Centenario de Pardo García
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace cien años, el 19 de julio de 1902, nacía en Ibagué Germán Pardo García, llamado poeta del cosmos por el contenido universal de su poesía, y también poeta de la angustia, por el dolor que agobió su existencia. Su nacimiento en Ibagué fue una circunstancia accidental, y él habría de considerar a Choachí su verdadera patria, según lo proclamó en diversas ocasiones, y sobre todo en el libro Los ángeles de vidrio.
A la muerte de su madre, el pequeño, apenas de cuatro años, fue trasladado a un predio que su padre poseía en El Verjón, páramo situado en cercanías de Choachí. A Ibagué sólo vino a conocerla en 1928 y nunca más regresó.
Presa de la soledad a tan corta edad, el abandono y el miedo invadieron sus primeros años y marcaron su temperamento afligido, que muchas veces llegaría a los lindes de la neurosis y la locura. El rostro lóbrego del páramo, que veía surgir por todas partes y a toda hora, sin manera de evitarlo ni entenderlo, junto con la falta de cariño y protección que rodeó su niñez y su juventud, fueron signos determinantes para que su alma quedara dominada para siempre por las huellas de esa experiencia devastadora. Nunca pudo quitarse de los ojos ni del espíritu esa imagen fantasmal. Movido por ella elaboró su obra maestra, una de las más portentosas que se hayan escrito sobre la angustia del ser humano.
Desde muy joven, y ya residente en Bogotá, se revela su vocación poética. Sus primeras composiciones las escribe a los diez años. Más tarde se compenetra con la sombra de José Asunción Silva, el bardo suicida, y se vuelve lector voraz de los poetas alemanes. Sus primeros versos los recoge en los cuadernillos La tarde y El árbol del alba, y luego los traslada a Voluntad (1930), considerado su primer libro. De ahí en adelante su producción será constante, hasta completar, con Últimas odas (1988), más de cuarenta volúmenes.
En febrero de 1931 viaja a Méjico atraído por la figura de Carlos Pellicer, que ha estado en Bogotá como agregado cultural de su país, y allí se queda. A Colombia viene sólo por breves temporadas, y el dolor de patria nunca lo abandona. Méjico lo acoge con demostraciones de admiración, y en dicho país fabrica la mayor parte de su creación literaria. Obra que se expresa con el sentimiento místico de sus primeros versos. Más tarde se traslada a los temas eternos del hombre y al final incursiona en los terrenos de la ciencia, la guerra y el cataclismo universal. Su nombre vuela por todo el continente con los mayores ribetes de grandeza lírica.
Nivel, revista literaria que funda en 1959 y que tendrá una vida de treinta años, sostenida con su propio peculio, se convierte en tribuna de la cultura latinoamericana. Tribuna abierta a todas las expresiones del arte, en ella ven sus primeras luces editoriales grandes figuras de las letras. La mano derecha de esta publicación es el colombiano Aristomeno Porras, el ángel tutelar del poeta, que velará por su maestro hasta que éste fallece a la edad de 89 años, el 23 de agosto de 1991.
Grande entre los grandes poetas de América, este hijo del páramo describió la tragedia del hombre entre las nieblas de su propio dolor, esculpidas con el buril de la belleza. Hoy recuerdo al poeta con emoción y afecto, todavía bajo los efectos producidos por su figura refulgente y magnánima, cuando tres años antes de su muerte lo visité en Ciudad de Méjico. Después publicaría Biografía de una angustia, donde pinto el drama de su existencia atormentada, libro que entregué al museo que Choachí erigió para honrar su memoria, y en el cual dejé la siguiente anotación, que reproduzco aquí para conmemorar los cien años de su natalicio:
«Maestro Germán Pardo García: este es el libro que le ofrecí y que ha debido salir en las postrimerías de su angustiada vida terrenal. Pero como su vida poética es eterna, aquí queda mi obra como mensaje perenne para las futuras generaciones, que deposito en la casa de cultura de Choachí, su pueblo, para que los ángeles de vidrio la protejan entre las brisas del páramo. Aquí también seguirán vivas sus palabras: Paz y esperanza«.
El Espectador, Bogotá, 11-VII-2002.