Oxígeno para la Shaio
Por: Gustavo Páez Escobar
El sindicato de la Clínica Shaio, por deseo de los trabajadores, está dispuesto a que se modifique la convención de trabajo vigente en el sentido de disminuir en los próximos cuatro años algunos beneficios extralegales que ascienden a 16.000 millones de pesos. También los médicos ofrecen rebajar sus honorarios en el 20 por ciento durante el mismo lapso. Dicha fórmula, movida por la solidaridad con la empresa y la propia conveniencia personal, permitiría que la institución saliera de la grave crisis económica que padece y que durante tres años la ha tenido al borde del cierre.
No fue fácil que Anthoc, el sindicato que agrupa a los trabajadores de clínicas y hospitales, aceptara los cambios propuestos por el personal, con el argumento de que tal hecho se convertiría en mal precedente para otras convenciones de trabajo. Es preciso registrar este grado de sensatez que busca, sacrificando las conquistas laborales, no permitir que se clausure el mayor centro cardiovascular con que cuenta Colombia.
Esta actitud da lugar a otra consideración similar, en el campo de las pensiones. Una de las mayores causas del desequilibrio económico del sistema pensional reside en los regímenes especiales que favorecen a varias empresas del Estado. Desmontar hoy esos privilegios es el camino más indicado para que todo el sistema, e incluso el país, no se vayan a pique. Parece que hay sindicatos que se oponen a esta medida sana, con lo que se iría en contravía de la equidad laboral y del bienestar colectivo.
La Shaio, que atiende diez mil pacientes anuales, es ponderada y envidiada por otros países. A ella, como se sabe, vienen pacientes de diversas nacionalidades, atraídos por la eficiencia que ofrece la clínica para los casos más desesperados. Cerrarla sería el mayor contrasentido de la lógica. Esto equivaldría a borrar de un solo brochazo los avances de la ciencia durante los 45 años que va a cumplir la institución. Sobre esta realidad evidente, alguien dijo que la Clínica Shaio es «la bandera de nuestro corazón».
En 1957 nació la entidad en extremo grado de pobreza, en terreno inhóspito y carente de agua y de luz. Fueron sus fundadores los médicos Fernando Valencia Céspedes, muerto en 1999, y Alberto Bejarano Laverde. En aquel entonces los progresos de la medicina del corazón eran muy precarios en todo el planeta. Al año siguiente, la clínica implantaba el primer marcapaso extracorpóreo en el mundo. Y en momentos de serias dificultades económicas apareció de improviso un patrocinador providencial: el judío Abood Shaio, residente en Estados Unidos y que años atrás había tenido éxito comercial en Colombia como fundador de la fábrica de textiles Sedalana.
En sus comienzos se incorporaron a la Shaio Fernando Valencia y Adolfo de Francisco, grandes profesionales del avance de la cardiología en nuestro país, y a lo largo del tiempo lo han hecho muchos profesionales eminentes. Ellos, junto con el personal paramédico, los directivos y colaboradores, han hecho posible el milagro de la supervivencia. A pesar de los esfuerzos conjuntos y de la vocación de servicio que distingue a la institución, han tenido que sortearse infinidad de obstáculos, hasta llegar a la gigantesca crisis actual.
Crisis que se deriva de varios factores mortales para cualquier empresa, como la firma de convenciones colectivas exageradas, la atención de un costoso pasivo por pensiones extralegales, y como si fuera poco, la profunda crisis hospitalaria que hoy se vive y que tan funestas consecuencias ha traído para la seguridad social de los colombianos.
Hay que salvar del desastre a una de las instituciones más prestigiosas y útiles de Colombia. Las condiciones están dadas para que así ocurra. El oxígeno que ofrecen los trabajadores y el sindicato será, sin duda, la fórmula ideal para darle fuerzas al moribundo y recuperarle la vida, como ha ocurrido con el corazón renovado de miles de colombianos.
El Espectador, Bogotá, 24-I-2002.