Por: Gustavo Páez Escobar
Lucas Caballero Calderón –que hizo famoso el seudónimo de Klim más allá del gracejo– envió el 30 de marzo de 1977 una carta a Roberto García-Peña, Hernando Santos Castillo y Enrique Santos Castillo, directivos de El Tiempo, en la que renunciaba a la columna que escribía desde muchos años atrás.
Tomaba esa decisión a raíz de la visita que el día anterior le había hecho Hernando Santos, donde le manifestó que, ante la inminencia de un golpe militar, El Tiempo, en asocio de sus empleados y colaboradores, había adoptado la consigna de apoyar en forma irrestricta el gobierno de López Michelsen.
Klim anotaba en su carta: «La columna que serví durante treinta y cinco años es de ustedes. Y al retirarme de ella me queda la satisfacción de que empleé siempre limpia y honestamente mi pluma, de acuerdo, por lo menos, con la leyenda impresionante que el doctor Santos me dijo alguna vez que llevaban impresa en los gavilanes las viejas armas toledanas: ‘No la saques sin razón ni la guardes sin honor”.
Se interrumpía así, aparte de una extensa y brillante carrera en el periódico, la intensa labor crítica contra el gobierno de su pariente, a quien llamaba el Compañero Primo, el Pre o Fonsi. Cuando así lo mencionaba en sus escritos, que era con acentuada frecuencia, los lectores ya sabían de quién se trataba. De igual manera, a otros personajes de actualidad les había asignado nombres que se pusieron en boga y que identificaban determinados episodios del acontecer nacional.
Su penetrante humor, sumado a su mordaz y chispeante irreverencia, hizo de su columna una de las más leídas de la prensa. Muchos comenzaban a leer El Tiempo por el espacio de Klim. Él era, ante todo, censor de los vicios y la corrupción de la vida pública y mantenía su lanza en ristre contra los desvíos y atropellos del poder. Las conductas inmorales de los altos funcionarios, de sus familiares y amigos eran enjuiciadas con severidad y sin tregua.
En el mandato de López Michelsen (1974-1978) las emprendió, entre otros capítulos reñidos con la pulcritud, contra el negocio que se escondía en la compra de la hacienda La Libertad por Juan Manuel, hijo del Presidente. Situado en la vía a Villavicencio, con extensión aproximada de cuarenta mil hectáreas, el predio fue comprado en noviembre de 1974 por cinco millones de pesos, y dos años después pasó a valer cuatrocientos millones. De la sociedad Hato Lulú Limitada, la compradora del terreno, hacían parte nueve socios, entre los que, además de Juan Manuel, figuraba otro de sus sobrinos: Felipe, secretario privado del Presidente.
En columna del 18 de febrero de 1977, decía Klim con aguda ironía: «El chino (llamado en otra nota suya ‘mi admirado sobrino Juan Manuel) tuvo la corazonada de que La Libertad iba a centuplicar su precio cuando se construyera una carretera alterna al Llano. Y la carretera se construyó». Las denuncias de Klim contra el Mandato Claro produjeron fuerte impacto en López, hasta el punto de que su gobierno comenzó a tambalear. Cuando Hernando Santos fue a la casa de Klim, era persistente el rumor de que López estaba en trance de renunciar a la Presidencia.
Al llegar la atmósfera al máximo grado de tensión, y ante persistentes rumores que circulaban sobre la renuncia de López, Hernando Santos fue comisionado para que visitara a Klim y le comentara la consigna que había adoptado El Tiempo: respaldar al Presidente. De este modo, al columnista se le cerraban las puertas de la libre expresión, y él con mordaza no podía trabajar. Al no aceptar el silencio frente a hechos repudiables, prefirió marcharse del periódico. Él era el mayor obstáculo que ponía en peligro la estabilidad del Gobierno.
Con Klim se solidarizaron su hermano Eduardo Caballero Calderón y su primo Enrique Caballero Escovar, que también entregaron sus columnas en El Tiempo. De esta manera, los tres Caballero, periodistas de clara estirpe y con carreras paralelas, ingresaron a El Espectador, el primer diario que mencionó el caso de La Libertad y que ahora los acogía con beneplácito por encajar dentro de las políticas tradicionales del diario.
El Espectador, a lo largo de su existencia, ha sobresalido como defensor rotundo de la libertad de pensamiento y batallador implacable contra la corrupción. Con este motivo, los tres periodistas recibieron grandioso homenaje en el Hotel Tequendama, con asistencia cercana a las mil personas. Todo el país los aplaudió.
Pasadas tres décadas desde aquellos sucesos, el expresidente López escribe en El Tiempo del pasado 30 de julio un artículo en el que, refiriéndose a las diferencias que tuvo con Klim, dice que no es cierta la afirmación editorial que hace el mismo periódico en el sentido de que el mandatario hubiera buscado en aquellos días, a través de Alberto Lleras, Roberto García-Peña y Abdón Espinosa, que Klim moderara las críticas contra su gobierno.
En el citado artículo, López se refiere además, en forma displicente, al estilo humorístico del periodista y trae a cuento una vieja columna que López escribió sobre su adversario, en la que manifestaba: «Los artículos de aquellos días, como lo son casi todos los suyos, estaban plagados de lugareñismos y direcciones telegráficas imaginarias que a nadie hacen gracia más allá de Fontibón…»
Lo cierto es que el humor de Klim era nacional, y el empleo de ciertas expresiones y sobrenombres ingeniosos, sin faltar a las reglas del respeto, les daban mayor sabor a sus columnas. Humor clásico, de difícil imitación. La gente gozaba, y goza hoy, leyendo sus escritos. Arremetió sin desmayo contra los abusos del poder y conquistó el título de periodista íntegro, demoledor y genial, otorgado por sus innumerables lectores.
Se había convertido en el mayor vocero de la inconformidad popular. Por poco tumba al Gobierno con su máquina de escribir y su verbo punzante. En el país comenzó a sentirse ruido de sables. Pero a Klim no le interesaba tumbar gobiernos, sino depurar el ambiente.
Una selección de las columnas de Klim contra López, escritas durante el lapso 1973-1981, fue editada por El Áncora Editores en febrero de 1982, cuando López buscaba la reelección presidencial como candidato de su partido. Ya Klim, dos años atrás, había previsto que esto sucedería por causa de la inevitable amnesia del tiempo, y había vislumbrado la encarnación de La Segunda Esperanza.
Con este título fue bautizado su libro póstumo, que vendió 15.000 ejemplares en dos meses. Este hecho demuestra el aprecio que la gente tenía por el autor. El segundo período del Mandato Claro fracasó frente a Belisario Betancur, que resultó elegido Presidente para el cuatrienio 1982-1986.
Klim ganó una batalla después de muerto. Daniel Samper Pizano, discípulo suyo de la mejor ley en las artes del humor, relata este proceso en la nota que escribe para finalizar La Segunda Esperanza. Al cumplir Klim 25 años de muerto, se recuerdan hoy sus columnas como medio ágil y contundente con que fue combatida una administración y dibujada una época. Esto es historia.
El Espectador, Bogotá, 18-V-2006.
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Comentarios:
Le faltó al columnista, cuyo artículo resulta fluido y veraz, anotar algo sobre los sórdidos asuntos de la Handel y Mamatoco. Le faltó anotar que el personajillo en cuestión es el padre de la debacle más horrenda en que se hundió Colombia en medio del olor más putrefacto de corrupción. Pero es tan cínico, que sigue pretendiendo ser el patriarca del país, con autoridad para decir desde El Tiempo lo que debe hacer o no hacer el país. ¡Un aplauso de corazón para Klim! Ernesto Mora (correo a El Espectador).
El escritor Páez Escobar escribe tan agradable acerca de los articulistas de antaño y de ahora, y con tan buena memoria, que bien podría regalarnos un libro con la semblanza de los que vienen a mi memoria. Entre ellos, Enrique Santos, el famoso Calibán, Daniel Samper Pizano, Roberto García Peña. Sería un recuento de semblanzas personales, pues la mayoría de los lectores ignoramos las facetas íntimas de muchos escritores y columnistas. Luis Quijano.
Magnífico artículo. Basta decir que Klim era mejor que la leche… Gavroche (correo a El Espectador).