es por ancestro un animal político.

En medio de la gran frustración que sufre el país a merced de un gobierno débil como el actual, cercado por las guerrillas y cada vez más impotente para conseguir la tranquilidad pública y remediar el sinfín de calamidades sociales que nos agobian, se escuchó una voz patriótica y serena, aislada de ataduras políticas, que proponía un mandato de autoridad con «mano firme y corazón grande». El pueblo creyó en él y por eso lo buscó como su redentor.

Cuando el futuro Presidente comenzó a surgir en el juego de las probabilidades electorales, apenas lo conocía un cuatro por ciento de la opinión pública. Esto no fue motivo para desalentarse, y de ahí en adelante, en contacto diario con la gente y las urgencias sociales, le tomó el pulso al alma nacional y supo cómo orientar sus pasos para que el pueblo creyera en sus propuestas.

A medida que auscultaba las dolencias crónicas y ofrecía remedios adecuados, más crecía el índice de credibilidad en su palabra. Su pasado de hombre trabajador y gobernante idóneo, cuyos logros fueron evidentes en un departamento azotado por implacable ola de terrorismo, como era Antioquia, le hacía ganar adhesiones en todo el país. Y creció la audiencia nacional.

Su lema de «trabajar, trabajar y trabajar», sumado a la sensación cada vez más creíble de que se trataba de un dinámico hombre de metas y principios, capaz de guardar distancia prudente con la clase política y de gobernar, por lo tanto, con independencia y alejado de maquinarias y corruptelas, fueron factores determinantes para la caudalosa votación que lo llevó al poder. Había surgido el hombre ideal para manejar el tema de la guerra, y con esa certeza se volvió arrollador el lenguaje de las urnas.

Los combates que al nuevo Presidente le tocará librar no serán pocos ni fáciles de resolver. Habrá de chocar con muchos intereses creados, con muchos vicios incrustados en el ambiente, con mucho personaje siniestro de la vieja politiquería.

Su mensaje de reformas ha tenido en el país un eco esperanzado para que entremos por otros rumbos, y por eso es mucho lo que se espera del nuevo gobierno. Más que hechos milagrosos, se confía en que se despejen dudas sobre el manejo de la encrucijada actual, sobre todo las que tienen que ver con el terrorismo, el desempleo y la corrupción. De este viraje dependerá la suerte de la nueva administración.

Por fortuna, el país sabe distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. Entre el funcionario recto y el corrupto. Entre el eficaz y el pirata. Y confía en que las dotes que adornan la personalidad del doctor Uribe Vélez: seriedad, rectitud, equilibrio, decisión, laboriosidad, austeridad, sensatez, convicción, transformen en poco tiempo la desesperanza nacional. ¡No nos defraude, señor Presidente!

El Espectador, Bogotá, 22-III-2002.

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Misiva:

Agradezco inmensamente el artículo de su autoría, publicado en El Espectador. Tengo toda la decisión para que el periodo que se inicia sea útil a nuestros compatriotas. Reciba un cordial saludo, Álvaro Uribe Vélez.