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Archivo para febrero, 2012

Revista Mefisto

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 20 años, el joven abogado Germán López Velásquez, que dirigía en Pereira el diario La Tarde, fundó en dicha ciudad una revista de largo alcance: Mefisto. Estos empeños, por vigorosos que sean, suelen ser fugaces y a veces mueren en los propios inicios, lo que no sucedió en este caso: hasta el momento han salido 56 números continuos, equivalentes a casi 4.000 páginas.

Cada número representa un esfuerzo económico, pero el entusiasta director libra su batalla con denuedo quijotesco (eso es la cultura) y se siente gratificado cuando recibe la alegría de la nueva edición. La revista es su álter ego, su razón de ser. Ha pasado por momentos críticos, como los tiene todo medio de comunicación, pero él nunca ha titubeado ni se ha detenido. Hoy, al coronar la cumbre de los 20 años de su publicación victoriosa, ya tiene puesta la mira en metas superiores.

Mefisto, que en sus comienzos era una sencilla gaceta de provincia, poco a poco creció y extendió su cobertura hacia otros sitios, hasta volverse un rótulo nacional en el campo de las revistas literarias. Luego penetró en el mundo de las letras latinoamericanas. En lo doméstico, muchos incipientes escritores se hicieron conocer en estas páginas y hoy viven agradecidos con esa oportunidad bienhechora.

Ha sido un medio abierto al ejercicio de la crítica y a todas las expresiones del arte y del pensamiento. Esa es la esencia del humanismo. En lo foráneo, grandes personajes del hemisferio americano, y también del mundo, han dejado su impronta en Mefisto mediante declaraciones, ensayos o entrevistas.

Una de las actividades que más ha fomentado la revista es la de los concursos literarios, a nivel regional, nacional e internacional. En dicho campo se destaca el concurso latinoamericano de cuento, en el que participaron 283 escritores de diferentes lugares del mundo. Además, contribuye a la realización de ferias del libro, conferencias, talleres de literatura y diversos eventos.

Su director ha recibido, gracias a su tesonera labor, amplias muestras de solidaridad tanto de entidades colombianas como extranjeras. En la región cafetera existe un sentido beneplácito por lo que representa la revista como motor de la cultura. En los tres departamentos del antiguo Caldas se mira a Mefisto como algo propio. Algo que va más allá de las simples páginas de la publicación, para ser faro de las inquietudes intelectuales. En el país se siente su presencia entre los principales órganos difusores de la palabra.

Germán López Velásquez, el dinámico director, nacido en Pereira hace 46 años, exhibe la pujanza y altivez de su tierra. Su inquieta vitalidad lo mantiene en sintonía con universidades, centros educativos, organismos oficiales, talleres literarios y en general con el mundo de los escritores, siempre en plan de diálogo, debate y creatividad. Es un agitador de ideas. Le gusta crear polémicas, a veces con estilo fogoso, y no se resigna al silencio ni la sumisión Menos a la reverencia servil con las vacas sagradas de la literatura.

Desempeña con diligencia su profesión de abogado. Pertenece a varias juntas, ejerce la enseñanza, sirve de jurado de concursos literarios, dicta conferencias, escribe artículos y ensayos. Además, preside la Sociedad de Escritores de Risaralda y es miembro de academias y tertulias. En fin, se multiplica en variadas funciones cívicas, profesionales e intelectuales, todo lo cual constituye su ideario vital y le ha permitido conquistar marcado liderazgo en su comunidad y alto nombre en la cultura colombiana.

Ahora prepara un número especial con motivo de los 20 años de Mefisto, edición que con hermosa carátula del maestro David Manzur y un selecto material literario será presentada el 12 de octubre en el auditorio César Gavina de la Universidad Libre de Pereira. En tan señalado aniversario, esta columna expresa su voz de adhesión y aplauso hacia el amigo batallador.

El Espectador, Bogotá, 4-X-2005.
Revista Diez Dedos, No. 11, Tuluá, marzo-abril/2006.

* * *

Misiva:

No tengo palabras para agradecer su generosidad. El escrito de El Espectador es un estímulo invaluable. Me obliga usted a seguir adelante. La revista especial de 20 años es absolutamente hermosa. Ahí salió su artículo sobre la lectura. La publicación será presentada en los próximos días en la Fundación Santillana de Bogotá. Le informaré la fecha y la hora para gozar de su compañía. Espero tener un acto en Bogotá de la mayor importancia. Germán López Velásquez, Pereira.

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Ante todo, la patria

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El ex presidente Andrés Pastrana, uno de los opositores más pugnaces del Gobierno, línea que se proponía fortalecer en estos días, ha dado un viraje sorpresivo al aceptar la Embajada de Washington. Cae de perlas la frase de Talleyrand: «La oposición es el arte de estar en contra tan hábilmente que, luego, se pueda estar a favor».

Este acontecer político ha provocado un terremoto en la opinión pública Los que están a favor y los que están en contra podrían medirse por partes iguales. La noticia, por tanto, ha polarizado a Colombia. Los críticos de Pastrana (entre quienes hoy se cuentan antiguos amigos suyos) no entienden cómo el líder conservador pasa de repente a las filas gubernamentales, cuando el día anterior se oponía a la reelección inmediata y a la política hacia los paramilitares

En cuanto al primer punto, Pastrana aduce que su manera de pensar no va a cambiar por el hecho de hacer parte del Gobierno. Así se lo expresó a Uribe como condición para asumir el cargo, y él aceptó esa actitud. En cambio, como embajador le corresponde buscar respaldo para la Ley de Justicia y Paz, con la que se pretende desmovilizar a los paras y reinsertarlos a la vida civil.

Ahora debe apoyar lo que antes reprobaba. Debe convencer a las autoridades de Estados Unidos, a bancadas adversas del Congreso, a la prensa y las Ong de que el mecanismo es bueno. Hay muchos ojos puestos en este estatuto que despierta dudas y suspicacias en diversos sectores de Colombia y del mundo. Hoy el terrorismo es un fenómeno universal, y así se le trata para defensa de toda la humanidad.

En política todo es cambiante. Nada es fijo. Esto lo saben muy bien los políticos, expertos en toda clase de maniobras. Por eso, no debería existir tanta sorpresa cuando se salta de un extremo al otro, como ha ocurrido en este caso. Ahora las reglas de juego son diferentes: se han movido en otra dirección las fichas del ajedrez. Es preciso concebir jugadas audaces para seguir en el tablero y no perder el partido.

Pastrana, que no ignora los tejemanejes del poder y los intríngulis de la condición humana, ha sabido enfrentarse al toro bravo de la oposición, que ahora lo embiste a él. Y ha procurado dar explicaciones sensatas para que se entienda su actitud patriótica. Ciertos periodistas y políticos obsesivos, con buena memoria para no olvidarse de algunos episodios nublosos, le reprochan su tolerancia con la guerrilla y el avance de la subversión.

De las declaraciones que el ex presidente ha formulado, la que debería ser la más valedera es quizá la que menos se ha tenido en cuenta: que su intención es prestarle un servicio útil a Colombia en el campo de la diplomacia, que es el que más domina, y en el que ha dado pruebas fehacientes de hábil estratega. Manifiesta que con esa mira piensa ante todo en la patria. ¿Por qué no creer en sus palabras?

La patria está por encima de los partidos. En eso deberíamos pensar los colombianos en momentos como los actuales que requieren la presencia de alguien calificado para remplazar a Luis Alberto Moreno, funcionario que cumplió imponderable tarea como embajador ante la Casa Blanca, gracias a cuyo desempeño ha conquistado la presidencia del BID.

No es sino retroceder unos años y nos encontramos con el sensible deterioro de nuestra credibilidad ante Estados Unidos, debido a la infiltración de dineros corruptos en la campaña del ex presidente Samper. Resquebrajadas por ese hecho las relaciones con nuestro aliado más importante, los perjuicios que recibió Colombia fueron considerables. El país perdió mucho terreno con esa coyuntura desastrosa, y recuperarlo no fue asunto de poca monta.

Fue Andrés Pastrana quien logró el rescate de la imagen nacional, primero con el nombramiento de Moreno en la Embajada y luego con la adopción de una serie de medidas y acciones de alta diplomacia, que hicieron reconquistar con creces el camino perdido. ¿Por qué, entonces, poner en duda que el mismo artífice de esa destreza puede cumplir brillante papel, a la altura de su antecesor, en tan delicado encargo?

En lugar de darle garrote al ex presidente Pastrana con críticas acerbas, lo que se necesita es darle la mano. Una cosa es el Caguán y otra la diplomacia internacional. Limar odios y pasiones sectarias, cuando de lo que se trata es de mantener en alto el nombre de Colombia ante la mayor potencia del mundo, debería ser la consigna de la hora.

El Espectador, Bogotá, 9-VIII-2005.

Monólogo de la corbata

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nací de un simple trozo de tela, por pura casualidad (así ocurre con los grandes descubrimientos), y a la vuelta de los años me convertí en árbitra de la moda masculina y, lo más increíble, en dictadora del hombre.

A veces éste trata de liberarse de mi dominio, pero no lo consigue. Esto, por ejemplo, sucede en Japón, donde el primer ministro, señor Koizumi, pretende prohibir durante el verano el uso de la corbata en las oficinas públicas, y hay que ver la lluvia de protestas que cayeron sobre el funcionario.

Son varias las versiones que existen sobre mi aparición en el mundo. Yo no niego ninguna y me solazo con todas, porque así me rodean de mayor misterio. Algunos afirman que mi origen data del siglo I, cuando en los días calurosos los soldados romanos se enrollaban al cuello una especie de bufanda empapada en agua, para refrescar el cuerpo. De ahí, dicen, surgió la idea de la corbata. Otros me ubican en el siglo III, en tiempos del emperador chino Qin Shi, cuando los soldados portaban unas prendas muy parecidas a la corbata actual.

La noticia más extendida sitúa mi origen en el siglo XVII, en las guerras del ejército croata, en las que los soldados engalanaban sus uniformes con pintorescas pañoletas anudadas al cuello. «Corbata» proviene del vocablo italiano «cravatta», término muy afín a «croata». No quede duda: como poseo sangre guerrera y estirpe imperial, he sorbido vientos y aplacado tempestades en alas de los jinetes croatas. Por eso, mi carta de nacionalidad procede de Italia.

De allí viajé a Francia e Inglaterra, países campeones de la moda. Después me desplacé por todas las latitudes del planeta: aprendí todos los idiomas; ingresé a todos los salones, partidos y religiones; me pegué a soberanos y plebeyos y me convertí en aliada inseparable del hombre. En su amiga secreta.

Pero no faltan los detractores. La pregunta más común que me hacen es ésta: ¿para qué sirve la corbata si no es una prenda de vestir, ni abriga, ni es cómoda, ni tiene bolsillos, ni posee ninguna utilidad? Ellos, por supuesto, no aceptan que constituyo un complemento decorativo, que imprime distinción y prestigio. Soy inevitable para el hombre moderno, facilito la vida de los negocios y actúo como nexo seductor para la conquista amorosa. Para mayor garbo, exhibo pasadores, alfileres y dijes de oro. Y llevo micrófonos ocultos para descubrir a mis enemigos.

El mundo se encuentra dividido en dos bandos: los que llevan corbata y los descorbatados. Ganan los primeros. Con los necios es mejor no discutir, y por eso me veo precisada a lanzarles esta diatriba: «Un imbécil con corbata es un imbécil elegante». Las mujeres definen a un hombre por la corbata que usa.

Mi pasado es limpio, transparente, indiscutible, pero a alguien se le ocurrió decir que mi cuna es bastarda. ¿Qué dijo el atrevido? Nada menos que esta monstruosidad: «Quiero contarte en secreto que tu verdadero padre no fue el ejército croata, ni ejército alguno, sino un inglés anónimo que hace dos siglos se puso un lazo ensangrentado en el cuello para protestar por la condena injusta de su padre a morir en la horca. Con la soga al cuello, llamó la atención de la sociedad. De aquel acto inicuo (mejor, de aquel lazo sangriento) naciste tú, querida corbata».

Con toda firmeza rechacé el oprobio, pero quedé recelosa. Hija bastarda… ¡Imposible, si por las venas me corre sangre azul! «Ciento por ciento pura seda», rezan las etiquetas con que halago la vanidad de los hombres. Sin embargo, todo es posible, me respondió mi interlocutor. ¿Por qué no? Mientras para unos somos príncipes, para otros somos demonios. No hay abolengo que no tenga manchas ocultas. Palacios relucientes se convierten en tinieblas. Dinastías enteras se caen por culpa de alguna impureza irredimible. La seda más fina se deshilacha y puede volverse tela burda…

De todas maneras, juré no revelar la confidencia a nadie. Así, mi alto linaje se mantiene fulgurante ante los ojos del universo. Los hombres hablan bellezas mías, me asedian, me apetecen y se han inventado las formas más variadas para lucirme –y lucirse ellos mismos, jactanciosos que son– en soberbias pintas. Y las mujeres se derriten ante la figura apuesta resaltada por una corbata varonil. Soy un símbolo sexual, y con esto lo digo todo. La infinidad de colores, diseños, figuras, nudos, trucos y toda suerte de señuelos escondidos en mi epidermis seductora producen perturbación en el género femenino.

En definitiva, gobierno el mundo. Manejo al hombre a mi capricho. Él no puede prescindir de mí. Auténtica o adulterada, me convertí en un amuleto del hombre refinado. A la gente burda la desprecio. Y le di al hombre un hijo encantador, el corbatín. Atavío de príncipes, que me hace añorar galantes épocas cortesanas por los países de Europa. Es una criatura preciosa, que merece otro panegírico vibrante, pero por hoy se me agotó el discurso.

El Espectador, Bogotá, 7-VII-2005.
Revista La Píldora, Cali, octubre-noviembre/2005.

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Verano de emociones

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Diversas facetas conforman el itinerario intelectual de Héctor Ocampo Marín: ensayista, académico, historiador, periodista, profesor, cuentista, novelista, poeta. Esta última vocación, cultivada desde sus inicios como escritor, viene a conocerse en época reciente: primero, con el libro Sinfonía de los árboles viejos, ganador de un certamen de poesía realizado en Villa de Bornos (España), en octubre de 2001, y luego con Memorias del verano, silenciosa labor realizada durante largos años y que sólo ahora ve la luz pública.

El Ayuntamiento de Bornos, por motivos inexplicables, dejó de publicar el libro triunfador y tampoco entregó los otros premios ofrecidos, ni dio explicación sobre tan insólita conducta. Sin embargo, este hecho curioso, muy propio de la picaresca literaria, le ha hecho conquistar al escritor una credencial legítima: la del éxito obtenido en franca lid.

A Héctor Ocampo Marín lo descubrí como poeta al tener la suerte, por amable deferencia suya, de leer (mejor: de sentir) su Sinfonía de los árboles viejos. Con dicho motivo expresé lo siguiente en columna de El Espectador:

«Es un delicado opúsculo movido por el lirismo, la filosofía, el sensualismo, el amor a la naturaleza y a la vida. El autor les pone alma y sentimiento a sus árboles y los transforma en seres animados que, al igual que los hombres, aman y sufren, gozan y lloran. Conversan con Dios, con el viento y la floresta. Sufren la intemperie y se refrescan con la lluvia. Tienen horas de hastío y también de alborozo. Los hay sensuales, y hedonistas, y tiernos. Otros cargan con la soledad de los años y se les enfría el corazón. En medio del universo telúrico, disfrutan la cantata del agua y perforan el alma de la piedra».

El mismo tono, con diferentes matices según los temas que aborda el poeta, lo encuentro en Memorias del verano. Título sugerente que hace pensar en la entrega del escritor al diálogo memorioso con su alma lírica. El verano, en las estaciones de la vida (que algún parecido guarda con la temporada climática), implica un estado de entusiasmo y energía, de fuego y pasión, donde el hombre reflexivo explaya sus vivencias bajo la sombra de la serenidad y el impulso de sus emociones. Así, llegamos a un verano de éxtasis frente a la belleza, dentro del canto armonioso a las riquezas del universo y del espíritu. Un verano poético.

En estas memorias se escucha el latido constante de la naturaleza, del amor y del recuerdo. Tres conceptos que, manejados con donaire y sutileza, enlazan toda la obra del poeta. En el primer capítulo, Bucólica sin edad (eso, en efecto, es la naturaleza inmutable), las palabras susurran bajo la hierba su canción mística, y en fulgurante explosión estallan con júbilo entre las brasas del solsticio. En el hallazgo del árbol sensual, o de la fuente perdida entre la maleza y el olvido, o del viento impetuoso y rebelde, o del apacible fulgor del amanecer y el sensitivo camino de la noche, hay embrujo y emoción. «¡Soy el árbol de las orgías y los silencios!”, grita en la espesura del monte la voz milenaria del deseo.

Ocampo Marín sabe interpretar el espíritu de la montaña. No en vano su espíritu creció entre las brisas agrestes de su Risaralda natal y se tonificó en la radiante campiña quindiana. Eso es lo que recoge en su obra: el eco de las tierras generosas por donde transitó en gratas jornadas de contemplación y ensueño. Desde sus primeros años lo deslumbró el colorido de los paisajes bucólicos. Su fusión con Dios y la naturaleza lo llevó a compenetrarse con los dones elementales de la vida.

Hoy su evocación se remonta a los alegres campos de la infancia y a la aldea lejana, con la casona solariega, que recreó su juventud. En este recorrido por el tiempo y la distancia, que incita la añoranza y acrecienta el goce de la intimidad, salen a su vera las palabras de Antonio Machado: «Yo voy soñando caminos de la tarde».

En Cantata de amor, segunda etapa de este itinerario, el pasado se vuelve melodía y nostalgia. El recuerdo romántico desata vientos de fragancias y despierta remotos idilios. El rostro del amor juvenil emerge entre la floración de las praderas que enmarcaron la conquista temprana, cuando el corazón comenzaba apenas a murmurar sus primeros anhelos. En medio de ese pasado de brumas perdura todavía la silueta de la fresca muchacha de provincia, cándida y tenue como la aurora fugaz. En esa imprecisión de los sentidos que brota del amor primigenio, la placidez se diluye en lontananza y hace resurgir la idea luminosa del corazón asombrado.

En Esclusas del tiempo, capítulo final, se percibe, con acento épico en algunos de sus poemas, el  énfasis hacia los valores legendarios o autóctonos que debe proteger el individuo tanto en su comarca como en las zonas del espíritu. El poeta clama por la pertenencia a la provincia y a cuanto ella representa, es decir, al medio ambiente, al río tutelar, a los huertos pródigos, a las tradiciones domésticas, al patrimonio ancestral, al pasado histórico. Los versos aquí reunidos, forjados con ricas gotas de lirismo, son afirmación de la vida y canto a la ternura.

Esta conjunción de afecto, nostalgia, deleite del paisaje y recuerdos íntimos hará placentero para el lector este verano emocional que todos hemos vivido alguna vez, y que los poetas se encargan de ensanchar y embellecer con su alma enamorada. Los ecos del corazón no conocen tiempos, razas ni fronteras, y por eso Ocampo Marín ha escrito su poesía con el sello de lo intemporal, que en este caso traduce el universo de las emociones. Y nos entrega un poemario elaborado con delectación y precioso estilo, en versos diáfanos y bien cincelados, con esa enjundia y esa concreción de que son maestros los orfebres de la palabra.

Bogotá, abril de 2005

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Dolor por el Quindío

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace treinta años llegué a Armenia como gerente de un banco. Era el Quindío región privilegiada por sus virtudes ancestrales, el encanto de sus paisajes, la prosperidad de sus cosechas y la amabilidad de su gente. Tierra hospitalaria por excelencia, el forastero nunca se sintió extraño en el medio. Era como si estuviera en su propia tierra. Durante quince años presencié la transformación dinámica del  territorio emprendedor que nunca desfalleció en su esperanza agrícola y siempre buscó nuevos bríos para el progreso.

Armenia, la niña bonita, crecía como la adolescente precoz a quien todo le quedaba estrecho. Había roto los moldes de la aldea y retaba el futuro con la pujanza de su juventud arrolladora. El pequeño caserío de antaño, víctima de la violencia y el abandono, emergía como un prodigio de los nuevos tiempos. Por algo el maestro Valencia había bautizado a Armenia la Ciudad Milagro.

Hace menos de diez años, el 14 de octubre de 1989, Armenia cumplió el primer centenario de su fundación y se mostró ante la faz del país como urbe esplendorosa y desconcertante. El Quindío, a pesar de los reveses cafeteros, seguía luchando con la fe del montañero y buscaba alternativas para no dejarse consumir por el infortunio. Sus pobladores, que no han retrocedido ante nada, barajaban fórmulas diversas –como el turismo, la industria y la diversificación de las cosechas– para sostenerse en pie frente al derrumbe de la actividad cafetera.

Duro e irónico castigo –el más duro que haya sufrido la comarca en toda su historia– el de este terremoto devastador que no parece haber dejado piedra sobre piedra. Cuando Armenia, y con ella todas las poblaciones del Quindío, soportaban con estoicismo la implacable postración de la economía regional, irrumpen las fuerzas desatadas de la naturaleza y acaban con la región. Los quindianos, que siempre han vivido atados a la tierra, la trabajan con ahínco y la defienden con orgullo como parte de su propio ser, son víctimas de la misma tierra.

Cuando el furor de la naturaleza se ensaña en gente buena y laboriosa, sufrida y resistente, creadora de prosperidad nacional en otros tiempos, es preciso desahogar el sentimiento con una conocida expresión que brota del alma: ¡No hay razón! El país, que no sale del asombro y la pesadumbre, contempla anonadado este cataclismo que estremece a tres departamentos hermanados por la misma identidad agrícola y los mismos lazos del destino cafetero: Quindío, Risaralda y parte del Valle. Además, es toda la nación la que está herida por la adversidad, la cual ha pasado a ser un desastre público que mueve la solidaridad del mundo entero.

El Quindío, mi tierra afectiva, me duele en lo más profundo del corazón. Bien saben mis amigos quindianos con cuánta solidaridad y cuánto afecto he seguido su suerte, en las buenas y en las malas. Ahora no me queda nada distinto que pedir al Dios de Colombia –al Dios de los agricultores y de los infortunios, que levante las ciudades destruidas y mitigue nuestras penas.

La Crónica del Quindío, Armenia, 9-II-1999.
Avancemos, Asociación de Pensionados del Banco Popular, febrero/99.
Revista Manizales, No. 698, julio/99.

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