Chiquinquirá: oración y cultura
Por: Gustavo Páez Escobar
Acabo de asistir en Chiquinquirá al encuentro de escritores que se celebra anualmente, desde hace veintidós años, promovido por la Fundación Cultural «Jetón Ferro», de la que es presidente Raúl Ospina Ospina, veterano periodista a la par que activo líder cívico y cultural de la población.
Javier Ocampo López, presidente de la Academia Boyacense de Historia y analista de la idiosincrasia regional, hizo magnífica exposición sobre la literatura boyacense, desde sus orígenes hasta los tiempos actuales.
Bajo la experta coordinación de Alonso Quintín Gutiérrez Riveras, otro promotor cultural, la lectura de poemas dejó grato mensaje en la concurrencia. Alrededor de ochenta escritores nacionales e internacionales nos dimos cita en la «capital religiosa de Colombia», título ganado por el espíritu de recogimiento que vive la ciudad desde tiempos inmemoriales. En lenguaje chibcha, Chiquinquirá significa «pueblo sacerdotal».
Esplendoroso este santuario de la oración que es la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá. La construcción del templo concluyó en 1812. Desde entonces, Colombia ha admirado esta joya, elaborada con exquisito arte religioso, que año por año atrae nutridas romerías venidas de todas partes. Bolívar, en 1828, llegó a Chiquinquirá acongojado por la derrota de la Convención de Ocaña y se postró ante la Virgen. Y con motivo del cuatricentenario de la aparición de la imagen milagrosa a María Ramos y dos niños que la acompañaban, Juan Pablo II estuvo de visita allí, en 1986.
Chiquinquirá, con más de cincuenta mil habitantes, es el principal municipio del occidente de Boyacá y se encuentra situado a 107 kilómetros de Tunja. La travesía desde Bogotá, por excelente carretera, es de dos horas y media. Pero como hay que disfrutar los atractivos del camino, es preciso alargar el viaje con una parada en Ubaté, para saborear los productos lácteos de la región y la deliciosa comida boyacense; o en la laguna de Fúquene, para admirar el encanto que se esparce sobre el paisaje; o en Sutatausa, para embelesar el alma con la contemplación de este pueblo dormido que parece de ensueño.
La ciudad fue fundada en 1556 por los esposos españoles Antonio de Santana y Catalina García de Islos, y en 1636 adquirió la categoría de municipio. En 1781 se sumó al movimiento de los Comuneros. En 1815, por petición del jefe político del distrito, José Acevedo y Gómez, los padres dominicanos donaron alhajas de oro y plata para apoyar la causa de la libertad. En 1977 se fundó la sede episcopal. Muchos personajes famosos han brotado de esta tierra noble, y enumerarlos sería prolijo.
Baste citar, en el campo de la cultura, a los poetas José Joaquín Casas y Julio Flórez; a los escultores Rómulo Rozo y César Gustavo García; a los académicos Napoleón Peralta Barrera y Antonio José Rivadeneira Vargas; al poeta Homero Villamll Peralta, cantor del alma boyacense, cuyo libro Mi canta por Boyacá es digno de ponderación.
He dejado de último, para enmarcar el encuentro de escritores, a Antonio Ferro Bermúdez, el famoso «Jetón Ferro». De Chiquinquirá he regresado a desempolvar en mi biblioteca el viejo libro de antología titulado La Gruta Simbólica, del que es coautor Ferro, junto con José Vicente Ortega Ricaurte, miembros asiduos de la famosa tertulia bogotana de la gracia, la bohemia, el humor y el repentismo, que funcionó en postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX, y la que, según Calibán, «fue la primera y será la última tertulia literaria que en Colombia ha florecido».
Este año, la Fundación rindió homenaje a la poetisa Laura Victoria. Y me invitó, como conocedor que soy de su vida y su obra, a que presentara una semblanza de la colombiana ausente, mi ilustre paisana soatense, radicada en Méjico hace 62 años y que pronto llegará a la cumbre de los 97 años de vida. La poesía sensual de Laura Victoria marcó a comienzos del siglo pasado un hito en la literatura colombiana, y hoy está olvidada por las nuevas generaciones, acaso por la larga ausencia de la autora, que ya es irremediable.
Ella vive con el alma puesta en Colombia. Resultó confortante para el oferente, y enaltecedora para la memoria de la poetisa, la ovación que se escuchó en el encuentro de escritores, como si ella estuviera en sus mejores días de gloria.
El otro escritor agasajado fue Fernando Soto Aparicio, cuya obra múltiple –en los géneros de la novela, el cuento, la poesía, el ensayo, los guiones de cine y los libretos de televisión– lo señala como creador prolífico de las letras nacionales. Sus novelas, escritas con lenguaje vigoroso y diáfano, abarcan la problemática del hombre americano, con el grito de angustias, miserias, esclavitudes, amores frustrados y a veces felices, que pesa sobre la humanidad.
Va a cumplirse medio siglo de la muerte del «Jetón Ferro», humorista extraordinario. Su alma continúa viva en la comarca. Allí, alrededor de su recuerdo, nos hemos reunido unos cuantos quijotes de estos tiempos frívolos y hemos transitado las calles por entre guitarras, tiples, bandolas, requintos y panderetas (cuadro clásico de las romerías), dispuestos a no abandonar los eternos valores del espíritu. Como cosa curiosa, que parece obra del «Jetón», la célebre Guabina chiquinquireña no es guabina sino bambuco. En este ambiente de poesía, cultura, música y oración se siente mejor el alma de la patria.
El Espectador, Bogotá, 27-IX-2001.