Por: Gustavo Páez Escobar
A finales de 1999 me encontré por última vez con Octavio Álvarez Arango en la capital del país. Hacía varios años no lo veía, y ahora tenía el placer de volver a platicar con el viejo amigo, por quien siempre sentí admiración y aprecio dadas sus dotes de simpatía y cordialidad, unidas a su agradable conversación y a su porte de gran caballero.
Desde mi llegada al Quindío, hace más de treinta años, nació entre los dos una cordial amistad. Octavio ejercía el cargo de contralor del departamento y yo llegaba como gerente bancario, circunstancia que dio lugar a nuestra estrecha relación personal. Durante su permanencia en dicho cargo pude apreciar el estricto cumplimiento de sus deberes fiscales, y más tarde, en otros desempeños, demostró el acendrado espíritu de rectitud y eficiencia que ponía siempre como norma invariable de su personalidad.
Su hoja de vida en el sector público es extensa y meritoria. Comienza como inspector de policía en Montenegro, y de allí pasa a desempeñar varios cargos en la Contraloría de Caldas. Fue jefe de personal del departamento de Caldas, cuando éste no se había fraccionado. Luego es nombrado alcalde de La Dorada, y luego, de Bello (Antioquia). Dentro de la versatilidad de su temperamento, un día le da por ingresar al servicio carcelario como subdirector de La Modelo, y de allí pasa como director de La Picota, Araracuara y Acacías.
De nuevo en su tierra nativa, se le elige contralor del Quindío por varios años. Tiempo después Jesús Antonio Niño Díaz, su amigo personal, es nombrado gobernador del departamento y le pide que escoja un cargo de su administración. Era una carta abierta que indica hasta qué grado gozaba Octavio de aprecio en la clase dirigente. Para sorpresa del gobernador, Octavio le dice que quiere ser alcalde de Quimbaya. Y lo nombra. Más tarde el mismo funcionario le ofrece la Secretaría de Gobierno, que desempeña con tino y habilidad política, y de allí pasa a ser gobernador encargado durante una licencia concedida al titular.
Viene luego la ironía. A su retiro de la Secretaría de Gobierno vuelve a Quimbaya como notario, población por la que siente especial afecto. Por estos días sale una reglamentación para el cargo de notario, y se dispone que para ejercerlo se requiere ser abogado o haber permanecido en el poder judicial o en el notarial por espacio mínimo de cinco años. Como Octavio no posee dichas condiciones, su nombramiento es demandado por un señor Tarquino, y pierde el puesto. Su larga y brillante trayectoria no le servían de nada ante la obtusa reglamentación que lo descalifica para ser notario de un pueblo.
Como consecuencia de esta determinación absurda, escribo en La Patria el artículo que titulo Ironías del servicio público (octubre 21/75). Octavio me dirige desde Quimbaya el siguiente mensaje: «Gratuitos enemigos, haciendo ‘tarquinada’, echaron por tierra honradez, moralidad, honestidad, voluntad de servicio, convencidos de que esto es propio de quienes hayan estado en universidad, así ésta no haya estado con ellos».
Octavio Álvarez Arango, que en su hoja de vida acreditaba cargos tan exigentes como los de alcalde de importantes ciudades, director de las mejores cárceles del país, contralor y gobernador del Quindío, no servía para ser notario… Ahora, en el entrañable encuentro que tuve con mi amigo de tantos años, nos reíamos de estas tratadas del destino. De ésta y de otras, ya que su vida estuvo matizada de graciosas ocurrencias. Octavio tuvo siempre extraordinario sentido del humor, y con esa chispa ejerció su ciclo vital y conquistó numerosos amigos.
Ahora ha llegado a su fin esta vida digna, decorosa y luchadora, que mucho tenía de quijotesca y jovial. Nunca les sacó prebendas a los cargos públicos, porque su premisa era la honorabilidad. Prefería llevar una vida sencilla a una riqueza oprobiosa. En este reencuentro lo vi lleno de salud y colmado de regocijo, como siempre había sido. Con su humor de siempre, su dignidad a toda prueba y su don de gentes, tomaría sus maletas sin regreso y hoy se reirá de las ‘tarquinadas’ del destino.
La Crónica del Quindío, Armenia, 29-VIII-2000.
La Patria, Manizales, agosto/2000.