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Archivo para sábado, 28 de enero de 2012

Programa de Camilo Cano

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Camilo Cano Restrepo vino a Bogotá a exponer ideas claras sobre lo que sería su desempeño como alcalde de Armenia. Numeroso público de la colonia quindiana asistió al encuentro y se enteró de las fórmulas del dirigente cívico para manejar las dificul­tades de todo orden que gravitan sobre el municipio.

Conocedor profundo tanto de lo que fue la ciudad en sus años de progreso como de los caminos que hay que reco­rrer para reconstruirla, el aspirante a la Alcaldía no se de­tiene a llorar sobre las cenizas sino que presenta soluciones ideales, como la de formar un equipo de gente prestante, honesta y trabajadora, al que le duela el terruño para asegu­rar el futuro. Alejado de banderías y pasiones sectarias, su brújula es el servicio a la comunidad, y su aspiración la de contar con un voto de solidaridad ciudadana que le   permita realizar obras de alcance.

Cuenta con larga trayectoria en el servicio a la tierra quindiana y con demostrada eficiencia en los car­gos que ha ejercido. A la vista está su presencia en la Secretaría de Gobierno durante la administración de César Ho­yos Salazar, una de las mejores que ha tenido la capital. Su liderazgo por largos años en la campaña de «Juanito» deno­ta su profunda sensibilidad social.

El dinero está en caja y ha sido bien manejado. Falta que arranque en serio el programa total de reconstrucción, lo que habrá de suceder en poco tiempo, definida como se encuentra la planeación de la nueva ciudad dentro de mo­dernos parámetros.

Armenia reclama de sus mejores ciudadanos un pacto para el progreso. Una alianza de civismo auténtico, sin las torceduras de la politiquería ni los asomos de la ineptitud o de la corrupción, para que sea posible la ciudad del mañana. Ciudad bien estructurada, dinámica y progresista, como la que ha pintado Camilo Cano con fundado optimismo y hondo amor por su tierra.

La Crónica del Quindío (editorial), 2-X-2000.

 

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Octavio Álvarez Arango

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A finales de 1999 me encontré por última vez con Octavio Álvarez Arango  en la capital del país. Hacía varios años no lo veía, y ahora tenía el placer de volver a platicar con el viejo amigo, por quien siempre sentí admiración y aprecio dadas sus dotes de simpatía y cordialidad, unidas a su agradable conversación y a su porte de gran caballero.

Desde mi llegada al Quindío, hace más de treinta años, nació entre los dos  una cordial amistad. Octavio ejercía el cargo de contralor del departamento y yo llegaba como gerente bancario, circunstancia que dio lugar a nuestra estrecha relación personal. Durante su permanencia en dicho cargo pude apreciar el estricto cumplimiento de sus deberes fiscales, y más tarde, en otros desempeños, demostró el acendrado espíritu de rectitud y eficiencia que ponía siempre como norma invariable de su personalidad.

Su hoja de vida en el sector público es extensa y meritoria. Comienza como inspector de policía en Montenegro, y de allí pasa a desempeñar varios cargos en la Contraloría de Caldas. Fue jefe de personal del departamento  de Caldas, cuando éste no se había fraccionado. Luego es nombrado alcalde de La Dorada, y luego, de Bello (Antioquia). Dentro de la versatilidad de su temperamento, un día le da por ingresar al servicio carcelario como subdirector de La Modelo, y de allí pasa como director de La Picota, Araracuara y Acacías.

De nuevo en su tierra nativa, se le elige contralor del Quindío por varios años. Tiempo después Jesús Antonio Niño Díaz, su amigo perso­nal, es nombrado gobernador del de­partamento y le pide que escoja un cargo de su administración. Era una carta abierta que indica hasta qué grado gozaba Octavio de aprecio en la clase dirigente. Para sorpresa del gober­nador, Octavio le dice que quiere ser alcalde de Quimbaya. Y lo nombra. Más tar­de el mismo fun­cionario le ofrece la Secretaría de Go­bierno, que desem­peña con tino y ha­bilidad política, y de allí pasa a ser gobernador encar­gado durante una licencia concedi­da al titular.

Viene luego la ironía. A su retiro de la Secretaría de Gobierno vuelve a Quimbaya como notario, población por la que siente especial afecto. Por estos días sale una reglamentación para el cargo de notario, y se dispo­ne que para ejercerlo se requiere ser abogado o haber permanecido en el poder judicial o en el notarial por espacio mínimo de cinco años. Como Octavio no posee dichas con­diciones, su nombramiento es de­mandado por un señor Tarquino, y pierde el puesto. Su larga y brillan­te trayectoria no le servían de nada ante la obtusa reglamentación que lo descalifica para ser notario de un pueblo.

Como consecuencia de esta de­terminación absurda, escribo en La Patria el  artículo que titulo Iro­nías del servicio público (octubre 21/75). Octavio me dirige desde Quimbaya el siguiente mensaje: «Gratuitos enemigos, haciendo ‘tarquinada’, echaron por tierra hon­radez, moralidad, honestidad, vo­luntad de servicio, convencidos de que esto es propio de quienes ha­yan estado en universidad, así ésta no haya estado con ellos».

Octavio Álvarez Arango, que en su hoja de vida acreditaba cargos tan exigentes como los de alcalde de im­portantes ciudades, director de las mejores cárceles del país, contralor y gobernador del Quindío, no ser­vía para ser notario… Ahora, en el entrañable encuentro que tuve con mi amigo de tantos años, nos reía­mos de estas tratadas del destino. De ésta y de otras, ya que su vida estuvo matizada de graciosas ocurrencias. Octavio tuvo siempre extraordinario sentido del hu­mor, y con esa chispa ejerció su ci­clo vital y conquistó numerosos amigos.

Ahora ha llegado a su fin esta vida digna, decorosa y luchadora, que mucho tenía de quijotesca y jo­vial. Nunca les sacó prebendas a los cargos públicos, porque su premisa era la honorabilidad. Prefería llevar una vida sencilla a una riqueza oprobiosa. En este reencuentro lo vi lleno de salud y colmado de regocijo, como siempre había sido. Con su hu­mor de siempre, su dignidad a toda prueba y su don de gentes, tomaría sus maletas sin regreso y hoy se reirá de las ‘tarquinadas’ del destino.

La Crónica del Quindío, Armenia, 29-VIII-2000.
La Patria, Manizales, agosto/2000.

 

Abuso del libro

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Una ley del siglo XIX, cuan­do en Colombia existían otros patrones culturales, estimula la escritura de textos de enseñan­za y la edición de periódicos pedagógicos o didácticos al reco­nocer dos años de servicio en cada caso. Reza así la ley 50 de 1886, en su artículo 13, inciso 2:

«La producción de un texto de enseñanza que tenga la apro­bación de dos instituciones o profesionales, lo mismo que la publicación durante un año de un periódico exclusivamente pedagógico o didáctico, siempre que en ninguno de los dos ca­sos el autor o editor haya reci­bido al efecto auxilio del tesoro público, equivaldrán respectiva­mente a dos años de servicio prestados a la institución públi­ca».

Esta norma tuvo un razona­ble efecto en la época de su expe­dición. Se buscaba incentivar el talento y la creativi­dad en bus­ca de textos eruditos, editados en libros y en periódi­cos, que sirvieran de material educativo para la superación del pueblo. El todo no era publicar por publicar, sino que el respec­tivo trabajo, en caso de tratarse de un libro, debía ser de enseñan­za y además aprobado por dos instituciones o profesores, que en aquellos tiempos los había rigurosos y eminentes.

Y en el caso de un periódico, debía tener exclusivo carácter pedagógico o didáctico. En cual­quier de las dos circunstancias era necesario que tales publica­ciones, para ser merecedoras de los años de servicios concedidos como premio, no hubieran teni­do financiación del tesoro pú­blico.

Pero como el colombiano es experto en desviar el espíritu de las leyes, a lo largo del tiempo aquella disposición se ha pres­tado para abusos inauditos. Si se revisaran las pensiones de los congresistas que se han benefi­ciado con dicha prerrogativa, se destaparían situaciones aberrantes. Se vería que en la mayoría de los casos la sana in­tención de la ley ha sido apro­vechada para completar tiempo de servicio no trabajado y que no es lícito compensarlo con méritos no ganados.

La Fiscalía investiga hoy a 44 ex parlamentarios que han ob­tenido la pensión de jubilación con base en presuntas falseda­des o inconsistencias de varia­da índole. Uno de ellos presen­tó una obra en dos volúmenes, y por cada uno de ellos hizo va­ler dos años de servicios. Otros lograron el reconocimiento por libros editados por instituciones públicas (libros de dudosa utili­dad didáctica). Una revista en la que el agraciado era miembro del consejo de redacción (revis­ta que se hizo aparecer como de «valor didáctico») sirvió para ha­cer cumplir los 20 años de ser­vicios legales.

En este país de tramposos se asalta a cada rato el tesoro pú­blico con artimañas y pruebas falsas, mientras los fondos de pensiones están en la ruina. La mayor ruina de Colombia es la quiebra de la moral.

La Crónica del Quindío, Armenia, 18-IV-2000.

 

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Nuevos aires en La Crónica

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ocho años han corrido desde que un grupo de quindianos, animados por el amor a la tierra, fundaron La Crónica del Quindío. En su creación prevaleció, por encima de intereses políticos o económicos, una idea fundamental: el servicio al Quindío. El periódico ha liderado decididas y valero­sa campañas por el progreso regional, haciendo énfasis en los valores propios y atacando la corrupción pública y los desvíos de gobernantes y políticos.

No han sido pocos, por supuesto, los escollos que el diario ha tenido que sortear para mantenerse como atalaya de la opinión pública. Uno de esos obstáculos, común a todos los medios de comunicación y sobre todo a la prensa regional, es el de las cifras. El periódico es una empresa comercial, y como tal debe ser rentable o de lo contrario desapare­ce.

La Crónica no ha sido aje­na a estas vicisitudes, pero la recia voluntad de accionistas y directivos, sumada al espíritu de lucha de los periodistas y del  personal de planta, ha permitido la supervivencia.

No puede haber periódico sin lectores. Obvio. Esta es otra de las columnas vertebrales en que se apoya el periodismo. En lo que respecta a La Crónica, es ma­nifiesto el respaldo creciente que le han brindado los habi­tantes de la región, hasta el punto de que los tirajes son cada vez más amplios y cubren no solo  la geografía quindiana sino que llegan a sitios aledaños, e inclu­so a ciudades distantes, como la capital del país.

Ahora La Crónica, con la asesoría del maes­tro Vladdo, realiza el redise­ño de sus páginas. Nuevos aires se res­piran hoy en el pe­riódico. Aires de renovación y vida. La edición número 2.739 del 2 de marzo, remozada y juvenil, marca un nuevo rumbo para estas pági­nas batalladoras y ágiles, con­cebidas como nervio sensi­ble de la comunidad quindiana.

Rodrigo Gómez Jaramillo, su director, ha puesto al frente de la empresa su larga trayectoria como líder de la comunidad y ha acaudillado nobles causas por el engrandecimiento de la comar­ca y la censura de vicios y co­rrupciones, con alto sentido de independencia y de apoyo a los principios éticos.

Lo acompañan Carlos Alfonso Rodríguez Orozco en la gerencia, joven economista que ha sabido vigorizar las cifras, y Adriana Mercedes Marín en la jefatura de Redacción, persona diestra en las exigencias de su cargo. A esta nómina se suman Vladdo como asesor de diseño y Mauricio Jaramillo como editor gráfico, fuera del personal de periodistas y colaboradores, que pueden ufanarse de su casa periodística y del progreso que ella exhibe para orgullo de la región.

La Crónica, nacida de de un empeño optimista, no ha sido flor de un día. Es periódico respetable, cada vez más pujante, que tiene eco en el país y que está llamado a superiores destinos.

La Crónica del Quindío, Armenia, 21-III-2000

 

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Un día sin carro

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Un día sin carro en Bogotá es una bendición del cielo. Hoy la gran urbe, bulliciosa y caótica, que por primera vez inmoviliza sus 800.000 vehículos particulares, amaneció transformada. Casi no se siente. Se volvió silenciosa, lo que es mucho decir. Pero es cierto. Al cambiar de rostro y de caminado se nos volvió irreconocible.

Y hasta cambió de color: predomina el amarillo, que se desliza por las calles en los 53.000 taxis que desde las cinco de la mañana recorren la ciudad en todas las direcciones, junto con los 20.000 buses y busetas que transportan a los habitantes a sus sitios de trabajo. Ni pitos, ni sirenas, ni congestiones en los paraderos, ni trancones. ¡Increíble!

Bueno: digamos que no faltan los trancones en algunos sitios neurálgicos, pero producidos por las obras en marcha y los huecos infinitos que brotan por doquier como por magia diabólica. Ha habido problemas, claro, pero el ensayo vale la pena.

La Alcaldía puso a rodar buses gratis, y éstos llevan cupos normales como si no se tratara de un día anormal. El tren ha recogido gente madrugadora desde los puntos más apartados. Desde la ventana de mi apartamento siento cierta envidia por la euforia colectiva con que los raudos pasajeros del ferrocarril retan el día sin carro.

Las ciclovías, con sus innumerables y entusiasta usuarios, están de fiesta. El personaje es la bicicleta. Los que no sabían montar en el dinámico aparato ya lo aprendieron. No solo se trata de gente del montón, sino de ejecutivos, empresarios, eclesiásticos, algunos políticos disfrazados, y hasta el propio doctor Peñalosa, el Alcalde sorprendente que se sale con las suyas al poner a meditar a los bogotanos, de hoy y de mañana, sobre los riesgos de la inmensa metrópoli que amenaza, con sus hábitos letales, la vida de cerca de siete millones de habitantes, víctimas del ruido y la contaminación.

Este día sin carro en Bogotá descubre muchas cosas. La más importante de todas: que hay que repensar la ciudad como sitio humano y hospitalario, en lugar de agresivo e invivible, como lo es hoy. A los bogotanos les ha gustado el experimento. Por lo tanto, es posible que sean ellos mismos los que pidan la repetición. Las encuestas que van a realizarse serán el mayor termómetro de la opinión.

Como ha sucedido en varias ciudades europeas, nada de raro tiene que en Bogotá y en otros lugares del país se imponga freno al vehículo particular para favorecer el bienestar colectivo. Tal vez el país campeón en este terreno es Holanda, que cuenta con cómodas y seguras ciclovías a lo largo de sus carreteras, y que, con quince millones de habitantes, tiene dieciséis millones de bicicletas. Felicitaciones a nuestro alcalde Peñalosa por su osadía y su visión de futuro.

La Crónica del Quindío, Armenia, 27-II-2000.

 

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