Inicio > Lectura > Lecturas mínimas

Lecturas mínimas

domingo, 29 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Investigaciones sobre el hábito de la lectura, tomando el volumen general  de la población, indican que cada colombiano, en promedio, lee medio libro al año. La Cámara del Libro dice que, entre los individuos económicamente activos, los libros leídos en el año 2000 fueron 5,4 por persona (menos de medio libro por mes). En ambos casos, los lectores son mínimos en este país que posee, según se dice, un grado de cultura superior al de la mayoría de las naciones latinoamericanas.

La falta de disciplina para la lectura, que nace en el hogar y se traslada al colegio y la universidad, es la causa principal para que a lo largo de la vida se mantenga apatía hacia el libro. Lo que no se ha inculcado en los primeros años es difícil que se consiga fomentar más adelante. La actitud de la no lectura se evidencia con este simple dato: la venta de libros disminuyó de 32 millones de ejemplares en 1996 a 21 millones en 2000. Estamos lejos de llegar siquiera a un libro anual por cabeza en la venta de libros.

No hace falta basarnos en estadísticas, que suelen ser caprichosas, para  saber que el colombiano no lee, en términos generales. Unas veces le tiene aversión al libro y otras, indiferencia. ¿Acaso ve usted a sus propios hijos con un libro en la mano? ¿Conocen la última novedad bibliográfica? ¿Distinguen los clásicos universales o los clásicos del propio país? ¿Llevan un libro para leer en vacaciones? Si les da usted a escoger de regalo entre una botella de licor y un libro, ¿por cuál se decidirían?

Cuando se toma el metro en París o Madrid, se ve gran cantidad de personas concentradas en el libro que cargan a todas partes y que sirve de compañía mientras esperan la llegada del vehículo. Más aún: en el interior del metro, muchos siguen en la misma situación, y de esta manera el tiempo, que para la mayoría de los viajantes es fatigoso, para ellos se vuelve placentero y enriquecedor del espíritu.

Esto contrasta con la respuesta que dio una diseñadora de interiores cuando un periodista le preguntó por sus sistemas de lectura: «¿Qué tal uno en una piscina leyendo? Allá se va a nadar. O en la casa, es mejor ver televisión o alquilar una película. Cada uno en su cuento, ¿vale?». Sin darse cuenta, esta representante de la frivolidad y la ligereza definió lo que es la conducta laxa de la mayoría de jóvenes y profesionales de los tiempos actuales, que no cambian la molicie embrutecedora por el tesoro de un libro.

Otro, sin embargo, esta vez escritor y profesor universitario, contestó que él leía en todas partes, lo mismo en las salas de espera, en el avión o en el taxi. «El libro –agregó– siempre se me vuelve el escudo para defenderme de las cosas jartas de la vida cotidiana. Soy un adicto del libro».

He ahí dos caras opuestas de Colombia: la de quien no cambia la pantalla magnética del televisor por un libro, así tenga que ver las cosas más triviales e insulsas por televisión, y la de quien no puede prescindir de la lectura como medio de solaz y formación. Una vez se le preguntó a un visitador médico, persona culta, por qué tenía tanta ilustración, y él respondió que la suya era una «cultura de antesala»: leía cuanta revista, periódico o folleto encontraba en sus largas esperas ante los consultorios médicos.

Es digno de ponderación el empeño que en la capital del país y en otras ciudades manifiestan las autoridades y los organismos pertinentes hacia el estímulo de la lectura. En Bogotá, con siete millones de habitantes, la asistencia a las bibliotecas públicas pasa de cuatro millones, y de 700.000 los libros prestados. Pero veamos este hecho desconsolador: los ingleses sacaron cien veces más libros prestados que los colombianos, y fueron a las bibliotecas doce veces más.

Miremos nuestros últimos logros en la capital del país. Tres grandes bibliotecas, las de El Tunal, Tintal y Parque Simón Bolívar, entran a atender a más de tres millones de usuarios al año. Esta última, que lleva el nombre de Virgilio Barco, fue diseñada por Rogelio Salmona y representa una obra de avanzada.

Dispone de una sala de lectura con capacidad para 650 usuarios, y de 25.000 títulos (que en dos años se aumentarán a 180.000). Dos años se emplearon en su construcción, y el costo de la inversión está cercano a los 16 mil millones de pesos. Si un país lee, está salvado. Si no lee, lo acechan las sombras de la ignorancia y la brutalidad. Escojamos nuestro destino.

El Espectador, Bogotá, 20-XII-2001.

 

Categories: Lectura Tags:
Comentarios cerrados.