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Archivo para febrero, 2012

El perenne tema del amor

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Alba de otoño,

de Fernando Soto Aparicio)

Se me ocurre pensar que con este poemario, compuesto por 114 sonetos de impecable factura y fulgurante belleza, Fernando Soto Aparicio corona su creación como poeta del amor. Puede asegurarse, sin duda alguna, que toda su obra literaria ha sido no sólo trabajada con amor, como la fuerza motriz de su alma romántica, sino dirigida a probar que el amor es lo único que puede salvarnos.

Por encima del novelista de renombrada prestancia, que todos conocemos a través de sus obras estelares, prevalece el poeta –poeta de alma y convicción–  que dio sus primeros pasos en las letras por medio de su Himno a la patria, publicado a la edad de 17 años, y de Oración personal a Jesucristo, a los 20. Estas cartas de presentación en el panorama nacional, cuando aún no era novelista, son mensajeras de lo que sería su destino en el campo poético.

Después, a lo largo del tiempo, vendrían títulos de gran valía en dicho género, como Diámetro del corazón, Palabras a una muchacha, Sonetos en forma de mujer, Motivos para Mariángela, Lección de amor, Las fronteras del alma. Todos ellos afirman la dimensión del sentimiento como energía vital del ser humano. Y gradúan a su autor como un perito en asuntos del corazón.

Ahora, con esta Alba de otoño, que da a la estampa en las horas de su sereno atardecer, el poeta sale de nuevo a proclamar que el amor no envejece y mueve el cielo y las estrellas. Fernando sabe, siempre lo ha sabido, que la mujer es la justificación del hombre, y sin ella no tendría sentido el ejercicio de vivir. Por eso, su constante canto a la gracia femenina está difundido a los cuatro vientos.

Este es un libro de júbilos, categórico, pleno de embeleso ante el eterno hechizo femenino. Sonetos sensitivos, imbuidos de encanto y ternura, y manejados por las ansias y las esperanzas del alma romántica que no encuentra ocaso para su sed de amar. Sonetos que andan en busca de la belleza que irradia la mujer, y cuentan los pesares, los deseos y las pasiones de todos los enamorados, para que ella calme sus pesadumbres y disipe sus temores.

El amor, que no tiene edad, florece aquí con toda plenitud cuando brillan las luces del otoño. Si en ocasiones aqueja la soledad o perturba la nostalgia, la fusión de las almas logra el milagro del retorno a la esperanza. El amor compartido se vuelve vivificante y destierra la tristeza. El mismo miedo a la muerte, que se advierte en algunas páginas del libro, se mitiga con la presencia de la mujer, faro luminoso que borra la angustia y restablece la claridad.

La obra recoge, además, otros enfoques ligados a percepciones sentimentales  o estéticas del autor, como su canto a Tunja y su sentido de la libertad. Tales motivos se enlazan con el tema perenne del amor para señalar un itinerario marcado por el apego a las causas nobles del espíritu.

Fernando Soto Aparicio es maestro del soneto clásico. Lo ha trabajado con rigores de orfebre, en horas de meditación y diálogo con sus dioses tutelares. Auténtico exponente del preciosismo, la magia y el destello que logra el verdadero cultor del género, reúne en Alba de otoño deslumbrantes joyas enaltecen la literatura colombiana.

Bogotá, septiembre de 2008

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La palabra enamorada

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Nostalgia de la luz,

de Inés Blanco)

Toda la obra poética de Inés Blanco, compuesta por seis libros, converge a un solo concepto: el amor. La escritora ha hecho del amor –vivido o idealizado– el soplo mágico que explora las inti­midades del alma y traduce en bellas palabras el caudal de las emociones, para su propio placer es­tético y el gozo de sus lectores. Desde que en 1993 inició su carrera literaria con la obra Paso a paso, hasta los días actuales, cuando entran en circula­ción los títulos Nostalgia de la luz y Los ojos de la noche, su producción ha sido un himno cons­tante al amor.

Sobre el amor todo está dicho, pero su lenguaje nun­ca se agota. Jamás se agotará, porque el alma, la gran dispensadora del amor, nunca muere. La persona envejece, pero el amor, para quienes saben pro­tegerlo y consentirlo, permanece joven a pesar de las arrugas del tiempo. Los poetas han empleado todas las palabras imaginables para expresar el idioma del corazón, y no obstante las infinitas creaciones y obras maestras que han salido de todos los idiomas, la mina de la emotividad continúa inextinguible.

Inés Blanco, que desde la edad adolescente ya incursionaba en los predios de la poesía, ha sabido afinar su inspiración en la búsqueda de los vocablos y las imágenes que transmiten sus emo­ciones. Prima en su obra la brevedad de la palabra, en enlace musical con la metáfora y el ritmo. Ha escogido el verso libre como recurso, muy propio de su estilo, para elaborar con donaire las ideas e imprimirle modulación al poema. La sola brevedad no sería suficiente para cumplir dicho pro­pósito si no estuviera movida por la magia de la elo­cuencia.

Con la economía expresiva del lenguaje, que se ma­nifiesta en su escritura desde el primer libro, se ha hecho maestra en el arte de la síntesis, quizá el mayor atributo de la poesía. Muchos poetas sacrifican a veces la fluidez y la claridad en aras de los cánones impuestos por la métrica. Creo que Inés Blanco es buena discípula de Luis Vidales, que en 1926, con Suenan timbres, rompió los moldes tradicionales de la poesía y estableció el ver­so libre como canal apropiado de comunicación, escuela que desde entonces ha conquistado nume­rosos adeptos.

De todos modos, sea cualquiera la pauta que se utilice para hacer poesía, si esta no tiene ritmo, em­brujo y melodía y carece de fuerza para conmover el espíritu e irradiar la belleza, deja de ser poesía. Debe anotarse, por otra parte, que si el poema no brota del corazón, su autor marcha en contravía de lo que debe ser la obra de arte. La alquimia poética, que es como un sortilegio preparado por dioses ocultos, debe conducir al encanta­miento. Si logra este objetivo, el poeta está salvado.

Leyendo el poemario Nostalgia de la luz, que Inés Blanco pone en circulación luego de cinco años de silencio editorial, encuentro, para mi personal deleite, que las premisas anteriores están cumplidas. El canto al amor que brota de estas páginas es el mismo, aunque con diferentes matices, que ha marcado sus libros anteriores.

El amor en su obra es persistente, delicado y diáfano. La transparencia de la palabra enamorada ilumina todas las entretelas del sentimiento humano, que van desde el placer hasta el dolor, desde la alegría hasta la pesadumbre, desde el deseo hasta la soledad. Libro hecho de pre­sencias y ausencias, de silencios y nostalgias, de sue­ños y quimeras, de evocaciones y esperanzas. Ese es el amor.

Amor también son el padre, o la madre, o los hijos, o la flor que siente la cercanía del poeta, o el ave que revolotea por su entorno. Amor es la patria, esta patria lacerada y cubierta de dolor y lágrimas, que hiere la sensibilidad de la escritora y estremece el alma nacional.

Cuando se degustan los cantos de Inés Blan­co, se escucha como un sutil movimiento de alas que pasa sobre amantes invisibles para eternizar el sentido romántico de la vida. El amor intemporal, que puede ser también el amor inmaterial, y que los poetas saben glorificar en sus poesías sin tiempo, hace posible hoy La nostalgia de la luz y Los ojos de la noche, dos poemarios unidos por el mismo sentimiento.

Bogotá, julio de 2007.

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Se fue Mario H.

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A principios de enero pasado, como salutación de año nuevo, visité a Mario H. Perico Ramírez en su casa de Villa de Leiva, donde también yo pasaba con mi familia una temporada de descanso. A corto tiempo del encuentro anterior, en el cual Mario H. mostraba signos de admirable vitalidad, noté esta vez que su estado de salud no era bueno.

Pero me abstuve de formular pregunta alguna a su esposa Yolanda y a Ricardo, su hijo médico, presentes en la reunión. En el sofá situado a la entrada de la casa, vi extendido el libro Operación Jaque, crónica donde Juan Carlos Torres describe el rescate legendario por la Fuerza Pública de quince prisioneros en poder de las Farc. La obra, editada días antes, le servía a Mario H. de interesante material de lectura en aquellos días de evasión del ajetreo bogotano.

Nos trasladamos al quiosco casero y allí estuve un buen rato hablando con él sobre diversos aspectos, entre ellos, el relacionado con la publicación de un nuevo libro suyo con el sello de la Academia Boyacense de Historia. Estaba feliz con este programa, por tratarse de difundir su palabra en la comarca nativa, a la que tanto fervor le consagró.

Menos de tres meses después, en los funerales del dilecto amigo en la capital del país, supe por Javier Ocampo López que con la aparición de dicha obra, prevista para fecha próxima, la Academia Boyacense de Historia le rendirá homenaje póstumo. «Lástima que ese homenaje no se le hubiera tributado en vida», anotó alguien.

Se rescatarán en este libro viejas piezas literarias escritas por Mario H. dentro del entorno boyacense, hoy olvidadas y dignas de nueva impresión. Se me ocurre pensar que algunos de estos textos saldrán de sus obras Andanzas y retablos, La palabra y la tierra, De la entraña a la piel, Prólogos de impaciencia, Diálogos irreverentes, Diario de un recluta, Al borde de tus sueños» (poemas), entre otras. Tales títulos, ya distantes en el tiempo, nacieron bajo el impulso de la vocación lírica del autor, imbuida de sueños, devoción por la tierra, afirmación de los valores boyacenses y divagaciones diversas, con que hizo vibrar su pluma en aras de lo terrígeno, la autenticidad regional y el amor por Colombia.

Faceta sobresaliente de su labor creativa es su incursión en la historia colombiana mediante el escrutinio sicológico de grandes actores de la vida nacional, como Bolívar, Santander, Núñez, Reyes, Mosquera, Manuelita Sáenz, de cuyas personalidades se apropia para ponerlos a desempeñar los actos ejercidos o presentidos, dentro del torrente de sucesos de las épocas que vivieron.

Los libros de historia de Mario Perico Ramírez, elaborados con portentosa imaginación y lenguaje vigoroso, punzante, desenfadado, y en ocasiones crudo e irreverente, y que discurren con los recursos de la novela histórica, son necesarios para interpretar el alma de los personajes, a la vez que el nervio de los sucesos. Su estilo no tiene par en la historia colombiana. Lo que otros escritores tapan, disimulan o ignoran, él lo descubre, lo denuncia y lo clarifica.

En estas obras no hace cosa distinta que diseccionar el cuerpo de la patria para ofrecer la realidad como él la percibe (discutible para muchos, como son las tesis controversiales) y dibujar a los héroes como seres de carne y hueso, propensos a las bajas pasiones de la condición humana, lo mismo que a las cumbres de las causas superiores. Y no se detiene en Colombia, sino que se va por otras latitudes en busca de la verdad que se esconde detrás de los caudillos.

En El gran Capagatos plasma la biografía del dictador Juan Vicente Gómez; en Francisco Franco Bahamonde, ¿de Luzbel a Lucifer? traza el carácter del dictador español; en Evita y yo, Perón se adentra en las entrañas del dictador argentino. El caudillismo es para él idea subyugante, que en ocasiones lo vigoriza y otras veces lo enardece.

Vida útil y laboriosa la suya. Deja vasta obra signada por el ímpetu del estilo regido por el precepto gramatical, donde campean el lenguaje castizo, la bella expresión, la idea fulgurante, la inventiva lexicográfica. Es implacable en el juicio mordaz, certero en el análisis sicológico, justo en el reconocimiento. Caminando por la historia novelada, penetra en el espíritu de los protagonistas y los pone a hablar en primera persona, con la fuerza del monólogo interior.

Quizá los hechos del pasado son ya incontrovertibles, pero en ellos busca filones ocultos para rehabilitar una conducta o desentrañar una acción engañosa, cuando no toda una vida falseada a lo largo del tiempo. Pienso que este escritor de agudos combates ideológicos fue iconoclasta irrefrenable. A la vez, faro de la historia.

Volviendo a nuestro encuentro en Villa de Leiva, vislumbré en el color verde que refulgía en su mirada como signo de gallardía, un rasgo opaco que comenzaba a presagiar la marcha final. Mario H. se fue desvaneciendo en silencioso tormento, tal vez con la ilusión de ver publicado su último libro. Yolanda, su afligida esposa, con 56 años de unión inmejorable, queda, en unión de sus hijos, con la misión de salvaguardar esta obra de largo alcance.

El Espectador, Bogotá, 4-IV-2009.

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Comentarios:

Me duele esta noticia, lo recuerdo con simpatía en un encuentro de Academias de Historia en Tunja hace unos tres años. Jaime Lopera. Armenia.

Al leer su columna, no pude menos que impresionarme frente al relato de su visita a su buen amigo, en su casa de Villa de Leiva, cuando cuenta que «en un sofá situado a la entrada de la casa, vi extendido el libro Operación Jaque, crónica donde Juan Carlos Torres describe el rescate legendario por  la Fuerza Pública de quince prisioneros en poder de las Farc», y añade que «la obra, editada días antes, le servía a Mario H. de interesante material de lectura en aquellos días de evasión del ajetreo bogotano «.

Para mí es un honor que un hombre de sus quilates intelectuales y trayectoria académica estuviera leyendo mi libro, pero la coincidencia va más allá. Si usted revisa mi pequeña biografía en la contrasolapa, verá que está anotado que soy ganador del Primer Concurso Nacional de Cuento «Fernando Soto Aparicio». Pues bien, asaltado por una repentina inquietud, casi certeza, acudí a mis archivos y revisé el acta de adjudicación del concurso, en la que pude ver el nombre y la firma del doctor Mario H. Perico Ramírez, al lado de la de Juan Castillo Muñoz, como jurado de dicho premio, en un acta de fecha 10 de octubre de 1989, hace ya más de 19 años (…) Juan Carlos Torres Cuéllar, Bogotá.

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Tejedora de sueños

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Los poemas del amor de Laura Victoria,

publicado por la Gobernación de Boyacá)

En los años veinte del siglo pasado, la aparición de una bella muchacha boyacense que agitaba el sentimiento de los bogotanos con su fina y audaz poesía sentimental, escandalizó a las almas mojigatas y despertó el marasmo de la recoleta ciudad traspasada de niebla y recogimiento. Laura Victoria hizo su primer verso a los catorce años, en un colegio de monjas, y ahora irrumpía en la capital del país como una revelación literaria.

Bien pronto su nombre alzó vuelo por los cielos de la poesía y conquistó clamorosos aplausos, tanto en Colombia como en el exterior. El Tiempo y Cromos publicaron sus primeros versos y llevaron al país la voz romántica de quien había nacido con música en el alma para enternecer los corazones con delicadeza erótica. Poesía de carne y hueso, que jamás había escrito mujer alguna en Colombia, recorrió todos los ámbitos y creó embeleso y conmoción interior.

Su poema En secreto, con todo lo que tiene de carnal y sugestivo, se volvió el himno que arrullaba el alma de los enamorados. De esa manera se proclamaba a los cuatro vientos la realidad del ser humano como sujeto de pasiones y dotado de alma sensitiva. Llamas azules, su primer libro (publicado en 1933), penetró con honores en las letras nacionales y recibió franco reconocimiento, entre otros, de Guillermo Valencia y Rafael Maya.

Laura Victoria no hizo nada distinto en su poesía que ennoblecer la condición humana. Como pionera en el país de la poesía erótica, redimió a la mujer de oscuros atavismos, consentidos por ella misma a causa de su mansedumbre inclemente (que hace tiempos dejó de existir) y de la ignorancia de su naturaleza pasional, creada para el hechizo, la conquista y la entrega. Y le abrió horizontes claros. Le enseñó a dignificar la carne con el goce legítimo de la sensualidad. No hizo del placer un pecado, ni una vileza, sino un derecho y un atributo.

Su poesía es la refrendación del alma como cofre de emociones y desencantos, de penas y alegrías, de amores y desamores. Su propia vida, manejada por el triunfo y el fracaso, el aplauso y el olvido, la bonanza y la tempestad, recorrió todos los caminos del corazón. Lo mismo que amaba, sufría. Ambas cosas, el gozo y el dolor, movieron su vida y su obra. Tal la temperatura de los versos que aquí se recogen.

Al buscar una muestra de sus poemas de amor para formar la ofrenda que por medio de este libro tributa el departamento de Boyacá a su memoria, por todas partes brotaron ríos de sensibilidad y fulgores de belleza. La escritora trabajó su producción con ritmo, melodía y donosura.

Es maestra del soneto clásico, género en el que deja, por su perfección, reales obras de arte. En sus versos de exquisito romanticismo, y no todos de alborozo, pues también los hay sembrados de espinas, se compendia el itinerario de una vida ilustre que nació entre aromas de dátil, en Soatá, y concluyó en Méjico, nimbada de gloria, el 15 de mayo de 2004, cuando le faltaban seis meses para cumplir el centenario de vida.

El entrañable toque sentimental, a veces lleno de desolación, nostalgia y soledad, y siempre de noble estirpe, es vaso comunicante de su lira. Un amor trágico, el de Manuel Just Chirivella –que descubrí revisando añejos papeles para escribir su biografía–, le inspiró poemas de estremecedora belleza. En Cuando florece el llanto (libro editado en España en 1960) hay sitio preferente para este capítulo de su corazón abatido por la fatalidad. Dichos poemas los titula Al pie de tu silencio. Caso parecido le ocurrió a Gabriela Mistral con Rogelio Ureta, su novio suicida, que le destrozó la existencia. También la chilena glorificaría el dolor en Los sonetos de la muerte y en el libro Desolación.

Los 65 años de residencia de Laura Victoria en Méjico significaron el olvido de su nombre en Colombia. Hoy pocos saben de su brillante carrera e ignoran, asimismo, que fue la poetisa más famosa del país en los años veinte y treinta del siglo pasado.

El vigoroso acento sensual y romántico de su poesía le hizo ganar grandes elogios de los escritores latinoamericanos, quienes la catalogaron como la poetisa más destacada de su época. Con ese título y con esos poemas regresa hoy, en las páginas de este libro, a su comarca boyacense, y a Colombia, como lo que siempre ha sido: la cantora por excelencia del amor.

Bogotá, noviembre de 2006.

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Klim y López

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lucas Caballero Calderón –que hizo famoso el seudónimo de Klim más allá del gracejo– envió el 30 de marzo de 1977 una carta a Roberto García-Peña, Hernando Santos Castillo y Enrique Santos Castillo, directivos de El Tiempo, en la que renunciaba a la columna que escribía desde muchos años atrás.

Tomaba esa decisión a raíz de la visita que el día anterior le había hecho Hernando Santos, donde le manifestó que, ante la inminencia de un golpe militar, El Tiempo, en asocio de sus empleados y colaboradores, había adoptado la consigna de apoyar en forma irrestricta el gobierno de López Michelsen.

Klim anotaba en su carta: «La columna que serví durante treinta y cinco años es de ustedes. Y al retirarme de ella me queda la satisfacción de que empleé siempre limpia y honestamente mi pluma, de acuerdo, por lo menos, con la leyenda impresionante que el doctor Santos me dijo alguna vez que llevaban impresa en los gavilanes las viejas armas toledanas: ‘No la saques sin razón ni la guardes sin honor”.

Se interrumpía así, aparte de una extensa y brillante carrera en el periódico, la intensa labor crítica contra el gobierno de su pariente, a quien llamaba el Compañero Primo, el Pre o Fonsi. Cuando así lo mencionaba en sus escritos, que era con acentuada frecuencia, los lectores ya sabían de quién se trataba. De igual manera, a otros personajes de actualidad les había asignado nombres que se pusieron en boga y que identificaban determinados episodios del acontecer nacional.

Su penetrante humor, sumado a su mordaz y chispeante irreverencia, hizo de su columna una de las más leídas de la prensa. Muchos comenzaban a leer El Tiempo por el espacio de Klim. Él era, ante todo, censor de los vicios y la corrupción de la vida pública y mantenía su lanza en ristre contra los desvíos y atropellos del poder. Las conductas inmorales de los altos funcionarios, de sus familiares y amigos eran enjuiciadas con severidad y sin tregua.

En el mandato de López Michelsen (1974-1978) las emprendió, entre otros capítulos reñidos con la pulcritud, contra el negocio que se escondía en la compra de la hacienda La Libertad por Juan Manuel, hijo del Presidente. Situado en la vía a Villavicencio, con extensión aproximada de cuarenta mil hectáreas, el predio fue comprado en noviembre de 1974 por cinco millones de pesos, y dos años después pasó a valer cuatrocientos millones. De la sociedad Hato Lulú Limitada, la compradora del terreno, hacían parte nueve socios, entre los que, además de Juan Manuel, figuraba otro de sus sobrinos: Felipe, secretario privado del Presidente.

En columna del 18 de febrero de 1977, decía Klim con aguda ironía: «El chino (llamado en otra nota suya ‘mi admirado sobrino Juan Manuel) tuvo la corazonada de que La Libertad iba a centuplicar su precio cuando se construyera una carretera alterna al Llano. Y la carretera se construyó». Las denuncias de Klim contra el Mandato Claro produjeron fuerte impacto en López, hasta el punto de que su gobierno comenzó a tambalear. Cuando Hernando Santos fue a la casa de Klim, era persistente el rumor de que López estaba en trance de renunciar a la Presidencia.

Al llegar la atmósfera al máximo grado de tensión, y ante persistentes rumores que circulaban sobre la renuncia de López, Hernando Santos fue comisionado para que visitara a Klim y le comentara la consigna que había adoptado El Tiempo: respaldar al Presidente. De este modo, al columnista se le cerraban las puertas de la libre expresión, y él con mordaza no podía trabajar. Al no aceptar el silencio frente a hechos repudiables, prefirió marcharse del periódico. Él era el mayor obstáculo que ponía en peligro la estabilidad del Gobierno.

Con Klim se solidarizaron su hermano Eduardo Caballero Calderón y su primo Enrique Caballero Escovar, que también entregaron sus columnas en El Tiempo. De esta manera, los tres Caballero, periodistas de clara estirpe y con carreras paralelas, ingresaron a El Espectador, el primer diario que mencionó el caso de La Libertad y que ahora los acogía con beneplácito por encajar dentro de las políticas tradicionales del diario.

El Espectador, a lo largo de su existencia, ha sobresalido como defensor rotundo de la libertad de pensamiento y batallador implacable contra la corrupción. Con este motivo, los tres periodistas recibieron grandioso homenaje en el Hotel Tequendama, con asistencia cercana a las mil personas. Todo el país los aplaudió.

Pasadas tres décadas desde aquellos sucesos, el expresidente López escribe en El Tiempo del pasado 30 de julio un artículo en el que, refiriéndose a las diferencias que tuvo con Klim, dice que no es cierta la afirmación editorial que hace el mismo periódico en el sentido de que el mandatario hubiera buscado en aquellos días, a través de Alberto Lleras, Roberto García-Peña y Abdón Espinosa, que Klim moderara las críticas contra su gobierno.

En el citado artículo, López se refiere además, en forma displicente, al estilo humorístico del periodista y trae a cuento una vieja columna que López escribió sobre su adversario, en la que manifestaba: «Los artículos de aquellos días, como lo son casi todos los suyos, estaban plagados de lugareñismos y direcciones telegráficas imaginarias que a nadie hacen gracia más allá de Fontibón…»

Lo cierto es que el humor de Klim era nacional, y el empleo de ciertas expresiones y sobrenombres ingeniosos, sin faltar a las reglas del respeto, les daban mayor sabor a sus columnas. Humor clásico, de difícil imitación. La gente gozaba, y goza hoy, leyendo sus escritos. Arremetió sin desmayo contra los abusos del poder y conquistó el título de periodista íntegro, demoledor y genial, otorgado por sus innumerables lectores.

Se había convertido en el mayor vocero de la inconformidad popular. Por poco tumba al Gobierno con su máquina de escribir y su verbo punzante. En el país comenzó a sentirse ruido de sables. Pero a Klim no le interesaba tumbar gobiernos, sino depurar el ambiente.

Una selección de las columnas de Klim contra López, escritas durante el lapso 1973-1981, fue editada por El Áncora Editores en febrero de 1982, cuando López buscaba la reelección presidencial como candidato de su partido. Ya Klim, dos años atrás, había previsto que esto sucedería por causa de la inevitable amnesia del tiempo, y había vislumbrado la encarnación de La Segunda Esperanza.

Con este título fue bautizado su libro póstumo, que vendió 15.000 ejemplares en dos meses. Este hecho demuestra el aprecio que la gente tenía por el autor. El segundo período del Mandato Claro fracasó frente a Belisario Betancur, que resultó elegido Presidente para el cuatrienio 1982-1986.

Klim ganó una batalla después de muerto. Daniel Samper Pizano, discípulo suyo de la mejor ley en las artes del humor, relata este proceso en la nota que escribe para finalizar La Segunda Esperanza. Al cumplir Klim 25 años de muerto, se recuerdan hoy sus columnas como medio ágil y contundente con que fue combatida una administración y dibujada una época. Esto es historia.

El Espectador, Bogotá, 18-V-2006.

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Comentarios:

Le faltó al columnista, cuyo artículo resulta fluido y veraz, anotar algo sobre los sórdidos asuntos de la Handel y Mamatoco. Le faltó anotar que el personajillo en cuestión es el padre de la debacle más horrenda en que se hundió Colombia en medio del olor más putrefacto de corrupción. Pero es tan cínico, que sigue pretendiendo ser el patriarca del país, con autoridad para decir desde El Tiempo lo que debe hacer o no hacer el país. ¡Un aplauso de corazón para Klim! Ernesto Mora (correo a El Espectador).

El escritor Páez Escobar escribe tan agradable acerca de los articulistas de antaño y de ahora, y con tan buena memoria, que bien podría regalarnos un libro con la semblanza de los que vienen a mi memoria. Entre ellos, Enrique Santos, el famoso Calibán, Daniel Samper Pizano, Roberto García Peña. Sería un recuento de semblanzas personales, pues la mayoría de los lectores ignoramos las facetas íntimas de muchos escritores y columnistas. Luis Quijano.

Magnífico artículo. Basta decir que Klim era mejor que la leche… Gavroche (correo a El Espectador).