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Archivo para sábado, 28 de enero de 2012

Motivos para el optimismo

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Fueron muchas las voces de in­satisfacción y protesta que se es­cucharon contra los planes de la reconstrucción de la zona cafete­ra a lo largo de este año que si­guió al terremoto. Provenientes unas de la ciudadanía, otras de los líderes cívicos y de los políti­cos de la región, y otras de los medios de comunicación.

En su mayoría, los reclamos apuntaban hacia estos puntos neurálgicos: las obras no avanza­ban, los dineros estaban enreda­dos, se comentaba que había mala utilización de ellos, se ponía en duda la capacidad gerencial del doctor Villegas, se clamaba por los auxilios individuales para levan­tar las nuevas viviendas. Dicho en lenguaje expresivo, la gente rumoraba que se iban a robar el dinero, como puede ocurrir en tra­gedias de esta magnitud.

Entre tanto, grandes núcleos de población dormían en cambuches, carentes de servicios ele­mentales y expuestos a toda cla­se de sacrificios. Hay que enten­der la desesperanza que significa para estas personas tan duro es­tado de estrechez, agudizado por la larga espera. Su protesta era y es comprensible, si bien no pue­de hablarse de desamparo, o de indolencia oficial, sino de una compleja situación de emergencia difícil de conjurar en corto tiem­po.

Desde luego, la reconstrucción de Armenia (la mayor afectada por el desastre) no podía ser asunto de poca monta. Dicho en térmi­nos reales, no se trata de recons­truir la ciudad, sino de levan­tarla de nuevo. Esto exige planeación rigurosa y consisten­cia de los planes. El apresura­miento y la falta de una dirección bien cimentada son errores cra­sos que se pagan más adelante. Es preferible ir despacio, dentro de límites razonables, para lue­go no tener que lamentar errores protuberantes.

El señor Presidente de la Re­pública, con la solidaridad admi­rable de la primera dama, ha de­mostrado no sólo su honda sen­sibilidad social, carente de toda demagogia, sino su efectiva par­ticipación en los programas de rehabilitación. Y el doctor Luis Car­los Villegas, sobre quien cayeron toda suerte de palos y agravios, que él soportó con paciencia y fir­me voluntad, exhibe hoy resulta­dos positivos que llevan en mar­cha lo que será un empeño ambi­cioso para la pujante comarca del mañana. Del mañana promiso­rio que no puede esperarse ni utó­pico ni lejano.

Puestas las cosas en orden, viene la tarea gigante de saber emplear bien los recursos. Se me dice, por opiniones respetables, que en el Quindío existen bases se­guras para el futuro. Armenia está resurgiendo de las cenizas. Lo mis­mo acontece con las demás pobla­ciones. No se ven los despilfarros ni la ineptitud que predicaban los profetas del desastre.

En este es­fuerzo ha estado comprometida no sólo la acción oficial, sino infinidad de voluntades aisladas que hacen hoy el milagro de la verdadera trans­formación.

La Crónica del Quindío, Armenia, 21-II-2000.

 

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Mi viejo Espectador

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De los 1.500 artículos que he escrito para periódicos y revistas, la mayoría han sido publicados en El Espectador. En este periódico inicié mi carrera de columnista en el año de 1971, bajo la tutela y la orientación cada vez más añoradas de Guillermo Cano, descubridor de nuevos escritores.

Hoy ya no escribo en El Espectador, desde que los Cano se fueron del diario. El retiro obligado de la familia Cano determinó para los lectores la pérdida de viejos y esclarecidos columnistas, unas veces por voluntad propia, como en el caso de Osuna, y otras por decisión del diario, como sucedió con la mayoría. El Espectador, a partir de ese momento, no era el mismo: le habían cambiado la sangre y el espíritu.

Ya en mi condición de simple lector, mucho trabajo me costó acostumbrarme al nuevo estilo. El talante periodístico que había caracterizado al fundador y sus descendientes, que tantas batallas heroicas libraron por la democracia,  se veía afectado por un ánimo reformador en materia tecnológica, plausible sin duda, pero la línea editorial no era la misma: faltaban claridad y firmeza.

El aguerrido periódico de los Cano, adalid de las luchas contra el narcotráfico y la corrupción pública, parecía que hubiera bajado la guardia, por más que no faltaban editoriales vigorosos y valientes, y algunas voces diáfanas –aisladas como los mismos editoriales– que surgían de los nuevos columnistas. Pero esa no era la constante. Ese no era el nervio que había movido por más de cien años la vida de la empresa.

Se opera ahora, con la llegada del doctor Carlos Lleras de la Fuente a la dirección del periódico, otro cambio de estilo. Se dice que el estilo es el hombre. La opinión pública está pendiente de su gestión y ha comenzado a notar que el vigor de su personalidad se refleja en sus escritos inteligentes, de variada índole, en forma sugestiva para los lectores y positiva para el país. Es evidente la garra de combatiente heredada de su padre, lo que resulta buen presagio. A esto se agregan su sentido crítico –matizado de fino humor– y la agudeza con que analiza el acontecer nacional.

Pero hay que esperar. Por lo pronto, El Espectador da otro rumbo en su accidentada existencia. Hay definiciones claras y juicios severos sobre los desvíos de la moral pública y los graves problemas que trastornan la tranquilidad de los colombianos en estos momentos atroces de guerra y disolución social. Lo deseable es que esta actitud perdure para el bien de Colombia. Desde luego, conociendo la formación del doctor Lleras de la Fuente, no puede temerse que esa línea de conducta se debilite bajo su administración.

Mientras tanto, yo me hago a la idea de que volverá a renacer mi viejo Espectador. Ojalá el espíritu de Guillermo Cano surja de los escombros para trazar nuevos derroteros. Sobre las cenizas de ayer es preciso levantar lo que debe salvarse como los bienes más preciados para proteger los principios rectores de El Espectador: la dignidad, la independencia, el carácter, la fortaleza para el combate.

La Crónica del Quindío, Armenia, 15-II-2000

* * *

Misiva:

Leí con mucho interés su columna de opinión titulada Mi viejo Espectador, publicada en el diario La Crónica del Quindío, en la que saluda mi llegada a la Dirección del periódico. Le agradezco también sus generosos calificativos y sus buenos deseos para que El Espectador siga siendo el vigoroso medio de comunicación que siempre ha sido. Carlos Lleras de la Fuente, Director – Presidente.

 

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Homenaje a Manizales

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hermoso homenaje rinde a Manizales la Federación Nacional de Cafeteros con ocasión del sesquicentenario cumplido por la ciudad el pasado 12 de octubre. Se trata de la reedición de cinco libros del  escritor caldense Otto Morales Benítez, que llevan por títulos Historias económicas del Café y de don Manuel, Testimonio de un pue­blo, Colonización en la obra de Ernesto Gutiérrez Arango, Líneas cul­turales del Gran Caldas y El ensa­yista Silvio Villegas.

La obra gigante de Morales Benítez abarca diversos asun­tos de la historia, las letras y la so­ciología colombianas y ha dedicado páginas preferentes a su comarca nativa, analizada a través de sus hechos históricos, políticos y litera­rios y de sus hombres eminentes. Tal vez el escritor de Riosucio es quien más ha escrito sobre su pueblo y sobre la vida regional.

Por consiguiente, vincular su nombre a la efemérides de Manizales significa rendirle a la ciudad justo y apropiado homenaje por medio de es­tas obras selectas que han recibido alta ponderación de la crítica. Por otra parte, hay que resaltar el tribu­to que recibe el propio autor al serle reconocido su mérito como egregio per­sonaje caldense, a lo largo de toda una vida consagrada al servicio de las ideas, de su tierra y del progreso nacional.

Doble homenaje, por lo tanto, el que hace la Federación de Cafeteros con la reedición de estos libros en esmerada calidad, y por eso mismo llamados a permanecer en las bibliotecas cultas En las guardas de los cinco libros se recoge el óleo ti­tulado Riosucio, del maestro Gonzalo Díaz, excelente pintura de la patria chica de Morales Benítez, con lo cual el homenaje resulta mucho más extensivo y de entrañable sa­bor, tanto para el escritor como para su cuna sentimental.

Característica sobresaliente de Morales Benítez es la de dedicar to­dos sus libros a su esposa Livia. Quizá sea el único escritor que ha mantenido ese rasgo del afecto con­yugal durante su larga vida literaria, trátese de la primera salida de un libro o de cualquier reedición. Es tradicional abrir el libro y hallar la indeclinable devoción por su esposa a través de dos palabras que parecen cabalísticas, y que todo lo dicen: “A Livia”. El esposo admirable sabe qui en el amor de su esposa está compendiado todo el amor de la vida.

Otro ingrediente que realza el acontecimiento bibliográfico es la presencia del maestro Vicente Stamato en la preparación editorial y en la diagramación de estos volúmenes. Panamericana, la firma impresora, reafirma su prestigio profesional con el buen gusto y el refinamiento con que ejecuta sus trabajos, que cada vez adquieren mayor resonancia en el país. Esta misma firma editó en diciembre de 1996 el libro El hada Mesulina, de Silvio Villegas, libro de grata recordación.

Manizales, ciudad preclara, tierra de café y de tanto suceso memorable,  enaltece su historia, en sus 150 años de vida, con la comunión espiritual de su hijo dilecto, que siempre le ha demostrado irrestricto cariño, y con la adhesión de la industria cafetera, representada por su institución rectora.

La Crónica del Quindío, Armenia, 15-XI-1999

 

Marulanda

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Josué López Jaramillo, que ejerció durante varios años la gerencia del Banco de la República en Ar­menia, fue el primer ingenie­ro agrónomo que recibió ese título entre la gente de Maru­landa, su pueblo nativo. De allí mismo son oriundos Alfonso Bedoya Flórez y su hermano Hernando, los primeros gra­duados en medicina y farma­cología, que también sobresa­lieron al servicio de la socie­dad quindiana.

López Jaramillo adelantó estudios de posgrado en Es­tados Unidos, Israel y Francia, y luego ocupó importantes po­siciones en el sector oficial antes de su vinculación con el Banco de la República. Ha ex­presado sus inquietudes inte­lectuales en periódicos y revistas, y en Armenia, en razón del apoyo brindado a la cultura regional, se le otorgó el título de miembro honora­rio de la Sociedad de Escrito­res del Quindío.

Retirado de la vida la­boral, su mayor preocupación son la lectura y la escritura. A su terruño nativo ha regresa­do con la memoria y por la vía de los afectos a plasmar sus recuerdos en un libro emoti­vo y enaltecedor, que entra a enriquecer la microhistoria caldense y que ha titulado Mi Marulanda inolvidable.

Hace varios años el diario El Espectador publicó una serie de crónicas que, al ahon­dar en el alma de la provincia, señalaron a Marulanda como uno de los diez pueblos olvidados de Colombia. Cono­ció entonces el país los extremos de la pobreza, el abando­no y las carencias de las re­giones más silenciosas y más apartadas de su geografía, y al mismo tiempo destacó el re­cio espíritu y las nobles virtu­des de sus habitantes, para proclamar el sentido de patria como un patrimonio general.

Ahora, el hijo notable de aquella población dormida en el filo glacial de la cordillera, que ha transitado por los ca­minos del mundo y ha cose­chado honores y experiencias diversas, no se olvida de su patria chica y le rinde emocio­nado tributo a través de las pá­ginas de este libro.

Fundado en 1877 por el general Cosme Marulanda, el pueblo está situado a 129 ki­lómetros de Manizales y es el más alto sobre el nivel del mar y el de menor población del departamento. Allí tienen lugar en el mes de octu­bre las “Fiestas de la lana”, suceso muy celebrado en la región. La mayor tradición de Marulanda está representada en la lana, producto casi religioso alrededor del cual se mueve buena parte de la eco­nomía local y que cuenta, des­de la década del treinta, con una sólida cooperativa ovina.

El autor de la obra, que hace gala de una memoria pri­vilegiada, matiza sus añoran­zas con sabrosas anécdotas y ágiles pincelazos sobre el entorno de su pueblo y el alma de su gente. Son páginas de recordación y encanto, elabo­radas con gracia y sentimien­to, que reviven un género lite­rario olvidado, como Marulan­da: el cuadro de costumbres. Este lindo municipio –con su escritor de cabecera– dibuja a la aldea de antaño, lejana y romántica, que hoy subsiste lejos del infierno de las ciuda­des.

La Patria, Manizales, 16-X-1999.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-X-1999.