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Archivo para febrero, 2012

El valiente defensor de Sañudo

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Promovido por la Asociación Amistad y Mucho Más, se rinde en la Casa de España sentido homenaje al escritor Vicente Pérez Silva, como tributo a su extensa y brillante labor literaria. Infatigable trabajador de la cultura, la obra de este nariñense ha alcanzado alta ponderación por medio de sus numerosos libros, conferencias, ensayos e investigaciones históricas, jurídicas y literarias. Su apego a las tradiciones y a los valores de la patria lo inducen desde temprana edad a escudriñar el rastro de los sucesos más allá de las noticias ya conocidas, y de esta manera presenta en sus trabajos, con novedad, erudición y gracia, facetas ocultas que revelan otras verdades y así enriquecen la historia.

Su formación mental y su conducta ética le permiten mantener puntos de vista claros frente a criterios confusos o comportamientos movedizos. Esto sucedió con la firme actitud que asumió en 1972 ante la Academia Colombiana de Historia, de la que era miembro, cuando la entidad le negó el uso de la palabra para leer un ensayo sobre José Rafael Sañudo, autor de los controvertidos Estudios sobre la vida de Bolívar.

Era inadmisible que por el hecho de presentar al Bolívar humano, con los errores propios de la débil naturaleza –muy diferente al héroe glorificado en la mayoría de los textos–, Sañudo fuera lanzado a las tinieblas exteriores al pretender alguien exaltar su memoria en los cien años de su natalicio. Y medio siglo después de publicado el libro polémico, digno de toda consideración.

En vista de lo cual, el académico silenciado se retiró de la entidad con su enérgica protesta por este veto a la libertad de pensamiento. Años después fue postulado para la Academia Colombiana de la Lengua, y uno de sus futuros colegas se opuso al ingreso con el argumento de que era hombre conflictivo, teniendo en cuenta su renuncia a la otra institución.

Que yo sepa, es la única persona que ha renunciado a una academia (honor que se considera irrenunciable), lo que señala, en el caso aquí rememorado, una muestra de dignidad y carácter. Años más tarde, tales hechos fueron divulgados por el escritor en el folleto Yo fui el benjamín de una academia.

Como investigador del Instituto Caro y Cuervo, Pérez Silva ha adelantado varios trabajos de rigor académico. En su amplia bibliografía se destacan títulos como Sonetos para Cristo, Memorias de Florentino González, Un nariñense en la Trapa, Anécdotas de la historia colombiana, Raíces históricas de La Vorágine, Dionisia de Mosquera: amazona de la crueldad, La picaresca judicial en Colombia. Su último libro se denomina Este… Encarnación de una curiosa y sonora antología, y en él recoge una serie de sonetos clásicos que comienzan con la palabra «Este», o la acentúan en sus estrofas, como el de Jorge Rojas: «Este es el cielo de azulada altura»…

Trabaja siempre en varios libros a la vez, los que va ampliando con nuevos hallazgos. Dado a la minucia y el dato curioso, anota en su libreta de apuntes cuanto indicio descubre para investigar aspectos ignorados y novedosos, que más tarde aparecerán como verdades sorprendentes. Cuando yo residía en Armenia, me solicitó el envío de una foto de la estatua de Bolívar y copia de algún discurso importante pronunciado allí sobre el prócer, para el libro que busca divulgar la presencia del Libertador en distintas plazas del país y que llevará por título Bolívar en el bronce y la elocuencia. Otro proyecto aplazado es el de una selección de poemas eróticos, iniciada hace largos años. Cuando le pregunto por estas obras inéditas, me dice que los editores se han hecho de rogar.

En 1979 prestó su asesoría a la Asociación de Amigos de Sogamoso para el rescate de la novela del escritor sogamoseño Temístocles Abella Mendoza, publicada por entregas en El Mosaico, en 1864, con el rótulo Los tres Pedros en la red de Inés de Hinojosa. Deliciosa rareza bibliográfica sobre la pasión femenina que hizo estremecer la vida recoleta de la ciudad de Tunja en tiempos de la Colonia.

Otro feliz suceso editorial es el Código del amor, libro pequeñito y parecido a un devocionario, de autor anónimo, publicado en París en el siglo XIX, que el perseguidor de joyas literarias había leído en su época de estudiante y vino a recobrar en preciosa edición en 1999.

En una Feria del Libro denunció, por medio del folleto Ventura y desventura de un educador, el hurto literario que hace 70 años hizo Evangelista Quintana, considerado el autor de la célebre cartilla La alegría de leer, al maestro de escuela Manuel Agustín Ordóñez, oriundo de Nariño. Los documentos presentados por Pérez Silva no dejan duda sobre el delito, y con base en ellos habrá que revaluar la figura del verdadero autor de la obra.

La sobresaliente carrera literaria de nuestro distinguido amigo lo ha hecho acreedor a notables galardones, como el Premio Dante Alighieri, la Orden de la Fraternidad Comunera y el Diploma de Honor conferido por el Ateneo de Caracas, a los que se suma el justo reconocimiento que le otorga hoy la Asociación Amistad y Mucho Más, benemérita entidad que estima, con excelente criterio, que los honores hay que tributarlos en vida, porque los muertos no los necesitan.

El pensamiento del valiente defensor de Sañudo es un venero de ingenio y creatividad, dones que unidos a su vasta erudición y sus férreas disciplinas le aportan a la cultura colombiana una obra valiosa, de indudable permanencia en el tiempo.

El Espectador, Bogotá, 29-VIII-2002.

Brevedad y desmesura

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La verbosidad en Colombia se ha convertido en vicio nacional. Son pocos los que hablan o escriben con brevedad, tal vez por suponerse que el exceso de palabras imprime importancia. Los discursos kilométricos están a la moda del día. Los políticos y los gobernantes creen que hablando largo convencen más, y sucede todo lo contrario: aburren más. Hay escritores, sobre todo cuando están en la cumbre de la fama (cuando menos tiempo se dedica a pulir las palabras y condensar el pensamiento) que elaboran textos farragosos e insoportables, que nadie lee. Lo mismo ocurre con algunos columnistas de prensa.

El discurso de posesión del presidente Uribe, de solo 20 minutos, rompió con estos esquemas. De entrada, le enseñó al país el arte de la brevedad, como parece que va a ser el estilo de su gobierno. Brevedad sustanciosa, claro está. Dijo lo que tenía que decir y no incurrió en el hábito común de las promesas desmesuradas, dichas con tono de encantamiento.

Así, le evitó al país la fatiga de las interminables oraciones de otros tiempos, matizadas de frases refulgentes y retóricas floridas, que suelen quedarse en el papel, con escaso cumplimiento en la práctica. Otro modelo de concisión y sindéresis fue el discurso de Luis Alfredo Ramos, presidente del Congreso. Buen comienzo del ritmo paisa que se instaura.

El hombre contemporáneo, movido por la prisa y la frivolidad, carece de espacio para la reflexión y la síntesis. Como para escribir breve se necesita tiempo, se escribe largo. De esta tendencia moderna nació la palabra «ladrillo», que significa cosa pesada o aburrida. Si bien se mira, la actual Constitución es un ladrillo. No hubo tiempo, como sí sucedió con la de 1886, de pulir la escritura, ajustarla y abrillantarla. Se puso más énfasis en las discusiones bizantinas que en el contenido de la obra, y a última hora se votó contra reloj y al unísono, cuando se había agotado el calendario.

El texto hubiera podido redactarse con mayor claridad y eficacia, en menos de la tercera parte de lo que representa el mamotreto aprobado. La frondosidad idiomática de nuestra Carta Magna es modelo de desmesura: así es el país actual. Las sociedades modernas del mundo entero no se diferencian mucho de la colombiana, porque la moda universal ha elegido el exceso y el frenesí como norma de vida. De esta manera caminamos hacia la superficialidad y el disparate. «Las puertas del exceso –dice Jorge Edwards– nos han llevado al caos, a una especie de proliferación indigesta».

La ampulosidad, tan deslumbrante como engañosa, seduce a los falsos profetas. Las palabras huecas, pero que suenan bien, estallan en todos los escenarios y atrapan a los incautos. En los mercados del libro, la exageración es mareadora. Tanta basura se produce en este medio, que es fácil incurrir en el engaño. Vaya usted por las librerías de Madrid y sentirá, no asombro por las montañas de volúmenes que se acumulan como si se tratara de pesados cargamentos de puerto, sino escozor. La abundancia de la palabra se convirtió en una peste. La tonta idea de que la inteligencia se mide según la dimensión de los escritos y de los discursos, trastoca la realidad.

Al colombiano se le olvidó la sentencia de que «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Ahora llega un gobernante con poder de síntesis y precisión, que huye de la palabrería y de los espejismos, para ejecutar actos contundentes y realizaciones tangibles. No busca impresionar con la elocuencia tropical que otrora se evidenció en el estilo grecocaldense, sino con la acción. Sin embargo, a algún político no le gustó el discurso presidencial por hallarlo «telegráfico». Ese político olvida que lo que necesita el pueblo no son palabras vanas sino hechos ciertos.

El Espectador, Bogotá, 22-VIII-2002.

Mujeres en la historia

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dos distinguidas académicas, Mercedes Medina de Pacheco e Hilda Gómez de Monroy, acaban de poner en circulación, dentro de la serie bibliográfica de la Academia Boyacense de Historia, sendos trabajos que hablan de mujeres: Las mujeres en las Elegías de varones ilustres de Indias y La mujer colombiana y el proceso histórico de sus derechos.

Paciente labor de pesquisa tuvo que adelantar Mercedes Medina de Pacheco para localizar en los 113.609 versos que componen el poema más extenso escrito en lengua castellana –Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos– las 179 mujeres que aparecen en dicha obra. Eran mujeres ocultas tras la sombra de los varones que protagonizaron en el siglo XVI los sucesos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo.

Algunas de ellas cumplieron verdaderas hazañas al lado de sus hombres, pero esos hechos pasaron inadvertidos por los cronistas, quienes dirigieron sus escritos hacia la exaltación de los caudillos y se olvidaron de las heroínas. Hoy, en esta época que ha entrado a revaluar a la mujer en su justa dimensión, la escritora boyacense vuelve sus ojos al pasado para desentrañar de las páginas memoriosas de Juan de Castellanos los actos de heroísmo ejecutados por esa pléyade de indígenas ignoradas.

Si a las mujeres de entonces se les hubiera dado su real importancia, habrían salido sorprendentes capítulos sobre la sutileza, la pasión y la intrepidez femeninas, como actoras de grandes aconteceres épicos, algunos de ellos pintados de sangre y tragedia, a la altura de los dramas griegos. La autora del estudio escudriña los versos monumentales de Juan de Castellanos, párroco de la catedral de Tunja durante 35 años, y deshilvana las vivencias escondidas en el cruce de razas con los conquistadores.

El cura y escritor dejó su propia historia femenina al reconocer, al final de sus días, a su hija Jerónima y entregarla en matrimonio a Pedro de Rivera. Esa huella de su pasado, según lo anota Enrique Medina Flórez en certero ensayo sobre el poeta-cronista, fue el producto «de sus amores en Venezuela o acaso en islas del Caribe».

La autora de la investigación hace de su trabajo una obra al mismo tiempo histórica, original y apasionante. Las 179 mujeres extraviadas en aquellos versos gigantescos, de difícil lectura en nuestros días, resucitan en la pluma acuciosa de la académica boyacense. Cada una de esas mujeres tiene su propia historia. Su propio encanto y su propia fascinación.

El libro de Hilda Gómez de Monroy, cargado de feminismo, recoge las luchas de la mujer por la conquista de sus derechos durante el siglo XX. Es un recuento minucioso, basado en fuentes históricas, que se convierte en valiosa obra de consulta sobre el itinerario de sacrificios y realizaciones que condujeron al reconocimiento de la mujer como ser pensante, autónomo y generador de progreso.

Comenzando el siglo actual, la mujer no tenía la menor independencia para intervenir en la vida pública, ni se le reconocía ningún atributo como persona libre y creativa. Su condición femenina se confundía con la esclavitud hogareña, y los esposos apenas la consideraban hábil para procrear y criar hijos.

Las desigualdades ante el varón eran ostensibles y detestables, en todos los órdenes, y el exceso de sumisión de la mujer, que no sólo existía en Colombia sino en todo el continente, provocó una insatisfacción silenciosa que se manifestaría en abierta rebelión contra el machismo imperante.

No fue fácil cambiar en poco tiempo las costumbres ancestrales, pero la acción progresiva que a partir del año 1930 (punto de arranque de la lucha femenina) comenzó a surgir en el país, dirigida por voluntades aguerridas como la de Soledad Acosta de Samper, María Cano o la poetisa Laura Victoria, condujo a la conquista de los derechos políticos, civiles, culturales y laborales que hoy reconocen las leyes aprobadas en el resto del siglo XX.

Valioso trabajo el que entrega Hilda Gómez de Monroy en su obra académica, en la que recoge este proceso histórico que logró definir, en bien de la dignidad humana y del progreso nacional, la igualdad de los sexos en este mundo actual tan plagado de desequilibrios e injusticias.

El Espectador, Bogotá, 15-VIII-2002.

La olla raspada

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En los cambios de gobierno suelen presentarse características similares a las ocurridas en los días finales de la administración Pastrana: maratónica entrega de obras, cortes de cintas, descubrimiento de placas, entrega de medallas, discursos laudatorios. Es escaso el funcionario que se sustrae a esta feria de las vanidades, y son muchos quienes buscan perpetuar su nombre (como si esto fuera fácil cuando no existe verdadero alcance histórico) mediante tales actos de la cursilería oficial.

Al final de su mandato, el presidente Pastrana contrató propaganda por seis mil millones para acrecentar su imagen desprestigiada. Así se dilapidó una suma cuantiosa que de, haberse destinado a obras sociales, habría remediado innumerables angustias populares. Como paradoja, el nivel de popularidad del mandatario siguió igual, ya que los pregones artificiales nunca logran modificar la realidad. Lo que se hizo bien, o mal, así quedará. El maquillaje (esto lo saben muy bien las mujeres) es cosa efímera.

A marchas forzadas se inauguró en días pasados la vía al Llano, obra sin terminar y que presenta fallas de cuidado en varios tramos. En esta avalancha de las inauguraciones vimos al mandatario en correrías apresuradas por distintos sitios, entregando a la comunidad obras inconclusas o sin mayor sentido, algunas con fallas significativas, como el aeropuerto de Yopal, el que carece de los equipos de aeronavegación.

En estas ceremonias se descubrió, claro está, la respectiva placa. Es oportuno mencionar que Lleras Camargo, campeón del recato y la austeridad oficial, prohibió que las obras públicas fueran bautizadas o exaltadas con el nombre de un Presidente o funcionario que se encontrara vivo.

En contraste con estas exhibiciones de la vanagloria, quince empresas del Estado se entregan en condiciones ruinosas, y para su recuperación habrá que realizar gigantescos esfuerzos. En el ISS no hay dinero para pagarle al personal la nómina de septiembre. La pérdida operativa de Adpostal representa el 50 por ciento del patrimonio. En Inravisión los gastos duplican los ingresos. El pasivo exorbitante de Telecom supera en amplio margen el monto del activo. La quiebra del fisco es una evidencia inocultable.

Los gerentes de la comisión de empalme, Fabio Echeverri y Rudolf Hommes, dicen que para la curación de ciertos males crónicos, sobre todo en el campo económico, serán necesarios tres o cuatro gobiernos estables. Utilizando la consagrada figura de la «olla raspada», que siempre mencionan los gobiernos entrantes, el exministro Hommes va más allá con la siguiente aseveración: «Ahora hay que soldar la olla, que tiene unos huecos gigantescos».

Por supuesto que no todas las catástrofes actuales son imputables al gobierno saliente. El desempleo, que Gaviria entregó a Samper en un índice del 8 por ciento, lo recibió Pastrana en el 17 y lo entrega en el 16. Para hacerle justicia al gobierno saliente, deben valorarse logros como el descenso de la inflación a un solo dígito, la reducción del hueco fiscal, el control de las tasas de interés, el lento resurgimiento de la industria de la construcción después de años de mostración, el salvamento del sector financiero, la reconquista de la confianza internacional, y como factor poderoso para impulsar la economía en el futuro inmediato, el régimen de las preferencias arancelarias que acaba de aprobar Estados Unidos tras largo y difícil proceso.

El panorama que se vislumbra no es nada alentador. Es muy similar al de hace cuatro años. Problemas mayores como el desempleo, el gasto público, el déficit, el bajo crecimiento, junto con el lastre de las quince instituciones maltrechas y a punto de naufragar, pertenecen al renglón de los desastres económicos que no permiten el saneamiento de la economía. El programa del nuevo Presidente consiste en llenar la olla y no entregarla otra vez raspada y con orificios.

El Espectador, Bogotá, 8-VIII-2002.

Corte de cuentas

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las esperanzas de cambio que se manifestaban en Colombia hace cuatro años, son muy parecidas a las que existen en estos momentos de crisis nacional. Traumatizada la nación por el proceso 8.000, que le quitó gobernabilidad a Samper y destruyó sus pregonados planes de mejoramiento social, se confiaba en que el gobierno de Pastrana significaría una época de rectificación y progreso. Las promesas que en 1998 halagaron el ánimo de los colombianos y determinaron el triunfo electoral de entonces, bien pronto comenzaron a desvanecerse y a la postre la nación sufrió la misma frustración vivida desde mucho tiempo atrás.

La opinión general indica que hoy el país está peor que hace cuatro años. La suerte del gobierno de Pastrana comenzó a desviarse desde que Tirofijo dejó vacía la silla en el encuentro del Caguán. A partir de ese gesto desobligante, las conversaciones de paz se convirtieron en una de las mayores farsas que hayan ocurrido a lo largo de la historia, realidad que nunca quiso aceptar el Gobierno, no por falta de evidencia, sino por exceso de confianza en la guerrilla habilidosa y prepotente.

La desmedida terquedad presidencial frenó, como en el caso de Samper, la ejecución de los programas anunciados a los cuatro vientos. Hoy, al término del cuatrienio, llegamos a la desastrosa realidad de un pueblo cercado por la pobreza, el desempleo y el terrorismo, los mayores frentes que deberá atacar el gobierno de Uribe. La complacencia con que se trató a los grupos subversivos, debilidad o ingenuidad que ellos supieron aprovechar para aumentar su poder bélico y entronizar su presencia en todo el territorio nacional, permitió el estado de guerra en que hoy nos encontramos.

A Pastrana le faltaron norte y liderazgo. Parecía desconocer el camino para donde se dirigía, y por eso el país andaba al garete: con ministros peleándose a la luz pública, con altos funcionarios comprometidos en negociados y conductas ilícitas, con frágiles medidas para taponar las arterias rotas de la economía y de la angustia popular, con creciente éxodo de desplazados… En fin, con un desgobierno cada vez más maniatado por la inoperancia. De tropezón en tropezón, la imagen presidencial se desgastó hasta límites insospechados en los momentos de triunfo: el 64 por ciento de los ciudadanos tiene sobre el presidente que se va una opinión negativa.

No todo, sin embargo, ha sido fracaso y no sería justo dejar de reconocer algunos logros. El primero de ellos, el buen manejo de las relaciones internacionales y sobre todo el rescate de credibilidad ante Estados Unidos, cuya confianza hacia Colombia se había deteriorado a raíz de la infiltración de dineros mafiosos en la campaña de Samper. Al final de su mandato, Pastrana terminó dándoles un zarpazo a las guerrillas al conseguir que los gobiernos del mundo las deslegitimaran como fuerzas políticas, asignándoles su verdadero carácter de terroristas, lo que facilita la captura de sus cabecillas en el ámbito universal.

El Plan Colombia, programa diseñado para combatir el narcotráfico y crear medios de bienestar social dentro del conflicto armado, es otro triunfo del Gobierno, y sus beneficios habrán de verse más adelante. El proceso de modernización de las Fuerzas Armadas, reflejado tanto en su mayor capacidad profesional como en la dotación de superiores elementos de combate, le asegura a Pastrana puesto destacado en la lucha contra la subversión.

Ningún colombiano puede en justicia ignorar los esfuerzos de Pastrana por conseguir la paz. Es cierto que se equivocó de caminos, de estrategias y en algunos casos de amigos, pero tuvo las mejores intenciones de acertar. Fue un patriota, a pesar de sus errores, y hoy muestra el aspecto del hombre desmejorado físicamente como consecuencia del trabajo angustioso que libró, en el que comprometió sus energías y empeños para tratar de salvar al país. Será el futuro el que exprese su veredicto claro sobre esta etapa sometida a tantas complejidades y tantos fenómenos sociales. Hoy la pasión nacional no permite el juicio sereno.

La nueva esperanza de cambio –esperanza que resucita cada cuatro años – va ahora dirigida hacia el gobierno de Uribe, en quien se cifran las mayores ilusiones por la recuperación de la patria. Él sabe de sobra dónde está parado y cuáles son las angustias populares. Hoy, como en los gobiernos precedentes, se anuncian sustantivas reformas sociales, políticas y económicas para curar las graves calamidades que nos agobian.

Ojalá dentro de cuatro años no haya que hacer el mismo balance negativo entregado por los mandatarios en los últimos tiempos. No nos falle, señor Presidente. Que Dios y su tierra paisa lo iluminen.

El Espectador, Bogotá, 31-VII-2002.