Arreola y su mundo mágico
Por: Gustavo Páez Escobar
Juan José Arreola, lo mismo que Juan Rulfo, creó su mundo mágico. Los parecidos entre ellos son sorprendentes. Ambos nacieron el mismo año (1918) en pequeñas poblaciones del estado de Jalisco –Zapotlán y Sayula– y sus primeros años tuvieron rasgos similares. Sus orígenes sencillos y sus andanzas de camino en camino y de oficio en oficio les permitieron idear personajes de leyenda, sacados la mayoría de la revolución cristera.
Los dos son de formación autodidacta y sus breves obras son de las más prestigiosas de las letras mejicanas del siglo XX. Ambos, lectores voraces desde su infancia. Se parecen hasta en el aspecto físico y también en el manejo del humor y la ironía.
Arreola, de doce años, ya leía a Baudelaire, Walt Whitman, Papini y otros autores que moldearon su estilo. Años después, poseedor de la madurez prodigada por sus sólidas lecturas, diría: «Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor».
Antes de llegar a las cimas de la fama había tenido múltiples ocupaciones: encuadernador, tipógrafo, corrector de pruebas, mozo de cuerda, vendedor ambulante, cobrador de banco, panadero, comediante, periodista… Era el cuarto entre catorce hermanos, y las necesidades económicas apremiaban.
Junto con Rulfo, Borges y Cortázar, está considerado como uno de los renovadores del cuento latinoamericano y mueve en su obra, entre metáforas, ingenio y maestría del idioma, los temas metafísicos y sociales tan propios de su estilo. Según Borges, se parece a Franz Kafka, pero con lenguaje festivo. Confabulario (1952), su obra cumbre, revisada y aumentada en Confabulario personal (1980), donde reunió toda su producción, es mezcla admirable del cuento mágico, la fábula de animales, la sátira y la fantasía, y queda como hito universal de las letras castellanas. Una vez declaró: «Amo el lenguaje por sobre todas las cosas… Soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De ahí mi pasión artesanal por el lenguaje».
Con ocasión de su muerte, ocurrida este 3 de diciembre a los 83 años de edad, repaso frases centelleantes suyas, como las siguientes: «Todas las cosas que se me han ocurrido las recibí enfundadas en una metáfora… No cambiaría el lote de humanidad que he conocido por la clientela de un médico o de un abogado… Como todos los dichosos, Adán abominó de su gloria y se puso a buscar por todas partes la salida… Una de las causas que anticipan la muerte de las hormigas es la ambiciosa desconsideración de sus propias fuerzas».
Fue galardonado con los premios Juan Rulfo, Xavier Villaurrutia, Nacional de Periodismo y Alfonso Reyes. Su pasión por las letras lo llevó a dirigir colecciones bibliográficas y talleres literarios. Su obra es reducida en páginas, pero grande en densidad. Juan Rulfo dijo que todo lo que tenía que decir lo había escrito en Pedro Páramo. Lo mismo manifestaría Arreola respecto a su Confabulario. Obras ambas de brevedad espectacular.
A Louis Jouvet, director y actor francés de teatro y cine, le atribuye Arreola el cambio de rumbo de su vida: se lo llevó a París y allí pisó las tablas de la Comedia Francesa. A su regreso a Méjico, el Fondo de Cultura Económica lo recibió en su departamento técnico gracias a un amigo que lo hizo pasar por filólogo y gramático. De ahí en adelante, el sol de la gloria nunca lo abandonaría.
Ha muerto este inmenso escritor. Trabajador deslumbrante de la palabra, dueño de portentosa imaginación, enigmático y fascinante, Juan José Arreola entra al terreno de los mitos literarios de América.
El Espectador, Bogotá, 13-XII-2001