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Archivo para jueves, 9 de febrero de 2012

El triunfo de la esperanza

jueves, 9 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El voto que la mayoría de los colombianos, con claridad inequívoca, depositó por el doctor Álvaro Uribe Vélez en las pasadas elecciones, es un voto de esperanza por la rehabilitación del país. Hastiados del odio entre hermanos y del deterioro social nacido de la pasión sectaria, esta vez los colombianos antepusieron el bien de la República a la supervivencia de los partidos. Por eso elegimos al doctor Uribe Vélez, una carta de salvación con la cual nos jugamos, quizá, la última posibilidad que aún nos queda para salir del naufragio.

En el subconsciente más oculto del optimismo nacional, que permanecía dormido como consecuencia del embrutecimiento gradual a que nos ha arrastrado la politiquería, surgió la misma voz desesperada que clamó en el pasado: «No más política y más administración». Por desgracia, a esos gritos de la razón no suele hacérseles caso a tiempo, tal vez porque el colombiano es por ancestro un animal político.

En medio de la gran frustración que sufre el país a merced de un gobierno débil como el actual, cercado por las guerrillas y cada vez más impotente para conseguir la tranquilidad pública y remediar el sinfín de calamidades sociales que nos agobian, se escuchó una voz patriótica y serena, aislada de ataduras políticas, que proponía un mandato de autoridad con «mano firme y corazón grande». El pueblo creyó en él y por eso lo buscó como su redentor.

Cuando el futuro Presidente comenzó a surgir en el juego de las probabilidades electorales, apenas lo conocía un cuatro por ciento de la opinión pública. Esto no fue motivo para desalentarse, y de ahí en adelante, en contacto diario con la gente y las urgencias sociales, le tomó el pulso al alma nacional y supo cómo orientar sus pasos para que el pueblo creyera en sus propuestas.

A medida que auscultaba las dolencias crónicas y ofrecía remedios adecuados, más crecía el índice de credibilidad en su palabra. Su pasado de hombre trabajador y gobernante idóneo, cuyos logros fueron evidentes en un departamento azotado por implacable ola de terrorismo, como era Antioquia, le hacía ganar adhesiones en todo el país. Y creció la audiencia nacional.

Su lema de «trabajar, trabajar y trabajar», sumado a la sensación cada vez más creíble de que se trataba de un dinámico hombre de metas y principios, capaz de guardar distancia prudente con la clase política y de gobernar, por lo tanto, con independencia y alejado de maquinarias y corruptelas, fueron factores determinantes para la caudalosa votación que lo llevó al poder. Había surgido el hombre ideal para manejar el tema de la guerra, y con esa certeza se volvió arrollador el lenguaje de las urnas.

Los combates que al nuevo Presidente le tocará librar no serán pocos ni fáciles de resolver. Habrá de chocar con muchos intereses creados, con muchos vicios incrustados en el ambiente, con mucho personaje siniestro de la vieja politiquería.

Su mensaje de reformas ha tenido en el país un eco esperanzado para que entremos por otros rumbos, y por eso es mucho lo que se espera del nuevo gobierno. Más que hechos milagrosos, se confía en que se despejen dudas sobre el manejo de la encrucijada actual, sobre todo las que tienen que ver con el terrorismo, el desempleo y la corrupción. De este viraje dependerá la suerte de la nueva administración.

Por fortuna, el país sabe distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. Entre el funcionario recto y el corrupto. Entre el eficaz y el pirata. Y confía en que las dotes que adornan la personalidad del doctor Uribe Vélez: seriedad, rectitud, equilibrio, decisión, laboriosidad, austeridad, sensatez, convicción, transformen en poco tiempo la desesperanza nacional. ¡No nos defraude, señor Presidente!

El Espectador, Bogotá, 22-III-2002.

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Misiva:

Agradezco inmensamente el artículo de su autoría, publicado en El Espectador. Tengo toda la decisión para que el periodo que se inicia sea útil a nuestros compatriotas. Reciba un cordial saludo, Álvaro Uribe Vélez.

Colegio de Boyacá

jueves, 9 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Grandioso homenaje se tributó en Tunja al Colegio de Boyacá con ocasión de sus 180 años de vida, cumplidos este 17 de mayo. El espíritu del general Santander, su fundador, revivió en el viejo claustro como el abanderado de la educación pública en Colombia.

Su recuerdo en esta efemérides –con sus títulos bien ganados de «Hombre de las leyes» y «Conciencia civil de Colombia»–  no puede ser más oportuno para afirmar en las nuevas generaciones los principios ciudadanos como norma rectora de la disciplina social.

Mediante decreto expedido el 17 de mayo de 1822, el general Santander dispuso la creación del Colegio de Boyacá, la primera institución educativa de carácter oficial que nacía en la Gran Colombia. Santander consideraba que sin educación es imposible lograr el bienestar de la comunidad y el progreso de los pueblos. Meta prioritaria suya era brindar educación a todos los ciudadanos, y así lo consiguió con la red de planteles que pasarían a la historia con el nombre de «colegios santanderinos».

Este hecho era tanto más significativo cuanto que desde las postrimerías del siglo XVIII y durante las guerras de la Independencia la educación en Colombia y en los demás países hispanoamericanos se encontraba en crisis. Eran, en general, pueblos analfabetos, enceguecidos por la pasión bélica y sin mayores oportunidades de progreso individual. Para decirlo en otras palabras, el poblador de aquellas calendas vivía en función de guerrear y estaba a oscuras de la verdadera civilización.

Hasta que Santander, consciente de la ignorancia que tenían los pueblos libertados, prendió la chispa del saber. Fue él quien dio el impulso a la educación primaria, media y universitaria, y de ahí en adelante comenzó a organizarse una nueva nacionalidad. El 28 de julio de 1821, un año antes del nacimiento del Colegio de Boyacá, fue aprobada en el Congreso de Cúcuta la que se llamó Ley de Educación, cuyo primer considerando establece lo siguiente: «La educación pública es la base y fundamento del gobierno representativo y una de las primeras ventajas que los pueblos deben conseguir de su independencia y libertad».

En Tunja, primer eslabón de esa tarea gigante, empezó a funcionar el Colegio de Boyacá en el Claustro de San Agustín, siendo su primer rector el franciscano José Antonio Chaves. Tiempo después, el plantel se trasladó a la vieja casona que ocupa en la actualidad, en un ángulo de la Plaza de Bolívar. Hasta el día de hoy, 88 rectores han pasado por el claustro, entre ellos, la licenciada Nelly Sol Gómez de Ocampo, la única mujer que ha ocupado la rectoría en estos 180 años, hecho que representa gran honor y al mismo tiempo reto enorme. La vocación docente y la acción dinámica que caracterizan a la nueva rectora permiten pensar que su labor será exitosa, como continuadora privilegiada de la extensa nómina de varones ilustres.

Diez presidentes de la República han estado relacionados con la institución, y han sido rectores o alumnos del plantel 15 ministros de Estado, 25 gobernadores de Boyacá y un número notable de académicos, escritores y personajes regionales. Entre las muchas personas de mérito que han estado al frente de la entidad, se destaca el señor Hildebrando Suescún Dávila, quien hace pocos meses dejó la rectoría luego de ejemplar desempeño por espacio de 26 años.

La Plaza de Bolívar de Tunja, con presencia de las autoridades locales, fue teatro de viva demostración de afecto hacia la benemérita entidad. Allí se escenificó una calurosa fiesta boyacense, plena de colorido y emoción, alrededor de este símbolo que engrandece a la región y despierta entre los boyacenses sentimientos de pertenencia y orgullo.

La Academia Boyacense de Historia dejó fijada en el establecimiento una placa testimonial, y el maestro Malagón descubrió la efigie del general Santander, forjador de esta idea imperecedera. Además, en el templo de San Ignacio se escucharon sentidas voces de solidaridad hacia la institución, por parte de los gobiernos nacional, departamental y municipal, de los órganos legislativos y de las fuerzas vivas del departamento. Así se certifica el mérito de este organismo trascendental.

El Espectador, Bogotá, 6-VI-2002.

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